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Estadio Centenario, el 21 de noviembre.

Foto: Camilo dos Santos

La celeste y el Centenario

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Como una procesión, el público y la selección se encuentran en su templo.

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Las personas solemos tener lugares que nos conmueven, que nos llevan a la juventud eterna, que nos dan el calorcito de la vida, que nos permiten encontrar un lugar en donde guarecernos cuando no hay calor ni nos ilumina el sol de la vida. Todos lo tenemos. Es un lugar físico, es un sabor, un olor, o una sutil combinación de todas ellas y más.

El mío, sin dudas, es una cancha de fútbol, que es un poco una entelequia pero que conecta directamente con el Centenario haciendo esquina con el Campeones Olímpicos.

El Centenario combinado con la celeste es un sueño siempre cumplido, es una historia épica, es un rosario de frustraciones, es la gloria cada tarde, cada noche.

El perfume del césped es un narcótico de los sueños, pero también lo es la rugosidad del cemento de la Olímpica, la grasa de los chori de la Ámsterdam, los cafeteros de la Colombes.

Viví la gloria de llegar una vez más al estadio, de las risotadas con los amigos, de los encuentros de los años felices, me sentí en esos niños de la mano con las camisetas celestes que nosotros no teníamos, me tomé el Delorean a otras épocas aquella vez que en la Olímpica otros niños confundieron a mi padre con Pedro Virgilio Rocha, fui el muchacho de la Colombes lejos de casa pero cerca de la celeste, me sentí en la Ámsterdam saltando a lo porteño y agitando el “se va a acabar/, se va a acabar/ la dictadura militar”.

A riesgo de perder un buen apoyo para soltar estos apuntes, saboreé el tiempo entreverándome en esa masa de espíritu celeste, retardé mis pasos para quedarme con esa sensación tan placentera de ser el Uruguay, como les escribió Lorenzo Batlle Pacheco a los que nos iniciaron para siempre en el camino de la gloria el 9 de junio de 1924 en Colombes, y capté con la cámara de mis ojos el calor de mi pueblo, que no tiene diferencias cuando está en el Centenario con la celeste y sólo tiene sueños.

La forja de la selección de Tabárez permitió el resurgimiento y el renacer del pueblo con la selección. Nuestros futbolistas lo hicieron posible, y nosotros, parroquianos del mostrador de las alegrías incompletas pero celestes, de las frustraciones lacerantes, completamos el álbum de las ilusiones, de las alegrías y de las frustraciones, cada tarde, cada noche.

Ellos, los jugadores de la historia reciente de la celeste, lo han hecho.

Marcelo Bielsa estira el puente de la esperanza, y nosotros, los pobladores del cemento, los feligreses del templo único de la celeste, nos apretamos y revivimos, cada tarde, cada noche que la santísima trinidad de la celeste, la gente y el Centenario atraviesa los tiempos y las emociones.

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