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Leandro Zipitria.

Foto: Federico Gutiérrez

Con el economista Leandro Zipitría: La teoría del punto medio como respuesta a las grandes preguntas de la economía

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Una charla con el experto en regulación y mercados, sobre el rol del Estado y sus empresas, la adaptación a las nuevas tecnologías y el nivel de competencia en Uruguay.

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Alejado del lenguaje técnico y sin sentencias tajantes, la prioridad del economista Leandro Zipitría –profesor del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República– ante cada problema planteado en forma de pregunta es buscar “los puntos medios o grises”, incluso si estos no son más que la muestra de la realidad uruguaya en muchas áreas y permanezcan casi ocultos en la idiosincrasia nacional.

Zipitría tiene un doctorado en Economía y está especializado en regulación y mercados. Asociado a estos temas, trabajó como consultor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, además de asesorar al Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) en la generación de la primera normativa local sobre competencia.

Pero las estridencias no están dentro de su menú, y cuenta que eligió “por descarte” su profesión. “Quizás mi historia sea un poco aburrida. No tenía grandes preguntas ni dudas fundamentales en la juventud, sí sabía que quería hacer una carrera. Así me metí en la Facultad de Ciencias Económicas. También por descarte fue que terminé en economía, porque contador no iba a ser y porque el primer curso que perdí fue administración de empresas. En cuarto año tuve una materia relacionada con las instituciones, y ahí me di cuenta de que eso me interesaba. No fue con la intención de cambiar el mundo, no me sale eso: mejor que el mundo se arregle solo”, recordó.

Aunque no busca repararlo, sí lo analiza, poniendo la lupa sobre varios de los temas que hoy están en debate en nuestro país: la adaptación al cambio tecnológico y la forma de regular las nuevas plataformas como Uber; la dicotomía Estado-mercado y su versión local en el marco de la discusión sobre las empresas públicas; y la tendencia internacional de fusión entre grandes compañías. En todos sus análisis prima la búsqueda del punto de equilibrio, lejos de los extremos.

Tus áreas principales de investigación son los mercados y la competencia. Desde el prejuicio, podría pensarse que en un mercado tan chico como Uruguay no hay demasiado para ver. ¿Es así o tiene características interesantes?

Sí, hay cosas bastante interesantes para examinar. Lo mío fue un poco raro: empecé la carrera trabajando más en temas regulatorios y después me incliné por esos temas. Hay montones de cosas para hacer desde Uruguay, más allá de que hay cosas que lo hacen poco atractivo porque no tenés mucha variabilidad que permita hacer estudios más sofisticados. Por ejemplo, en Estados Unidos es más fácil investigar porque podés trabajar con distintos estados, cada uno de los cuales tiene su regulación y sus políticas, entonces podés ver qué pasa ante determinado shock. Eso es más difícil en Uruguay porque no tenés nada que comparar y así se hace difícil analizar algunas políticas. Es un poco más trabajoso, pero no imposible: hay que buscar más datos, mirar a otros países. Pero creo que hay muchos temas para estudiar, hay cosas que podemos saber de respuestas como de manual –si me planteás una pregunta te la respondo aunque no lo haya estudiado, de haber leído, más que basado en una investigación en sí misma–. Hay un montón de cosas para estudiar de Uruguay, más allá de lo idiosincrático.

"Uruguay tiene cosas que no cambian, como la túnica y la moña, las empresas públicas, el Banco de Seguros. Todas son cosas que hacen a la idiosincrasia del país"

Más allá de la dimensión pequeña, ¿cuáles son las principales características de Uruguay como mercado?

Uruguay es un mercado pequeño en términos comparativos: acá hay una refinería, mientras que en Argentina hay tres; los supermercados más grandes de Uruguay son chicos en los países vecinos –la cadena que más locales tiene es minúscula si la comparás con Walmart o con otras cadenas de la región–. Por otra parte, Uruguay tiene características que lo hacen particularmente distinto de los demás países de la región: tiene más perdurabilidad institucional en algunos temas, la institucionalidad –estoy pensando la palabra– es más perenne, mientras que ha sido más cambiante en otros países. Uruguay tiene cosas que no cambian, como la túnica y la moña, las empresas públicas, el Banco de Seguros. Todas son cosas que hacen a la idiosincrasia del país. No las califico, no las veo como malas o buenas; es un dato y hay que moverse dentro de eso. También tiene relativa estabilidad en comparación con los países de la región. A veces miro las noticias de Argentina y son cíclicas, siempre están con los mismos problemas: inflación y déficit fiscal. Agarrás un diario de hace 20 años y es lo mismo, como si el tiempo no hubiera pasado; lo mismo ocurre con los controles de precios, que los implementaron una vez y no han podido salir. Tienen eso de que han probado muchas cosas que en los libros de texto parecería que funcionan y no, mientras que acá nada se sale nunca de la racionalidad. En ese sentido Uruguay parece menos atractivo para estudiarlo, porque nunca hay grandes bandazos.

Es casi una continuidad de lo que suele decirse, que el uruguayo es gris.

Exacto, hay una cosa de que no se arregla pero no se desbanda, es un problema pero no un problemón. Aunque igual hay que decir que la economía uruguaya ha sufrido muchos cambios en varios sectores, y no es que haya sufrido sino que el mundo está cambiando y el país se adapta. Por ejemplo, ahora por lo menos pagás el ómnibus con una tarjeta, antes había una persona cortando el boleto, de hecho en el transporte interdepartamental te siguen cortando el boleto. Ha habido cambios. La pregunta es cuántos y si son suficientes, y cómo han transcurrido esos cambios. Está extendido pagar con tarjeta, el uso del POS. En el sector minorista también se ven cambios en los productos o en los servicios que te dan, hay cajas en las que te cobrás vos mismo, se introdujo tecnología. De nuevo, la pregunta es cuánto y si es suficiente o debió haber sido más; no hay una respuesta, y si ponés a dos personas a estudiarlo te van a dar respuestas distintas. Digo esto para mostrar que hay ciertos movimientos que demuestran que tampoco es una economía tan gris.

En estos procesos que mencionás el gran factor disruptor es la tecnología. Por su capacidad de cambiar los procesos de forma tan abrupta, ¿la tecnología puede modificar incluso las estructuras de Uruguay, que, como decías, parecen bastante rígidas?

Lo que pasa es que cambió la dinámica tecnológica en el mundo. La muestra más clara es poder estar haciendo esta entrevista a distancia, de forma virtual, y las formas de trabajo han cambiado con esto. El problema es: ¿qué vamos a hacer con el cambio tecnológico? Eso está un poco menos claro. Por ejemplo, la universidad se puede repensar hacia una plataforma nueva [de clases en modalidad virtual] o se puede esperar la vacuna y seguir como se estaba antes; es una cuestión cómo te posicionás ante estos cambios. Eso no es claro, sí que los cambios están, las nuevas tecnologías llegaron, pero no es claro el sendero de lo que querés hacer, por infinidad de razones. Hay otros que sí, que lo aprovechan de otra forma quizás porque tienen más incentivos: si puedo pasar toda mi plataforma a virtual lo voy a hacer, pero lo que pasa es que eso también me cambia todo el modelo de negocios. En el retail, para algunas tiendas es más fácil vender online porque podés llegar a lugares en donde no tenés presencia física, como algunos lugares del interior. Es lo que hace Amazon: yo le compro libros porque no los consigo acá. La decisión te cambia el mecanismo de la competencia, pero depende de cómo sea tu formato, porque, por ejemplo, en las grandes tiendas –como el Géant, quizá– el negocio pasa por que vayas al lugar a comprar. Entonces, la estructura te condiciona qué tipo de cambio tecnológico podés adoptar. Pero además, tenés los que están entrando ahora al mercado, que ya ingresan utilizando plataformas en las que vos no vas a un lugar a comprar, sino que comprás lo que ves por la web. Con esto sí hay un cambio que llegó para quedarse, y quizá haya modelos de negocios que todavía tienen que ajustarse.

Respecto del tema de la tecnología y tomando el caso de Uber como ejemplo, que se replica en muchos más mercados –a todo negocio le llegará su Uber, se dice–, ¿cómo debe reaccionar el Estado en materia regulatoria? Porque son empresas que parecen buscar el límite regulatorio para bajar sus costos.

Es un tema bastante complejo, en el que inciden un montón de factores. Mi percepción es que tienen facilidad para entrar a los mercados porque aprovechan algunos huecos regulatorios, es decir, surgieron porque había una posibilidad de hacer un negocio. La pregunta es: ¿dónde está el punto medio? Es la pregunta del millón. Por un lado, es verdad que desde lo laboral es un cambio muy importante: pasás a tener un contrato y te están pasando todo el riesgo, no cobrás un fijo y asumís un montón de riesgos, como tener que conseguir clientes o enfermarte y quedarte sin ingresos. Pero lo más importante es tratar de entender desde el punto de vista regulatorio qué es lo que está fallando en los mercados originales para tratar de comprender qué hay que arreglar. No me refiero sólo a temas laborales, en los que quizá haya que ver algunas cosas, sino a analizar en esos mercados cuál es el rol que cumplen los órganos reguladores. El transporte en Uruguay está muy regulado, y quiero hacer una aclaración técnica: no estoy a favor ni en contra de las regulaciones, siempre que cumplan el rol que deben cumplir; que algo esté muy regulado no quiere decir que sea malo, por ejemplo en Estados Unidos los mercados financieros están muy regulados, hasta más que la energía atómica, y nadie habla de desregularlo. El problema es pararse en donde está el punto medio, no pasarse de rosca ni para un lado ni para el otro. Hay que estudiar si la regulación de algunos mercados es la adecuada o no. Volviendo al tema del transporte, mi impresión es que la regulación está un poco oxidada, tenía lógica en una época en que vos no tenías instrumentos de control que sí tenés ahora. Quizá lo que hay que hacer es adaptar esos instrumentos de control para que te permitan otro tipo de flexibilidades. Porque nadie puede pensar, hablando del caso de Uber, que va a desaparecer: ya está, y el problema es cómo adaptarse a las nuevas tecnologías para que tengan una regulación adecuada y que ese mercado funcione. En algunos mercados quizá las regulaciones puedan desaparecer, pero en otros no. Y el transporte, mientras sea un servicio público, estará regulado. De nuevo, el tema es que tampoco te pases de rosca con la regulación e impidas que haya innovaciones en los mercados.

"En el mundo las empresas públicas sufrieron un gran cambio en la década de 1980, cuando los economistas empezaron a entender más sobre la regulación, porque hace un siglo había competencia perfecta o monopolio, y sobre el monopolio lo único que se sabía era que era malo, pero no cómo regularlo"

Desde los ámbitos no académicos o más en la discusión de boliche –aunque también pasa a menudo en la política– se suele plantear la dicotomía Estado-mercado, o regulación estatal-libre mercado. ¿Es real?

No creo en los extremos. Quiero ser más uruguayo en eso y pensar en los puntos medios: lo gris, ni blanco ni negro. No es Estado ni es mercado, es un poco de los dos. No hay país en el mundo en que el Estado haya abandonado su rol; tiene uno, pero cuál es y hasta dónde llega es una cuestión que cada sociedad define. Para mí, ni mucho ni poco, buscar el punto medio. Aparte, la sociedad es un organismo vivo que se va adaptando, y es posible que en una época piense una cosa y en otra algo distinto. Además, la sociedad recibe influencias externas que hacen que deba adaptarse a esos cambios. El problema es diseñar actuaciones que no sean perennes, que sean adaptables al nuevo mundo que se viene. Para algunas cosas se requiere del Estado y para otras del mercado; hay que ver en qué esferas de la actividad económica, cuáles son los objetivos, cuál es el momento. Ahora estamos en un momento especial en que hay un mayor reclamo de presencia del Estado en todo el mundo. Hasta dónde llega el Estado es algo que la sociedad se va replanteando; no hay que ser dogmático: tanto mercado como sea necesario y tanto Estado como sea necesario. Eso sí, la discusión de “Estado juez y gendarme” es anacrónica, está fuera de la discusión económica hoy. Sí hay Estado y lo habrá, el tema es hasta dónde movés la línea. No existe que la gente viva con puro mercado, y con puro Estado también sabemos que no funciona.

Me parece que el ejemplo local de esa dicotomía se vincula con las empresas públicas, un debate cíclico en Uruguay. ¿Cuál es la relación de la sociedad uruguaya, que, decías, cambia con el tiempo, con las empresas públicas a lo largo de la historia?

Es una pregunta filosófica más que económica. Creo que la forma en que los uruguayos ven a las empresas públicas ha oscilado. Cuando se crearon en la época batllista, en un Uruguay que no es el de hoy porque tenía otras holguras, era lo que se veía en el mundo. Acá a veces tenemos la percepción de que inventamos algo, y en muchos casos fuimos los más rápidos en copiarlo, que es distinto. En el mundo las empresas públicas sufrieron un gran cambio en la década de 1980, cuando los economistas empezaron a entender más sobre la regulación, porque hace un siglo había competencia perfecta o monopolio, y sobre el monopolio lo único que se sabía era que era malo, pero no cómo regularlo. Eso era así hasta hace unos 40 años, y los estados no pueden esperar a que los economistas encuentren la fórmula para regular un monopolio: dan los servicios y, en definitiva, lo que hacen es dar respuesta a las sociedades. Me refiero a las sociedades democráticas, donde los estados responden a los ciudadanos y no pueden decir que no tienen instrumentos, lo hacen con lo que tengan a mano. Por eso, si no podías regular o tener un mecanismo fuerte de control, la solución fue asumir la provisión de determinados servicios. Hoy no tengo claro que lo sea; eso no quiere decir que haya que privatizar, digo que no tengo la respuesta a que deban ser privadas o seguir siendo públicas. Como todo, tiene ventajas y desventajas, el problema es dónde ponemos el fiel de la balanza.

"Las empresas públicas tienen un corsé –será bueno o malo, no lo sé, pero lo tienen– y eso complejiza a veces maniobrar el barco, y lo que hace es sobrecargar a los directores"

¿Cuáles son los pros y contras?

Para cambiar hacia un marco en que haya menos intervención hay que construir ciertas capacidades y reglas institucionales que recién estamos empezando a construir en Uruguay. No basta con tener órganos reguladores, hay que tener otras cosas, y además la sociedad debe cambiar la percepción sobre qué exige a las empresas públicas. A veces creo que no tenemos claro para qué queremos las empresas públicas, y si pensamos que el Parlamento es la voz de la sociedad –que así lo creo–, las distintas voces muestran que las percepciones son muy distintas. Muchas veces parecen difíciles de conciliar –y es natural que así sea, aclaro–, pero lo que pasa es que es más fácil llegar a un punto medio cuando los extremos están cercanos que cuando están lejos. Para mí hay un punto importante asociado a las empresas públicas que es el riesgo: cómo la sociedad uruguaya entiende el riesgo que implican ciertas cosas. Hoy los riesgos los tienen las empresas públicas, que los absorben; por ejemplo, Ancap si mantiene el precio del combustible está asumiendo el riesgo de los posibles cambios en el valor del petróleo. Si ajustás los precios más cercano a los movimientos que haya en el mercado le pasás el riesgo a otro. La pregunta es en qué mundo queremos vivir. Ninguno de los dos es gratis, cada uno tiene un costo; el problema es cuál pesa más desde el punto de vista de la sociedad. Lo que sí, en el caso de las empresas públicas creo que la propiedad es un tema relevante: no funcionan igual que las empresas privadas, donde hay un montón de relativas flexibilidades que no están en el sector público. En lo público vos podés hacer cosas, pero estás restringido por la forma de trabajo; al final del día los directores de todas las empresas públicas terminan siendo jerarcas de la Administración Central y todas sus decisiones están sometidas a posibles juicios en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo. Eso no lo tienen las empresas privadas. Las empresas públicas tienen un corsé –será bueno o malo, no lo sé, pero lo tienen– y eso complejiza a veces maniobrar el barco, y lo que hace es sobrecargar a los directores. En una empresa privada, un poco caricaturizando, el gerente general en 15 minutos toma un café y resuelve los temas, vos en Ancap es imposible que puedas ir 15 minutos, o si lo hacés podés comerte un juicio penal. Porque todo se recurre, todo es un expediente, de todo hay que avisar, ver qué hicieron otros directores, si se siguió el procedimiento del Tocaf [que regula las formas de contratación en la administración pública]. Eso te encorseta, hay un balance en el sentido de que se supone que estamos cuidando los dineros públicos y deben ponerse ciertos controles para que la gente no se vaya de mambo. Ahora, no tengo claro que sea esa la mejor forma de control, y algunos hechos del pasado quizás dan la pista de que pueden no estar funcionando adecuadamente. Tengo la sospecha de que hay que ir por ese lado: más que repensar las empresas públicas, repensar mecanismos más modernos para ejercer controles dentro y fuera del Estado.

El gobierno ha hablado de fortalecer las agencias reguladoras y ha tomado decisiones en ese sentido, como el mayor poder a la Unidad Reguladora de Servicios de Energía y Agua en materia de combustibles. ¿Es el camino correcto? Porque la oposición dice que en realidad hay reformas ya definidas y se está buscando sólo un aval técnico para hacerlas.

Creo que van en la dirección correcta. Después discutiremos el poder que tendrán los órganos reguladores para hacer cumplir esas decisiones. Pero sí tiene que haber cierto balance respecto de lo que dicen las propias empresas, por un tema de oposición de intereses. Poniéndome más técnico, para cambiar los incentivos de la gente que está en las empresas públicas, porque eso cambia las reglas de juego. Estamos bastante atrasados en eso respecto de otros países, y no veo ninguna dificultad para ponernos rápidamente en línea. Está bien que el gobierno quiera avanzar con la agenda que tiene y que la oposición diga que eso no va con su forma de ver el mundo; es lo normal en una democracia y es parte del juego. Después el problema es hacia dónde vas. De nuevo: ¿quién asume los riesgos de estas cosas? ¿Lo van a pagar las empresas o lo va a pagar la gente? Lo que estamos discutiendo es a quién le pasamos el costo, esa es la discusión final. Si lo paga la gente con tarifas o si lo paga el Poder Ejecutivo en función de los impuestos, porque las empresas públicas no van a quebrar; es un dato de la realidad, porque el día que estuvieron por quebrar les pusieron dinero, y si vuelve a pasar ocurrirá lo mismo. El problema es cómo generás incentivos en alguien que sabe que no va a quebrar; los economistas sabemos que eso es muy complejo y difícil. Yo siempre me he preguntado por qué las empresas públicas no pueden funcionar como en Europa, donde dan sus servicios en otros países, pero la gente que tiene la cabeza más fría que yo me dice que es una locura, que es muy complejo. Pero quizás tenemos que plantearnos pensar en eso, apostar a algo más grande pensando que ese dinero va a ser para todos. Porque lo del país chico no va sólo para las empresas privadas, también para las públicas. Alguna empresa, como UTE, lo está haciendo de cierta forma al exportar energía, que es una forma de competir y estar en otros lados. Hay que modernizar la forma en que se ven los negocios de las empresas; es riesgoso, y cuando las cosas salen mal todo el mundo dice “yo lo sabía”, “siempre supimos que esto iba a terminar mal”. Bueno sí, si uno dice que algo va a estar mal la suficiente cantidad de veces le va a embocar, es un tema estadístico, pero no quiere decir que tenía la certeza ni que haya resuelto el fondo del asunto. La pregunta es cómo queremos pensar a las empresas, de qué forma, y para eso debemos tener una visión de hacia dónde ir. Mi percepción es que el sistema político, en tanto correa de transmisión de lo que quiere la sociedad, no tiene eso muy claro porque la sociedad no lo tiene claro. Además, es como que tenemos miedo a la vaca: nos quemamos con leche y le tenemos miedo. Es una discusión profunda que en algún momento habrá que dar, ver qué tipo de empresas públicas queremos, no para el país ni para que vayan a desarrollar a Uruguay, sino para que funcionen de una forma distinta.

Pasando a temas ligados a la competencia, Uruguay aprobó su primera ley hace cerca de 15 años. ¿Qué avances se lograron desde 2007 con la regulación y cómo esos resultados terminan llegando al consumidor final?

El tema para la visibilidad de la Comisión [de Promoción y Defensa de la Competencia, un órgano desconcentrado del MEF] y de estos temas de competencia es que cuando se mira mercado a mercado los beneficios que podés tener son muy marginales. Pasó con el caso del cártel del tomate [un acuerdo anticompetitivo detectado en 2014 y que derivó en sanciones para cinco empresas]: se analizó cuánto había impactado a la gente, y es posible que algunos piensen que aquella sanción no cambia la aguja, pero para la empresa es mucha plata e implicó un cambio en el mercado. Lo que hay es una acumulación de cosas que se ven y otras que no, porque también este tipo de instrumentos funciona de forma disuasoria. Vos tenés muchas cosas que de repente no observás y que podrían haber sido distintas si no estuviese la Comisión. Voy a hablar de un caso claro, como la megafusión que se planteó entre supermercados [en referencia a la compra por parte de Tienda Inglesa de Grupo Disco, venta que generó polémica y finalmente no se concretó], eso podía pasar porque había un hueco regulatorio que se podía aprovechar, entonces volvemos a lo del principio: dónde está la línea media en la regulación. En algunos casos es por ausencia y en otros es por exceso. La Comisión de Competencia tuvo cambios muy importantes con la nueva ley [aprobada en 2019 y que entró a regir en forma íntegra en abril de 2020], que tiene un control de fusiones. Nosotros tomamos y adaptamos legislaciones, hay un estándar y no hay mucho más a donde ir. Tenemos una relativamente buena legislación de competencia, con una agencia que busca hacer cumplir esas normas, y podremos tener una discusión sobre si hay que fortalecer más a la Comisión o no; mi impresión es que sí. La Comisión puede adoptar una actitud más proactiva hacia algunas cosas que pasan en el mercado, pero para eso tenés que tener espalda en términos de recursos.

"Mi impresión es que en el sector del supermercadismo va a seguir habiendo concentraciones (...) es más fácil expandirse tratando de comprar los supermercados existentes que tratar de avanzar sobre nuevos puntos de venta"

Analizaste la concentración en el sector de los supermercados a raíz de la negociación entre Disco y Tienda Inglesa. Más allá de que no se concretó, ¿cómo se compone el mercado y qué características viste que pueden ser perjudiciales para los consumidores?

Mi impresión es que en el sector del supermercadismo va a seguir habiendo concentraciones. Para el supermercadismo tradicional no hay muchos mecanismos como para expandirse, no podés tener tiendas infinitas; llega un momento en que el costo-beneficio te dice “hasta acá llegaste”. Más allá de alguna normativa que hace al tema más burocrático, como la ley de grandes superficies, que vuelve más complejo el poder expandirse, lo que termina pasando es que es más fácil expandirse tratando de comprar los supermercados existentes que tratar de avanzar sobre nuevos puntos de venta. Es algo que está pasando y quizá siga a futuro, que la expansión vaya por el lado de fusiones más que por instalación de nuevas tiendas. Es lo que pasó en las farmacias, y esto se debe en parte a estas regulaciones que restringen: cuando vos encorsetás la gente reacciona. Es claro que el Estado siempre está corriendo de atrás a las personas, porque las personas o empresas tienen una capacidad mucho más rápida de adaptarse que el Estado para hacer determinada normativa. Por eso, hay que pensar regulaciones que sean lo suficientemente flexibles, porque la gente se va a adaptar; es el famoso “hecha la ley, hecha la trampa”. No quiere decir que haya trampas para todas las reglas, sino que el objeto de estudio se mueve. Entonces, hay que tratar de entender y prever cómo van a reaccionar. Igual, hay otros países que tienen más concentración y en los que hay menos cadenas que en Uruguay, y otros que tienen más. De vuelta: desconozco cuál es el punto óptimo, pero en cualquier caso la buena noticia es que tenemos una ley de fusiones y una Comisión de Competencia que podrá ver cuál es el impacto sobre los consumidores de la fusión. Hoy tenemos las herramientas que hace un año no teníamos para analizar ese tipo de efectos y tratar de dar una respuesta.

El tema de las fusiones entre actores de peso, tanto en Uruguay como en el mundo, ¿es una tendencia aplicable a todos los sectores? ¿Qué riesgo puede traer aparejado?

Hay toda una literatura nueva en economía que trata de analizar qué efecto tuvo la concentración sobre distintas variables, no sólo sobre los precios sino también sobre el empleo. Ahora por ejemplo hubo un intento de una fusión en el supermercadismo que la Unión Europea no aceptó. La concentración en sí misma no es mala. Si estamos discutiendo el tema de los costos del país, el hecho de tener menos actores en la cadena puede facilitar que los precios sean baratos, pero en ciertos mercados, no en todos. Dicho en otros términos, si en lugar de tener un camión que va la mitad vació tenemos el doble de productos dentro del camión, será más barato que antes. Entonces en sí mismo que haya concentración no necesariamente es malo, en algunos casos no. Hay que estudiar cada mercado, ver a qué fuerzas de competencia están sometidos, y ver si en ese caso la concentración puede ser mala o buena. Dependiendo del caso particular, la característica del mercado, cuántos agentes haya, quiénes sean los compradores, cuál es el producto. Hay productores que son pequeños pero tienen un buen producto o un nicho y logran un buen poder de negociación, y otros que no, que pueden ser más grandes y tener menos poder de negociación para colocar sus productos. La negociación entre partes es compleja, pero yo la veo como algo necesario: que las partes estén preocupadas por cuánto están los productos en una transacción es siempre bueno para el consumidor. Y siempre va a haber un choque entre proveedores y minoristas, porque tienen incentivos diferentes, compiten en mercados distintos y la cantidad de bienes que vende uno es distinta que la que vende el otro. Eso hace que los objetivos de cada uno no estén alineados. En general, la vida los lleva a que deban entenderse, pero es un resultado posible que no. El mundo está concentrado, aunque ahora hay muchos mercados donde está interviniendo el Estado; es el caso de las aerolíneas, para que no quiebren. Esto vuelve sobre la dicotomía Estado-mercado: si todo fuese mercado, que quiebren y se arreglen los proveedores que no cobraron o los trabajadores. Si eso vale cero y el año que viene no va a valer más, cerrémoslo, pero hay estados que optaron por poner dinero en las aerolíneas. Como decía, hasta dónde va el Estado es una línea muy difusa, dependerá de lo que la sociedad defina.

De nuevo el punto medio, algo común a todas tus respuestas.

Yo puedo decir que es el punto medio; otros dirán que no es medio ninguno, sino que está más tirando hacia algún lado. Pero siempre hay que pararse en un punto medio razonable, que en el tiempo se va a mover. El punto medio nunca va a estar fijo, se irá moviendo según lo que la sociedad entienda que deba ser, o según como hayan sido los cambios tecnológicos, o según cómo haya variado la experiencia de las personas. En algún momento la gente se preocupaba por determinados elementos y después se preocupó por otros, y eso hace que tengas que mover el foco de las políticas.

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