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Foto: Ernesto Ryan (archivo).

Cavilaciones de un desocupado (parte III): buscando herramientas para enfrentar los actuales desafíos del mundo del trabajo

17 minutos de lectura
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Esta es la tercera entrega de un ciclo de notas que aborda las cavilaciones de Juan, un desempleado. En las notas anteriores sus cavilaciones giraron en torno a las características del mercado de trabajo, las teorías que podrían explicar la existencia de desocupación y sus consecuencias. En esta entrega, Juan hace un recorrido por las diferentes propuestas destinadas a corregir algunas de las patologías estructurales presentes en el mercado de trabajo.

Se me acusa de pensar de un modo bajo, es decir, el modo de pensar de los de abajo1

Juan se hallaba en esa época de la vida en que el pensamiento de los hombres se compone en casi iguales proporciones de reflexión y sencillez, sazonadas con una pizca de imaginación. Esa mañana se despertó pensando en lo que había leído antes de dormirse el día anterior: “Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad. No somos capaces de percibir lo que tenemos continuamente ante los ojos”. Y lo relacionó con la conversación mantenida con el delivery que le había llevado la cena.

Juan: –Disculpe que no le pueda dar más propina, mi situación económica es precaria, me encuentro desocupado.
Delivery: –Le agradezco y lo entiendo, no se haga problema. De todas formas, le digo que mi situación, aunque no lo parezca, no es mucho mejor que la suya. Si bien tengo trabajo, como soy trabajador independiente, no tengo derecho al seguro de paro, tampoco tengo aguinaldo ni salario vacacional.
Juan: –Bien dicen que en el país de los ciegos el tuerto es rey.
Delivery: –Además mis ingresos dependen de la cantidad de repartos que me asignen, y suele no coincidir con los que necesito para cubrir mis gastos. Enfrento el riesgo de no tener ingresos suficientes para llegar a fin de mes. A esto hay que sumarle que siempre está presente, como una espada de Damocles, el riesgo de que de un día para el otro prescindan de mis servicios.

Mientras escuchaba, Juan comparaba la situación del delivery con la de un trabajador dependiente que vende su fuerza de trabajo, tal como él lo hacía antes de ser despedido. Tenía entendido que los trabajadores reciben un salario que tiene implícito un descuento por el pago de una prima de riesgo que realizan a la empresa a cambio de mantener sus ingresos a salvo de los vaivenes de la economía. Como no existen almuerzos gratis, las facturas que los altibajos de la economía le pasan a la rentabilidad empresarial las terminarían entonces pagando sus dueños, pensaba.

Tener certeza del valor del salario es muy bueno para quienes tienen como única fuente de ingreso la venta de su fuerza de trabajo. El problema es que muchas veces el salario que se recibe no alcanza para llevar adelante una vida digna. Entonces, lo que el salario asegura a muchos trabajadores es vivir en la pobreza.

En ese punto de la reflexión Juan se preguntó si es cierto que los salarios quedan a resguardo de los vaivenes de la economía. Recordó reiteradas oportunidades en las que, cuando la economía atravesó dificultades, se acudió a rebajas salariales de igual forma que se recurre a un antipirético ante un incremento de la temperatura corporal, siendo que estos fármacos tratan la fiebre de forma sintomática, es decir, sin actuar sobre sus causas.

Un ejemplo reciente, pensó, fue el ajuste en el cinturón que se les pidió a los trabajadores con la crisis de la covid. Las pautas presentadas por el Poder Ejecutivo para la octava ronda de negociación salarial establecían: “Es un correctivo por inflación final al que se le descuenta el aumento nominal del 31 de diciembre de 2020 y los puntos de pérdida del PIB…”. En pocas palabras, se estipulaba una caída del salario real equivalente a la caída del producto del año anterior, la cual terminó siendo de 6,3%.

Delivery: –Y le puedo agregar que además de que el pago que recibo es bajo e incierto, yo debo financiarme los medios de producción, la moto, el combustible, la patente, la vestimenta con la que se identifica la empresa. Por si fuera poco, estamos expuestos a que nos hagan una quita de las propinas que recibimos cuando el cliente efectiviza el pago a través de medios electrónicos.

Juan seguía escuchando y pensando que la realidad que describía el delivery era similar en muchos aspectos a la situación que enfrentan muchos trabajadores por cuenta propia. Según información del INE, estos ascienden en la actualidad a cerca de 350.000 personas, mostrando una tendencia creciente a partir de 2012, mientras que concomitantemente disminuye la cantidad de trabajadores dependientes privados2.

El mundo del trabajo está presentando cambios significativos, tanto por el impacto del progreso tecnológico en la forma de producir, como por la existencia de nuevos formatos en los contratos que rigen las relaciones entre trabajadores y propietarios del capital. Un reciente informe del FMI establece: “En la mayoría de los casos, es probable que la IA empeore la desigualdad en general; una tendencia preocupante que las autoridades tienen que abordar de manera proactiva para evitar que la tecnología agudice más las tensiones sociales. Es crucial que los países establezcan redes integrales de seguridad social y ofrezcan programas de retención para los trabajadores vulnerables”.3

Los cambios en los procesos productivos y en la forma en que los trabajadores son remunerados hacen que sea necesario repensar las reglas de juego en el mundo del trabajo, pensaba Juan. Le vino inmediatamente a la cabeza la palabra flexibilidad, eliminación del salario mínimo, supresión de la negociación salarial colectiva, reducción de los costos empresariales resultantes de indemnización por despido, etcétera. En otras palabras, lo que le vino a la cabeza es la propuesta de mayor libertad para que las empresas fijen las reglas de juego que rigen el mercado de trabajo.

Si bien Juan compartía que lo bueno si es simple es doblemente bueno, intentar resolver los problemas del mercado de trabajo con la solución simple de más libertad de mercado no le resultaba convincente. Se corre el riesgo, pensaba, de quien, como tiene como única herramienta un martillo, termine confundiendo todos sus problemas con clavos e intente usarlo para apretar un tornillo. La complejidad del tema lo llevó a pensar que, entre otras cosas, sería necesario revisar los actuales sistemas tributarios simplificados para contemplar adecuadamente la situación de un importante colectivo de trabajadores.

Los sistemas simplificados basados en renta presunta “pueden resultar una carga seria para quienes no obtienen ganancias netas o incurren en pérdidas operativas netas de las actividades comerciales. Desafortunadamente, sólo la opción de liquidar en el régimen general, con los costos de cumplimiento que eso significa y el acceso al asesoramiento necesario, pueden mejorar u optimizar los resultados fiscales en estas situaciones. Este es, sin duda, uno de los desafíos pendientes en los regímenes simplificados de Uruguay”.4

Por otro lado, se preguntó si no debería evaluarse la conveniencia de hacer tributar a los robots. En 2016 un proyecto de informe presentado en el Parlamento Europeo introdujo la idea de implementar este tipo de tributo. “El informe destaca que los robots pueden incrementar la desigualdad y señala una posible necesidad de exigir a las empresas que informen acerca de en qué medida y proporción la robótica y la inteligencia artificial contribuyen a sus resultados económicos, a efectos de fiscalidad y del cálculo de las cotizaciones a la seguridad social”.5

“Parece inevitable”, decía el informe, “que una política que busque encarar el aumento de la desigualdad debería incluir un impuesto moderado a los robots, incluso uno transitorio que sólo frene un poco la adopción de tecnologías disruptivas. Los ingresos podrían destinarse a financiar un seguro salarial que ayude a las personas reemplazadas por la tecnología a cambiar de carrera. Una medida de este tipo sería duradera, ya que se condice con nuestra idea natural de justicia”.

Para un famoso economista, el cambio tecnológico que estamos viviendo está convirtiendo a los países en economías de “Sierra Madre”, haciendo referencia al clásico cinematográfico El tesoro de Sierra Madre, en el que un viejo buscador de oro explica que los que encuentran oro se hacen ricos porque cobran los salarios de todos los que fueron al desierto pero fracasaron. Análogamente, nuestras economías proporcionan mayores retribuciones a unos pocos y remuneran muy poco a muchos (los menos calificados y con menor suerte).

Juan asoció el comportamiento de las economías de Sierra Madre con el fenómeno de polarización del mercado de trabajo y el indeseado maridaje entre trabajadores y pobreza que había formado parte de sus cavilaciones previas6. Se acordó en ese momento de lo que hizo que el expresidiario Jean Valjean, protagonista de la novela Los miserables, se transformara en el económicamente consolidado Tío Magdalena, tras descubrir que se podía sustituir la goma laca por la resina. “Tan pequeño cambio fue una revolución, pues redujo prodigiosamente el precio de la materia prima: lo cual, en primer lugar, permitiría subir el de la mano de obra, beneficio para el país; en segundo lugar, mejoraría la producción, provecho para el consumidor; y en tercer lugar, se podría vender más barato triplicando la ganancia, con ventaja para el manufacturero”. El planteo de Victor Hugo es simple y profundo: el progreso tecnológico puede beneficiar simultáneamente a trabajadores, consumidores y empresarios.

Juan descubrió, hablando con el delivery, un estado de cosas que antes no había visto a pesar de tenerlo en frente. Esto le confirmaría algo en lo que venía pensando hace tiempo: no sabemos lo que vemos, sino que vemos lo que sabemos.

A partir del diagnóstico al que dieron lugar sus cavilaciones anteriores, comenzó a buscar información acerca de posibles alternativas para revertir los problemas que se le presentan al delivery, en particular, y a los trabajadores, en general. ¿Qué problemas? Entendía que básicamente eran tres: generar empleo de calidad, reducir el tiempo promedio de quienes buscan empleo, es decir, reducir las alternancias en que las personas están ocupadas, y que se paguen salarios que rompan el maridaje actual entre pobreza y trabajo. No se le escapaba a Juan que se iba a encontrar con dos tipos de instrumentos que no tenían por qué implementarse en estado de pureza total: acudir a la mano invisible del mercado y acudir a la mano visible del Estado. Su búsqueda dio lugar a las siguientes cavilaciones.

La mochila austríaca

En sus cavilaciones Juan pensaba que durante unos meses su situación económica, si bien sería delicada, no iba a ser crítica, gracias a la indemnización por despido. Esto lo llevó a recordar una propuesta al respecto: la mochila austríaca.

El modelo de la mochila austríaca fue implementado en Austria en 2003 y forma parte de las propuestas en varios países de Europa por partidos de derecha. Recientemente, en el artículo 85 del decreto de necesidad y urgencia presentado por el actual presidente de Argentina se propone avanzar en esta dirección en caso de que exista acuerdo voluntario de trabajadores y empresas: “Las partes podrán sustituir el presente régimen indemnizatorio por un fondo o sistema de cese laboral con un aporte mensual que no podrá ser superior al 8% de la remuneración computable”.

El modelo de la mochila austríaca plantea un cambio significativo en la relación entre trabajadores y empresarios. Consiste en la creación de un fondo individual en el que el trabajador va acumulando aportes que se realizan mientras se encuentra con empleo remunerado. El valor de los aportes se define en función del salario.

Cuando el trabajador se retira, por la causa que sea, se lleva consigo su mochila, pudiendo disponer de ella libremente. Si cambia de empresa puede traspasar el fondo a la nueva empresa. Una consecuencia importante del modelo es que hace que no sea necesaria la indemnización que deben pagar las empresas en caso de despido; este se paga con el ahorro acumulado en su mochila. Esto genera un problema potencial de riesgo moral: al tener asegurado el pago de indemnización, las empresas pueden estar más proclives a los despidos. Se puede ir incluso un poco más lejos con la implementación de la mochila austríaca y considerar que también puede operar como un fondo privado de pensiones.

A partir de sus lecturas, a Juan le surgían múltiples preguntas: ¿cómo se financia la mochila? ¿Quién termina efectivamente financiando la mochila? ¿No termina la mochila siendo un seguro para cubrir los gastos por despidos que tienen que enfrentar las empresas? ¿Estarían los trabajadores financiando su propio despido? ¿No podría la mochila constituir una forma de privatizar el sistema de seguridad económica en la vejez? Le atormentaba pensar en un mundo con trabajadores cargando cada uno con su mochila, a la que los empleadores podrían acudir para financiar eventuales despidos.

La implementación de este modelo puede suponer un aumento o una disminución del salario, según quién la financie. Muchas veces en las discusiones se pierde de vista que los legisladores pueden expresar su voluntad sobre quién debe soportar la carga de este financiamiento, pero el que lo termina definiendo es el mercado.

Reducción de la jornada laboral

A mediados del siglo pasado, cuando la intensidad y lo vertiginoso del progreso tecnológico eran notoriamente inferior que en la actualidad, Bertrand Russell escribía Elogio de la ociosidad y otros ensayos, donde planteaba: “Esta es la moral del Estado esclavista, aplicada en circunstancias completamente distintas de aquellas en las que surgió. No es de extrañar que el resultado haya sido desastroso. Tomemos un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja en la manufactura de alfileres. Trabajando, digamos, ocho horas por día hacen tantos alfileres como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres aún trabajan ocho horas, hay demasiados alfileres, algunos patronos quiebran, y la mitad de los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres está absolutamente ociosa, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?”.

Por otro lado, un informe de la OIT establece: “Cuando se analiza la evolución del tiempo de trabajo con una perspectiva de largo plazo, se observa que ha habido una importante reducción de la jornada. El caso de varios países desarrollados para los que se cuenta con información de las horas trabajadas por ocupado durante el siglo XX confirma esa tendencia. Hacia 1913 se trabajaba entre 2.500 y 2.600 horas al año, mientras que para el año 2000 se trabajaba menos de 2.000 horas al año en los principales países desarrollados, y en algunos, como Francia, Países Bajos y Alemania, se trabajaba cerca de 1.500 horas al año”.7

Juan recordaba que el año pasado fueron aprobadas en la región leyes de reducción de la jornada de trabajo en Colombia (Ley 2.101) y Chile (Ley 21.561). Previamente ya habían hecho lo propio Ecuador y México, ya que, al igual que en nuestro país, el tema forma parte de la agenda pública.

Tanto en el caso de Colombia como en el de Chile, la normativa establece la reducción de la jornada de trabajo sin afectación del salario. En concreto, en el caso de Colombia el primer artículo de la ley establece: “La presente ley tiene por objeto reducir la jornada laboral semanal de manera gradual, sin disminuir el salario ni afectar los derechos adquiridos y garantías de los trabajadores”. En el caso de Chile, en sus disposiciones transitorias, la ley establece: “La aplicación de esta ley en ninguna circunstancia podrá representar una disminución de las remuneraciones de las trabajadoras y los trabajadores beneficiados”.

Según el ministro de Trabajo y Seguridad Social, la reducción de la jornada laboral en nuestro país solamente puede ser posible si aumenta la productividad. Resulta interesante evaluar esta afirmación desde una perspectiva histórica.

En Uruguay, en 1915 el Senado y la Cámara de Representantes reunidos en Asamblea General establecían: “El trabajo efectivo de obreros de fábricas, talleres, astilleros, canteras, empresas de construcción de tierra o en los puertos, costas y ríos; de los dependientes de casas industriales o de comercio, de los conductores guardas y demás empleados de los ferrocarriles y, en general, de todas las personas que tengan tareas del mismo género de las de los obreros y empleados que se indican no durará más de ocho horas por día”.

¿Qué pasó con la productividad en nuestro país en estos más de 100 años desde que se establece la jornada de ocho horas? El PIB per cápita de Uruguay en 1913 era de US$ 3.309, en 1998 era de US$ 8.314, lo que indica un crecimiento de 151,2%8. Sin cambios significativos en la tasa de empleo, el PIB per cápita puede considerarse un indicador de la productividad del trabajo. ¿El aumento de la productividad desde que se decretó la jornada de ocho horas no habrá generado condiciones para reducir la jornada de trabajo sin afectación salarial?, se preguntaba Juan. Un reciente acuerdo en el sector metalúrgico de nuestro país establece el pasaje de 48 horas a 46 horas semanales de trabajo a partir de este año. Juan interpretó que este cambio podría considerarse un argumento, si bien parcial, para responder afirmativamente la pregunta.

Seguro de salario

El progreso tecnológico hace que sea potencialmente posible lo que podría definirse como la trilogía imposible: aumento de salarios, mayor rentabilidad empresarial y reducción de precios, todo en forma simultánea, tal como sucedió cuando Jean Valjean descubrió que podía sustituir la goma laca por resina.

No obstante, la realidad muestra una distribución de la riqueza generada por el progreso técnico que no parece haber beneficiado de igual manera a trabajadores, consumidores y empresarios. La marcada polarización del mercado de trabajo es una consecuencia de esta desigual distribución. A efectos de poder constatar nítidamente la presencia de este fenómeno, Juan consideró de utilidad considerar un período de larga duración en un país en el que se hubiera observado un crecimiento significativo de la productividad y donde predomine la libertad de mercado. Consideró entonces adecuado evaluar lo sucedido en Estados Unidos en las últimas décadas.

Superada la paradoja de la productividad que caracterizó en los 70 a esa economía, a partir de la mitad de los 90 la productividad creció significativamente. Los datos disponibles muestran que este vertiginoso crecimiento no benefició a las personas peor remuneradas. Su participación en el ingreso total de la economía, como se observa en el gráfico, se mantuvo constante a pesar del crecimiento de la economía.

Una parte de la pérdida salarial durante un proceso de cambio tecnológico es consecuencia de la movilidad ocupacional que este genera. Esta dinámica tiene algo de movimiento browniano, pudiéndose equiparar el movimiento de las partículas con el de los trabajadores entre empresas.

Sin embargo, hay un aspecto que no está presente en el mundo de las partículas. En el caso de los trabajadores los movimientos pueden ir, como lo demuestra la evidencia empírica, acompañados de pérdida de ingreso. Esta situación puede provocar que el nuevo trabajo no sea atractivo para el trabajador. Como consecuencia se ve afectado negativamente el empleo. ¿Qué se puede hacer?, se preguntó Juan.

Encontró entonces la siguiente propuesta: destinar a aquellos que se encuentren en esa situación un seguro que pague a los trabajadores desplazados un complemento salarial cuando vuelvan a ser contratados con un salario inferior, ayudando así al grupo más perjudicado por el desempleo: los desplazados de larga duración.9

Leyó que quienes proponen este mecanismo de seguro salarial sostienen que las políticas actuales hacen hincapié en la situación del desempleado, lo cual es adecuado si el principal coste de la pérdida del empleo es la reducción temporal de los ingresos mientras se está desocupado buscando otro trabajo. Entienden que los programas existentes, como el reciclaje profesional y el seguro de desempleo, hacen muy poco por ayudar a los trabajadores desplazados cuyos nuevos empleos están sustancialmente peor pagados que los anteriores. Esto hace que, para los trabajadores desplazados de larga duración, el mayor costo de la pérdida del empleo es la disminución de los salarios tras la reincorporación, y las políticas actuales no abordan este problema.

Este seguro pagaría prestaciones a los trabajadores que reúnan los requisitos sólo después de que encuentren un nuevo empleo y sólo si sus nuevos ingresos son inferiores a los anteriores. El monto a pagar estaría limitado, por ejemplo, al 50% de la diferencia entre los ingresos anteriores y posteriores al desplazamiento. Con el seguro se incentivaría a los trabajadores desplazados a buscar empleos más productivos con salarios más elevados, reduciendo así el riesgo moral inherente a cualquier programa de seguros.

Garantía de empleo

En el artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se establece que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias del trabajo y a la protección contra el desempleo”. Múltiples países incluyen el derecho al trabajo en su Constitución. Juan se preguntaba: ¿a quién se le puede reclamar ese derecho? ¿Quién tiene la obligación de asegurarlo?

Michael Foot, dirigente del Partido Laborista británico, escribió sobre el impacto social del desempleo de larga duración durante la gran depresión: “Y sin embargo, por increíble que parezca, había algo aún peor que el desempleo masivo y todos los ultrajes asociados a él. Fue el cuento que nos contaron nuestros gobernantes durante toda aquella época. ¿Qué era lo que decían? No hay alternativa”.10

No obstante, una posible alternativa fue planteada en los años 60 por el economista Hyman Minsky. Propone como una solución a los problemas del desempleo que el Estado opere como garante en última instancia, garantizando el trabajo para toda persona que quiera trabajar. Esta propuesta cuenta con el apoyo de destacados economistas como el premio Nobel de Economía William Vickrey, para quien “el desempleo es en el mejor de los casos equivalente al vandalismo”.

La expresión garante hace referencia a un paralelismo con el rol que cumple el Estado como prestamista, en última instancia, ante problemas en el sector financiero. En períodos de turbulencias financieras, los bancos centrales desempeñan el papel de garantes para asegurar el funcionamiento de los mercados financieros y la estabilidad del sistema.

Si bien la propuesta no está exenta de dificultades, Juan pensaba que Séneca estaba en lo cierto cuando escribió: “No es porque las cosas sean difíciles por lo que no nos atrevemos a hacerlas; no nos atrevemos a hacerlas porque son difíciles”.

Cuando el atrevimiento vence la dificultad

En Reino Unido, durante el discurso sobre el presupuesto en la Cámara de los Comunes en 2009, en un contexto de altas tasas de desocupación, particularmente entre los jóvenes, se anunció la creación del Fondo para el Empleo del Futuro (FEF): “A partir de enero, a todos los menores de 25 años que lleven 12 meses sin trabajo se les ofrecerá un empleo o una plaza de formación. Los que trabajen recibirán un salario; los que se formen recibirán dinero adicional además de sus prestaciones”.

El anunciado programa también garantizaba el trabajo remunerado en aquellas zonas en las que la tasa de desocupación fuera 1,5% superior a la tasa promedio. Se incorporó, asimismo, al programa la creación de puestos de trabajo verdes, definidos como aquellos que colaboraban con la descarbonización de la economía. El FEF fue suprimido por el gobierno de coalición en mayo de 2010 como parte de su campaña de reducción del déficit, aunque se siguieron cumpliendo las garantías existentes. A pesar de su corta duración, las múltiples evaluaciones que se hicieron arrojan muy buenos resultados.

Si bien existe una gran incertidumbre sobre los costes y beneficios del programa en todos los escenarios considerados en este análisis, se estimó que el programa supuso un beneficio neto para los participantes, sus empleadores y la sociedad en su conjunto.11

¿Y por casa cómo andamos?

Juan recordó que en nuestro país las tasas de desocupación entre los jóvenes desde hace tiempo son sensiblemente mayores a la tasa promedio de la economía. En el período 1998-2021 la tasa de desempleo de las personas de entre 20 y 24 años fue siempre superior, al menos, en el 70%, a la tasa promedio. En la actualidad es casi tres veces mayor. ¿No amerita esta situación evaluar la conveniencia de implementar un mecanismo de garantía de empleo para estos jóvenes?, se preguntó. Hoy en día, el trabajo total en nuestro país se divide en partes iguales entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado, misma situación que hace diez años. Es decir, estamos frente a un dato estructural.12 Del total del trabajo remunerado, dos tercios corresponden a mujeres. Un programa de garantía de empleo podría visibilizar ese trabajo no remunerado subterráneo, pensaba Juan.

Cavilación final

Después de tantas cavilaciones Juan seguía con dudas acerca del futuro del mundo del trabajo, ese en el que, nada más ni nada menos, se definen las condiciones materiales de vida de la mayoría de la población. A pesar de haber realizado un largo recorrido que le permitió identificar sus principales patologías, así como posibles terapéuticas, sintió quedarse con más dudas que certezas.

Se negaba a creer que el camino de búsqueda del sincretismo entre el modelo que cifra su confianza en la mano invisible del mercado y el que la cifra en la mano visible del Estado sea tan empinado. Creía que las políticas inspiradas en el Estado de bienestar en última instancia salvan al capitalismo de sí mismo. Quería creer que la solución a los problemas del mundo del trabajo estaba a la vuelta de la esquina. Pero sabía que, a pesar de su voluntad, no le era posible creer en lo que no creía.

No obstante, estaba convencido de algo. Entendía que era necesario declarar írritos, nulos, disueltos y de ningún valor, para siempre, todos los actos que no ayuden a que sea cada día un poco menos cierto lo expresado hace más 150 años por Victor Hugo y que para Juan seguía aún vigente: “Del infierno de los pobres se forma el paraíso de los ricos”.13

Carlos Grau Pérez es economista, investigador del Cinve, docente universitario, máster en Economía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.


  1. Bertolt Brecht, en el poema “Perseguido por buenas razones”. En nuestro país se representaron varias obras teatrales de su autoría: La ópera de dos centavos (1957), Madre Coraje (1958), El círculo de tiza caucasiano (1959), Terror y miserias del III Reich (1960), El alma buena de Sechuan (1963), Galileo Galilei (1964), La resistible ascensión de Arturo Ui (1965) y La madre (1971), entre otras. Fuente: (Des) Archivo Brecht

  2. Observatorio Territorio Uruguay – OPP en base a INE (Encuesta Continua de Hogares). 

  3. Georgieva, K (2024): La economía mundial transformada por la inteligencia artificial ha de beneficiar a la humanidad. IMF Blog. 

  4. Viñales, G (2021): Pymes y seguridad social. Regímenes tributarios de pymes y contribuciones especiales de seguridad social en Uruguay. Laboratorio Fiscal y Tributario, Cinve. 

  5. Shiller, R (2017): ¿Robotización sin imposición?. Proyect Syndicate. 

  6. Grau Pérez, C (2023): Cavilaciones de un desocupado 1/3. Indefensión aprendida; y Grau Pérez, C (2023): Cavilaciones de un desocupado 2/3. En busca de explicaciones, la navaja de Ockham

  7. Marinakis, A (2022): Situación y perspectivas del mercado de trabajo en América Latina, OIT Cono Sur, Informes técnicos 25/2022; y Messenger, J (2018): Working time and the future of the work. ILO Future of work Research Paper Series. 

  8. Maddison, A (2001): The World Economy: A millennial perspective. OCDE. 

  9. LaLonde, R (2007): The Case for Wage Insurance. CSR 30. Council on Foreign Relations; y Litan, R (2015): A potentially bipartisan way to help the middle class. The Brookings Institution. 

  10. Tanweer, A (2013): The UK Future Jobs Fund: The Labour Party’s Adoption of the Job Guarantee. Post Keynesian Economics Study Group. Working Paper 1106. 

  11. Department for Work and Pensions (2012): Impacts and Costs and Benefits of the Future Jobs Fund

  12. Instituto Nacional de las Mujeres (2022): Encuesta sobre el uso del tiempo y trabajo no remunerado

  13. Victor Hugo (1869): El hombre que ríe. En el prefacio el autor establece que el título de la novela podría ser sustituido por La aristocracia. La cita se encuentra en: Libro Segundo XV: “Gwynplaine está en lo justo y Ursas en lo verdadero”. 

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