La situación de países como Ecuador o Costa Rica, donde las tasas de homicidios se multiplicaron en muy poco tiempo a niveles alarmantes, debe encender el “semáforo rojo” en Uruguay. El país debe estar “atento” a la proliferación de armas de fuego y a la consolidación de las bandas delictivas.
Así lo advirtió en diálogo con la diaria Marcelo Bergman, doctor en Sociología por la Universidad de California, en San Diego, quien participó en el lanzamiento de los “Eventos por seguridad: hacia un debate basado en la evidencia”, organizado ayer por Presidencia de la República y el Ministerio del Interior.
El experto, que es director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia y dirige la maestría en Criminología y Seguridad Ciudadana en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, en Argentina, señaló que algunos indicadores advierten que “se está atravesando un problema severo”.
Si bien aclaró que, al no estudiar a fondo la situación, no puede hacer diagnósticos profundos, cuando analiza los datos de Uruguay, se encuentra con una “sorpresa increíble”. “Un país como este, que siempre tuvo pocos problemas de inseguridad, tiene actualmente la tasa de prisionización más alta de América del Sur. Pese a eso, las tasas de homicidios y de robos han crecido, con vaivenes, lo que evidencia una situación de riesgo”, sostuvo.
Esto puede deberse a que el Estado no está interviniendo en “forma adecuada” en ciertos territorios y “que hay grupos que aprenden a usufructuar mercados ilícitos”, dijo Bergman, quien fue profesor en universidades de Estados Unidos y México, consultor de organismos internacionales, e hizo investigaciones y encuestas en más de 15 países de la región.
¿Cuál es el aporte de esta clase de encuentros?
Son importantes para impulsar un proyecto y juntar voluntades, porque la mayoría de estos planes requiere múltiples agencias y actores. Es importante cobijarlos bajo una estructura o un plan integral en el que todos se sientan partícipes. Estos encuentros ayudan a formar el paraguas y a crear una comunidad de grupos que intervienen para la mejora de la seguridad.
Es importante que los actores entiendan que no solamente hay que juntar datos y contarlos: también hay que analizarlos, evaluarlos y aceptar el veredicto de esas evidencias con una aproximación científica.
¿Cree que los gobiernos de la región han tenido dificultades para pensar en políticas basadas en evidencia?
La mayoría de los países de la región tienen dificultades en la etapa de cooperación entre los diferentes actores. Utilizando una metáfora futbolística, es difícil lograr que todos pateen para el mismo lado. La policía, las comisiones para la juventud, las organizaciones para la lucha contra la desigualdad, las del desarme, las de combate a las adicciones, etcétera, hacen cada uno lo suyo y no se intercomunican.
La otra dificultad es lograr que se pongan de acuerdo. En eso sí Uruguay es distinto, porque los diferentes partidos políticos pueden sentarse en una mesa y dialogar. Se van a decir cosas, pero se pueden sentar. En muchos países de América Latina esto no es posible.
¿Cuál cree que es la principal dificultad que tiene la región en materia de seguridad, además de la falta de coordinación?
Tiene un montón de problemas. Desde el punto de vista securitario, el mayor problema es la organización de bandas que usufructúan los mercados ilegales. Y no estoy hablando solamente de drogas, estoy hablando de todo tipo de mercados ilegales: minería ilegal, extorsión, secuestros, tráfico de personas, redes de narcotráfico. Se conforman grupos con capacidad letal que hacen cada uno su propio negocio. Y hay peleas por el territorio entre las bandas y de las bandas contra el Estado. Esto hace que la violencia crezca muchísimo. Desde el punto de vista securitario, yo creo que esa es la mayor amenaza. Lo que está detrás de todo esto es la proliferación de los mercados ilegales, que sí está creciendo mucho en América Latina.
Los gobiernos han apostado principalmente por aumentar las penas para combatir el delito. ¿Qué piensa sobre el rol que deberían tener las cárceles?
Las cárceles no están resolviendo el problema, lo están agravando. Lo que tenemos es que la mayoría de la gente entra y después sale peor. Salvo algún que otro caso, que estará 40 años por un homicidio o lo que sea, la mayoría de la gente sale y vuelve a reincidir. Lo más grave es que sale vinculado a bandas, aprende mayores oficios delictivos, con el agregado de que, cuando metes preso a un narcotraficante, a un ladrón de autos, a un director de red de tráfico de personas, el negocio afuera sigue vivo, vienen otros y ocupan ese lugar. O sea, no se acaba la ilegalidad y vas incrementando la cantidad de gente que estás poniendo presa.
En América Latina, en los últimos 20 años –y en Uruguay también–, cada vez hay más gente tras las rejas y no ves menos delitos, que es lo que tendría que pasar. Ni en Uruguay, ni en el resto de América Latina vemos una reducción significativa de delitos producto del encarcelamiento. Si metes preso al que controlaba la venta de droga en la esquina, ese lugar se va a disputar entre dos o tres personas más y se van a matar entre ellos.
No estoy llamando a la legalización de las drogas ni a permitir que haya bandas delictivas. No estoy diciendo eso, estoy describiendo una realidad. Y esa realidad es que, desde mi perspectiva, no veo que la cárcel esté ayudando a reducir la criminalidad.
¿Qué deberíamos hacer con las cárceles?
Las cárceles deben ser reservadas, la mayoría de ellas, a los delincuentes más peligrosos o a los que cometieron atrocidades: delitos de orden sexual, violadores, homicidas, jefes de tráfico. Después tenemos que encontrar una solución a dos problemas. Por un lado, para la gente que está vinculada al delito de sustancias psicoactivas, drogas y robos un poquito más sofisticados. Para ellos no tengo una solución fácil, pero tienen que tener penas de otro tipo, de reparación a víctimas. Con las drogas hay que pensar muy bien qué vamos a hacer, porque estamos perdiendo esta batalla desde hace 50 años, cada vez estamos peor. Tenemos que pensar en métodos alternativos, porque meter a la gente presa no está resolviendo el problema.
¿Qué tipo de métodos alternativos se le ocurren?
Por ejemplo, hay que pensar si para reducir el robo de autos no se deben bajar los impuestos a las autopartes, por ejemplo, porque la mayoría de los autos robados se venden por partes y al ladrón, al desarmador, al intermediario que se lo lleva al taller hay que pagarle. Todo eso tiene un precio, y si logramos que los productos nuevos sean más baratos no van a tener incentivos y habrá menos robos de autos. Otra posibilidad es que el Estado mismo organice espacios en los que se vendan las autopartes usadas, desmembradas mediante programas nacionales. Esas son soluciones de mercado.
Respecto de la droga, hay que apostar por el tratamiento, por la prevención. Hay que atender a los adictos, porque ellos son el 20% de los consumidores, pero consumen el 80% de la droga. Si logramos que los adictos bajen los niveles de consumo, le daremos un golpe fuerte al narcotráfico, porque vive de los adictos. La mayoría de la droga la consume poca gente. Hay que ser creativo, hay que salir de la caja y pensar en otro tipo de soluciones. Yo no creo que la cárcel esté resolviendo nada; está agravando a las personas.
Yendo al caso uruguayo, ¿cómo definiría la situación en materia de seguridad y qué medidas debería pensar el nuevo gobierno?
No conozco la realidad uruguaya con la suficiente profundidad como para dar un juicio de valor al respecto, pero cuando veo los datos de Uruguay, me causan una sorpresa increíble. Un país como Uruguay, que siempre tuvo pocos problemas de inseguridad, tiene la tasa de prisionización más alta de América del Sur y, sin embargo, las tasas de homicidios y de robos han crecido, con vaivenes. Se nota que se está atravesando un problema severo. Mi sensación es que hay una pérdida de territorio.
¿Quiere decir que el Estado está perdiendo territorio?
Significa que el Estado no está interviniendo en forma adecuada en ciertos territorios. Eso, por un lado. Por otro lado, una tendencia general es que hay grupos que aprenden a usufructuar mercados ilícitos, que dejan buenas ganancias. Hay mucha gente a la que le cuesta entrar a la economía formal, y se vinculan desde muy jovencitos con redes de mercados ilícitos. Algunos después desisten y abandonan la carrera criminal, pero algunos persisten. Además, hay un enorme acceso a las armas de fuego. Me decían que en Uruguay hay 1,2 millones de armas de fuego; en un país de 3,5 millones quiere decir que, en promedio, una de cada tres personas tiene armas. Son muchas armas. Tampoco está claro cómo se puede eliminar los mercados de armas de fuego, porque es complicado.
Yo decía en la presentación que restringir los mercados de armas da resultado, pero no es la panacea, no es la solución ideal. Puedes reducir los homicidios entre 20%, 25%, 30%; está muy bien, está fabuloso, pero queda otro 70% u 80% que no lo resuelves mediante una restricción en el acceso a las armas de fuego, hay que pensar en otras estrategias.
Y con respecto al tema de las cárceles, ¿qué cree que debería hacer Uruguay?
No hay que creer que la cárcel te va a resolver un problema. La cárcel es para los delincuentes más peligrosos, jefes de bandas, con la esperanza de que los sacás de circulación y listo. Pero no están funcionando la adaptación social, los programas de inclusión; se están gastando fortunas en las cárceles, seguimos construyendo cárceles y hasta ahora yo no he visto en ningún lugar que reduzcan el delito.
¿Qué fortalezas advierte en el país para poder encarar los problemas de inseguridad?
Desde mi perspectiva como sociólogo, veo muchas fortalezas. Primero, la mayoría de los uruguayos tiene una profunda convicción de que la justicia social debe imperar. Hay una sensibilidad y una empatía por la justicia social; eso es un valor fabuloso. La segunda es preservar esta capacidad a pesar de las adversidades. No hay un antagonismo de tal magnitud que impida acordar políticas. En Uruguay lo pueden hacer; esto no significa que todos estén de acuerdo, por supuesto que no, hay votaciones que son reñidas en el Parlamento y la mitad está para un lado y la otra para el otro. Pero en general no hay esa animosidad. Yo creo que si bien hay polarización, no es una polarización que anula al otro. Siempre hay un respeto hacia la existencia del otro: no hay que aplastarlo, no hay que pisarlo, simplemente hay que ganarle las elecciones.
Hay países de la región, por ejemplo Ecuador, en los que en muy pocos años la situación cambió totalmente. ¿Cree que Uruguay podría enfrentar una situación así?
Es una gran pregunta. Yo escribí sobre eso. En América Latina, en los últimos 30 o 40 años, hay crecimientos estrepitosos de 300%, 150% en la tasa de homicidios, lo ves en períodos cortos. Ecuador es un caso reciente. México triplicó la tasa de homicidios en cuatro años, de 2007 a 2011. Río de Janeiro triplicó su tasa de homicidios en seis o siete años, desde 1984 a 1990. Y te podría dar muchos más ejemplos. Tiene una lógica de aceleración de la tasa delictiva.
Si Uruguay está a las puertas de esto... Yo espero que no, yo creo que no, pero hay que estar atento.
¿Vio algún país de la región con una situación parecida a la de Uruguay?
Hay un país similar: Costa Rica, que tiene una aceleración más grave que la que ha tenido Uruguay. Costa Rica, un país tranquilo como Uruguay, tiene una tasa de homicidios cercana a los 16 cada 100.000 habitantes. Hasta hace unos años, tenía 5 o 6. O sea, triplicó los homicidios en cinco o seis años. Y Uruguay está en una tasa de diez. Tiene una tasa tirando a alta. Pero el problema ocurre si se consolidan las bandas y hay una policía ineficaz de controlar lo que pasa en el territorio. Cuando sucede eso, estas bandas empiezan a adquirir autonomía y capacidad de extorsión.
En Uruguay ya hay extorsión, secuestros, trata, drogas, y todos ellos son delitos muy depredadores. Ese es el peligro. Si tuviera que hacer un diagnóstico diría: ojo con la consolidación de bandas y su acceso a armas letales. Ese es un semáforo rojo muy fuerte. Sería lo primero que miraría. Y, desde luego, evitaría a toda costa que escale la violencia, porque tiene este mecanismo de reproducción rápida que es muy peligroso.