La inicial angustia de la hoja en blanco, del Word invicto en su blanco sin la más mínima salpicadura de un par de caracteres en Arial 12, encuentra su achique en un montón de ideas desordenadas de emociones fuertes contadas a medias o nunca dichas, porque el ritmo que marca el metrónomo no lo permite, porque no cuadra, porque no sé si está bien.
¿Cuándo entonces? Ayer cuando ante la Olivetti se apilaban las últimas cuatro cuartillas de papel con 15 renglones pautados para 60 caracteres más espacios en cada uno de ellos, u hoy en esta virtual hoja de Word que me avisará cuando llegue a las 500 palabras para que en un rato huela a papel de diaria con una forma, una lectura y una interpretación, y unos días después arda a Farenheit 451 (233 grados Celsius).
En este mes de julio se juntan aniversarios de conquistas, celebraciones de lugares, se definen campeonatos, se habla de pases y nos conmocionamos o apenas les damos bolilla según la ocasión, la circunstancia, el lugar, el nombre. Nadie recuerda con la emoción de aquellos días el primer Sudamericano obtenido en Argentina el 17 de julio de 1916, porque no hay nadie que estuviese ese día para recordarlo; ya cada vez es más difuso el recuerdo de quienes vivimos la épica del título en Buenos Aires el 12 de julio de 1987, o el último hasta ahora de los disputados en Uruguay, donde la celeste mantuvo su histórica racha triunfal e imbatible, jugando en tierra oriental el 23 de julio de 1995. Sabemos que cada 18 de julio el Centenario jura un año más de gloria y sueños entre el cemento y un campo rectangular, pero no nos queda a mano el recuerdo de la primera Copa del Mundo en ese mismo estadio, apenas 12 días después de su inauguración, el 30 de julio de 1930.
Por supuesto que sabemos que cada 16 de julio comulgamos con parte de nuestro legado épico, y sabemos y perpetuamos Maracaná: “No te quedes en Maracaná, pero prendételo como un escarapela y recordalo cada 16 de julio”.
Cientos de miles de nosotros tenemos muy presente aún la enorme emoción del 24 de julio de 2011 cuando en el Monumental de Buenos Aires Luis Suárez, Cavani y compañía tomaron la copa para los uruguayos como la primera vez.
Algo más que goles
Recuerdos, títulos, estadios, campeonatos y nueves que hace unos minutos, cuando esta hoja era la nada, aún se corporizaron en pasado y presente de Fernando Morena.
El Nando está jodido, y duele. Fernando Morena está enfermo desde hace unos años y nos hemos privado de su inteligencia e idoneidad. Duele. Pero más duele no haber llenado hojas, cuartillas y pantallas de Word en la plenitud de su reconocimiento por lo que fue capaz de hacer en una cancha decenas, cientos, miles de veces.
Morena debe tener en julio decenas de fechas que marcaron su carrera y construyeron su figura de ídolo popular cuando la popularidad era algo que se amasaba apenas en recortes de papel de diario, ondas de radio y minutos de cintas de televisión, y no había redes sociales ni Twitch ni Tiktok ni Twitter, ni Instagram para ganar seguidores.
Morena fue dos veces campeón con Uruguay, una como jugador y la otra como entrenador alterno. En la primera no pudo estar en la cancha para alzar la copa porque unos partidos atrás lo habían quebrado, en el estadio Centenario ante Venezuela. En la segunda, sí, en el Centenario aquel 23 de julio de 1995 se paseó de traje y corbata con la copa por todos lados. Fue justamente en ese año que lo conocí de cerca, en la diaria, en el trabajo, en el día a día, y confirmé que estaba ante un individuo tan espectacular como en el área. Carismático y simple, idóneo y trabajador, cálido y seguro, Morena fue un gran entrenador y, sobre todo, un mejor compañero en aquel año largo que estuvo codirigiendo a la celeste.
Estos días escribiendo de aquellos recuerdos de títulos y más títulos que nos ha legado el fútbol uruguayo, de ídolos como Luis Suárez, cuya vigencia no se mide en goles ni en likes, he pensado que estamos en falta con el Nando, los de Peñarol, los de River Plate, los de Nacional, y hasta los de Mar de Fondo, todos.
Esta vez no me dio angustia la hoja en blanco, ni me asustó la luminosidad del Word. Me angustió no hacer lo suficiente por iluminar y hacer trascender desde los recuerdos y las vivencias la vida de un grande.
Vamo arriba, Nando.