Lo único que diferencia al judo olímpico de esa misma disciplina en los Juegos Paralímpicos es una mínima modificación reglamentaria. En lugar de comenzar frente a frente, separados por unos pasos de distancia, los judocas, parados sobre el tatami, comienzan la lucha ya sujetados por sus judogis (como se le llama a la vestimenta).
Henry sujeta a Mariana y ella lo sujeta a él. En los próximos instantes buscarán hacer caer al otro sobre sus espaldas de una forma que a muchos de nosotros nos resultaría dolorosa. Cosa de todos los días, un entrenamiento más que esta vez tiene lugar en Montevideo, pero que habitualmente sucede en su dojo (espacio de práctica de judo) en Rivera. Ahí, en el norte del país, están los lugares a los que Henry puede llamar sus tierras. El Artigas natal, la Rivera donde hoy reside y forman una familia junto a Mariana, a su hija Itiana y a su hijo Facundo.
Cruce de caminos
Borges nació el 30 de abril de 1983 y la vida lo entrenó de chico para enfrentarse a las dificultades. Las económicas, que moldearon el contexto en el que se crio y en el que vive, y las de salud, que a los seis meses se presentaron con nombre de meningitis. La enfermedad también moldeó un contexto adverso. Apenas un bebé, batalló en coma durante un mes. Fue su primera victoria. Sobrevivió a la enfermedad, pero esta dejó sus secuelas y el niño comenzó a sufrir retinitis pigmentaria, hasta que a los nueve años quedó ciego.
“Aunque a algunos les suene un poco feo, yo agradezco a la meningitis porque a través de eso que me pasó pude tener todo lo que tengo hoy, como una familia y el deporte que amo hacer”, contaba Henry en una entrevista al canal 10 hace un par de meses. El judo es su vida, en un sentido pasional, metafórico, pero también literal. Es el medio de vida con el que se abrió paso en competencias internacionales como destacado luchador y también en su comunidad, dando clases.
En busca de una educación específica para personas ciegas, que le permitiera desarrollar aptitudes para conseguir su autonomía, aquel pequeño de nueve años viajó a Montevideo. Estuvo un tiempo en un internado, una escuela para personas ciegas, y luego fue a vivir con sus tíos, en La Teja.
Mariana nació el 12 de julio de 1982, y desde entonces padeció problemas de baja visión. Conoció a Henry en el Centro Tiburcio Cachón, donde ambos recibieron formación, y volvieron a encontrarse en Nexos, otra institución para el desarrollo de personas ciegas. Su infancia también estuvo moldeada por un contexto económico adverso. La casa familiar, la de sus padres en Montevideo rural, fue la primera vivienda conyugal luego de que Mariana y Henry se casaron.
Desde entonces han caminado juntos y han librado interminables luchas, hasta encontrar este nuevo rumbo, que tiene por destino Tokio, en un sueño compartido que transitan por el “camino de la suavidad” (eso significa la palabra “judo” en japonés).
El camino esta vez es más largo que nunca. No sólo porque Japón está del otro lado del mundo, también porque el sueño se postergó un año. Un año en el que Henry y Mariana vieron afectada su principal fuente de trabajo en el día a día. Sin poder dar clases en la plaza de deportes de Rivera, accedieron a una habilitación de parte de las autoridades para que, al menos, les permitieran entrenar.
Ya instalados en Bakú, Azerbaiyán, afrontarán el 25 y el 26 de mayo una competencia y el 19 y el 20 de junio otra, en Inglaterra. Son las últimas instancias en las que se pueden obtener puntos para el ranking mundial, clasificatorio a los Paralímpicos. Él ocupa de momento uno de los cupos, que debe mantener, mientras que ella todavía debe escalar un par de puestos.
Camino largo
Ningún deportista uruguayo tiene mayores aspiraciones que Henry Borges en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio 2021. Será su cuarta presencia, si logra clasificar, cifra que se acompasa a la de nombres como Milton Wynants, Alejandro Foglia y Andrés Silva. Son los únicos uruguayos que estuvieron tantas veces presentes a nivel olímpico. La tercera no fue, pero Henry quiere que la cuarta sea por fin la vencida y volver con una medalla. Argumentos sobran.
A los nueve años el artiguense comenzó la práctica del judo, una forma de ejercitarse en un deporte que no necesitaba de adaptaciones para personas ciegas, por lo que podía aprenderlo y entrenarlo con y contra cualquier otro judoca. Y entonces aquel agradecimiento a la meningitis, que según Borges pocos entienden, se convierte en un mapa lleno de líneas trazadas, de ida y vuelta, porque siempre vuelve a casa, pero en movimiento.
Henry compitió en mundiales en Portugal y en Corea, en Juegos Paralímpicos en Grecia, China y Brasil, también ha viajado a Francia, a Canadá y a Inglaterra, y ahora está en Azerbaiyán. Cada vez que se sube a un avión y va a competir se enfoca en el judo, pero también presta atención a las músicas que se escuchan en otros países. Hábil para la guitarra, Henry oye los ritmos extranjeros y, por supuesto, siempre prueba el plato típico, donde sea que vaya.
“Muchos dirían que si no hubiese tenido esto podría haber sido una persona diferente. Yo creo que si no hubiese tenido una meningitis a los seis meses, seguramente estaría trabajando en Artigas, porque no me habría movido de ahí”.
Moverse dio resultado. El judo, su forma de vida, también le ofrece la adrenalina de la competencia. Tres veces campeón panamericano (dos veces en Juegos Parapanamericanos 2015 y 2019 y una vez en el panamericano de la disciplina, en 2020), ya tiene también dos diplomas paralímpicos, de Atenas (7º) y de Río (5º).
“Siempre fui un judoca resistente. Trato de comer físicamente a mis rivales para luego comenzar mi lucha, y por eso arranco un poco defensivo, planteando una lucha más pesada”, cuenta sobre su estilo. Además ahora, con los años, dice que esa estrategia lo ayuda para que los rivales no lo atropellen con su juventud. El judo divide sus competencias en categorías por peso y Henry Borges participa en la de menos de 60 kilos. Son todos muy rápidos y livianos, pero él se considera también rápido y fuerte. “Me gusta mucho el suelo, sé llevarlos ahí y defino muchos combates en el piso”, detalla. Las posibilidades de ganar una lucha de judo con técnicas de suelo responden a llaves por inmovilización, estrangulación y sus preferidas: las palancas a los brazos, las luxaciones.
“Más allá de medallas, logros y la participación, lo que el judo me enseñó fue a buscar una vida normal y corriente, como la de cualquier persona. Tener un trabajo, una familia y poder ser una persona totalmente autónoma. Aparte de eso, fue una herramienta muy importante para ir superando un montón de barreras que a nosotros, como personas con discapacidad, nos toca estar todos los días saltando”.
Hay un detalle más que impulsa a este luchador: cada año se siente en mejor forma. Mientras que muchos rivales llegan a su pico de rendimiento antes de los 30 años, Henry empezó a gozar de esas virtudes luego de los 33. “Lo estoy disfrutando de una manera diferente”, cuenta a sus 38 años. “Con el tiempo aprendí a disfrutar mucho más y creo que con eso vinieron los mejores resultados. Esto lo hacemos porque nos gusta, lo amamos y sentimos las ganas, si se transformara en algo tan pesado como para generarnos un estrés extra, no estaría tan bueno”.
Camino corto
La carrera deportiva de Mariana es tan corta como promisoria. “Empecé por otra parte del judo, no por hacer campaña para los Juegos ni nada”, comenta con los pies descalzos sobre ese tatami que ya es tan suyo como de cualquier judoca experiente. “Siempre estuve, desde Atenas, con Henry, entonces siempre vi el esfuerzo, siempre estuve ahí. Desde otro lado, en otra parte, pero me gustó, me enganché y le pregunté a Henry si había posibilidades de que compitiera. Probamos en enero [de 2020] en el Panamericano [de Canadá] y creo que no estamos lejos del nivel, y ahora estoy mucho más preparada”, dice ella.
No estar lejos del nivel es una subvaloración. En realidad, una medalla de plata obtenida en su único campeonato, el Panamericano, es prueba de que al menos está al nivel de las mejores del continente entero.
Mariana Mederos practicó judo para ayudar a su compañero de vida, y lo que aprendió fue tanto como para creerse este sueño de llegar a los Juegos Paralímpicos ella también. No sabe cómo definirse dentro del tatami. “Mi estilo creo que lo estoy buscando todavía, porque no tengo mucha experiencia en competencias, pero me siento cómoda arriba”, cuando la lucha se desarrolla de pie, asegura. Además de buscar su estilo, también lidia con sus nervios, propios de enfrentarse a todo lo que es nuevo o atípico. Canadá fue su primer viaje en avión, una experiencia que no le resultó grata, porque sufrió los descensos y aterrizajes.
Camino contigo
Mariana y Henry están sujetados por sus judogis. Mariana comenzó a entrenar judo para colaborar con Henry, para darle una mano. Entonces lo tiró, porque así se ayuda a un judoca, tirándolo al piso. Cuando lo hizo, también aprendió algo sobre sí misma. Conoció un poco de su fuerza, pero conoció la principal lección del judo: que no hay fuerza que pueda más que una buena técnica. El camino de la suavidad está hecho de movimientos certeros, precisos, que aprovechan el peso y el impulso del otro, para el triunfo propio. Entonces Mariana lo sujetó fuerte y en ese gesto, fue ella misma el impulso del otro, en tiempos en los que Henry se pensaba retirado.
“La llama siempre la tuve encendida”, dice Borges, en una analogía muy propia para los sueños olímpicos, “físicamente y mentalmente sé que puedo, pero creo que Mariana me dio ese empuje de pisar fuerte de nuevo y acá estamos”.
Henry le devuelve el gesto, también sujeta fuerte el judogi de su compañera, exhibiendo las técnicas de kumi kata, los agarres del judo. “La fortaleza más grande que tenemos es la unión familiar; si uno tiene eso, lo demás es todo físico, es meterle y meterle”. Él le pone palabras a lo que se ve en el tatami cada vez que, repetidamente, se tiran el uno al otro sobre sus espaldas.
Otros dirán que el mundo es redondo, pero para ellos el mundo es cuadrado, y se llama tatami. Y en el tatami hay golpes de espalda contra el suelo, hay llaves que estrangulan y hay acciones que te dejan inmovilizado. En su mundo, el cuadrado, Henry se rindió en los Juegos Paralímpicos de 2016, sólo para ponerse de pie de inmediato y levantar en andas a su rival, un botija rumano de 20 años, que ganó el bronce y ahora es el número uno del mundo.
En el otro mundo, en el redondo, a Henry Borges y a Mariana Mederos ya los tiraron varias veces, pero, como en cualquier entrenamiento, tomaron el golpe y se levantaron, sabedores de que estar de espaldas contra el suelo es lo que necesitaron para ganar su próximo combate.
Parte de esta historia se construyó conversando con Henry Borges y Mariana Mederos el lunes en el Centro de Entrenamiento de Deportes de Combate, que ellos conocieron ese mismo día, porque para su inauguración –en octubre de 2019– las autoridades no se molestaron en invitarlos.
El apoyo que nunca falta: Iván Duarte, entrenador y amigo
¿Desde hace cuánto acompañás a Henry a los torneos?
Hace muchos años. Nos formamos juntos desde chicos y en las competencias arrancamos a trabajar juntos previo a [los Juegos Paralímpicos] Beijing 2008. En forma salteada retomamos en 2014 para un Grand Prix y pensando ya en los Juegos Paralímpicos de Río 2016. También ahora, en este último proceso, con lo que fueron los Parapanamericanos en Lima, y también junto a Mariana en el Panamericano de la disciplina en Canadá. Yo estoy siempre firme. Primero como amigo y después desde lo que pueda aportar con mi experiencia y mi formación [es profesor de Educación Física).
¿Cuál es tu rol?
Es el acompañamiento, es la guía en la previa y la competencia. En la parte de dirección, de los tiempos, de combate.
¿Cómo es un combate desde tu lugar?
El entrenador, por lo general, está a un costado del área de combate, más o menos a dos metros. Reglamentariamente, la idea es que uno puede hablar en las pausas, en las que el juez para el combate para dar alguna indicación. Y ahí depende de cómo vaya la lucha, cómo vaya el tiempo. En general uno le va diciendo el tiempo que va de combate para que ellos se vayan haciendo a la idea de cuándo hay que apretar un poquito más, cuándo hay que acelerar, cuándo hay que arriesgar. Esos últimos minutos que se hacen eternos.
¿Vas dando información permanentemente?
Muy poco. Quizás algo evidente que uno pueda ver de la postura del rival. A veces ni siquiera te escuchan los que están adentro, depende del ruido del ambiente. Esta situación, donde no hay público, puede ayudar a que haya mayor fluidez de intercambio. Pero es eso: en los momentos donde hay silencio, aprovechar para decir algo puntual, que se interprete rápido y, en lo posible, que no lo interprete el rival. No ser muy explícito en eso y no usar los términos japoneses, porque todo el mundo entiende.