“Este año, en el liceo donde trabajo (con séptimos y novenos), se definió trabajar el mes de la mujer y hacerlo de forma transversal durante todo el año. Y los estudiantes dijeron que estaban cansados, que siempre trabajan lo mismo, pero cuando ibas a hablar del tema no tenían ni idea de lo que estabas hablando”, asegura Analía Cola, docente de Historia en liceos públicos de Maldonado.
En entrevista con la diaria, la docente se refirió el hartazgo que muestran los adolescentes cuando ella hace una lectura de hechos o documentos históricos con perspectiva feminista. Algunas de sus reacciones son: “Ya sabemos que hay que respetar a las mujeres”, “que tienen que venir a estudiar” y “que pueden votar”. “Hay una visión de que la lucha por la igualdad fue algo del pasado y que ya se acabó, que ya está consumada”, agrega Cola.
Sin embargo, detrás de esos discursos, dice que siguen sucediendo “muchas cosas aberrantes” como “acoso a través de las redes sociales a chiquilinas, mensajes de violencia sexual muy explícita”. Violencias que son difíciles de abordar en el aula y que quedan solapadas por los discursos negacionistas de la desigualdad de género que permean en los adolescentes.
Incluso, ella dice que en evaluaciones escritas también ha surgido la idea de que “las mujeres han logrado tanto que algunas quieren ser mejores que los hombres y tener más derechos que ellos”. La idea de que “las feministas se pasaron tres pueblos”, que tanto se usa en las derechas como en las izquierdas, encarnada en adolescentes de entre 13 y 16 años.
Lo que relata la docente se refleja en el informe Cambios en creencias y actitudes de los adolescentes con relación a la diversidad e igualdad de género, elaborado por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed), y al que el presidente de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Pablo Caggiani, hizo referencia recientemente en entrevista con un programa del canal de streaming Topic: “Cada vez más estudiantes creen que la mujer tiene que dedicarse a cuidar a los hijos en la casa”.
En el informe del Ineed se reporta que entre 2018 y 2022 hubo un descenso en la aceptación de la diversidad y la igualdad de género entre los estudiantes, independientemente de la edad, la región del centro educativo o su género. Pero que esto se intensifica en varones de 16 años o más, en comparación con las mujeres y los estudiantes más jóvenes.
El género y la incomodidad en el aula
“Es un hecho que hay una diferencia en la percepción de los roles de género entre varones y mujeres”, dice Nicolás Sosa, docente de Filosofía, educador sexual en secundaria en Montevideo y especializado en masculinidades. “Como pasó con el aborto antes, ahora decís ‘género’ o ‘violencia de género’ en el aula y enseguida aparece la incomodidad”, asegura.
Para el docente, los varones lo manifiestan de dos maneras distintas. Por un lado, se expresan de un modo reactivo, con rechazo, bromas y burlas. “No hay un reconocimiento ni contacto real con la problemática. Te llevan la contra o te dicen un contraejemplo todo el tiempo, como ‘yo conozco a una mujer violenta’ o ‘no nos hagas discutir sobre estos temas que generan pelea’”. Lo que sucede con los varones en estos momentos, según Sosa, “es una cuestión aspectiva, que tiene que ver con un sesgo de género. Soy varón y no me permito, no estoy educado para contactar con esta realidad. Hay una vista de peligro o rechazo vinculado a la pérdida de cierto estatus, se pone en peligro la masculinidad, y me tengo que defender porque me atacan”.
La otra forma en que se manifiestan los adolescentes varones tiene que ver con el silencio: “No dicen nada, sólo te miran”, señala Sosa. Él rescata un aspecto que no queda registrado en encuestas ni evaluaciones escritas, que es el de la plástica corporal. “Te das cuenta la incomodidad en los silencios, en las miradas; no dicen nada, pero lo piensan”, agrega. Esta reactividad o incomodidad ante los temas de género Sosa la advierte en todas las edades en secundaria, e incluso en primaria.
Sofía Rodríguez es educadora sexual en un colegio privado en Montevideo y confirma lo que relatan sus colegas: “Definitivamente noto el cambio de discursos, preguntas y humor respecto a los temas de género” en los últimos años. Ella tiene la oportunidad de trabajar con los mismos adolescentes durante todo el secundario y, mientras acompaña ese proceso a largo plazo, se hace algunas preguntas. “Las generaciones que egresaron entre 2020 y 2022 no estaban habilitadas a hacer humor con estos temas por el grupo, sobre todo por las chiquilinas con el auge feminista. Hoy se sienten mucho más habilitados, hay más comodidad en hacer esos chistes homofóbicos, misóginos y machistas en el aula, que reflejan eso que antes no estaba. Me cuestiono si es un retroceso, por así decirlo, o si tiene que ver con lo que se permitían mostrar y lo que no”.
La educadora sexual nota estos cambios principalmente en varones, que muchas veces tienen un humor discriminatorio y machista. Pero ¿qué pasa con las mujeres en el aula? “Es distinto cómo se manifiestan las chiquilinas hoy, en comparación a lo que era en 2018. Antes, sus discursos y sus voces eran más visibles, su implicancia en el movimiento feminista y las reflexiones que hacían desde esa perspectiva. Esas voces hoy van bajando un poco el volumen en contrapartida con las voces machistas que predominan”, considera.
Según Sosa, “algunas chicas avanzan con los temas de género en clase, pero otras tienen visiones muy desprovistas y hasta patriarcales. Depende del contexto, pero es claro que las que toman la palabra o conectan con la problemática de género son las mujeres”.
El algoritmo misógino
Los y las especialistas coinciden en que los discursos más conservadores y machistas en los adolescentes tienen un anclaje en las redes sociales. “Es evidente que el vocabulario que usan viene de las redes sociales, que es común en youtubers e influencers”, explica Rodríguez.
Por ejemplo, usan mucho el concepto de “mujeres y hombres de alto valor”, términos que usan los “gurús de la masculinidad”, principalmente hombres, para clasificar a las personas. “Un parámetro que parecería antiguo pero que ahora vuelve a tener mucha vigencia”, asegura. En este sentido, un hombre de alto valor tiene dinero y es capaz de mantener y proteger a una mujer; una mujer de alto valor ha estado con pocos hombres, tiene expresiones femeninas, y se queda en la casa. “Ellos consumen eso, te dicen que es un chiste y se ríen. Pero después, cuando hablamos, te das cuenta de que no es sólo un chiste, que genera pregunta e ideas que se van permeando, que se refleja en las interacciones y en los trabajos en clase”, agrega.
Este tipo de contenidos, según Rodríguez, tiene muchísima llegada en los adolescentes: “Si bien es un discurso muy conservador, se presenta de forma muy provocadora y desde el humor, que resulta atractivo para estas edades. Las palabras, las formas y las posturas que usan transmiten a los varones confianza y seguridad. Cuando en realidad, si fuera desde otro encuadre, habría que ver si ellos coinciden realmente”.
Incluso, después de ver muchos videos de este tipo y de analizarlos con los estudiantes, Rodríguez considera que no es casual que tengan tanta popularidad entre varones adolescentes: “Cuando pregunto quién mira esos videos en clase, son muchos los que levantan la mano. Hay un influencer argentino [Emmanuel Danann] que tiene millones de visualizaciones de videos donde hace entrevistas a feministas que son falsas; lo hace para evidenciar que lo que dicen ellas es errado. Las ridiculiza y deja en evidencia. Eso lo mezcla con información sobre criptomonedas, pero presentado de forma graciosa y descontracturada. Hay algo en el lenguaje visual que hace parecer que es transgresor, moderno, positivo, pero que en realidad no es para nada nuevo”.
Estos youtubers, streamers o influencers son las referencias masculinas que están teniendo los adolescentes varones hoy. Así lo explica Sosa: “En el caso de los varones, está la cuestión del abandono. Los gurises no tienen con quién hablar de estos temas y las redes se presentan como un gran refugio”. Y en medio de este bombardeo de contenidos y videos, no hay otras figuras masculinas que tengan un contradiscurso, una mirada diferente en la que los adolescentes puedan reflejarse.
Desde el ámbito educativo, el educador sexual considera que “hay una carencia, una falta de poder elaborar el tema de la masculinidad en todos los niveles, pero sobre todo en la adolescencia e infancia. Hay una resistencia tremenda; la perspectiva de género sigue siendo de las mujeres, nadie se mete con los varones”.
Ser feminista: ¿una posición empoderante o un insulto?
“Hablar de feminismos en los espacios educativos sigue siendo un problema”, explica Sosa. “En el mundo adulto, podés hablar de violencia de género, pero al hablar de feminismo parece que te comprometieras con una posición política que pertenece al mundo de lo privado”. Y para los adolescentes, muchas veces es un insulto: “Hay un pasaje del disciplinamiento entre la puta y la feminista. Antes la mujer que desplegaba un deseo sexual manifiesto (y ahora también) se consideraba una puta; en este giro de empoderamiento y reconocimiento de las desigualdades de género por parte de las mujeres, el ser una feminista es visto despectivamente y siempre desde ese lugar disciplinante. Porque hay que devolver a la mujer al lugar que le toca”.
Sosa observa que en la clase son dos o tres chicas que tienen “un discurso armado, que se re enojan y terminan re peleadas con el resto, pero que dan argumentos válidos que los dejan muy callados”. Él dice que “está bueno lo que pasa porque se genera movimiento, pero que no toda la clase se implica. Es difícil hablar de asesinatos, de muerte, de violencia. Muchos de ellos y ellas lo viven [en sus familias], pero no lo pueden conceptualizar como tal”.
En su caso, Cola tuvo un grupo de estudiantes de 17 años en un liceo de Piriápolis en el que las gurisas, cuando se quedaban con ella sin la presencia de los varones, se animaban a hablar de temas de género. Ella sabía que los varones de la clase hacían videos para Tiktok con la lógica de supuesto debate de “Fulano destruye a feminista”. “Como estaba esa producción en las redes, las chiquilinas sabían que si decían algo en la clase se la iban a cobrar en ese otro espacio”, relata la docente.
La ESI “está, pero no está”
Rodríguez ve en el taller de educación sexual integral (ESI) un espacio de confianza y seguridad donde, más allá de la planificación que tenga el docente, los estudiantes planteen sus preocupaciones y necesidades. “Es clave habilitarlos, sin juzgar, a que muestren los contenidos que consumen y poder problematizarlos. Porque muchos son misóginos y contienen modelos de masculinidad muy problemáticos”, dice.
Frente a estos contenidos en redes sociales, la educadora sexual aporta un enfoque en el que se “valore la singularidad de los deseos y los proyectos de vida de cada adolescente, porque las redes tienden a homogeneizarlo todo”. Según ella, es fundamental que exista la ESI a lo largo de todo el ciclo educativo. “Los estudiantes lo valoran mucho, te das cuenta de que lo están esperando y que lo aprovechan”.
Para Sosa, es muy importante tener ESI en la currícula, pero dice que “volvemos a lo mismo”, en tanto “está, pero no está”, en referencia a que el año próximo se implementará de forma optativa en quinto y sexto año de liceo. “Con esto de que es optativa en secundaria, me pregunto: ¿quiénes la van a elegir? Es problemático porque puede producir las mismas lógicas en las que son las chiquilinas las que asisten y los varones no. Es necesario reafirmar la presencia de ESI en todos los niveles educativos, no como optativa sino como obligatoria. Es la mejor herramienta que tenemos disponible para generar otras lecturas de esta problemática”.