Una vecina se acerca despotricando una mañana cualquiera de otoño. Que le cortaron la luz, dice, que dejó la llave adentro, que llamemos al propietario. Hay algo de incredulidad, algo de inocencia y algo de soledad en aquello. El edificio está casi vacío, recién terminado y todavía sufre esos rollos con la luz. La señora vive en planta baja y pretende saltar la reja. Que la ayudemos, que somos grandotes, dice. Hay algo de ansiedad, algo de riesgo, algo de valentía en aquello. Nosotros esperamos por Fabricio Díaz, le explicamos, a la vez que tratamos de ayudar a que no se trepe. La vecina toca un timbre y atiende el mismo Fabricio, como si la señora supiera, el pibe que esperamos, que la rompe en Liverpool, que espera ansioso el Mundial juvenil y que juega contra Corinthians por la Copa Libertadores; un día histórico para su club, que jugará por primera vez la fase de grupos del romántico evento. La veterana habla al parlante del portero eléctrico y relata algo similar: que fue a hacer un mandado, que dejó la llave adentro, que no tiene cómo entrar y que quiere saltar la reja. Fabricio avisa que ya baja para abrirle a la diaria, pero a eso ella hace caso omiso.
Fabricio se mudó hace tres semanas. Hasta ese momento no se había movido de la casa de la infancia, a cuadras de su cuadro de siempre, La Paz Wanderers. “El club estaba a dos cuadras de casa y papá fue uno de los fundadores, pasaba todo el día jugando con mis amigos en el barrio, además todos jugaban en el club y los padres y las madres son muy amigos entre ellos. Todo el barrio, toda la cuadra, todos los vecinos tienen algún vínculo con el club. Hoy en día son los primeros hinchas que tengo. Cada vez que puedo voy, miro cualquier partido de cualquier categoría. Los pibes son divinos, te piden una foto o una firma, y me hacen acordar a mí, me hubiese encantado tener un jugador que admire que haya salido de La Paz Wanderers”.
Fabricio fue cambiando el talle entre su casa y la cancha. Jugaban al fútbol con los gurises todo el tiempo. Hasta cuando no había partido, porque no había fixture o porque llovía, ellos siempre estaban jugando. Ese campeonato sin puntos, esa otra inspiración que es la esencia. El mismo romanticismo del barrio es el que te hace soñar con la Copa Libertadores. Todo un romancero el barrio. Quizás esto signifique algo parecido a lo que un rockero se tatuó en el pecho: “Los nuevos románticos”. Fabricio Díaz es de los nuevos románticos, que juegan como lo pide la época, pero que conserva aquella pureza del balasto, esa visión nocturna de la pelota entre los focos de la cuadra, el ruido del muro cuando rebota, el llamado de la vieja, ese último gol que vale todo, pero a la vez no vale nada.
“A veces lo pensás y a veces no te das cuenta, porque pasa todo muy rápido. Cuando querés ver ya estás ahí, por entrar. Claro que me juega un poco la ansiedad de dar un paso al exterior, porque cambian muchas cosas y cambia también lo económico. Mi familia siempre fue una familia laburante, mi padre hasta el día de hoy tiene dos trabajos, mi madre también. Lo mejor que me puede pasar es poder ayudar a mi familia. Sé que tengo que pensar a la vez en el hoy porque si bajo mi rendimiento, todo cambia de nuevo. Espero que llegue el momento y dar ese pasito. Mi madre siempre me está apoyando, y con mi padre siempre hablo este tipo de cosas. Soñé con esto y estoy enfocado en cumplirlo. En su momento habrá que sentarse a ver qué es lo mejor”.
Bien jugado
Liverpool se abrió como una ciudad nueva para Fabricio, el pibe de La Paz. Aquello de la pertenencia con el barrio y con los colores se parecía en esencia, casi como el juego innato que no sabe de táctica ni estrategia, más que la pura intuición o el vínculo constante con el juguete. Debutó en primera división muy joven, un día que le hizo un gol a Nacional, acalambrado, para gritar campeón; carga la cinta de capitán con hidalguía y cumplió cien partidos como quien cumple la mayoría de edad. “Cuando empecé en Liverpool éramos seis que veníamos de La Paz en la camioneta del padre de uno de ellos. Fui haciendo muchas amistades en Liverpool, íbamos al complejo de camino Tomkinson. De esos seis quedamos tres, pero la camioneta siguió viniendo, después aprendimos a venir en bondi, nos bajábamos en Belvedere y esperábamos el bus que nos llevaba a la práctica. Jugué en séptima y sexta, estuve dos meses en sub 16, subí a tercera y al otro año vino el debut”. Es un tobogán la suerte, un dado el talento, y una pintura la lengua atada contra los dientes buscando el pase final. La selección fue un llamado de las nubes condensadas por sueños infantiles; ahí también la rompió. Fabricio Díaz espera con ansias el Mundial sub 20, que aún busca paradero aunque todo parece indicar que se jugará en la orilla más cercana.
“Hay lindo grupo y tenemos con qué. A veces es darse manija y chau. Estoy en doble competencia con Liverpool, estamos muy activos, cuando te querés acordar, faltan unos días para el Mundial. La confianza del Sudamericano nos quedó. Nos sentimos bien y conformes, y eso te da un impulso para esperar el Mundial. Con Brasil, si bien perdimos la final, no nos sentimos menos. No nos sentimos menos que nadie, pero tampoco más. Todo está en la confianza que se ha generado, la que se va a generar en los entrenamientos y obvio cuando estemos allá. Ya hemos hecho entre nosotros, los jugadores, charlas para saber cómo estamos, cómo nos sentimos, para ver la importancia de lo que jugamos, saber que hay cosas que se viven una vez sola. A veces en las concentraciones alguno es más tímido, o se queda en su habitación, se arma un grupo de truco o un grupo de Play, lo que intentamos hacer es integrar, unirnos desde ese lugar también”.
Otra cancha
Liverpool juega contra Corinthians por la fase de grupos de la Copa Libertadores de América por primera vez en su historia, y es otra de las primeras veces de las cosas que le toca vivir a Fabricio en los últimos tiempos. El barrio Belvedere se muda al mítico estadio Centenario, que se ve desde la ventana del nuevo edificio donde vive el muchacho de La Paz. “Ahí”, dice, y señala el horizonte. Aparece entre el monte de cemento y los pulmones del parque, la Torre de los Homenajes, y una de las paredes, como un cuerpo descubierto. “Cuando entro a la cancha me termino de motivar, a veces me cruzo con jugadores que veía por la tele y ahora están ahí, conviviendo”.
“El Campeonato Uruguayo es difícil, pero no imposible. Tenemos virtudes, debutan jugadores que vienen trabajando desde las inferiores de la misma manera que en primera. Obviamente te cuestan los nervios, adaptarte, pero después el sistema ya lo venís trabajando. A veces lo que te pasa en juveniles es que entrenás en La República, que la cancha está divina, y después te toca en canchas que no están de la misma forma. Pero es una virtud que los jugadores suban, debuten y rindan”.
Liverpool perdió con Cerro Largo en la última fecha del Campeonato Uruguayo y buscará reponerse en la pelea del lunes frente a Plaza Colonia. En medio de las cosas, Corinthians y una parada a la vez jodida y exquisita. Las cosas vienen saliendo bien, en el horizonte hay un arcoíris para hacerle goles, aunque siempre las derrotas pesen y alrededor los microfracasos olvidados pululen: “El entorno familiar es fundamental. La frustración, el enojo o la decepción de no poder debutar en primera o que no se den las cosas como se sueñan, es brava. Conozco compañeros que se fueron para las drogas, por ejemplo, cosas que veo desde que soy chico. Más allá de que hoy en día dentro del fútbol hay apoyo psicológico, la familia es fundamental. El fútbol puede darte una oportunidad, hacés un torneo bueno, pasas a otro equipo y ya entrás en esa lógica, pero puede pasar que no”. Fabricio entiende que en este partido con Corinthians empieza algo nuevo también para el club, para la historia del club, no es solamente un partido por Copa ni contra Corinthians. “Se genera mucha ansiedad, la gente está como loca y nosotros también, pero hay que estar tranquilo, después que estás en la cancha se te va todo lo que vivís antes”.
La veterana no se sorprende cuando Fabricio al fin abre la puerta del edificio. No le dice nada de fútbol ni del campeonato. Pero insiste con que dejó la llave adentro y que necesita entrar. Hay algo de ansiedad en ella, que nosotros no supimos desviar con las respuestas. Cuando el pibe baja, no duda un segundo en sacarse las chancletas y trepar la reja que quería trepar la señora. A pura polenta sube la reja y queda en el patiecito. Intenta subir la persiana pero termina por agacharse para entrar mientras la vecina le da indicaciones de dónde pueda estar la llave. En minutos el jugador resuelve y la señora vuelve a su rincón deseado. No le dice nada de fútbol ni del campeonato, no sabe quizás, o no le importa, que el vecino que la ayuda es de los máximos exponentes del fútbol criollo.