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Gabriela Borrelli

Foto: Mariana Greif

Gabriela Borrelli: “En Futurock no hacemos la mueca de la objetividad”

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Integrante de la emisora argentina, habla sobre feminismos y avances reaccionarios.

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Gabriela Borrelli es escritora, locutora y periodista especializada en crítica literaria. Ha formado parte de diversos proyectos radiales. Actualmente, junto a Pedro Rosemblat, conduce Total Interferencia, que va de martes a viernes, de 18.00 a 19.00, por la emisora argentina Futurock (se puede escuchar online en futurock.fm). Hace algunas semanas visitó Montevideo para presentar Lecturas Feministas, primer libro de la editorial de Futurock, en el marco del FILBA MVD. Durante su visita a Uruguay, conversó con la diaria sobre feminismos y propuestas alternativas para construir sentidos.

¿De qué va Futurock? ¿Por qué la sensibilidad “progre joven” argentina en los medios se construye como independiente?

En el contexto argentino, en el que muchos medios colaboraron con la campaña mentirosa del macrismo, son muy pocos los espacios en los que se pueden escuchar otras voces. Futurock es mucho más que una radio; es una comunidad activa. Surge cuando muchos periodistas dejamos de tener lugar en otras radios. Cuando echás a un programa de una radio, no sólo echás a los que trabajan, echás también a todas las personas que escuchan. Esa audiencia queda huérfana de qué escuchar, o queda condenada a escuchar cosas que no le gustan. El oyente activo de Futurock banca económicamente, a través de una comunidad, a periodistas a los que les cree, porque manejan información que coincide con su visión del mundo. Y así es que promueve una disputa de palabras y de pensamiento dentro del espectro radial. En Futurock no hacemos la mueca de la objetividad. Tenemos pensamientos acerca del mundo y queremos que el mundo sea de una manera, no lo escondemos como periodistas. Ronda esta idea absurda de hablar de “periodismo militante” para desacreditar nuestros discursos. Soy una periodista feminista que no esconde sus creencias y las expresa donde trabaja. En el único lugar donde puedo hacer eso hoy es Futurock. Podemos no estar de acuerdo en todo lo que pensamos, pero tenemos acuerdos marco sobre qué mundo queremos. Futurock es una comunidad de audiencia activa que entiende que hay que bancar económicamente este proyecto porque comparte nuestra visión del mundo. Muchas y muchos uruguayos escuchan Futurock (casi 10% de las suscripciones son uruguayas). Hay una visión del mundo que compartimos, más allá de la coyuntura política de nuestros países. Futurock está creciendo todo el tiempo, ahora sumamos una editorial y un sello discográfico.

En nombre de “la objetividad” se cuestionan prácticas periodísticas que reflejan posiciones políticas.

Hay una idea de que el periodismo tiene que ser lavado de opinión, cuando en realidad la subjetividad está en todo; hasta el lenguaje que usamos es una opinión acerca del mundo. Los mundos están cada vez más claros, se está radicalizando todo. Y no estamos ganando, lamento decirlo. No estamos ganando las feministas, por más que haya un movimiento activo. No está ganando nuestra visión del mundo, en la que los más desposeídos deberían ser los más protegidos. La gente está votando otra cosa, aunque los perjudique lo que votan. Los que están a salvo son los que estuvieron a salvo siempre, los que tienen dinero, los que se están enriqueciendo.

¿En qué te cambió el feminismo?

Empecé a militar en un partido de izquierda a los 18 años. Dentro del partido político se empezaron a plantear cuestiones de género. Empecé a darme cuenta de que me convencía más una militancia asociada al género, mirando desde el feminismo lo social y político. Ahí cambié mi mirada sobre la política.

Hay quienes dicen que el feminismo es un proceso doloroso.

Doloroso es el patriarcado; el feminismo es liberador. El encuentro con el feminismo puede ser doloroso para mujeres que dependen económicamente de varones que las lastiman. Pero no me parece que pueda ser doloroso liberarnos de los preceptos patriarcales. A mí el feminismo me salvó la vida, en relación a las disidencias que tengo: soy lesbiana, soy gorda, entre otras cosas. Hubiera sufrido un montón sin el feminismo, incluso en la clase social a la que pertenezco, aun siendo una privilegiada universitaria.

La comunión entre las mujeres genera resistencias. ¿Por qué?

Los feminismos vienen a plantear otra forma de hacer política que rompe con la lógica patriarcal. Aporta una mirada diferente en una política patriarcal en la que nosotras nunca tuvimos voz ni voto. Es muy loco pensar que hace poco más de 50 años que votamos. Nuestras repúblicas tienen historia; sin embargo, participamos en ellas hace poco más de 50 años.

En Lecturas feministas decís que es un movimiento sin líderes pero con teóricas.

En el feminismo podemos identificar referentes, pero es muy distinto a cómo se construye la política. El Movimiento Peronista tiene a Perón, el trotskismo tiene a Trotsky, el marxismo a Marx. Llevan los nombres de sus líderes. El feminismo tiene como nombre nuestro genérico, rompe hasta con la lógica patriarcal del nombre. Después cada una tiene sus referentes, una de las mías es Lohana Berkins, que contribuyó mucho a los transfeminismos. De hecho, tenemos que empezar a hablar de transfeminismos, más que de feminismos.

¿Qué pensás de los feminismos que excluyen a las identidades trans?

Es un feminismo que abreva en lo binario. En alguna época pudo servir, pero invisibiliza en su accionar muchas identidades. Apunto al género fluido, a lo que se escapa y no puede dominarse, porque todo lo que se estanca es dominable. Vamos a la abolición del género como utopía feminista. Lo que hoy puede ser una cosa, mañana puede ser otra. Esa fluidez es difícil de cooptar. Los feminismos que rechazan a las identidades trans se quedaron estancados y no pudieron adoptar los cambios que necesitaba el movimiento.

Tu libro recopila 30 relatos sobre las mujeres.

Recopilo escritos disímiles que hablan sobre la mujer en diferentes épocas. Son escritos con contenido feminista. Hay una historia cortada, de mujeres que lucharon por la palabra y que no están.

Reivindicás la lectura como un acto colectivo.

Siempre me llamó la atención esta idea de que todo el mundo sabe la historia de Don Quijote pero no todos la leyeron, aunque todos van a fingir que la leyeron. Lo que leo no queda sólo en mí, lo reproduzco, sea en mi forma de hablar o de pensar. Hay algo de lo que lee una persona que retumba en el resto, en ese sentido siempre va a ser colectivo.

También decís que no hay que leer para casi nada y que no hace falta leer para sentir la opresión.

He conocido grandes militantes de los derechos de las mujeres que no pudieron terminar sexto grado. Hay algo de esa opresión que no necesita de Simone de Beauvoir. El obrero no tuvo que leer a Marx para darse cuenta de que lo estaban cagando y que por eso había que empezar una revolución. Tampoco existe la vida sin los libros, ni que esa persona se despierte de esa opresión sin que otros la hayan pensado. Por eso también me gusta la idea de que “si alguien te piensa estás a salvo”. Porque seguramente lo que vos pensás no lo pensás vos sola, lo piensa mucha gente más al mismo tiempo. Algunos escriben, otros no. Pero no es condición sine qua non haber leído, para nada.

Se habla “de los oprimidos”, pero muchos de ellos no llegan a leer lo que se produce sobre ellos mismos. ¿Por qué se sobreinterviene desde la investigación a algunos sectores y aun así no les cambia la vida?

Porque hay otro poder, y ese poder coopta. El capitalismo busca formas de sobrevivir que cooptan las formas revolucionarias. Hay remeras del Che Guevara en locales de Kosiuko. Estamos siempre en esa lucha de poder. Esos libros que hablan de la liberación de los oprimidos están siendo captados por el mismo capital que los oprime.

Decís que lo que convierte a un texto en feminista es quien lo lee.

Cuando un autor presenta un texto, les está diciendo a sus lectores cómo leerlo; cuando vas a la facultad, también te dicen cómo leer. A mí se me canta leer La Ilíada y decir que es un texto queer. La Ilíada cuenta los nueve días que dura la Guerra de Troya. Son nueve días en los que Aquiles está del orto peleando con Agamenón. Pero no quiere pelear, y la guerra se va a la mierda. Aquiles vuelve a la guerra porque se murió Patroclo. Cuando muere, Aquiles incurre en lo más terrible para un griego: el suicidio. No se hubiera suicidado por ninguna mujer, se mató porque Patroclo era su amor. Son Aquiles y Patroclo, dos chongazos, peleando en la guerra de Troya. Para mí, es muy queer. ¿Por qué lo leo queer? Porque me apropio del texto y lo intervengo. Estoy ejerciendo mi creatividad lectora. Me apropio del texto, lo traigo al mundo y lo actualizo. Todo depende del paradigma desde el que una lee. Hay textos que no van a resistir estas lecturas; a esos textos quizás no los intervenga, tal vez los abandone.

¿Hay que leer de nuevo el mundo desde una perspectiva feminista?

Hoy miro todo desde una perspectiva feminista, pero no sé si es posible leer el mundo de nuevo. Asistimos a tiempos muy apocalípticos, los textos que hablan de un mundo nuevo quedaron en los 70. Desde la literatura tenemos que poder hablar de mundos nuevos posibles. Está todo para el orto, pero puede ser que nos hundamos más o que podamos pensar que todo puede ser diferente, que hay un mundo nuevo para construir.

¿El mercado está dispuesto a incorporar la perspectiva feminista editorial?

El mercado se aprovecha y siempre encuentra la manera de transformar cualquier cosa en un producto. Los movimientos revolucionarios no murieron porque el Che Guevara aparecía en remeras de marcas fabricadas por explotados. Tampoco el feminismo va a desaparecer porque ahora esté de moda.

Estás en contra del “feminismo neoliberal”.

Es difícil que haya una categoría de feminismo neoliberal. Creo en un feminismo con justicia social, o nada. Los neoliberalismos ya fueron probados en América y nos llevaron a la ruina total; son una prisión para los más desprotegidos. No creo en las feministas macristas. Podrán ser abortistas, pero no feministas, porque Macri está condenando todos los días a un montón de mujeres.

Los feminismos son una nueva forma de hacer política. ¿Pueden ser una amenaza para las estructuras progresistas?

El feminismo es una amenaza para el patriarcado y el neoliberalismo. Para el progresismo, que busca la justicia social, debería ser una propuesta de acción para reducir la opresión.

¿Entra el feminismo en las lógicas político partidarias actuales?

Hace un tiempo leí una nota de Lucía Topolansky que me interesó mucho. Ella decía que no era feminista y que no entendía al feminismo fuera de los partidos políticos. Los feminismos, que suelen tener lógicas asamblearias y que no tienen líderes, rompen con las lógicas partidarias, en las que se baja una línea que hay que respetar. Hoy en día estamos en una crisis de representatividad de los partidos políticos de izquierda, mientras que la derecha avanza a pasos agigantados. La derecha está ganando en todos lados. Puede ser una derecha como la Argentina, disfrazada de progresismo neoliberal, o una absolutamente misógina y de tinte nazi, como la de Jair Bolsonaro. Ante esto, los feminismos tienen que pensar un poco cómo van a participar. Si va a ser dentro de los partidos políticos o afuera. Doy vuelta lo de Topolansky, que quizás quiso tirar un palo, pero en realidad dio una pauta.

Topolansky niega ser feminista en esa nota pero reivindica toda la plataforma de reclamos feministas. ¿Por qué cuesta tanto reconocerse feminista?

Porque pertenecen a otra generación; a Cristina Fernández de Kirchner le pasa lo mismo. Ellas mismas están interpeladas como militantes políticas. Pertenecen a un partido político y les toca construirse desde ahí, y no desde el feminismo. Otras estamos construidas desde el feminismo; podemos tener simpatías partidarias, pero somos militantes feministas antes que partidarias.

¿Qué generó la movilización feminista en las calles?

Es un virus contagioso que se mueve. En Argentina aportó una forma de activación y un efecto contagio. Lo veo en las pibas adolescentes, que por contagio quieren accionar algo en el mundo para cambiarlo. Sienten un compromiso social desde el feminismo que no sienten desde los partidos políticos. No fue un accidente el despertar del movimiento feminista, el movimiento de mujeres se organizó porque hubo una tierra fértil de militancias.

¿Cuánto aportó el debate sobre la despenalización del aborto?

En Argentina no estamos en un momento de ampliación de derechos, todo lo contrario. El gobierno argentino “hace que”. Hicieron la mueca republicana de generar el debate sabiendo que no iban a aportar los votos necesarios para la aprobación de la ley. El movimiento feminista sacó el aborto del closet para siempre. Hoy ninguna mujer en Argentina debería sentirse mal por abortar, porque sabe que hay un movimiento de mujeres que está para acompañarla. Aunque puede estar condenada a muerte, como es el caso de las mujeres más pobres. El Senado nos negó un derecho, nos condenó a la maternidad forzada, al trauma de la clandestinidad y a la muerte. Lo que les jode, como dice mi amiga Luciana Peker, es el deseo. Lo que les jode es que puedas decidir si querés ser madre o no. Los medios de comunicación son responsables también. Porque desde el cinismo plantearon una grieta entre pañuelos verdes (a favor del aborto legal) y pañuelos celestes (contrarios a la legalización). Las posicionaron a ambas como opiniones posibles; como si cercenar un derecho fuera una opinión. Estamos en un momento muy jodido, en el que los derechos sociales básicos son considerados privilegios. Y en que hay una intención de habilitar que cercenar derechos sea una opinión. No es una opinión, es fascismo. Entonces, expresiones como Bolsonaro, no son muy locas. Porque hoy en día, disfrazados de objetividad y amplitud, están sentando fascistas en los paneles de debate. Esa grieta es una falsedad. ¿Ahora ser antiderechos es una opinión? Cercenar un derecho no puede ser nunca una opinión posible.

En Uruguay se aprobó una ley integral para personas trans. Los sectores conservadores usaron como estrategia discursiva hablar de “privilegios”.

El “privilegio” que tienen es morirse antes de los 40 años. Esta es la mueca democrática de los que no quieren que cambie nada nunca. No quieren que cambie nada, porque les gusta el mundo de mierda así como está. Quieren que los pobres sigan siendo pobres, que las trans se mueran jóvenes. Hay leyes, como la ley trans, que traen propuestas para mejorar las cosas. Si no creés que sea necesario, es porque creés que el mundo está bien como está, con las personas trans muriendo antes de los 40. Si no creés que hay que cambiar esto, estás cercenando un derecho. Acá no es una cuestión de opiniones, acá se va la vida. Hay una falsa objetividad en las opiniones: una propuesta quiere garantizar un derecho, la otra lo quiere cercenar.

¿Cómo ves el avance reaccionario en la región?

Es un movimiento de reacción. Era muy crítica con los gobiernos progresistas de la región, no estaba tan segura de que hayan sido movimientos de justicia social. Pero hoy en día tomo dimensión de lo que fueron porque veo la reacción. Si esta reacción es tan fuerte, es porque antes hubo algo que movió cosas y que los hizo reaccionar así. Hubo muchos avances de los movimientos de disidencias sexuales que los hizo reaccionar de esta forma.

Antes había una relativa corrección política, ahora no se disimula el discurso de odio hacia las minorías. ¿Por qué?

Porque se dieron cuenta de que el mundo estaba cambiando de verdad. Antes pensaban que era un juego, y nos dejaron jugar. Después se dieron cuenta: ¿de verdad están haciendo leyes que les van a cambiar la vida a los que pasan peor?, ¿de verdad se van a casar?, ¿de verdad van a poder cambiar de género? Vieron que los avances fueron muchos y que ya no podían aguantarlos. Tuvieron que volver a la mano dura, porque sino íbamos a cambiar el mundo de verdad.

Proponés apostar a los feminismos populares.

Los feminismos populares y disidentes son más libres. Creo en los feminismos populares, en los que no van a pactar nunca con gente como Bolsonaro. Creo en los feminismos populares desprovistos de las armaduras partidarias, capaces de generar movimientos libres que no tienen que pactar dentro de un congreso para que salga una ley.

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