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Carlos Nicola, Darío Rodríguez, Diego Alonso, Gabriel Raimondi, Guillermo Souto y Guilherme Rodrigues, el 4 de enero, en la presentación del nuevo plantel técnico, en el estadio Centenario.

Foto: Alessandro Maradei

En los 15 años previos a Tabárez, la selección tuvo 12 directores técnicos

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Una Copa América y una clasificación al Mundial, en el que la celeste fue eliminada en la fase de grupos, fueron el saldo de aquellos años.

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Nos llama la atención: ha pasado a ser un hecho fuera de lo común que la selección uruguaya de fútbol cambie de director técnico. Por eso, más allá de la calificación o del juicio acerca del cese de Óscar Tabárez tras 15 años, ocho meses y 11 días, nos toma desacomodados y con expectativas la llegada de un nuevo entrenador, que es Diego Alonso. Lo que en otro tiempo era casi la desvirtuada lógica de buscar la conducción como fuere, pasando de un entrenador a otro, quedó en el olvido debido al desarrollo de un plan exitoso de integración y conducción de las selecciones nacionales.

Antes era lo más común que pasara un técnico tras otro, a tal punto que si tomamos como elemento de investigación los últimos 30 años de la selección uruguaya, se dividen en dos mitades: 15 años con Tabárez y los otros 15 con 12 entrenadores distintos.

Esto es Uruguay

Hace más de 15 años, antes de iniciar el largo camino de la Institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas, le pregunté al Maestro si no le parecía absolutamente irracional la exigencia de que quien se ponga una camiseta celeste y haya nacido en el mismo lugar que José Nasazzi y Obdulio Varela deba ganar, sin importar condiciones, infraestructura ni preparación.

En marzo de 2006, Óscar Washington Tabárez me contestó: “Eso es producto de un clima emocional que siempre nos invade cuando hablamos de deporte y, particularmente, de fútbol. Nos movemos muy emocionalmente. Atacamos los problemas en un momento cercano a la situación límite pero jamás hemos tenido una preocupación constante por ese problema, ni por resolverlos o encararlos definitivamente y con una idea de largo plazo”. Y agregó: “Es en eso donde modestamente aspiramos a que provoquemos un cambio”.

Cambio en la selección de Uruguay

Entre el primer ciclo de Tabárez con la celeste, entre 1988 y 1990, y el segundo, que este año fue interrumpido unilateralmente, habían pasado 16 años y 12 directores técnicos. Se sucedieron en ese cargo Luis Cubilla (1991-1993), Ildo Maneiro (1993), Roberto Fleitas (un partido en 1993), Héctor Núñez (1994-1996), Juan Ahuntchaín (1996-1997), Roque Máspoli (1997), Víctor Púa (1997, 1999, y 2001-2002), Daniel Pasarella (1999-2000), Jorge da Silva (un partido en 2002), Juan Ramón Carrasco (2003-2004), Jorge Fossati (2004–2005) y Gustavo Ferrín (dos partidos en 2003, y uno en 2006). En ese período la celeste logró el título de campeón sudamericano en 1995, en la Copa América que se organizó en nuestro país, y se clasificó al Mundial de 2002 en Corea del Sur y Japón, donde quedó prontamente eliminado. No consiguió la clasificación a los mundiales de 1994, 1998 ni 2006.

Como nunca antes

Fueron 187 partidos los que Tabárez dirigió en cancha a la selección (al mando de la selección y con contrato vigente fueron 192, ya que en tres estuvo suspendido y en otros dos no pudo viajar por razones de salud), y Uruguay consiguió clasificarse a la fase final de los tres mundiales comprendidos en este período (2010, 2014, 2018) con destacada participación, y ganó la Copa América de 2011 en Argentina.

Nunca un director técnico había estado tanto tiempo al frente de una selección uruguaya.

Nunca alguien había dirigido en el mundo tantos partidos a una misma selección.

Nunca habíamos llegado a tantos mundiales de todas las categorías consecutivamente.

Nunca habíamos sido finalistas de mundiales juveniles consecutivamente (México 2011 sub 17 y Turquía 2013 sub 20).

Nunca, en este siglo, habíamos sido campeones sudamericanos en juveniles (el último título era de 1981).

Nunca habíamos logrado una secuencia de participaciones mundialistas sin faltas como la que se dio en sub 20 y en mayores desde 2006 hasta la fecha (2007, 2009, 2011, 2013, 2015, 2017, 2019 en sub 20)

Nunca habíamos tenido en simultáneo a tres selecciones diferentes (la absoluta, la sub 20, y la sub 17) compitiendo en tres continentes distintos.

Nunca, en los últimos 50 años, la selección había traspasado los umbrales de lo futbolero y había logrado una comunión de tanta intensidad con el pueblo. Todo esto ha ocurrido con Óscar Washington Tabárez, muy bien secundado por Celso Otero, Mario Rebollo, José Herrera y tantos otros.

Nunca había podido pasar porque, de hecho, lo más largo como proceso de conducción pudo haber sido un período mundialista, y casi nunca se habían completado los cuatro años. El primero –y el único– que logró jugar todas las competiciones por cuatro años, fue Omar Bienvenido Borrás entre 1982 y 1986; después y antes de eso, como ya se ha visto, no hubo procesos integrales.

Yo elijo

Cientos de miles de nosotros hemos querido hacer la nómina de la selección. Yo, el primer desubicado en tiempos en que llegaba al mediodía del liceo y antes de almorzar agarraba el diario de atrás para adelante y veía que la selección no coincidía con mi impertinente lista, en la que la falta de formación y orientación específica era vilmente sustituida en mi mente por horas achatando el culo en una tribuna, estrangulando alambrados, corriendo por una sinuosa raya de cal entre yuyos y bosta de caballo. Con esos argumentos y atributos, aquel liceal y proyecto de sexta división se creía con derecho a discutirles a los seleccionadores quién debía estar y quién no en la selección, en el combinado.

Desde la primera formación de neofutbolistas que jugaban en Uruguay –Enrique Sardeson, Cecil Poole, Enrique Cardenal, Julio López, Fred Cutler, Mario Ortiz Garzón, Juan Sardeson, John Morton, William Leslie Poole, Alfred Lodge, Bolívar Céspedes–, en aquella que en la vieja cancha de Albion en el Paso Molino, hasta la nómina que en pocos días emita por primera vez Diego Alonso, siempre hubo y habrá discusión. De aquella que combinó jugadores de Albion con otros de Nacional, orientales y yonis, sin poder integrar a los trabajadores del Peñarol del Ferrocarril porque era un día hábil –16 de mayo de 1901, cuando enfrentamos a los argentinos–, a esta en que por primera vez en tres lustros otro entrenador deberá elegir, han pasado centenas de nominaciones, miles de discusiones, millones de cuestionamientos y casi mil citaciones, convocatorias.

Al principio, la selección no era más que un combinado de jugadores de distintos clubes, por ello la voz “combinado” para denominar al equipo representativo del país aún pervive. Se seleccionaban y combinaban para jugar un partido o un campeonato. Estaban acá en Uruguay, básicamente en Montevideo, y se juntaban para jugar el partido, para viajar a jugar en Argentina o en Brasil, o para aprontarse para un campeonato.

Por décadas, en las que se sucedieron centenas de partidos, decenas de torneos, fue así. Con director técnico o sin él –durante muchos años las nominaciones eran potestad de una junta o comisión de selección–, alguien elegía a quienes consideraba los mejores de ese momento, o los que entendía que podían afrontar con mayor capacidad o experiencia la instancia, una juntadita, o una preparación de una semana y a la cancha. Estaban acá, jugaban en nuestras canchas, se conocían y eran conocidos.

Los de acá y los de allá

Por 70 años fue así. Nuestros mejores estaban casi todos aquí, y otros de los mejores, pocos, poquitos que se habían ido a jugar a Europa o Argentina, no eran considerados para ponerse la celeste.

De 1970 para adelante empezó a cambiar progresivamente la cosa y ya nuestros mejores empezaron a estar casi todos fuera del Campeonato Uruguayo, y los poquitos que quedaban o aparecían encantando al escenario pronto conocían lo que era hacer la valija y marchar rumbo al aeropuerto de Carrasco.

En 1972 el Pulpa Washington Etchamendi decidió probar trayendo a algunos futbolistas que no estaban en Uruguay para jugar la Minicopa en Brasil: Alberto Carrasco, arquero de Newell’s, y Ricardo Pavoni, lateral de Independiente, fueron los primeros en venir a jugar desde el exterior.

Roberto Porta lo multiplicó para el Mundial de 1974, en una nefasta experiencia de “mejores” que jugaban por ahí y no conseguían juego de conjunto. Tras esa pésima experiencia en el Mundial de Alemania pasó casi una década para que vistieran la celeste jugadores que no participaban en nuestros torneos, y en realidad se trató básicamente de jugadores que jugando en la selección habían emigrado, en el mismo proceso que se disputaba y se obtenía la Copa América de 1983, dirigidos por Borrás.

Cierta reserva

El concepto de que en la selección juegan los mejores, o de que “hay que aprovechar el momento de tal”, siguió primando en el mundo del fútbol uruguayo, con la única excepción del primer ciclo de Tabárez y los años de Héctor Pichón Núñez, ocasiones ambas en las que había una suerte de núcleo básico por decantación de calidad y experiencias, al que se sumaban incidentalmente algunos nuevos valores.

El remate del siglo XX y la primera década del XXI nos agarró sin advertir que la gran estructura del fútbol había cambiado; geopolítica y globalidad parecían ser conceptos que no llegaban a los escritorios de los vestuarios y, por convicción o intereses comerciales de terceros o hasta por la conjunción de esos acontecimientos y otras variables, nuestros directores técnicos, cual mánager de Play Station, elegían a golpe de balde, de hattricks lejanos o atajadas que llegaban en álbumes de recortes recientes, a esos “mejores” que cuando se juntaban en la cancha no podían combinar ni repetir sus destrezas, ni individual ni colectivamente, desconociendo tácticas, estrategias, experiencias, frustraciones y aciertos como colectivo, como grupo.

Seguro así fue con Daniel Passarella. Víctor Púa recibió un grupo más o menos fijo. Juan Ramón Carrasco armaba dinámicamente su plantel, con muchísimas situaciones que carecían de continuidad sistemática de trabajo. Jorge Fossati también trabajaba sobre un gran grupo de potenciales seleccionables. También es cierto que en una década con prevalencia absoluta de Francisco Casal como agente y representante de los mejores futbolistas uruguayos, había en esas nóminas muchísimos futbolistas de los registrados en libros contables del contratista.

Lo mismo sigue pasando por estos días, en que hay una selección que se hace en Twitter o Instagram con los más proficuos goleadores de otras tierras, pero no necesariamente ni esos goles, ni sus grandes defensas pueden repetirse después de un viaje transoceánico cuando contactan con otros pares con los que no juegan o no han jugado.

Veremos sobre qué base de estructura y de criterios de elegibilidad trabaja en los próximos días Diego Alonso, pero por la coyuntura de la competición inmediata, sin posibilidades de entrenamientos, y la incertidumbre de la situación sanitaria por la covid-19, es dable pensar que sus primeras listas repetirán muchísimos de los jugadores que se han integrado a la celeste en un largo proceso de formación, observación y experimentación. Y, claro está, con la casi segura inserción de una serie de futbolistas que, por la razón que fuere, no habían sido tenidos en cuenta hasta ahora.

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