La historia del pueblo se remonta a 1913, cuando unos 300 rusos con sus familias llegaron huyendo del zar, que los perseguía por sus creencias religiosas.
Cuesta ponerse en la cabeza de aquella época, casi sin mapas, sin radar ni satélites. Probablemente para un ruso venir a Uruguay era una perspectiva similar a la de ir a otro planeta.
Los inmigrantes, guiados por Basilio Lubkov, se asentaron en estas tierras que ofrecía gratis el Ministerio de Fomento y Agricultura, y allí se pusieron de inmediato a sembrar y producir, e instalaron la primera fábrica de aceite de girasol del país. Hoy, en los campos que rodean al pueblo uno puede ver varios sembradíos de trigo, que recuerdan el paisaje que aquellos agricultores insertaron en la zona desde que se instalaron.
Como ecos de su origen ruso, por las calles anchas de San Javier hoy pasan niños con el pelo rubio y enrulado, con un aire europeo, camino al almacén Misha, aunque al escucharlos hablar sea evidente su origen netamente “criollo”.
San Javier es a la vez el límite norte del área protegida Esteros de Farrapos, que se extiende como una franja sobre el río y llega hasta Nuevo Berlín. Esta extensa zona de bañados, humedales y montes ribereños puede ser visitada a pie o en bote para apreciar la riqueza de su fauna, especialmente de aves que anidan y se alimentan cerca del agua. Chajás, cisnes, gallinetas y espátulas, entre otras, pueden verse tanto en las zonas de bañados como en las orillas del río.
Un capítulo aparte son las islas del propio río, que también son refugio para especies de flora y fauna, y donde varios apicultores locales tienen sus colmenas, que dan origen a una miel con el sabor propio de las flores del monte. Hay varias opciones para hacer un viaje en lancha navegando en el entorno del río, bajando en las islas y comprando la miel local directamente de mano de quien la produce.
El pueblo navega entre los atractivos que los bañados y el río ofrecen al turismo ecológico y la fuerte herencia cultural que su historia le marca. De hecho, en el galpón centenario donde los primeros inmigrantes guardaban las cosechas hoy funciona la oficina del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, desde donde salen los guardaparques a hacer sus visitas guiadas con los visitantes.
Hace años funciona un grupo de danza rusa, llamado Kalinka, famoso por su participación en varios festivales, e incluso por haber realizado una gira por Rusia en el año 2010.
Este cuerpo de baile, que está organizado por el centro cultural Máximo Gorki, es la estrella de la fiesta por el aniversario del pueblo, que se realiza cada año el último fin de semana de julio. Para ayudar a rescatar la rica historia local se fundó el Museo de los Inmigrantes, con fotos históricas que muestran los primeros años de los pobladores rusos en su destino uruguayo.
San Javier tiene calles tranquilas, por las que todos sus habitantes se mueven en bicicletas, que luego quedan apoyadas en largas hileras en la vereda o en las plazas, sin candados ni trancas.
Al recorrerlo a pie vemos cómo se alternan los cuidados jardines, llenos de flores, con pequeñas parcelas entre las casas, donde hay cultivos de maíz y otras plantas, como para recordarnos la esencia que dio origen a la colonia.
En el muelle del pueblo se puede probar con la pesca, ya sea de algún patí o de bagres y, si hay suerte, de dorados, tal vez la estrella de la pesca en la zona.
Hay algunas opciones de alojamiento en el pueblo, pero también se puede elegir hospedarse en el balneario Puerto Viejo, apenas a unos cinco kilómetros del pueblo, sea en carpas o en cabañas. Es un lugar tranquilo donde nadar, pescar o para tomar una excursión en bote por el río o hacia las islas.
Es fácil llegar a San Javier, que está a unos 95 kilómetros de Fray Bentos, saliendo en un desvío desde la ruta 24. La combinación de lugar tranquilo, donde cada esquina tiene una historia antigua y profunda, con amplios paisajes acuáticos y aves de bañado pone a este pueblo en el mapa de los destinos destacados para todo tipo de visitantes.