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Leído por Andrés Alba
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El triunfo y la asunción del demócrata Joe Biden posiblemente traigan, entre otras cuestiones, vientos renovados a los organismos multilaterales. Vientos renovados respecto de su antecesor, que los ha vilipendiado, pero es fundamental no generarse falsas expectativas. Estos vientos renovados no serán distintos que aquellos que soplaron durante los primeros lustros de este siglo.

El multilateralismo es relevante para sostener un orden mundial razonable. ¿Qué sería de un mundo sin la larga lista de organismos que se crearon en acuerdo con la comunidad internacional para avanzar en ciertos cometidos? Es cierto que muchos de ellos están lejos, o muy lejos, en cuanto a óptimo funcionamiento. Sin embargo, es allí donde países con poca relevancia geopolítica y económica (posiblemente vayan de la mano) tienen al menos la oportunidad de alzar su voz, aunque la mayoría de las veces quede sólo en eso.

La política internacional es parte sustancial del funcionamiento de cualquier país. Cada vez es menos pensado concebir a las naciones como compartimentos estancos aislados unos de otros. Hay un proceso globalizador e integrador que continuará su profundización, más allá de espasmos coyunturales.

Uno de los organismos multilaterales relevantes es la Organización Mundial del Comercio (OMC), cuya refundación fue justamente a partir de la ronda Uruguay en 1994. Este organismo, hoy integrado por la inmensa mayoría de los países del plantea, tiene como cometido promover y asegurar el comercio justo entre las naciones y concibe el intercambio comercial internacional como la vía para que países en desarrollo logren crecer y reducir sus vulnerabilidades sociales y económicas. Impresiona observar el mapa con sus miembros adhiriendo a valores y cometidos. Mucho ha hecho la OMC en su larga historia, pero demasiado le queda en el tintero.

Todo o nada

La OMC tiene una peculiar forma de toma de decisiones. Prácticamente, todos los elementos de la negociación forman parte de un paquete integral e indivisible, y no pueden acordarse por separado. “No se acuerda nada hasta que todo esté acordado”. Esta necesidad de consenso, teóricamente ideal, ha llevado a la parálisis del organismo. Este año se cumplen 20 años del inicio de la llamada Ronda de Doha, aún abierta sin alcanzar acuerdo que establezca avances en las regulaciones al comercio, protegiendo a las economías en desarrollo con instrumentos para que las disposiciones sean respetadas.

En la práctica, esto ha implicado una parálisis del multilateralismo en este orden. ¿Cómo han respondido los países y bloques frente a esta realidad? Negociando y acordando tratados que permitan hacer intercambio comercial de forma eficiente. Se habla mucho sobre aranceles, pero la política de acuerdos excede largo lo arancelario. Allí se negocian y se acuerdan condiciones de acceso para evitar obstáculos técnicos y barreras paraarancelarias, entre otros inhibidores.

Las respuestas de los diversos países han sido elocuentes. La evolución de los acuerdos comerciales es exponencial, con un despegue notorio sobre principios del siglo XXI que no se ha pausado a pesar de la pandemia y que excede aspectos o discusiones ideológicas. Para muestra de esto último, basta repasar el caso chileno bajo el gobierno de Ricardo Lagos.

El comercio internacional genera riqueza para países capaces de producir lo que otros consumen. Riqueza genuina que se traduce en más trabajo, recursos y desarrollo.

Vemos cómo los países negocian y renegocian sus acuerdos. Mercados potenciales para nuestra producción y trabajo, y competidores actuales y potenciales que se posicionan de forma ventajosa.

Viejas estructuras, mismos dilemas

Uruguay tiene por delante el desafío ineludible de ejecutar una estrategia de inserción internacional coherente y funcional a los intereses nacionales, que promueva la producción nacional y genere oportunidades para nuestro trabajo. En economías como las nuestras, esto depende inequívocamente de como nos vinculamos con el resto del mundo.

El Mercosur cumple 30 años, creado para fomentar la integración regional mediante el comercio intrabloque y como plataforma de lanzamiento e integración internacional con terceros bloques o países. Esta unión aduanera, en la práctica imperfecta, ha logrado en buena medida liberar el comercio de bienes entre los estados asociados, pero ha quedado como un viejo rincón olvidado en un mundo que se integra en busca de más y mejor intercambio.

El sueño de un bloque común, funcional a los intereses de cada socio, se parece cada vez más a una pesadilla difícil de soportar. Las llamadas asimetrías persisten sin mayores tratamientos. Uruguay volvió a acumular un déficit comercial de bienes con Brasil de 400 millones de dólares en 2020. Pasan los gobiernos y el laberinto nos trae siempre al punto de partida, sin encontrar salida.

Estrategia consistente

Nuestra estrategia de integración internacional pasa, por supuesto, por ver qué, cómo y con quién realizamos acuerdos; de qué forma logramos insertarnos en un mundo que cambia a pasos acelerados. Mercados que cada vez más les asignan valor a los servicios en detrimento de la valoración sobre los bienes. Y allí no participan aduanas, no hay aranceles y no dependemos del Mercosur para integrarnos. Y en materia de bienes, quizá lo más complejo, debemos dar batalla por nuestro derecho de poder vender nuestro trabajo y producción a quienes pretendan comprarlo de forma eficiente, sin barreras.

Creo con firmeza que los acuerdos no son un fin en sí mismo, no sirve como política pública coleccionarlos como cocardas. Los acuerdos son instrumentos, herramientas que deben ser concebidas como extensiones del mercado local para la producción nacional. Por ello, forma parte de la estrategia la evaluación de impacto económica y social de potenciales acuerdos para valorarlos en su justo término, además de integrar a la sociedad civil al estilo canadiense, por ejemplo, para recoger aportes e incluir en el radar temas que por dinámicas lógicas escapan a los gobiernos.

China, nuestro principal socio comercial, será dentro de poco la principal economía mundial. En 2021 crecerá 8,1%, sólo superado por India, que se expandirá 11,5%. Un sinfín de oportunidades inexploradas para nuestra producción actual y, sobre todo, para agregar valor potencial a lo que ya producimos.

Trabajar en la promoción de Uruguay, asociado a la continua construcción de una “marca país”, debe seguir siendo parte del engranaje estratégico. Son varios los actores o reparticiones de gobierno que deben participar de forma integrada en el diseño y la ejecución de esta política pública imprescindible. Hasta ahora, de esto se ha visto muy poco.

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