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Soledad Salvador.

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El aporte económico de las mujeres uruguayas con su trabajo remunerado y no remunerado

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Lo esencial no siempre puede ser invisible a los ojos, ni a las estadísticas.

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Soledad Salvador es magíster en Economía e investigadora del Área Desarrollo y Género del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo, Uruguay. En su último trabajo, realizado junto a ONU Mujeres y presentado recientemente en el Parlamento, cuantificó el aporte económico que realizan las mujeres uruguayas con su trabajo remunerado y no remunerado.1 Como señala, “en los orígenes de las ciencias económicas, uno de sus fundadores planteaba que la riqueza de las naciones depende de la capacidad de vender más caro que el costo de producir, pero no tuvo en cuenta que gran parte del trabajo no se vende, y básicamente es el trabajo que realizan las mujeres.

Ese trabajo, que es fundamental para sostener el funcionamiento del sistema económico, tampoco se consideró cuando se establecieron las bases del sistema de cuentas nacionales. Por lo tanto, no se consideraba generador de riqueza y, concomitantemente, tampoco se registraba en la contabilidad nacional”. Pese a los avances de las últimas décadas, todavía resta mucho camino por recorrer para visibilizar ese aporte y abordar las implicancias que tienen la reducida participación de los hombres en el trabajo no remunerado y las normas que imperan en el mercado laboral. Transitar ese camino es clave “para que las mujeres puedan aprovechar las oportunidades disponibles, sus capacidades y talentos”.

¿Por qué la disciplina invisibilizó el trabajo no remunerado?

La explicación que siempre estuvo sobre la mesa es que eso viene con el desarrollo del capitalismo. La división sexual del trabajo estuvo siempre, desde que los hombres se dedicaban a cazar y las mujeres a cocinar y cuidar. Pero la cuestión pasa a tener otras implicancias cuando se separa el hogar del lugar de la producción. El hombre “va a la fábrica” y todo lo que se construye en el mercado laboral es con el foco puesto en esa persona: hombre, proveedor, que no se dedica a cuidados ni tareas domésticas porque lo tiene resuelto en la casa.

La primera economista que empieza a trabajar estos temas es Margaret Reid. En su tesis doctoral de 1931, “La producción de los hogares”, alertó sobre la importancia de esa producción, que es ajena a la mirada de la economía. Más acá en el tiempo, en el marco del Consenso de Washington de los 90, se creó la Asociación Internacional de Economistas Feministas como respuesta, dado que las políticas promovidas perjudicaban, aún más, las posibilidades de las mujeres de alcanzar una participación igualitaria en el mercado laboral. Durante esos años empezaron a aparecer varios trabajos sobre el impacto de esas políticas en la desigualdad de género, especialmente la privatización de muchos servicios. Empezó a haber avances en materia de diagnóstico, aunque sin tantas propuestas para avanzar sobre la problemática. Hubo como una ruptura y comenzó a hablarse de la conciliación entre esas dos esferas que estaban en disputa, la esfera del trabajo fuera del hogar y la esfera de las tareas dentro del hogar. También se empieza a discutir sobre los sesgos de las políticas macroeconómicas y surge la necesidad de empezar a medir el trabajo no remunerado para poder introducirlo en los modelos. 

En ese marco se dispara una discusión con la Organización Internacional del Trabajo, que argumenta que si eso se empieza a medir el desempleo desaparece. Pero en el fondo eso no es distinto a lo que sucede con la contabilidad nacional, donde imputamos, por ejemplo, el valor de la vivienda. Si llega a aumentar la demanda, debemos tener un precio estimado para el valor de la vivienda de la cual la gente hace uso. Lo mismo pasa con los cuidados y los servicios domésticos. Cuando viene una crisis, se deja de contratar ese servicio; cuando la economía se recupera, se vuelve a contratar. Ahí también hay un ida y vuelta que evidencia que es claramente un producto comercializable. De ahí el chiste de que, si un hombre se casa con la empleada doméstica, baja el PIB.

Entonces, la valorización de ese trabajo tiene como dos sentidos. Por un lado, entender que genera una contribución al PIB, y que, a raíz de las fluctuaciones económicas, no contabilizarlo supone una afectación. Por el otro, entender que el hecho de no visibilizarlo afecta la forma en que se realiza. Por ejemplo, la idea del Consenso de Washington suponía privatizar todo lo privatizable y pasar al hogar todo lo que los hogares pudieran resolver; hacer más eficientes los servicios de salud suponía trasladar los costos a la familia, en la medida en que se reducían los tiempos de estadía en el sanatorio. Sin embargo, alguien tenía que seguir cuidando al paciente. Entonces, ese tipo de ideas sobre la eficiencia y la capacidad del mercado de resolver esos temas lo que hizo fue aumentar las brechas. 

Si mirás la inserción laboral en los 90, lo que queda en evidencia es que cuando aumenta la oferta laboral para las mujeres, con la reconversión productiva y la mayor formación, son las mujeres con nivel terciario las que pueden insertarse. Son ellas las que pueden costear los servicios de cuidados o domésticos para hacerlo. Incluso así, enfrentan trabas en sus carreras, en su inserción y en su éxito profesional. Por otro lado, las mujeres que tienen que hacerse cargo de resolver los cuidados en el hogar o se insertan en sectores que les permiten conciliar ambas cosas y perpetúan la segregación, o no se insertan o terminan trabajando menos horas. Entonces, es un tema trasversal a todas las mujeres. La consecuencia de eso es un aumento de las brechas. Ese es el gran problema que tiene no visibilizar estos temas. No es que el mercado por sí solo haga desaparecer la discriminación porque es ineficiente, se necesita políticas para que eso cambie.

¿Gary Becker y la Escuela de Chicago no incorporan estos temas al análisis en la década de 1950?

Sí, pero se mantenía dentro del modelo clásico. Ahí está la crítica feminista. Él habla de la productividad, argumentando que es el hombre el que es más productivo en el mercado y que ahí está la explicación. Lo que hacen las feministas posteriormente es criticar todos los supuestos sobre los que se fue construyendo la economía clásica. Ese es el trabajo inicial que comienza en los 90 con la Asociación Internacional de Economistas Feministas. 

Durante esa época también aparece una discusión entre las marxistas en torno a si Marx había incluido o no esta problemática en su contabilización o en su margen de plusvalía. El tema era si el trabajo total necesario, lo que debería ser el salario, incluía o no el componente que tiene que ver con las tareas del hogar. Había quienes fundamentaban que Marx no había desconocido el tema y había quienes argumentaban que sí, que sólo había analizado la explotación del capital sobre el hombre sin contemplar que también hay una explotación del hombre a la mujer. Después esa idea desaparece con los neoclásicos y es la productividad marginal del trabajo lo que determina el salario, con lo que se pierde en cuanto al reconocimiento del trabajo necesario para poder reproducir la fuerza de trabajo.

¿Cuándo se empieza a hablar de la economía del cuidado?

En la economía analizamos siempre lo que es la economía remunerada, sin considerar la no remunerada como factor de interacción. Para que te vaya bien en la primera, te tiene que ir bien en la segunda. Eso corre en las dos vías; la forma de atender la economía no remunerada va a suponer mejores o peores resultados en el ámbito de la economía remunerada. Y a la inversa: cómo te va en la economía remunerada condiciona el tiempo y la dedicación a la economía no remunerada. Por ello, había que medir ambas esferas para poder analizar sus interacciones.

¿Surge con la valorización del trabajo no remunerado entonces?

Si, con la idea de que hay que considerar todo. Después se empiezan a diferenciar, en lo que se denomina la economía de género y la economía feminista. La de género era la que decía “bueno, nos mantenemos en el modelo económico tradicional, pero le empezamos a poner género a todo”. Seguimos utilizando los mismos modelos, pero le introducimos un componente de trabajo no remunerado. En contraposición, la feminista era la que planteaba transformar la economía, señalando que continuar bajo el marco tradicional no iba a generar ningún cambio a pesar de que le incorporaras esas cosas; la economía tiene que entender que existe una base, que es la economía no remunerada, que es lo que sustenta todo. Ese tiene que ser el foco, la sostenibilidad de la vida, y no el aumento del margen de beneficio para las empresas en el marco del mismo modelo. Eso es lo fundamental, independientemente de si mejora o no ese margen. Lo importante es hacer sostenible la vida y darle a cada uno el derecho a desarrollarse. 

¿Pasa a nutrir ese amplio concepto que es la sostenibilidad entonces?

Sí, se empieza a juntar con los temas ambientales también. Porque es verdad que cuando surgen los movimientos eran como paralelos. Recuerdo que iba a las reuniones y me decían “ah, pero esto es como lo que dicen los ambientalistas”. Entonces hablábamos como de dos cosas que había que poner en el mismo lugar. 

¿Eso no termina diluyendo la problemática?

Sí, ahí hay un gran desafío. Hay como varias corrientes. Pasa ahora con el tema de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), por ejemplo. Muchas veces el tema género se ve como un solo objetivo, cuando en realidad permea a todos los otros. La cuestión está en el aterrizaje de la problemática. Sobre eso trabajó mucho la agenda feminista en tratar de que eso quedara reflejado. Sin embargo, como señalás, depende de quién lo agarre cómo los entiende. Por ejemplo, el ODS 10, que es reducir las desigualdades entre países y dentro de ellos, puede estar teniendo en cuenta o no este tipo de desigualdades. Al margen de eso, lo que entiendo que sí ha avanzado mucho es la agenda feminista con el 8 de marzo. Con esos movimientos, ya sea porque se juntó con el tema de la violencia o por otras cuestiones, el tema de cómo incorporar la igualdad de género en todos los ámbitos está más presente. Obviamente, eso está sujeto a una lógica de avance y retroceso. Eso está pasando ahora, cuando del otro lado se esgrime argumentos sobre los peligros de la ola de la ideología de género.

¿La apropiación de esa agenda por parte de los organismos internacionales fue clave?

Sí, creo que eso ayudó mucho. En especial a partir de 2007, cuando el tema trabajo no remunerado y participación política de las mujeres ocupó un lugar central en el marco de las conferencias de la mujer promovidas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL]. Desde ahí se empezó a desarrollar más encuestas de uso del tiempo. Hasta el momento era México el que llevaba la delantera. También se puso de manifiesto ciertas discrepancias en torno al rol de las madres en el cuidado de los niños y la importancia de promover la inserción de las mujeres en el mercado laboral para que alcancen su autonomía económica. Ambos fenómenos, que deben verse como complementarios, se consideran contrapuestos o contradictorios. En nuestro país, ello fue parte de los debates que se dieron en 2013 previo a la instalación del Sistema de Cuidados. Pero luego se comprendió que los derechos de las mujeres y los niños y las niñas son totalmente complementarios y forman parte de la misma agenda. Ello también se fue comprendiendo con la implementación de programas como “Uruguay crece contigo”, por poner un ejemplo, que si sólo mirás al niño y no mirás a la madre o al padre te quedás con una parte. Probablemente a la misma mujer la vuelvas a tener, cuando tenga el próximo hijo, pasando por la misma necesidad y teniendo que recibir los mismos apoyos, porque entre uno y otro no se hizo nada para potenciar sus capacidades y lograr independencia o autonomía. Ahí lo que las agencias de Naciones Unidas intentan hacer es empezar a visualizar la necesidad de trabajar este tema, de que esa autonomía es también algo central que contribuye al desarrollo sostenible.

Más acá en el tiempo, cuando la Oficina de Planeamiento y Presupuesto comenzó con los estudios prospectivos y con la Estrategia Nacional de Desarrollo, encontraba que lo que decía la CEPAL sobre el rol de la equidad de género en el desarrollo está muy bien dicho, pero al escarbar faltaban más argumentos para poder trabajar. Ahí empezamos a meternos más para visualizar que tener una agenda de desarrollo sin incorporar adecuadamente el funcionamiento del sistema que reproduce esas desigualdades no va a cambiar nada. 

¿El sistema político también tomó la agenda recientemente?

Sí, lo primero que le pidió la vicepresidenta [Beatriz] Argimón a ONU Mujeres al asumir fueron datos para poner el tema del aporte de la mujer a la economía sobre la mesa y mejorar la transmisión del mensaje en ese ámbito. 

A la valorización del trabajo no remunerado que había realizado en 2013 le agregamos el monto del trabajo remunerado, para obtener la contribución total de las mujeres al PIB. El objetivo era usarlo como un insumo útil dentro del Parlamento, para aportar información y datos como soporte a la discusión. Creo que sirvió para eso, para generar mayor visibilidad sobre el tema. Quedó claro que el trabajo no remunerado es la contracara del remunerado, y que si tenés más de uno tenés menos del otro. Además, haber hecho la desagregación por zona geográfica y estratos de ingresos contribuyó a completar la película. Porque Montevideo no es una buena película de lo que está pasando. En el interior estas desigualdades están muy marcadas. También lo están en los sectores de ingresos más bajos, pero incluso hay diferencias marcadas entre el primer quintil de Montevideo y el del interior. Eso es esperable, dado que en las grandes localidades el trabajo no remunerado se reduce porque hay más oportunidades y una mayor contratación de servicios.

¿Cuáles fueron los principales resultados?

Los resultados muestran que las mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres al trabajo no remunerado. Al analizar la distribución, las mujeres destinan dos tercios de su tiempo al trabajo no remunerado y el tercio restante al trabajo remunerado. Esa dedicación al trabajo no remunerado aumenta a medida que se reduce el tamaño de la localidad, el nivel educativo y el estrato de ingresos del hogar; la división sexual del trabajo es más marcada en el interior del país y entre los estratos más bajos. Cuando lo valorizás, encontrás que la contribución del trabajo no remunerado al PIB fue casi 23% en 2013, siendo la de las mujeres superior a 16%. Eso significa que su aporte es mayor al que generan otros sectores tradicionales, como la industria, el comercio o la construcción. Además, es interesante notar que la contribución de las mujeres al trabajo remunerado es mayor que la que los hombres realizan al trabajo no remunerado.

¿Te sorprendieron?

Estaban dentro de lo previsto y en línea con lo que se veía en otros países. 

¿Es viable incorporar esa información en la medición tradicional de Cuentas Nacionales y el PIB?

En el sistema de Cuentas Nacionales lo que se ha permitido hasta ahora es generar una cuenta satélite, un rubro aparte del cuerpo central que uno puede ir controlando paralelamente. Hay países de la región que han avanzado un poco más en este tema, como México y Colombia. El tema es que ellos tienen, en la misma institución, lo que acá sería el Instituto Nacional de Estadística (INE) y el Banco Central. En nuestro país el primero es el que mide el trabajo no remunerado y el segundo es el que compila las Cuentas Nacionales. En los otros dos casos, la misma institucionalidad recoge los dos mundos. Eso facilita una mejor incorporación de esta temática y permite darle mayor regularidad al seguimiento.

El trabajo utiliza la última encuesta de uso del tiempo, que es de 2013, ¿cuál es la limitante para darle mayor continuidad?

Es una limitante económica. La idea es ver si se logra mejorar la periodicidad de la encuesta ahora que el tema está más instalado en la agenda política. Naciones Unidas está tratando de ayudar en ese sentido. Hacerlo cada cinco años estaría bien, porque tampoco es que haya cambios tan significativos en períodos más cortos.

Además de mejorar la periodicidad, ¿qué otras cosas podrían mejorarse de la encuesta?

Uno de los desafíos tiene que ver con la dependencia de los adultos mayores. Ha costado que la encuesta recoja bien eso y no se ha logrado todavía capturar adecuadamente cuánto implica ese trabajo. Siempre hay una subestimación.

¿O sea que el aporte del trabajo no remunerado podría ser incluso mayor?

Probablemente sí. Al realizar las encuestas, es más fácil formular las preguntas para recoger las necesidades en el cuidado infantil que en la atención de las personas en situación de dependencia. Además, muchas veces terminan internadas en los residenciales. Con otro sistema de cuidados, que resolviera cuidados domiciliaros para esa población, capaz que no tendrías que tener tantas personas internadas. Es hasta más caro para la sociedad pagar residenciales, mismo al Banco de Previsión Social le sale caro pagar los cupos cama. Por eso sería hasta más eficiente avanzar en eso. Sin embargo, eso no es lo que ocurre hoy. Hoy se habla de eficiencia económica y de reducir el déficit fiscal, pero en eso no se piensa. Por el contrario, se cree que la forma de lograr eso es recortando el Sistema de Cuidados.

¿Cuáles son los dividendos del Sistema de Cuidados?

Primero, que la persona que necesita cuidados probablemente sea mejor atendida en el marco de un sistema, tanto por la estimulación como por la promoción de autonomía. Eso mejora el desarrollo de capacidades físicas y cognitivas de niños y niñas y tiene impacto hasta la vida adulta. En la población con dependencia o fragilidad, especialmente adultos mayores, el que cuida tiene, naturalmente, una propensión a sobreproteger, y eso puede anular a la persona. También en gurises con discapacidad, que muchas veces están en la casa cuando podrían estar haciendo otras cosas si estuvieran con alguien que sabe de cuidados. El sistema también cuida al que cuida, porque también hay que atender otros temas, como el síndrome del burn out. Para realizar adecuadamente la tarea de cuidados las personas tienen que tener un respiro. Es como un cuidado que va en las dos vías.

Segundo, que la persona que se encarga de los cuidados de forma no remunerada tenga la oportunidad de formarse e ingresar en mejores condiciones al mercado laboral. Otra cosa que muestran las estadísticas es que muchas veces las mujeres cuando tienen hijos con discapacidad terminan quedando solas. Es muy alto el porcentaje de hogares monoparentales femeninos en esos casos. No es sólo por pobreza, porque se empobrecen justamente al quedarse solas.

Tercero, genera empleo, que además es de calidad en el sentido de que tiene prestaciones, seguridad social, horarios y demás; todo lo que las mujeres no tienen cuando hacen este trabajo de forma informal. También permite desarrollar una formación en cuidados, que antes no existía y que es clave para atender los distintos tipos de dependencia que se puedan generar, sea en niños o en adultos mayores. Hace tiempo, en el día de la trabajadora doméstica, alguien planteaba que le había tocado cuidar a un niño con autismo y no sabía qué hacer. Eso es lo normal, se necesita formación para tratar con distintas personas que padecen distintas cosas. Recibir formación también recompensa.

¿Por eso se habla de reconocer, redistribuir y reducir?

Sí, ONU Mujeres habla del enfoque de las “tres R”: reconocer, redistribuir y reducir el trabajo de cuidados. La primera tiene que ver justamente con eso, con reconocer ese trabajo como un trabajo, que va acompañado de un recibo de sueldo, de formación, seguridad social y derechos. 

¿Y cómo estamos en las “tres R”?

En el reconocimiento se ha trabajado, y el trabajo presentado en el Parlamento es muestra de ello. Además de lo que ya conversamos. También se ha trabajado algo en reducir, evaluando las necesidades y desarrollando servicios más locales, más ajustados a determinadas realidades. Por ejemplo, con las iniciativas locales de cuidados. Creo que ahora eso no se está visualizando como algo que hay que seguir apuntalando, y eso es una pena. Son varias las modalidades que hay ahí, y combinan distintas estrategias en función de las necesidades y las posibilidades de cada caso. En el tema de redistribuir también falta trabajo, sobre todo desde las empresas en lo que refiere a concientizar. Por ejemplo, promover un uso mayor, por parte de los padres, de las modalidades que están orientadas a mejorar la corresponsabilidad. Lo más importante es sistematizar qué se está haciendo y cuál es el impacto que genera en la empresa, de forma de lograr un efecto imitación o contagio.

¿Eso está internalizado adecuadamente por el sistema político?

Creo que no. No quiero repetirla más, pero esa frase de que es un buen programa para países ricos lo ilustra. En realidad, el tema de la corresponsabilidad de los cuidados, también en las empresas, siempre llega cuando tenés otros problemas resueltos. No sólo ocurre en las empresas, también pasa, por ejemplo, con los sindicatos; primero están otros problemas y eso no es una prioridad. Sin embargo, es la base de la cual deberías partir. 

Porque primero es un tema cultural, ¿no?

Sí, antes que cualquier otra cosa. Por eso va entrando lentamente. Igualmente, la implementación del sistema de cuidados ayudó a que se visualizara más. Mismo en la última ronda de negociación colectiva, el PIT-CNT hizo una propuesta un poco más pensada para incluir las cuestiones asociadas al cuidado de personas en situación de dependencia. Pero se avanza muy lento.

Dadas nuestras características demográficas, ¿es todavía más importante avanzar a otro ritmo?

Sí, porque el cuidado de la infancia se reduce en tanto año tras año cae la cantidad de niños. Sólo por la acción de la demografía, la cobertura ya aumenta. Pero el problema es que en la otra punta los otros te salen más caros y falta mucho de formación y regulación. Ese tema hay que mirarlo con más profundidad, porque puede haber un uso poco eficiente del dinero. Como camino, las cooperativas de cuidados esto lo han incorporado mejor, porque no es que necesariamente se tenga que hacer una contratación de los servicios de cuidado por ocho horas. Por ejemplo, en España y en Francia se ha desarrollado servicios de cuidados domiciliarios que son más ambulatorios y que van a la casa en momentos puntuales del día.

¿Si queremos aumentar la natalidad entonces se nos complica?

Sí. Fomentar un aumento de la natalidad en los sectores medios, que son los que pueden garantizar la trayectoria de los niños, también requiere de un sistema de cuidados. Como la edad en la que ingresan las mujeres con nivel terciario a la maternidad está por arriba de los 30 años, la cantidad de hijos que tienen son pocos. Contratar todo lo necesario para conciliar es muy caro, entonces contar con mejores servicios de cuidados también relajaría otros problemas que tenemos. En particular, quitaría presión sobre nuestra seguridad social. 

¿Y cómo ves las perspectivas?

Complicadas. Me parece que todavía falta conciencia sobre la problemática, falta internalizar mejor todo lo anterior. También se argumenta que faltó evaluar impactos, pero eso se fue haciendo sobre la marcha, al tiempo que también estabas escuchando. Hay que hacer evaluaciones de impacto, pero también hay que escuchar. A veces las mejoras para otros pueden ser imperceptibles, pero para las personas involucradas son realmente muy importantes. Además, son mejoras y son derechos que se generan para ambas partes, para quien requiere cuidados y para quien ofrece cuidados. Incluso en el contexto actual puede ser una forma de salir de la crisis, porque es un sector tan importante como el de la infraestructura física, como la construcción o como tantos otros sectores más tradicionales. Este es un sector muy invisibilizado, incluso cuando es remunerado. Pero es un sector que también genera empleo y que es necesario, porque hay mucha demanda. O sea, el clásico problema que tiene el mercado, que es el de encontrar esa demanda, acá no existe: la demanda está.


  1. ONU Mujeres (2020), El aporte económico de las mujeres en Uruguay. Montevideo. 

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