En otra histórica noche montevideana, como en 2016 cuando ganó su primer título en la A, Plaza Colonia derrotó 2-0 a Wanderers, y a falta de una fecha se coronó campeón del Torneo Apertura 2021, repitiendo, como en 2016 cuando fue campeón del Clausura, un título en primera división, que además le asegura definir el Campeonato Uruguayo.
El pata blanca, además, es el primer club de fuera de Montevideo que logra ser campeón en más de una oportunidad en primera división, con el agregado de que, al ser en un período de cinco años, hay varios jugadores que repiten, y, lo más resaltable, el mismo entrenador, el cardonense Eduardo Espinel, capaz de por dos veces porfiar la historia y los prejuicios.
Plaza fue campeón con una fecha de anticipación al mantener cuatro puntos de ventaja sobre Nacional y seis sobre Peñarol.
Un lugar en el bondi
Dónde está escrito que un articulista, crítico o cronista no pueda tomar de su sujeto las emociones que anteceden a la obra a analizar, a enjuiciar, a contar.
Como en mi niñez y juventud cuando desconocía los protocolos regulares en la práctica del periodismo, en la especialidad de la crítica deportiva, en las crónicas de los partidos de fútbol, llevo horas esperando por estar frente a frente a esta contienda, y con la intención bien marcada de refrescar aquellas emociones del olor a pasto, del herrumbre del alambrado, de las bicicletas amuchadas afuera de la cancha, y de los carritos con maníes -maní maní, calentito el maní-.
De llegar apretado en el ómnibus de recorrido ajeno, de ir levantando la cabeza del gorrito con pompón una decena de veces antes de que por fin llegue la parada donde hay que bajarse, de ir con la Spica contra el oído, con la remota expectativa de que digan algo del partido al que voy, y no de lo que pasa en Peñarol, o lo que deja de pasar en Nacional.
No soy de Colonia del Sacramento, no he vivido allá, ni en Palmira, Carmelo, Conchillas, San Pedro, Colonia, Semillero, Estanzuela, Tarariras, Juan Lacaze, La Paz, Rosario, Nueva Helvecia, Valdense, Miguelete, Ombúes de Lavalle, Barker, Florencio Sánchez, Santa Ana, Artilleros, Cufré, Fomento, Riachuelo ni Campana, pero cuando vi las imágenes del viejo Bus Patablanca, el mismo de 2016, y no el doble piso abriéndose paso entre sus hinchas, y parando y bajando para saludar, la sensación y el contenedor de emociones era de querer estar ahí, de tratar de hacerme un lugarcito en ese transporte de la ilusión y de los sueños.
Carné de salud
Pura tensión, pura emoción y un desgaste físico y emocional impresionante. Es que los colonienses están jugando este partido desde hace una semana, desde el momento en que terminó el partido con Boston River. Cada día, cada hora, cada minuto con Espinel pensando el partido, con Santiago Mele con los ganchos puestos en Rivero, con Risso saltando y cabeceando martes, miércoles, jueves, viernes y hasta ayer antes de llegar al Viera, con Calleros corriendo al almacén como si estuviese haciendo el subibaja por el lateral, con Dibble pensando engaños como horas de Play Station.
Qué emoción, qué partidazo, qué actitud de ambos equipos. Qué despliegue. Nos brindaron un partidazo. Combinando la taquicardia con buenas jugadas, la velocidad asociada con las pulsaciones aceleradas.
¿Quién podía pensar que Wanderers iba a ser una pasada? El equipo de Carreño, con lo mejor que tiene, tuvo un primer cuarto de hora de dueño de casa, firme, con buen juego, conectado y eficiente, y parecía el equipo más peligroso, hasta que en el cuarto de hora una llegada bien armada de los colonienses terminó en un centro, o tiro de Leonai, que pasó cerquita del arco de Ignacio de Arruabarrena, y un minuto después una exquisitez de Nicolás Dibble, que terminó rebotando en el travesaño.
Inolvidable
Con el tiempo este podrá ser un código del recuerdo, o el inicio de una parrafada de un cuento, o la intervención real de tres o cuatro parroquianos en una mesa o sobre el estaño: 37’: Gonzalo Camargo-Nicolás Olivera-Álvaro Fernández–Emilio Zeballos. ¿No sintieron el grito ahí en General Flores?
Iban 37 minutos de juego y Plaza estaba dando la talla. Todos, eh, pero Nico Dibble, brillante, y sin embargo ¿vieron que no está en el cuento, en el truco, en la discusión en lo del Cabeza? Tiro libre ocho o nueve metros pasada la mitad de la cancha y pegadito a la raya, donde cualquier aspirante a jalva de nuestros pueblos sabe que entra en la zona ollazo, y responde al grito de la tribuna que le demanda ¡echalo, muchacho! Esta vez no es ni un half, ni un centro en carrera, pero sí es un ollazo pensado y organizado para la fuerza aérea de Colonia. Lo mete el artiguense Gonzalo Camargo, lo cabecea puenteando el melense Nicolás Olivera, la baja al gol el mundialista de Agraciada, Álvaro Fernández, y la manda a las redes de la ilusión el montevideano Emilio Zeballos.
Creo conocer esa sensación única, que pasa alguna vez en la vida, que la recreamos otras tantas veces, allá en casa, en el pueblo, en la esquina, en la plaza.
Compaginando sueños y realidades
Así a los vestuarios. Tuquiti-tuquiti-toc-toc. Corazones y relojes. Emociones y tiempo. Otra vez a la cancha de la ilusión a compaginar esfuerzos con destrezas, juego con trabajo, ilusiones con realidades. Y el segundo tiempo fue un camino sinuoso, haciendo equilibrio con seguridad sobre el cable que iba desde el edificio de los sueños hasta el rascacielos de la gloria.
No hay casualidad ni fortuna en el cofre de seguridad cerrado con la combinación de Santiago Mele, Haibrany Ruiz Díaz, Mario Risso y Nicolás Olivera. No es puntual ni casual el desdoble con juego de Álvaro Fernández y Leonai Souza, no es un engaño el juego de engaños de Nicolás Dibble.
Pero enfrente hay un rival, y a los 20 minutos se agotaron las existencias de Coramina en Colonia, porque en una misma jugada, y por cuatro acciones consecutivas, a los remedos del Viejo Casale casi les explota el bobo, verdes como un sapo, cuando la pelota dragoneaba con las redes, y Mele hacía de golero de Cacho Bochinche, tapando tiros, rebotes y carambolas varias.
Pero qué te voy a hablar del Viejo Casale, pregúntame a mí cómo quedé cuando Dibble lo dejó sentado de culo por dos veces a Nacho de Arruabarrena, y cuando la tocó de calidad, zurdita, ¡tuc-clank! Y no entra.
No, un cronista que sueña en Florida, trabaja y se realiza en Montevideo, y que no ha estado en Colonia más de 20 veces en su sexagenaria vida, no puede desparramar el teclado, haciendo puñitos, y gritando fuerte silenciosamente el gol de Dibble, que otra vez disparó los sueños, le hizo una moña al fracaso y la empujó al fondo de las redes para con el 2-0 poner distancia suficiente del quiero al no puedo, de las ganas al miedo. Golazo.
Después nada, o todo. La felicidad. Pero la felicidad desde el trabajo, desde los sueños, desde el pie, desde la idoneidad, concebida y conseguida entre malvones y esquinas, entre santarritas y suspiros, entre el pueblo y la metrópoli.
¡Qué alegría! La de ustedes, campeones, la de nosotros, los eternos peleadores de la tabla y del descenso, que sabemos que siempre alguna nos va a quedar.
Gracias, Plaza. Salú, campeón.
Detalles
Estadio: Parque Viera
Jueces: Gustavo Tejera, Andrés Nievas, Mathías Muniz
Wanderers (0): Ignacio de Arruabarrena, Hernán Petryk, Guzmán Pereyra, Gerónimo Bortagaray, Leonardo Pais (62´ Mathías Abero), César Araújo, Krisztián Vadócz, Kevin Rolón (62´ Nicolás Quagliata), Bruno Veglio (83´ Guillermo Wagner), Rodrigo Rivero (83´ Sergio Blanco), Hernán Rivero (69´ Renzo López). Entrenador: Daniel Carreño
Plaza (2): Santiago Mele, Mario Risso, Nicolás Olivera, Haibrany Ruiz Díaz, Yvo Calleros, Gonzalo Camargo, Leonai Souza (93´ Elías Umeres), Álvaro Fernández (93´ Cristian Rodríguez), Emilio Zeballos, Imanol Enríquez (83´ Leandro Suhr), Nicolás Dibble (83´ Ezequías Reddín). Entrenador: Eduardo Espinel
Expulsado: 67´ C. Araújo (W)
Goles: 37´ E. Zeballos (P), 76´ N. Dibble (P).