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Foto: Rodrigo Viera Amaral

Otra que tango: semblanzas del clásico del fútbol uruguayo

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Jugado en el Gran Parque Central, barrio La Blanqueada de Montevideo. Nacional derrotó a Peñarol con gol de Federico Santander. Washington Aguerre fue figura en un manya deslucido.

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Desde el barrio La Unión, igual que desde La Comercial, se escucha la sinfonía de un partido así. Uruguay puesto a disposición del living. En todos los bares los cuellos torcidos. En La Comercial, la sinfonía del Gran Parque Central baja por Martín García, por Coquimbo, se escucha hasta la calle Democracia. En La Unión, la música de un partido clásico llega por los techos como ñeris de noche, buscando el despiste de la cuerda. La sinfonía del clásico empieza temprano, con las sirenas vendiendo humo, los helicópteros que se alejan y vuelven, sólo sobre los barrios pobres, los estruendos de las bombas y las canciones que empiezan a llegar como borrachas.

Se puede adivinar el partido con el canto o con el silencio, como en un poema. Si el rival hace un cambio, lloverán silbatinas, igual que si alguno babosea de más. Hasta se puede saber el rendimiento del árbitro o incluso de algún jugador. Al primero lo putean -aunque lo putean siempre, a veces lo putean más- y al otro le corean su nombre. Igual aquello de adivinar no es siquiera para el más contemplativo. El clásico se juega en todos los sillones, los más desvencijados, los lustrosos. En todas las radios de todos los taxis. En el medio del campo, en la ciudad.

Así se juegan los clásicos

Así se juegan los clásicos, digo yo, que apenas lo escribo. Y los jugadores lo saben más que nadie. Nacional no necesitaba otra derrota del corazón. Aunque puede perder el campeonato, pero los campeonatos son fútbol y los clásicos son corazón. Y a Peñarol una gaseosa de realidad, la peor, sí, pero la realidad, le rascó el vientre. Eso no significa que no siga adelante con laureles en la Libertadores, pero tuvo que darse contra el bolso para saber que el fútbol es así, pero también es así. Quizás la derrota lo conmine del todo a la gloria continental, como más de medio pueblo espera, el pueblo manya, y el hincha del fútbol uruguayo.

En Nacional, la magia de un Recoba más, en Peñarol, la estirpe de la fiera. En Nacional Polenta y en Peñarol Ramírez. En Nacional Nico López, Coates, Mauricio, Victorino, Pipín y el Teco. En Peñarol todos los Maxi menos el novio de mi prima, y el primo Maxi, obvio. El esplendor de Nacional y Peñarol con sus figuras, el poderío de traerlos y el amor por los colores. Los ídolos de los pibes y las pibas, mañana corren en todos los recreos, de nuevo, no importa el resultado. Quien consiga el gol antes del timbre se llamará Federico Santander, quien ataje con el alma, se llamará Washington Aguerre.

Atajó hasta un mate que le tiraron, Aguerre. El colmo del uruguayo, tirar un mate a la cancha. Y de los caros el mate, no crean, hasta para eso te zarpa la emoción. Por un talle del guante no fue imbatible Aguerre, aunque la de Coates se fue de tema. Toda la película de Nacional corrió con Coates hacia el banderín, Juan Izquierdo, el Morro, la historia de la cantera de Los Céspedes, los hermanos Céspedes, que ni siquiera soñaron con un gol como el de hoy. Otra que tango “Volver” el gol de Coates.

Y ese muchacho, Sanabria, que hizo un golazo y lo anularon. Alcanzó a besar el escudo antes de que el línea levante la bandera.

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