Dos campeones uruguayos en la era profesional jugaron una semifinal en la vieja C, con el objetivo de volver al profesionalismo y jugar, al menos, en la Segunda División para la próxima temporada. Para la historia de los dos es poco, para el presente significa un montón.
La cantidad de público reflejó que en el irregular campo de juego del Obdulio Varela había dos cuadros históricos, aunque justo es decirlo: Bella Vista arrimó más gente al baile.
En el fútbol, como en la vida, siempre hay que luchar hasta el final. Al minuto 123, en el segundo tiempo del alargue, llegó el gol de Raúl Tarragona que definió la historia. El exdelantero papal atropelló por el segundo palo para empujar a la red un balón que quedó muerto en el área.
No lo festejó, pidió perdón. Pero las disculpas no fueron suficientes para los del Prado ni le importaron a los palermitanos que festejaron uno de esos tantos que quedarán en el recuerdo.
Con este resultado, Central Español, que venía de perder el ascenso por la tabla anual ante Artigas, se coronó campeón del Clausura. El próximo lunes jugará el encuentro decisivo ante Villa Española, campeón del Apertura. El que gana sube.
Los colores en el arcoíris
El primer tiempo tuvo sus emociones pero careció de definición, como esas televisiones viejas que ilusionaban con ver un buen programa que no se llegaba a divisar del todo. Ambos equipos se aproximaron al arco rival, pero no concretaron. Hubo balones largos y poco fútbol en la mitad de la cancha, por lo que los acercamientos al área fueron promesas constantes pero ninguna cumplida.
Central Español fue un poco más peligroso en el inicio, pero demoras eternas a la hora de patear para mandarla a la red o fallas en el pase final impidieron el grito sagrado. El experiente Tarragona fue el faro: hacia él fueron todos los envíos y desde su corpulencia salió lo más interesante de los palermitanos.
El papal se paró varios metros más arriba y el golero brasileño Rodolfo Alves hizo tiempo un par de veces. Pero aunque la sensación de dominio estuvo aliada al elenco del Prado, no logró traducirla en situaciones claras. El empuje de Maximiliano Caetano y la lucha de Jordan Mosquera empujaron, pero poco más.
El primer tiempo se fue sin goles, gris como el cielo que cubría al Obdulio Varela. Mientras los hinchas comentaban el primer tiempo, se vino el chaparrón que amenazaba. Duró poco. A los minutos salió el sol y con él se formó el arcoíris. Se esperaba un segundo tiempo de colores.
En el complemento el dominio de terreno de Bella Vista fue más marcado. Cuando ingresó el volante Juan Martín, se paró 4-2-3-1. El ex Torque e Independiente en Argentina se juntó muy bien con Caetano y Facundo de Cuadro, que se tiró a la derecha. Conexión entre los que saben con algún lujito incluido. Más allá de la tenencia, el papal siguió sin ser peligroso.
Central Español apeló a ir de contragolpe con las corridas de Tarragona y Keiner Pérez. Aunque las aproximaciones del palermitano eran bastante menos numerosas, en calidad parecían tener más aspiraciones de gol.
En el cierre hubo tres remates al arco de Bella Vista que fueron bien parados por Alves, que aprovechó a hacer tiempo y dejar correr los minutos para que la definición necesitara de un alargue.
Pelota quieta, divino tesoro
Cuando el letargo de los 90 minutos parecía inundar la tarde, un tiro de esquina despertó el primer grito de gol. Ernesto Aramburu ganó limpito en el centro del área y saludó la bandera para el delirio en la tribuna visitante.
Pero duró tres minutos la felicidad parcial. Bella Vista pagó con la misma moneda, esta vez el centro fue pasado, Alves salió mal y Andrés Pérez, mordido, lo igualó.
Los festejos en ambas tribunas mantuvieron a la gente parada, la emoción reinante y los espectadores corriendo atrás del tejido, como queriendo trasladar la energía que faltaba en la cancha producto del desgaste. Los calambres invadieron la tarde. Los minutos pasaban, sentarse era un pecado.
En el medio la ligó el línea Luis Lassaga, que anuló el segundo gol de Bella Vista por fina posición adelantada. Los papales lo gritaron, algunos tardaron en darse cuenta de que estaba invalidado. Cuando entendieron la situación, fueron todos a protestar atrás del convencido asistente. En épocas acostumbradas al VAR, es difícil dar veredictos sin tecnología.
Pero al final, siempre queda algo guardado para el final. Y ahí apareció Tarragona para cumplir la inexorable ley del ex y gritar: “¡Dale, campeón!”.