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Ilustración: Ramiro Alonso

El helicóptero de Francia

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Hay dos Francias y una queda en Colombia. Lo que le está permitido a una le está censurado a la otra. En marzo estalló la polémica. La vicepresidenta colombiana, Francia Márquez, viajaba demasiado en helicóptero. La explicación era clara e irrelevante al mismo tiempo. Semanas antes se había desarticulado un atentado que esperaba el paso de la caravana vicepresidencial en una carretera1, y las medidas de seguridad aconsejaban el viaje por aire. No tenía importancia. Era otra lógica la que estaba funcionando por detrás de la crítica. La propia vicepresidenta lo señaló con claridad. Nunca antes se había cuestionado con tanta virulencia el uso de aeronaves por parte de las máximas autoridades del país, a pesar de los casos de utilización para fines muy privados de gobiernos anteriores2. Nadie ponía en duda el derecho a la seguridad del expresidente Álvaro Uribe que, en dinero contante y sonante, costaba más que el combustible para evitar que se repitieran los atentados contra Francia Márquez. Porque la lógica de la censura era otra. Lo que molesta del helicóptero de Francia Márquez a las élites de Colombia no es el helicóptero, sino ella. Una mujer negra del sector menos privilegiado de la pirámide económica y social tiene, en ese imaginario, menos prerrogativas, sea cual sea el cargo que ocupe. La vicepresidenta lo expresó con toda claridad en una entrevista televisiva: los críticos tendrán que acostumbrarse, porque ella seguirá usándolo ya que tiene el derecho de usarlo3. “De malas”, dijo la vicepresidenta frente a las críticas. Algo así como “me importa un rábano”.

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“De malas”, también, dijo en la otra Francia el gobierno. Aunque 70 por ciento de los franceses está en contra (o bastante más, si se toma en cuenta sólo a la población económicamente activa), el presidente Emmanuel Macron esquivó el camino habitual del trámite legislativo y, montado en el helicóptero de un artículo especial de la Constitución, aprobó la reforma jubilatoria sin pasar por el Parlamento.

Trabajar más. ¿Qué son dos años, a fin de cuentas? La respuesta podría tenerse también en Colombia. El “decrecimiento” en contra de la productividad desenfrenada no es sólo una manera de salvar al ser humano, salva también al planeta. Esa idea, polémica por tan evidente, es una de las líneas discursivas del gobierno de Gustavo Petro4. Ya lo había dicho el poeta italiano Cesare Pavese. Trabajar cansa. En un sentido más que físico. En un sentido esencial. Podría actualizarse tanto el sustantivo como el verbo en una perspectiva ambientalista de supervivencia: producir agota. Cuestión de perspectivas. El editorial de la edición parisina de este mes se detiene en el origen social de los legisladores: “La Asamblea Nacional apenas cuenta con cinco obreros entre sus 577 diputados, es decir, menos de uno por ciento de los representantes, cuando este grupo social representa 16 por ciento de la población”. Hay ahí una perspectiva que falta. La olvidada perspectiva de clase. La que Francia Márquez trajo al centro de la política colombiana. La que impide que se vea con naturalidad el uso de un helicóptero por una vicepresidenta como medida de seguridad. La que impide entender el Pavese recargado: producir agota.

***

Mientras tanto, en la tranquila penillanura uruguaya, también aterrizaron helicópteros. Mejor dicho: se mantuvieron en vuelo para mostrar la doble perspectiva: la de clase y la ecológica. Viviendo en Francia desde los años 1960, una de las figuras principales de las artes plásticas uruguayas, José Gamarra, trajo a Montevideo una muestra antológica de su obra. Donó 31 cuadros al acervo público y los colgó, junto a otros 30, en una gran muestra que puede verse en estos momentos en el Museo Nacional de Artes Visuales.

En la pintura de Gamarra abundan los helicópteros. Son pinturas ecologistas de antes de la moda verde. Son cuadros en los que la selva es mancillada por las compañías transnacionales que extraen sus recursos naturales, en especial petróleo, y por las fuerzas militares que se ponen en marcha para custodiar ese expolio. Directo. Podría ser casi panfletario si no estuviera resuelto con belleza plástica, si la actualidad de su denuncia no estuviera entrelazada con una mitología originaria donde aparecen, entre anacondas y jaguares, los habitantes de América cuando todavía no era América.

Desde los helicópteros que pinta Gamarra se agrede esa arcadia. Se atacan los arcoíris formados por la luz que golpea las partículas de una atmósfera que tal vez nunca existió, pero que está en el terreno de lo utópico que también es, en un cruce de simbología y política, tener una vicepresidenta de origen afro. La palabra “imperialismo” es dicha de un modo claro y bello. Dos cuadros en dos extremos de la exposición son las sílabas que la abren y la cierran. En el comienzo, los vuelos de la muerte lanzando cuerpos al Río de la Plata, bajo el claro de la luna (Passage à niveau, 1978), hablan de las dictaduras de las que este año se cumple, en Uruguay y en Chile, el medio siglo de sus comienzos. Al final, sobre una pared que es, a su modo, la última pared de la muestra, el óleo urgente de una invasión de este siglo (God bless America, 2004), un cuadro pintado al influjo de la invasión a Irak por parte de Estados Unidos, iniciada el 20 de marzo de 2003, hace casi exactos 20 años.

Las dictaduras latinoamericanas se vistieron de “guerra al comunismo”, aprovechando la lógica de la Guerra Fría, pero en verdad apuntaron contra todo intento progresista transformador que pudiera poner en riesgo los privilegios de las élites5. Fueron una cuestión de clase. La invasión a Irak construyó una narrativa alrededor de unas supuestas armas de destrucción masiva que nunca llegaron a encontrarse. Ese carácter esquivo de las ojivas dejó un amplio espacio especulativo que parece dar la razón a quienes dicen que fue, como muchas de las guerras modernas, una invasión por los recursos naturales. Los iraquíes muertos sólo en los primeros años de esa guerra son más de 650.0006. “De malas”, puede decir el presidente estadounidense que dio la orden de la invasión sin mandato de Naciones Unidas. Estados Unidos no reconoce a la Corte Penal Internacional, por lo que sus dirigentes (al igual que los de China, Israel, Pakistán o Rusia) no tienen riesgo de ser juzgados por una justicia internacional que suele condenar a balcánicos (a través de una corte específica) y africanos.

No todos los helicópteros son los mismos helicópteros.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, Uruguay.


  1. Santiago Torrado, “Francia Márquez denuncia un intento de atentado con explosivos en su contra”, El País, Madrid, 10-1-2023. 

  2. “Polémica en Colombia por uso de avión oficial para cumpleaños de una hija del presidente Duque”, CNN, 11-2-2020. 

  3. Entrevista de Vicky Dávila, Semana, Bogotá, 27-2-2023. 

  4. Lizeth Suesca, “La defensa del presidente Petro a la propuesta del ‘decrecimiento’ de MinMinas”, Caracol, Bogotá, 2-9-2022. 

  5. Ver Gerardo Caetano y Magdalena Broquetas (coord.), Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay: Guerra Fría, reacción y dictadura. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2022. 

  6. “Más de 650.000 iraquíes han muerto desde el inicio de la guerra, según ‘The Lancet’”, El País, Madrid, 11-10-2006. 

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