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Luciano Rodríguez y Franco González ayer, en el estadio Diego Armando Maradona en La Plata.

Foto: Juan Ignacio Roncoroni, EFE

Desde Jaime Roos hasta la final del Mundial, Uruguay vivió una fiesta que terminó con la copa del mundo en alto

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Cuando terminó la semifinal, la pregunta fue esta: ¿te das cuenta de que Jaime toca el día antes de una final del mundo? ¿Llegás a dimensionarlo?

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Leído por Andrés Alba.
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Una sombra junto al mediotanque del Luna Park. El reloj ronda las 21.30. La previa de la final del mundo sub 20 empezó con el toque de Jaime Roos en Buenos Aires. Miles cantando. El primer tema fue “Los futuros murguistas”, acaso un presagio, tal vez una declaración. Se revolean camisetas celestes, se aprietan las banderas, la esperanza escondida en el zurdo. Un simple ritual.

Si 40.000 uruguayos salieron del país para ver una final juvenil, es un montón. Es la historia, también, esa rabia futbolera que se desquita en la cancha cuando la mano viene jodida. Uruguay había sufrido la derrota en el Sudamericano, bailó la tristeza, digamos, pero esa desazón dolorosa fue el primer paso para buscar el título más grande. Porque sí: somos los que aprendimos que el camino es la recompensa, los que soñaron en celeste, los gurises herederos de la tradición, que iluminados por el pasado desafían el futuro. La copa está preciosa y en la vitrina.

Una vez Fabricio Díaz, capitán y emblema de esta selección, dijo a la diaria que hay que “saber que hay cosas que se viven una vez sola”. Ese espíritu fue el de la final. No todos los días Uruguay sale a jugar una, y mucho menos con la actitud que salió el 11 de junio de 2023, una fecha que quedará para siempre. La supremacía de la selección uruguaya fue absolutamente total en los espacios, en los rebotes, en la segunda pelota, en la intensidad, en el juego con o sin pelota, en los tiros al arco, en la chance. Hacía muchísimo tiempo que no se veía a Uruguay jugar un partido así.

Pero, claro, no deja de ser Uruguay, y aun jugando un partido donde fue mejor que su rival, no pudo ganar con tranquilidad. El primer tiempo fue excelente, pero el resultado siguió 0-0. Para la segunda parte, donde se temió que Uruguay no pudiera seguir ejerciendo esa supremacía por el evidente desgaste físico, nada de eso pasó: todo siguió igual, la celeste machacando al rival, pero nerviosa, tal vez sabiéndose tan superior, y eso le ahogaba las decisiones del último pase o las definiciones.

Hemos nacido para sufrir futbolísticamente, pero a la vez es el deporte que nos pone cara a cara con los mejores del mundo. Ahora, en sub 20, Uruguay es el mejor del mundo, y lo demostró con altura.

Decía Jaime Roos en el Luna Park, con voz profunda como siempre: “Entiéndanme, estamos nerviosos porque mañana jugamos una final del mundo”. El estadio explotó. Acá están, estos son los futuros murguistas.

Fermín Méndez, desde La Plata.

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