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Una miniserie sobre Allen Iverson y la vez que lo vi jugar en el Paso Molino

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Retrato del célebre basquetbolista que cambió el deporte y la cultura alrededor del mundo.

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Puede haber sido cualquier sábado de la primavera de 2001 en la plaza de deportes 2 de Paso Molino, sobre la cancha abierta de básquetbol ubicada a la altura del viaducto. En el aro donde reventaba el sol, el más bajo de los dos, cerca del gimnasio, lejos del bebedero, justo en la línea del triple del lado de Agraciada.

Llevaba puestas las bermudas largas y negras, de seda brillosa, y la camiseta de visitante con el logo de los Sixers de Filadelfia de aquella época –algo anticuada pero original– y el número 3 adherido a la tela.

Los championes eran unos Reebok del modelo Answer IV: por lejos, el más lindo de todos, en sus tonalidades grises. Estos tenían la suela bastante gastada y los bordes descosidos de tanto usarlos sobre el hormigón de esa y otras canchas periféricas de Montevideo.

Sabíamos que casi no hablaba y que podía dominar el crossover que se había aburrido de practicar en su casa frente a un espejo. A veces cobraba faltas inexistentes, y cuando algún otro jugador decidía bajarle una mano, rara vez se quejaba. Caía solo con su propia pelota casi de nochecita, caminando por el parque desde el lado del club Stockolmo, y se volvía solo sin saludar.

Jugaba bien, especialmente el 3x3, y casi que no la pasaba, lo que aumentaba el malhumor de aquellos que no tenían ganas de darle una chance. Como siempre, no faltaban el Chino, el Cangrejo, el Mágico, el Palito, el Copado y el Bola, entre muchos otros que habían hecho de esos partidos una misa de los fines de semana.

Una vez, el Iverson quiso definir un partido –siempre quería definir los partidos–. El que lo marcaba puede haber sido el Fonseca o el hermano del Chino. El Iverson lo hizo salir hasta el triple y, cuando tuvo la marca encima, amagó a tirarle una bomba a larga distancia y se le fue por un costado. Cuando el hermano del Chino llegó a tiempo para cerrarle la línea de fondo, le jugó un doble crossover y lo dejó sentado en el suelo. Siguió con los pasos rápidos de una bandeja y fueron dos los que le hicieron foul, pero nadie quiso cobrarlo.

Al hermano del Chino, que no lo conocía tanto, lo dejó loco de enojo la doble finta y empezó a agitar el ambiente, gritando en el aire una amenaza que se le hacía justa por la falta de respeto que acababa de recibir. El Iverson agarró la pelota y se volvió a meter en bandeja, y fue ahí que se ligó una piña de alguien. Lo intentó una tercera vez, y otras, con amagues incluidos, y terminó en el piso. Se volvió para su casa sin decir una sola palabra y volvió al otro día por la revancha.

Otra vez lo vi en la cancha del Castelar en Diego Lamas y Capitán Videla. El Maxi todavía no se había rapado y podía lucir sus trenzas de hip hop, a tono con las ropas grandes y los trucos de básquetbol callejero. Estaba tan inmerso en esa magia que terminó por anotarse en un curso de corte y confección. Compró una máquina y se puso a hacer bermudas grandes, buzos grandes, camperas grandes que le quedaban bárbaras. Creo que todos, alguna vez, los que merodeamos algunos de esos aros terminamos por comprarle esa ropa, que además podías encargar a medida, eligiendo tus colores preferidos.

Hijo de una madre soltera y estrella de la NBA

“Yo sé quién es y de dónde viene”, dice, quebrada de emoción, Tawana Turner, la pareja del basquetbolista estadounidense, cerca del final de la miniserie documental de tres capítulos Allen Iv3rson, actualmente disponible en Amazon Prime.

Para los amantes de la NBA, quizás no necesite presentación: tatuajes, ropa gigante, vincha, cadenas, protecciones innecesarias, ropa de calle –¿por qué no?– para llegar a los partidos sin perder una pizca de autenticidad, en vez de los viejos trajes de saco y corbata que se habían vuelto protocolo y uniforme para todos los jugadores de la liga comandada por David Stern.

Allen Iv3rson no es ni por asomo el primer retrato del célebre deportista elegido en el número 1 del draft de la NBA de 1996, pero sin dudas se trata del más íntimo de todos. Cuenta con testimonios de su familia, amigos más cercanos, colegas como Shaquille O’Neal y el de sus técnicos de escuela secundaria, entre otros.

En un punto, la narración de esta superestrella retirada que modificó con sus gestos la cultura del deporte, la cultura de la música y la moda no es diferente a la de otros deportistas de origen humilde, como Diego Armando Maradona, Mike Tyson, Serena y Venus Williams: entornos violentos, pobreza, drogas, padres ausentes, familiares presos, alcoholismo, discriminación y el deporte como único escape.

El documental tiene la virtud de detenerse buenos minutos en Newport News, su ciudad natal en el estado de Virginia, que actualmente lleva una calle con su nombre. “Era duro vivir ahí, pero, como en cualquier parte, había buenas personas y malas personas. Mi corazón siempre va a estar acá”, dice AI, el jugador de la gente que no olvida de dónde viene, rodeado de sus amigos y admiradores.

La otra gran protagonista del film es su madre, Ann Iverson, que tuvo a su hijo a los 15 años, lo crio como madre soltera y lo acompañó literalmente en su carrera en la NBA, asistiendo a casi todos sus partidos. Aquí habla AI desde el presente, con la perspectiva a favor que el tiempo le ha dado después de su retiro, y a través de valioso material de archivo: viejas entrevistas lo muestran corrigiendo sus declaraciones y hasta tramando algo del misterio que le supo imprimir a su personaje público. Pero también, y particularmente, habla su madre, sin diplomacia ni reservas. Por supuesto, aunque son menos de los que siempre vale la pena volver a ver, no faltan los mejores highlights sobre el parquet con todas las camisetas que vistió (Sixers, Nuggets, Pistons). Pero la riqueza de esta historia, y la forma en que está contada, deja en un segundo plano las heroicas hazañas deportivas y se detiene en el tejido de una red social y afectiva con la que el ser humano logra salir adelante y tapar todas las bocas de sus numerosos detractores y descreídos, luego de mucha sangre, transpiración y lágrimas.

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