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Siobhan Guerrero.

Foto: Mariana Greif

Siobhan Guerrero: “La academia debe ser una caja de resonancia de las voces y demandas de las poblaciones trans”

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Entrevista con la académica trans feminista mexicana sobre los lazos entre biología, identidad de género y diversidad sexual.

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La bióloga y filósofa mexicana Siobhan Guerrero ha dedicado gran parte de su carrera profesional a analizar los vínculos entre la biología evolutiva, la filosofía, la historia del sujeto y los estudios sobre la diversidad sexual. La elección de entrelazar estas áreas no fue azarosa, sino que nació de su propia experiencia personal como mujer trans y feminista.

“Empecé mi trabajo con una pregunta muy concreta: ¿cuáles son las causas de la diversidad sexual que ofrece la biología?”, contó Guerrero la semana pasada, cuando visitó Montevideo para participar en un seminario organizado por el Área Académica Queer de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. “Me llamaba mucho la atención que se dieran explicaciones de la homosexualidad o de la transexualidad, pero no de la heterosexualidad. Siempre pongo de ejemplo que si entras a Google y pones ‘causas biológicas de la heterosexualidad’ te sale cero resultados, lo cual es sorprendente”, aseguró.

Durante el proceso que inició para responder a esas interrogantes, la experta empezó a plantearse otras preguntas vinculadas con las “identidades sexogenéricas” que no tenían tanto que ver con la biología sino con la historia. “Allí empecé a trabajar temas más actuales, como VIH, identidades trans, ecofeminismo o conflictos políticos entre los feminismos y los activismos LGBTI”, explicó Guerrero. Todos están atravesados, a la vez, por la filosofía. Sobre estas y otras cuestiones habló con la diaria.

¿Cómo desnormativizar el concepto de biología, que se suele asociar a lo cis o a lo binario, y que también es utilizado por algunos sectores para basar sus discursos de homofobia y transfobia?

He encontrado varias maneras. La primera es rescatar la complejidad de la propia biología evolutiva: para una población como la humana no sería muy exitoso tener una estrategia evolutiva rígida. De hecho, lo más sensato sería apostar por una plasticidad conductual, y me he encontrado con que esto sí se ha dicho al interior de la biología evolutiva. La idea, por ejemplo, de que las sociedades humanas han tenido arreglos muchos más plásticos en términos de la estructura de los grupos poblacionales. La idea de que somos lo que en biología evolutiva se concibe como especies altriciales, que se distinguen de las especies precoces, como la gallina o el gallo, que cuando salen del cascarón ya caminan y hacen todo. Las especies altriciales, en cambio, tienen largos períodos de aprendizaje, y esto es fundamental porque les posibilita adaptarse a un contexto social específico. Pienso que esto permite hacerle frente a un discurso determinista que viene a decir que nuestras estructuras de sociabilidad han estado inmutables, que es el mismo que dice que la familia siempre ha existido. Esto no es cierto, porque la historia humana es una historia de ambientes muy heterogéneos, y en ese sentido recuperar la plasticidad implica recuperar la posibilidad de que dentro de lo biológico haya interacciones mucho más plásticas. Por ejemplo, se reconoce que en los primates hay tres grandes tipos de interacciones: sociales, sexuales y un grupo intermedio, que son las sociosexuales. Ahí lo que te encuentras es que de hecho en primates no hay una conducta sexual que esté mediada solamente por un imperativo de reproducción, sino que también hay una cuestión que tiene que ver con construcción de alianzas. Lo otro es que todos los primates tienen interacciones sociosexuales con primates del mismo sexo, que pueden darse simplemente para crear gremios o alianzas políticas, y eso te ayuda a entender que su conducta sexual ha sido desde siempre muy compleja. Con eso lo que vas mostrando es que esta pretensión de hacer del discurso biológico un discurso fijo, rígido, inmutable, invariable, orientado a la reproducción y únicamente a lo heterosexual es algo que la propia biología falsea. Es decir, la biología humana termina por admitir una enorme variedad de formas de ser. Esta es una manera en la que puedes empezar a cuestionar lo que sería la normatividad, el cissexismo o el heterosexismo en biología.

“La academia ha cometido muchos errores, como lo que se llama el ‘extractivismo de identidades’, que es esto de tomar vivencias, convertirlas en publicaciones y no hacer nada al respecto”.

¿Cuál es el aporte que puede hacer la academia a las distintas problemáticas que atraviesan las personas trans y a las reivindicaciones del activismo trans?

Creo que tenemos que trabajar con otros espacios, y ahí lo primero que señalaría es que la academia es un espacio más: no somos una voz privilegiada. La academia ha cometido muchos errores, como lo que se llama el “extractivismo de identidades”, que es esto de tomar vivencias, convertirlas en publicaciones y no hacer nada al respecto. Lo que debemos hacer es ser una caja de resonancia de las voces y demandas de las poblaciones trans. La academia en ese sentido tiene que ser un espacio que permita amplificar la voz de un sector muy pequeño de la población que está integrado por una mayoría de personas muy marginalizadas. También tiene que ir planteando escenarios de cuáles son las violencias que se sufren, cómo están siendo causadas y a qué mecanismos de intervención hay que recurrir. La tarea es tomar los testimonios y buscar cuáles son las estructuras que están detrás de las opresiones, las violencias, los asesinatos, las exclusiones sistemáticas, y mostrar estas causas, pero no sólo para mostrarlas, sino para acercarse a otros sectores como el Estado, las personas que hacen política pública o las organizaciones civiles, y articular desde allí estrategias para mejorar la vida de las personas trans. Por supuesto, esto tiene que ser incluyendo a las personas trans, no tiene que ser una cuestión de tutelaje, porque entonces caes otra vez en el extractivismo.

En una entrevista que realizaste a principios de este año decías que la academia también debe aparecer como un aliado necesario ante “el avance de las ultraderechas y los fascismos” en el mundo. ¿En qué sentido?

Lo decía porque en el caso particular de América Latina estamos viendo el avance de una nueva derecha antiderechos, y la llamo así porque se están creando alianzas que no existían antes, por ejemplo con ciertos sectores evangélicos, con el objetivo de tomar los espacios que el Estado no logró tomar en términos de crear políticas públicas para luchar en contra de la violencia y la pobreza. Los grupos evangélicos han encontrado allí un suelo fértil en el que su discurso permite recomponer el tejido social, pero el costo de esto es la imposición de una serie de valores que se contraponen a derechos de mujeres y minorías sexuales y que implican la restauración de una visión de familia muy tradicional. Además, tienen una agenda que implica ir teniendo cada vez más presencia en medios y en cuerpos legislativos, lo cual en sí mismo no estaría mal, si no fuera porque también tienen un proyecto de contrarreforma, de echar atrás una serie de derechos. No apuntan a un proyecto democrático de coexistencia; lo que están haciendo es una lectura en la cual las diversidades sexogenéricas son culpabilizadas por los problemas de América Latina. Pasa en Brasil y pasa en México, donde se dice que la delincuencia obedece a la descomposición de la familia, y en ese sentido se aplica a la diversidad sexual una especie de síntoma del mal social. Esto les justifica luchar en contra de las diversidades, suponiendo que eso va a acabar con la violencia. El papel que tendría la academia aquí, justamente, sería mostrar que todas estas aseveraciones que se están haciendo no tienen sustento empírico y que este discurso no es serio ni eficaz, es uno que está buscando chivos expiatorios, que está generando pánicos morales, que está tratando de encontrar soluciones aparentes y no reales. Creo que la tarea de la academia es señalar esto y tratar de articular un discurso que les dé cabida a las diversidades sexuales dentro de un espectro más grande de justicia, pero no a costa de una guerra con las diversidades religiosas, sino tratando de imaginar un mundo donde podamos reconciliar ambas experiencias.

“Probablemente tendríamos mejores personas si todos y todas tuviéramos una vivencia de lo que es vivir en el otro género”.

El debate sobre la Ley Integral para Personas Trans en Uruguay puso en el foco la importancia de visibilizar los procesos de las infancias que deciden transitar una identidad de género trans. ¿Cómo te parece que debe abordarse el acompañamiento?

Hay cuatro cosas que necesitan las infancias: espacio, tiempo, información y apoyo. Asumirte como una persona trans es una cuestión que no sólo te lleva tiempo, sino que requiere un ejercicio de autoconocimiento, por eso tener espacios de exploración es fundamental. Tener información también, sobre todo para luchar en contra de la culpa que muchas veces se vive y de la sensación de miedo. El apoyo en ese sentido es importante para poder hacer un ejercicio de introspección, porque sólo el yo sabe quién es. Siempre pongo de ejemplo la siguiente cuestión: si yo le pregunto a una persona heterosexual cómo sabe que es heterosexual me va a decir “pues simplemente lo sé, por introspección”, y no tiene que hacer un estudio de con cuántas parejas sexuales del otro sexo se ha acostado. La orientación sexual y la identidad de género comparten una cuestión muy específica, y es que se conocen a través de la introspección. Sólo la primera persona conoce qué es. Eso no quiere decir que seamos infalibles, justo ahí es donde entra el espacio, el tiempo, la información y el acompañamiento, porque vas a necesitar todo eso para llevar a cabo una introspección informada y poder declarar quién eres. Esto está orientado a lo que se llama la autonomía progresiva, que en el caso de infancias es fundamental porque mucha gente dice “si yo no dejo que mi hijo de cinco años decida qué quiere estudiar, ¿por qué voy a dejar que escoja eso?”. Acá hay una asimetría clara, y es que un niño de cinco años no conoce nada sobre la universidad, pero sí tiene un conocimiento sobre sí mismo, dado lo que sabe de las posiciones sociales en las que habita, dados los géneros que habita en su mundo, porque a esa edad ya sabe que hay un mundo generizado y ya entiende dónde quiere colocarse. Lo que implica la noción de autonomía progresiva es que le vas dando un apoyo a un niño que va creciendo y que se va volviendo cada vez más autónomo. Eso en los procesos de acompañamiento es muy claro, porque antes de los 12 años, y esto viene en los manuales de cuidado de la Asociación Internacional de Cuidado de Personas Trans, lo que se recomienda es una transición social, o sea que el niño haga una exploración social de su identidad, en un ejercicio de autoconocimiento que va a ser totalmente reversible. A mucha gente la escandaliza esto, yo lo que les digo es que probablemente tendríamos mejores personas si todos y todas tuviéramos una vivencia, aunque sea muy menor, de lo que es vivir en el otro género. Creo que una de las cosas que hemos aprendido es que si hay un ejercicio de exploración en condiciones de apoyo, incluso los menores de edad que al final dicen “no soy trans” salen de allí fortalecidos y enriquecidos acerca de la experiencia. Después, cuando están entrando a la pubertad, lo que hay son bloqueadores hormonales, que son también reversibles cuando se dejan de tomar. Allí lo que les estás dando es tiempo para poder explorar quiénes son. Entonces, todo el proceso de acompañamiento está enfocado en la idea de que les vas dando información, espacio, tiempo y apoyo para que hagan un ejercicio de reflexión. Después de los 15 o 16 años se puede tener ya una terapia de reemplazo hormonal; algunos de sus efectos sí serán irreversibles, pero alguien con esa edad tiene mucho más claro quién es que alguien de cinco años. Esta noción de autonomía progresiva es fundamental para entender cuál es el proceso de acompañamiento, porque no le vas a dar el mismo tratamiento a alguien de cinco años que a alguien de 15.

El mes pasado las mujeres mexicanas salieron a las calles con la consigna #NoNosCuidanNosViolan para repudiar una serie de abusos sexuales por parte de policías, en una convocatoria que se convirtió en una reacción masiva a la violencia machista en el país. ¿Cuál es allí la situación particular de mujeres y disidencias?

La situación se ha ido agravando. Hace dos años se cometían nueve femicidios al día y hoy se cometen diez, lo cual habla de un fracaso brutal de las políticas encaminadas a erradicar la violencia contra las mujeres. Por otro lado, México es el segundo país del mundo con más crímenes de odio hacia poblaciones LGBT. Lo que vemos es que la mayor parte de los crímenes contra hombres gays se comete en sus casas, mientras que un cuarto de los crímenes contra mujeres trans se comete en la calle, por lo que hay esquemas de violencia diferidos para cada una de la subpoblaciones. Y es muy claro que, a pesar de que las encuestas nacionales de discriminación muestran que ha ido retrocediendo, la LGBTfobia sigue siendo algo que cuatro de diez mexicanos defenderían.

“La pretensión de hacer del discurso biológico un discurso rígido, inmutable, orientado a la reproducción y únicamente a lo heterosexual es algo que la propia biología falsea”.

Ante este panorama, ¿considerás que la reacción del movimiento social, en particular de los feminismos y del activismo LGBT, se ha masificado?

Diría que se ha masificado porque México está viendo, igual que gran parte de América Latina, una marea verde, donde empiezas a ver chicas de 15, 19 o 20 años que salen con los pañuelos verdes a protestar a favor de la legalización del aborto, en contra de las violencias machistas, algo que antes no se veía. Antes incluso hubiera sido una vergüenza declararse abiertamente feminista para muchas mujeres de clase media y de familias más o menos conservadoras, ahora es algo que se reivindica, y ves movimiento en todas las ciudades importantes, en redes sociales, en las universidades. Pero cuando ves el tamaño de la población mexicana y ves el tamaño de las marchas, te das cuenta de que no es una masificación como la que hay en Uruguay, Argentina o Chile. No tenemos marchas proporcionalmente así de grandes, lo cual es un problema. Sin embargo, a pesar de eso, sí están cambiando cosas. Estamos viendo por primera vez espacios laborales donde la irrupción del feminismo ha implicado que las políticas misóginas ya no se dan por default, donde un jefe ya no puede simplemente asumir que tiene derecho a acosar a sus empleadas. Con respecto a las diversidades sexuales, ha ido dándose un avance lento. Primero fue un avance sobre todo por lo judicial, pero si hoy ves los congresos ya tienes 20 entidades federativas en México que reconocen el matrimonio igualitario y alrededor de siete que reconocen el derecho a la identidad de género, y eso es algo que hemos ido ganando en espacios legislativos, es decir, se ha votado, lo cual muestra que ha habido un cambio social. El proceso es lento, pero ahí vamos.

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