Nunca nadie con una camiseta aurinegra bajo el mentón hizo más goles que Fernando Morena. El eterno Fernando Morena, a quien lo habita la enfermedad del olvido... qué paradoja. El máximo goleador de la historia de los carboneros hizo gritar a su gente 350 veces. Nadie en realidad en la historia de nuestro país ha hecho tantos con una camiseta, pero a los manyas sólo les importa la propia.
Lo cierto es que en el clásico la hinchada una vez más coreó su nombre y sacudió los trapos con su cara. La cara de Fernando Morena, que volvió a Peñarol en 1981 por una colecta que organizaron los hinchas para comprarle el pase al Valencia. La caravana desde el aeropuerto al Palacio Peñarol quedó como una estela en la memoria del pueblo. Fue campeón de la Copa Libertadores de América y Campeón Intercontinental de Clubes en 1982. Además, se anota siete laureles de Campeón Uruguayo, 1973, 1974, 1975, 1978, 1979,1981 y el glorioso 1982. Jugó 49 clásicos y anotó 27 veces. Dice la leyenda que cada clásico en el que hacía un gol Morena, Peñarol se aseguraba no perder. Así de supersticioso, así de mágico, así de manya.
En la fila donde los jugadores se saludan, este viernes hubo un amague de Washington Aguerre, que le esquivó el saludo a Ruben Bentancourt, el exdelantero aurinegro. Aguerre y sus manías de hincha hicieron entrar a Bentancourt y el partido aún no había empezado. Entre el humo y el árbitro, que apaciguó la cosa, el partido empezó como si ya se estuviera jugando de antemano. Entre la chicana de Aguerre al delantero y el recuerdo de Morena como un aparecido de gloria, tejieron la trama del partido dos cuadros históricos.
Así estaba presentada la escena: con un Cangrejo Javier Cabrera queriendo anotarse en la historia. Le robó dos pelotas a su propio compañero por estar por encima de la velocidad común y corriente. La primera terminó en un despeje sudoroso. La segunda en la emoción de Leo Sequeira, que tuvo su primer estímulo. Diez minutos más tarde, Luis Mejía contó por qué lo esperaban, es que en sus guantes están los barrios más bolsos del país. Se quedó con la excelsa técnica de Maxi Silvera, que ensayó una bolea. Aguerre avisó a los minutos que su pierna no estaba bien, pero su alma estaba entera; fue después de una chilena de Gonzalo Carneiro. Después ligó en la mejor jugada del partido, también con la participación de Carneiro, que devolvió una pared al exquisito Mauricio Pereyra, que terminó por estrellarla contra el palo.
En los manyas, Lucas Hernández fue el jugador con más clásicos encima: jugó 11 y estarán en su historia para siempre. Salió sustituido en el segundo tiempo. Del lado tricolor, Diego Polenta es el que más veces contó partidos así; jugó unos 13. Hernández se lo explicó a Mateo Antoni en un córner colgado. Polenta supo retar a su compañero, Franco Romero, que había ingresado por el lesionado Juan Izquierdo: Romero se tomó un trago de una botella que tiraron de la tribuna. Romero entró como si hubiera jugado más clásicos que cualquiera. Antes del final de los primeros 45’, llegó un centro medido de Cabrera que, silencioso, fue de los mejores. Sequeira cabeceó a un metro de la gloria y Luis Mejía, el panameño, con una acrobacia, se quedó con el intento.
El segundo tiempo trajo un caño de Eduardo Darias de salida, que provocó el enojo de Franciso Ginella. Una cosa muy esencial. Más tarde tiró otro. El partido se desdibujó y Aguirre buscó en el banco con el brasileño Matheus Babi, que vivió un sueño que nunca había soñado.
Minutos después Álvaro Recoba hizo lo suyo entre los relevos. Puso a su hijo y vivieron algo inexplicable. Fueron varios los que vivieron algo inédito. Pero las redes apenas las movió el viento. El partido tuvo de todo menos el festejo que trae consigo la desazón del contrario. Se resolvió en tablas. Se repartieron porotos. Quedó empardado. La bandera de las 40 semanas estuvo siempre. También estuvo la del Barradas. Amuletos que se doblan semana a semana y se guardan, vaya a saber en qué cubil energético del estadio, en la casa de alguno o en el corazón de Fernando Morena.