“Imaginar”, “soñar” y “transformar” son verbos que el español Xavier Aragay repite constantemente. Desde la creación de una universidad completamente digital hasta la transformación de las escuelas jesuitas en Barcelona, la cantidad de proyectos en los que ha trabajado lo catalogan como experto en innovación educativa. Creó el Reimagine Education Lab, un equipo de especialistas que se encargan de orientar a diferentes instituciones para el cambio educativo, mediante el sistema para reimaginar la educación, que ellos mismos patentaron. Aragay llegó a Montevideo, invitado por Eduy21 y por la Universidad Católica, para participar en charlas y en un simposio de educación. Entre sus actividades conversó con la diaria sobre los desafíos de instalar el cambio y las consecuencias “más que positivas”, que ya se pueden ver en los estudiantes, docentes y directores.
Desde acá
Antes de llegar a Uruguay, Aragay estudió su sistema educativo y su historia. Según consideró, en los próximos cinco años ya se podrían ver los resultados de los cambios que impulsan organizaciones como las que lo invitaron al país. También resaltó el trabajo del Plan Ceibal, que fue “un ejemplo para todo el mundo y hoy trabaja en cómo pasar a una nueva fase, porque el presente va a una velocidad de cambio que obliga a ponerse al día”.
¿Reimaginar la educación es un paso previo para renovarla?
Intenta ser un poco más fuerte que una renovación. La idea de fondo es que los elementos están: una escuela tiene metros cuadrados, pasillos y aulas, tiene profesores y horarios, pero siempre los hemos visto de la misma forma. Hay que reimaginar esto: a lo mejor no va a haber horarios, se mezclarán alumnos de una edad y otra; ya no tiene sentido que cada profesor tenga su grupo y dicte una clase. Se trata de reimaginarlo todo, sin atajarse en la falta de recursos; creo que con lo que ya tenemos, poniéndolo de otra forma, podemos hacer una escuela distinta.
¿En qué consiste el sistema para reimaginar la educación?
Significa acompañar a los responsables, a los directivos de las escuelas, a hacer un proceso de reflexión y acción para ir implementando los cambios. Uno de los problemas es que no se puede cerrar una escuela durante un mes para cambiarla; transformar una escuela se asemeja a cambiar las cuatro ruedas del coche sin que pare. Hay mucha inercia, son muchos años de funcionar de la misma forma, muchas generaciones. Esta metodología ayuda a los equipos a no querer atacar todo a la vez, a hacer un proceso de cambio. Cuando me preguntan cuánto tiempo hay que contar para que una escuela se pueda transformar profundamente, respondo: cuatro años, menos es imposible. En educación todo requiere un poquito de tiempo.
¿Cuál es la mayor dificultad con la que se encuentran cuando empiezan a trabajar en una institución?
Lo más difícil es cambiar los marcos mentales. En este aspecto apuntamos a los directores. Por lo general, ellos piensan que los horarios o las paredes no se pueden tocar; yo les pregunto por qué no. Debemos cuestionar cuál es el objetivo de la escuela: si pensamos que es abrir la cabecita de los niños y meterle cosas dentro, vamos mal. Para mí el fin siempre será ayudar a estos chicos y chicas a que sean personas que después puedan integrarse al mundo en que les va a tocar vivir. Ese tipo de reflexiones son las que hacen que los directivos puedan romper los marcos mentales que tienen y sean capaces de visionar una escuela distinta.
Cuando trabajé en las escuelas jesuitas en Barcelona, además de romper esos marcos hubo que explicarles a los padres por qué hacíamos los cambios. A veces piensan que si se les da a sus hijos la misma educación que tuvieron ellos vamos bien, pero no es así: si hacemos lo mismo, fracasamos. También fue un desafío trabajar con los docentes, crear el ambiente para que ellos se atrevieran.
Planteás que el cambio debe empezar por los directivos, pero ellos tienen un techo en sus posibilidades, que es el propio sistema.
Sí y no. Es verdad que hay un sistema muy clásico en este país y en el mundo, pero se pueden hacer cambios, incluso con el sistema como está. Hay centenares de escuelas en el mundo que ya están haciendo cambios y no han esperado por el sistema. ¿Si el sistema cambiara porque muchas escuelas deciden hacer el cambio? Me pregunto qué pasaría si las cosas dejan de venir de arriba y empiezan a surgir desde abajo.
Si el cambio empieza de abajo hacia arriba, ¿por qué no comienza por el docente en vez de los directores?
Mi experiencia concreta es que si se anima a muchos docentes a hacer cosas, luego viene el director y lo rechaza, dice que no le toquen los horarios, que hacen mucha bulla. Cuando el directivo está de acuerdo, entonces sí empezamos a trabajar con fuerza con los docentes, pero primero vamos con el director.
Se empieza con los directivos, luego se sigue con los docentes. ¿Cuál es el siguiente paso según esta metodología?
Después de que están todos a bordo, el tema más importante es preguntarse cuál es el centro del proceso de enseñar y aprender. Hoy en día, el centro es la currícula y hay que sacarla para poner a la persona. La currícula era una herramienta para formar personas, pero en todo el mundo se ha adueñado del proceso educativo y ahora se ha convertido en un fin en sí mismo. En la práctica debemos preguntarnos cómo imaginamos que egrese el estudiante, porque en el sistema educativo tenemos a los alumnos 15 años, así que tenemos tiempo para incidir. Si queremos alumnos críticos, que sepan trabajar en equipo y que tengan imaginación, definamos qué es eso. Cuando el alumno es el centro se siente protagonista; no le están metiendo cosas en la cabeza desordenadamente, está construyendo y descubriendo el conocimiento, aprende mucho más significativamente mediante la experiencia.
¿Qué se deja de lado cuando el alumno pasa a estar en el centro?
No se pierde nada significativo. Se hace una selección del currículum. En pleno siglo XXI, el conocimiento continúa creciendo y las currículas no pueden abarcarlo todo; debemos ir a los conocimientos básicos, aquellos que nos dan los mapas mentales para después buscar la información, porque el conocimiento hoy está en internet. Lo importante es que el estudiante aprenda a aprender, a buscar, sistematizar y debatir la información. Perdemos partes de la currícula que eran obsoletas y, en cambio, ganamos personas excelentes y más conectadas.
¿Este cambio debería surgir de cada institución, o es algo que tiene que ser para todo el sistema?
Debe comenzar en cada director; luego ya se coordinará. A veces, en educación hay personas que buscan una planificación centralizada, y esto es imposible: vivimos en un siglo en el que la información fluye y es mejor que la escuela también fluya, que se animen a hacerlo, que sean muchas las que se pongan en práctica. Ya nos inventaremos algo para poner en común lo que estamos haciendo; lo importante es que no esperemos más.
Una de las advertencias que hacen los expertos es que el cambio no termine en individuos formados para ser competentes en el sistema; sin embargo, has hablado de preparar en las escuelas al trabajador de 2035. ¿Cómo te parás frente a esta crítica?
Cuando hablo del trabajador de 2035 lo pongo como ejemplo de que no tenemos idea de cómo serán esos empleos. En el siglo XX formábamos personas que iban a tener un solo trabajo, pero esto hoy es imposible; hemos de formar ciudadanos con iniciativa, con imaginación, que sepan trabajar en equipo. Esta visión productivista, que viene del siglo pasado, es absurda. Soy el primero en decir que debemos formar a las personas para la vida profesional y personal, y luego ya descubrirán ellos qué trabajos hacer, porque si hablamos del trabajo en 2040, no tenemos ni idea. La imaginación es el petróleo del siglo XXI; al que no sepa imaginar, trabajar en equipo y transformarse le va a costar mucho encontrar trabajo.
En tu último libro das 21 claves para transformar la escuela. ¿A quiénes están dirigidas?
Está pensado para cualquiera que quiera transformar la educación; pueden ser padres que influyen en la escuela, un director, un funcionario administrativo o un docente. Estas 21 claves las he aprendido haciendo; cuando he hecho cambios en la universidad o en la escuela, he descubierto que son muy importantes porque muchas veces las personas piensan que hacer un cambio es un problema técnico. Visionar es fundamental; si no se sueña no se hará nunca un cambio. Venimos del siglo XX, cuando soñar era perder el tiempo, mientras que hoy es la única condición para poder transformar. Invito a los docentes y alumnos a soñar, hago talleres para que dibujen cómo puede ser, porque si no te enamoras de esas escuelas de sueño, no las cambiarás nunca.