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Foto: Marcelo Casacuberta

Un espacio para la libertad

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La plaza Las Pioneras, en Agraciada entre General Aguilar y General Luna, en Montevideo, fue pensada como un gran lienzo que se renueva a medida que los visitantes lo usan y lo comparten. Siempre abierto y dispuesto a recibir todas las manifestaciones expresivas o lúdicas que se acercan, es un espacio móvil y cambiante que apuesta a la libertad.

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La plaza Las Pioneras, en el barrio Arroyo Seco de Montevideo, es un espacio enigmático. Desde la avenida Agraciada llaman la atención una pared de espejos en el fondo y una estructura de hierro sin techo. No se ven hamacas, jardines ni bancos de plaza, así que antes de entrar dejá afuera tu idea de plaza, no te preguntes qué es, para qué sirve o qué juegos hay.

Las Pioneras te invita a que la inventes como un enorme lienzo en negro de casi 5.000 metros cuadrados.

Originalmente en ese lugar funcionaba la Estación Agraciada, centro de la actividad tranviaria del ramal Paso Molino. Después fue taller de reparaciones de tranvías eléctricos, depósito de trolebuses y finalmente sede de Paseos Públicos de la Intendencia de Montevideo.

En 2018 se resolvió transformar ese espacio en una plaza pública, con la consigna de homenajear a las mujeres que a lo largo de la historia del Uruguay desobedecieron al patriarcado luchando por sus derechos. La plaza Las Pioneras debía ser un espacio feminista.

El proyecto arquitectónico fue transformar un enorme y viejo galpón cerrado en un espacio a cielo abierto sin límites entre el afuera y el adentro. Como testigo del paso del tiempo, se restauró la vieja estructura de hierro, se reutilizaron las chapas del techo como tapiz de algunas paredes y se conservaron dos construcciones sobre Agraciada, que son sedes de agrupaciones feministas. Se adaptaron espacios para servicios básicos públicos y se cuenta con un mobiliario móvil disponible para ubicar en cualquier lugar de la plaza.

Tiene apenas tres años de vida, un premio en la Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito y miles de visitantes que entrenan, ensayan, crean, se encuentran, cantan, bailan e inventan. Como Darío, un panadero de 34 años que durante la pandemia empezó a patinar. Se va desde el Cerrito a Arroyo Seco porque ahí a nadie le importa lo que hacés, dice. Con la música que elige, baila y entrena sobre ruedas; lo ves y te dan ganas de probar, porque lo que transmite es el goce del espacio en libertad.

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