En los últimos meses, organismos internacionales y organizaciones feministas generaron actividades y elaboraron informes para analizar el impacto diferenciado de la pandemia de covid-19 en las mujeres. En esos relevamientos, desde una perspectiva interseccional, se advirtió sobre las consecuencias aun más graves de esta crisis para las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad, como las que viven en asentamientos, las afrodescendientes, las migrantes o las que integran la comunidad LGBTI.
El colectivo Mizangas lanzó la semana pasada el ciclo de conversatorios virtuales “Acercando voces afrofeministas” para profundizar sobre la situación específica de las mujeres afrouruguayas en el contexto de la emergencia sanitaria. La propuesta consiste en darles voz a expertas y militantes para reflexionar, debatir y buscar estrategias en torno a las temáticas trabajo, educación, salud, cultura y candombe.
El encuentro que inauguró el ciclo se centró en el trabajo. ¿Cuál es la situación laboral actual de las mujeres afro en Uruguay? ¿Cómo impacta la pandemia en las posibilidades de seguir trabajando? ¿Hay herramientas suficientes para que se adapten a las nuevas modalidades que surgieron? ¿Qué estrategias se pueden promover desde el Estado, la sociedad civil y a la interna de las comunidades para garantizar su bienestar económico y social? Estas preguntas, entre otras, sirvieron de disparadores para que tres especialistas afrofeministas plantearan sus visiones, perspectivas y posibles soluciones. En líneas generales, las expositoras coincidieron en que las mujeres afrodescendientes ya se encontraban en condiciones de desventaja antes de la pandemia y que la emergencia sanitaria, en realidad, sólo profundizó esa situación y generó nuevas “urgencias”.
No es igual para todas
La primera parte de la actividad se centró principalmente en dos formas de trabajo que emergieron a partir de la crisis sanitaria: el emprendedurismo y el teletrabajo. Este último fue uno de los conceptos más debatidos, especialmente por la novedad que implica hoy en día su uso extendido en todo el mundo.
La licenciada en Ciencia Política e integrante de Mizangas Noelia Ojeda definió el teletrabajo como “una actividad profesional que habilita a que el empleador y el empleado puedan no estar en el mismo recinto laboral” y “hacer el trabajo fuera del lugar de trabajo, en un espacio no necesariamente compartido con compañeras o compañeros”. Para Ojeda, esta modalidad genera desigualdades, en principio porque, si bien es una actividad que fue sugerida por el gobierno como medida para evitar la propagación del coronavirus, se extendió sólo “para determinadas áreas de trabajo”. Incluso en algunas, como en los organismos públicos, “básicamente se impuso”. “No hubo preparación o formación previa de las funcionarias y funcionarios para manejar las herramientas de teletrabajo, ni tampoco para generar la organización del trabajo cotidiano presencial que pasa a teletrabajo”, cuestionó la experta. “Entonces, todas las personas que tenemos la modalidad de teletrabajo estamos experimentando con esa forma de trabajar y aprendiendo en el proceso”, agregó.
Pero, además, aseguró que las personas acceden al teletrabajo “por condiciones estructurales de vida” y que, por esa misma razón, la experiencia de las mujeres afro “es muy nueva”. “Las personas afrodescendientes estamos recién asomando a esta realidad de teletrabajo, y no todas podemos hacerlo”, planteó, porque no todas tienen los medios para acceder. En la misma línea intervino Verónica Villagra, licenciada en Trabajo Social y presidenta de Organizaciones Mundo Afro, quien dijo que el teletrabajo “es una nueva herramienta que algunas están padeciendo” porque, entre otras cosas, “implica tener un espacio, una computadora y plata para pagar la luz y el internet”.
Por su parte, Noelia Maciel, diplomada en Desarrollo Económico Territorial e integrante de la Coordinadora Nacional Afrouruguaya, aseguró que la población afro tiene dificultades para asumir el teletrabajo por la brecha digital, que todavía está lejos de achicarse. “De repente vivimos en lugares donde no tenemos acceso a internet o una conectividad de calidad, o no tenemos computadora para poder trabajar”, consideró, “entonces tampoco tenemos las condiciones como para desarrollar el teletrabajo”.
Maciel explicó que existe una brecha digital en la población afro, “en el sentido de que una cosa es tener un celular con internet y otra es poder utilizar los diferentes programas, los paquetes informáticos o las tecnologías que se necesitan para desarrollar ya sea emprendimientos personales o trabajos con otros”. Incluso participar en ese conversatorio, que se realizó por la plataforma Zoom, fue “para muchas la primera vez”, dijo.
Hay otro factor que incide: el hecho de que las tareas que realiza la mayoría de la población afro activa “son más bien manuales y no se adaptan al teletrabajo”. “De repente, el teletrabajo no es una solución para el empleo o las características del trabajo que tiene la población afrodescendiente”, resumió. Según la especialista, el coronavirus “adelantó” la desaparición de los trabajos “precarizados, con el uso de la fuerza o repetitivos” que iba a darse eventualmente por la automatización. “Todas esas tareas que no necesitan tanta calificación, que es en las que las personas afrodescendientes nos encontramos, ya iban a desaparecer”, enfatizó.
Las expositoras coincidieron, por otra parte, en que el emprendedurismo es una alternativa de empleo, pero nunca es la primera fuente laboral para la gran mayoría de las mujeres afrodescendientes. “La mayoría de las que emprenden lo hacen por no haber conseguido un trabajo formal de calidad, entonces muchas veces en vez de un emprendimiento que tenga una idea de negocio por detrás, es una actividad por cuenta propia que tiene bastante fragilidad y que requiere de un apoyo de gestión empresarial para que sea sustentable”, explicó Maciel.
En el mismo sentido, Ojeda dijo que “es muy difícil” que una persona afrodescendiente pueda vivir de un emprendimiento. “En eso también vemos un quiebre, y las soluciones que se han dado no han sido estructurales. Hay una suerte de subsidios que en realidad terminan siendo préstamos, porque son por un tiempo y a devolver”, criticó.
El panorama laboral actual de las mujeres afrodescendientes incluye también la informalidad. Una de las cuestiones que surgieron al respecto fue la del trabajo doméstico: según dijo Maciel, cuatro de cada diez mujeres afrodescendientes se emplean en el servicio doméstico, y sobre todo en situaciones de informalidad. “Más allá de que en este último período se ha trabajado por la formalización del empleo doméstico, sabemos que es un área que todavía cuesta mucho, y sobre todo las mujeres afrodescendientes tienen una precariedad muy importante”, afirmó.
Por su parte Villagra, que desde 2016 es la referente del Banco de Previsión Social en temas afro, dijo que en este momento hay 140.000 trabajadoras y trabajadores en seguro por desempleo. “No tenemos desagregados los datos de afrodescendientes porque no logramos introducir la variable en los registros administrativos de la seguridad social”, advirtió, “pero la realidad pura y dura” es que “hoy para muchas personas es ágil pasar de un estado de confort o calidad mínima a un estado de pobreza”. La presidenta de Mundo Afro dijo que la población afrodescendiente “no tiene capacidad de ahorro”, lo que quiere decir que frente a esta contingencia “no tiene alternativas de supervivencia”. Por eso, de alguna manera, es que se organizaron las ollas populares en los barrios, “para mitigar mínimamente la necesidad de la alimentación”.
Estrategias múltiples y colectivas
En la era del teletrabajo, una de las estrategias fundamentales para la inclusión de las mujeres afrodescendientes es la promoción de espacios de alfabetización digital, orientación laboral y capacitación técnica. “Tratar de fortalecer los perfiles de empleabilidad de las personas afro con un fuerte componente tecnológico, que también va a implicar promover mayores niveles educativos en la comunidad afro”, explicó Maciel.
Ojeda, en tanto, planteó la necesidad de que el Estado regule las nuevas formas de trabajo “no solamente creando una ley que establezca las pautas, sino proponiendo medidas para evitar violaciones a los derechos laborales”. En ese sentido, recordó que el teletrabajo genera, por ejemplo, “nuevas modalidades de acoso”, en especial para las mujeres, que deben ser contempladas.
Para Villagra, las nuevas realidades como el teletrabajo “llegaron para quedarse”, y la población afro “va a ir en el mismo rezago que vivió en otros momentos de la historia”. La única manera de hacerle frente, a su entender, a esta situación es por medio de una estrategia que priorice el “diálogo social” –entre el gobierno, el empleador y el trabajador– y la “organización social”. “Lo que necesitamos es fortalecer la sociedad civil, fortalecernos nosotros como colectivo y asociarnos para que de alguna manera podamos salir mejor parados de esto”, convocó. “Y no perder perspectiva de los 300.000 que somos. Somos pobres, pero somos 300.000: modificamos”.
Otra propuesta que surgió fue la de regularizar la situación de las trabajadoras domésticas. “El coronavirus ha agudizado muchas situaciones. Tenemos relatos de compañeras que tuvieron que quedarse en las casas de los patrones o perdían el trabajo. ¿Dónde está la regularización del Estado y dónde está el poder de negociación que se pretende desde los discursos políticos? ¿Ahí qué prima? ¿La seguridad y el bienestar de la persona que va a trabajar a tu casa o tu seguridad?”, cuestionó Ojeda. “Creo que acá también podemos tener otra área de intervención y de demanda y hacer alianzas con sindicatos, movimientos, mujeres que conozcamos y trabajadoras domésticas que están viviendo estas situaciones que exceden totalmente los parámetros legales”.
En materia de emprendedurismo, la licenciada en Ciencia Política propuso generar redes, tanto de emprendedoras como de consumidoras y consumidores. “Somos una población que no tiene capital social y económico acumulado generación tras generación, entonces está bueno pensar colectivamente cómo salir de estas situaciones más agravantes”, aseguró Ojeda. En una línea parecida, Maciel abogó por el “consumo consciente”, es decir, “que si se consume productos o servicios afro sean desarrollados por personas afro, para de esa forma hacer circular el dinero entre nuestra propia población”.
Según Maciel, también es importante promover programas de apoyo para que los emprendimientos puedan formalizarse y convertirse en verdaderos negocios. “Para eso se necesita apoyo en gestión empresarial, en lo que es la formalización de ese emprendimiento, generar espacios de comercialización y también un acceso al crédito, que muchas veces para las personas afrodescendientes es difícil por falta de garantías, ya que no contamos con herencias o ahorros para poder invertir”.
La diplomada en Desarrollo Económico Territorial insistió además en la importancia de hacer cumplir la implementación de la Ley 19.122, que fija las disposiciones para favorecer la participación de las personas afro en las áreas educativa y laboral. Maciel consideró importante que las personas afro puedan acceder a un empleo en una institución pública, aunque sean cargos de menor jerarquía, porque “brindan una estabilidad en la trayectoria laboral de las personas afro, que es lo que históricamente no hemos tenido”.
Garantizar el bienestar de las mujeres afro es, sobre todo, combatir la discriminación racial, un problema estructural que está presente en todos los ámbitos de la vida, incluido el laboral. De hecho, según Maciel, la mayoría de las denuncias por discriminación racial que recibe la Comisión Honoraria contra el Racismo son realizadas en ese ámbito. Contra eso, reivindicó más instrumentos jurídicos que penalicen estos hechos, instancias de sensibilización con las empresas y el sector público, y la promoción de protocolos de actuación ante situaciones de discriminación racial y acoso laboral.