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Ilustración: Alejandro Carsillo

¿Cómo se reconstruye una vida en común?

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En 2015, la académica y ensayista uruguayo-ecuatoriana Amparo Menéndez-Carrión publicaba una obra monumental en la que revisaba la tradición de ciudadanía consolidada a lo largo del siglo XX en Uruguay y encaraba la idea de lo público como un espacio construido colectivamente por personas activamente inmersas en sus comunidades. Hoy, ocho años después, la obra es reeditada en formato digital y el politólogo Gabriel Delacoste se pregunta cuánto ha cambiado el escenario desde entonces. En el número 123 de Lento publicábamos en español un adelanto de Raymond Chandler: The Detections of Totality, de Fredric Jameson, en el que el autor postulaba una ciudad —Los Ángeles— imposible de recorrer a pie, fragmentada, habitada por personas que no salían nunca de su círculo de relaciones y no eran, por lo tanto, capaces de imaginarse como comunidad. La Montevideo de hoy, dice Delacoste, muestra ya los signos de la fragmentación territorial que va de la mano de la descomposición del tejido social, pero antes hubo otras cosas. Sobre eso que hubo, sobre la importancia de conocerlo y sobre la urgencia de imaginarlo como posibilidad habla este artículo.

Puede parecer que desde 2015 pasó una eternidad. Quizás exagero, pero no tanto. Algo de la textura de la vida en Montevideo es muy distinto de hace ocho años. Como si se hubiera cruzado una frontera histórica; como si el régimen discursivo que regulaba la vida colectiva y la hacía vagamente reconocible a lo largo de las décadas hubiera colapsado y hubiera sido sustituido por otra cosa. 2015 es el año en el que se publicó Memorias de ciudadanía. Los avatares de una polis golpeada. La experiencia uruguaya, obra en tres tomos de Amparo Menéndez-Carrión que hace unas semanas fue reeditada como e-book por la editorial Fin de Siglo.

Me permito un breve rodeo autorreferencial para contar que allá por 2015 yo era un militante de la Facultad de Ciencias Sociales y un militante del Frente Amplio, y que estaba en crisis con las dos cosas. El momento estaba marcado por la esencialidad de la educación decretada por Tabaré Vázquez. No podía ser más oportuno para el encuentro con una obra que explicaba la lenta decadencia de lo público en Uruguay.

Desde aquella primera lectura no he dejado de dialogar con esta obra y con su autora, cuyo pensamiento fue definitorio para el desarrollo del mío. Digo esto no porque mi pensamiento sea especialmente interesante, sino como forma de agradecer y también de mostrar el tipo de cosas que obras como esta pueden hacer. ¿Qué cosas? Muchas. Al repasar las veces que cité o referencié esta obra en mis textos me encontré con que siempre fue para cosas distintas, como si el libro pudiera decir algo sobre casi cualquier asunto en Uruguay.

Pero ¿de qué se trata este libro? Para responder esta pregunta, hago otra: ¿ha reparado usted, lector o lectora, en que los viejos, cuando evocan el Uruguay de antes, hablan de un país en el que la gente convivía mucho tiempo en las plazas y las veredas, en el que a la escuela pública iba todo el mundo, en el que había reuniones cotidianas en las que se armaban tremendas discusiones de política? Bueno, este es un libro sobre eso. Sobre cómo eso se construyó y se perdió.

Digamos lo mismo, al revés: ¿ha reparado usted, lector o lectora, en que a menudo, en sus desayunos de trabajo o sus medios de prensa, los empresarios y sus intelectuales se quejan de cómo en Uruguay hay mucha gente que tranca todo, que no acepta las cosas tal como son hoy en día, que pareciera que no quiere progresar? Bueno, este también es un libro sobre eso, y sobre cómo eso es precisamente lo mejor del Uruguay.

Las ideas sobre el Uruguay

¿Tiene sentido hablar de cosas como “lo mejor del Uruguay”? Menéndez-Carrión habla de algunas cosas sobre las que no nos gusta mucho hablar en los ámbitos de izquierda más radical. No nos gusta, en buena medida, porque son temas que se repiten en los discursos liberales y conservadores. Me refiero a lo que suele ponerse bajo el paraguas de la “excepcionalidad uruguaya”.

Este libro ofrece una mirada oblicua de aquello que la mirada autocomplaciente del Uruguay muestra y celebra, pero al mismo tiempo oculta. Oculta mostrando. Esa mirada autocomplaciente muestra una democracia ejemplar, un país moderno, la convivencia entre dirigentes políticos, pero oculta la capacidad de producción de capital público y la conexión de ese capital público con la vida en común y con las formas igualitarias de hacer y pensar, y también oculta el rol de la izquierda en todo eso. Oculta, sobre todo, los ataques de la élite política y los medios hegemónicos a los fundamentos discursivos y de economía política de la polis, cuyos efectos virtuosos luego reivindican. Sé que todo esto es un poco entreverado; ese entrevero es lo que Menéndez-Carrión llama “disonancia discursiva”.

Esta autora encuentra lo que se esconde detrás de los lugares comunes sobre el Uruguay, en un trabajo que bien podría ponerse como ejemplo de cómo hay que peinar la historia a contrapelo para encontrar la tradición de los oprimidos, siguiendo la escuela de Walter Benjamin. Pero también hace algo más: para poder narrar esta historia, crea conceptos que le permiten no usar los conceptos de los que se sirven los lugares comunes. Entonces, en vez de decir “clase media” dice “nodo medio”, dice “polis” en vez de “democracia”, dice “momento de estabilización de la hegemonía de la polis” en vez de “batllismo”, etcétera.

Este es el antídoto perfecto contra discursos como el de, por ejemplo, Julio María Sanguinetti. O libros como el recientemente publicado Laboratorio Uruguay (Penguin, 2023), de Silvia Naishtat y María Eugenia Estenssoro, que es un ejemplo de esa mirada condescendiente y admirada de la derecha argentina hacia el Uruguay como una cosa tierna, simpática, liberal. Bueno, el libro de Menéndez-Carrión es perfecto para contrarrestar eso mediante una operación muy sutil. Que es, de hecho, mucho más interesante que lo que suele hacer la izquierda, que para rechazar ese imaginario niega todo lo que se logró construir en Uruguay hasta los años cincuenta como si fuera mitología liberal antipopular. Menéndez-Carrión hace lo contrario: dice “eso existió, pero no es lo que dicen que es”. Y deja algo muy muy claro: la polis no es liberal. De hecho, el liberalismo, el neoliberalismo, es su némesis.

Menéndez-Carrión nos propone comprender el radicalismo de lo que a veces llamamos “la era batllista” desde un punto de vista que no está centrado en Batlle ni en el batllismo ni en el Partido Colorado; ni siquiera en el Estado, sino en las capacidades del colectivo de ciudadanos que vive y vivió en Uruguay. Ese colectivo de ciudadanos logró construir lo que Amparo llama una polis: una hegemonía de lo público, un campo discursivo organizado por un eje plural-igualitario.

Lo público, así, no es solamente las empresas públicas (aunque también), sino todo un mundo de vida construido con base en la deslegitimación de la desigualdad, la producción de capital público y el desarrollo de capacidades colectivas. Es a todo eso (y no sólo al Estado) que la némesis neoliberal ataca. Es en la polis y en su saga histórica que Menéndez-Carrión ubica la peculiaridad del Uruguay y su interés teórico. El suyo es un enfoque que podríamos llamar “desde abajo” que, sin embargo, choca implícitamente con buena parte de los discursos de la izquierda uruguaya, y especialmente con los que vienen de la tradición nacional-popular. Porque esos discursos heredan las críticas que a partir de los años cincuenta y sesenta se hacen contra el batllismo en decadencia, críticas que lo atacan como hipócrita, corrupto y excluyente.

Y ahí se crea un ruido entre el discurso explícito de esa tradición de izquierda, relativamente despreocupada por los problemas republicanos, y el hecho de que, al mismo tiempo, esta misma izquierda haya desarrollado y desarrolle prácticas ciudadanizantes, produciendo un tipo de disonancia discursiva (distinta a la que describe Amparo) que causa una paradoja: los que criticaban al batllismo en los sesenta (y sus herederos) son, hoy, sus principales portadores. Entiéndase que no estamos hablando estrictamente del batllismo, sino del tipo de capacidades colectivas que habían construido un mundo en común durante el tiempo conocido como “la era batllista”.

Esta paradoja es trágica porque negar la realidad de lo virtuoso de la hegemonía de la polis en el siglo XX hace que desde el presente no veamos que hubo un tiempo en el que los sectores populares que hoy están pauperizados, segregados, que tienen trabajos informales, son descendientes de (o fueron ellos mismos) quienes un día fueron hacedores de lo público, sujetos políticos plenos, ciudadanos de una república cívica, cargados de ideología y de consumos culturales sofisticados. Si negamos que alguna vez hubo un mundo en común que tenía naturalizados elementos igualitarios (aunque eso no signifique que hubiera socialismo ni que todo el mundo viviera bien), lo que va a pasar es que nuestro discurso va a borrar la memoria colectiva, empalmando así de forma perversa con la ofensiva neoliberal que afirma que en este país nunca hubo lo que Amparo dice que hubo (y no lo dice ella, sino sus entrevistados, su investigación, sus recorridos). Por eso es muy importante leer los capítulos que escribe sobre Funsa, sobre Las Láminas, sobre las ciudades del interior. Leer lo que cuenta sobre el Cerro, y no sólo lo que dice sobre el Centro de Montevideo (también muy importante).

Sobre la lectura

Hago, en este punto, un pequeño rodeo para insistir en algo que puede parecer obvio cuando se habla de un libro, y es que hay que leer. Debo decir que en su momento leer Memorias de ciudadanía no me resultó fácil. Pero, hablando con franqueza, tampoco es tan difícil. Después de todo, simplemente se trata de sentarse y leer. Es como cuando llega el momento en la vida de una persona en que tiene que leer El capital de principio a fin. Sabe que le va a llevar un tiempo. Bueno: uno se sienta y lo hace. A mí me llevó unos tres años procesar Memorias... Tres años pasaron entre que leí algunos capítulos en 2015 y que, un buen día de 2018, me decidí a leer el libro completo sacando apuntes, de forma sistemática.

Este rodeo se hace necesario en un momento en el que está tan extendida la práctica de no leer que es, al final, parte del tema que nos convoca, porque tiene que ver con el colapso de un modo de vida juntos y con la hegemonía de la polis. Y porque una de las cosas que ofrece una polis es ocio inteligente. Y eso incluye la lectura, que puede ser una práctica colectiva. Hoy, incluso en campos militantes de izquierda muy intelectualizados, hay discursos antiintelectuales muy instalados y no siempre conscientes de que lo son.

El problema es que si no leemos es más difícil actuar juntos. Porque la lectura nos ayuda, entre otras cosas, a coordinar la acción, al ayudar a explicitar y coordinar los presupuestos y las miradas desde las que actuamos. Cuando no leemos, cuando no nos leemos entre nosotros, cuando no leemos a quienes escriben sobre lo que nosotros hacemos, perdemos capacidad colectiva. Y este no es solamente un problema de la relación entre la academia y el sistema político, sino un problema de cómo la cultura antiintelectual se ha extendido en ambos campos, incluyendo a la militancia y hasta a una parte de la intelectualidad crítica. Lo que es, insisto, un síntoma de la degradación del cariño por la cultura y por la búsqueda de la excelencia de lo hecho para durar, del respeto por la palabra, que son, también, rasgos típicos de una polis. Tendríamos que ponernos a pensar en qué cosas podríamos hacer para reinducir prácticas de pensamiento colectivo que nos permitan pensar mejor nuestros problemas. Pero eso ya sería tema para otro artículo.

Mientras tanto, quiero decirle algo a la gente que no leyó el libro que nos convoca: a quien le interesen estas cosas pero no quiera o no pueda leer la obra completa, que lea los capítulos 6, 7, 8, 9 y 10, es decir, el tomo II. Yo recomiendo leerlo todo, pero con esos capítulos se entiende lo central. Ahí están el eje argumental del libro y su descripción del presente del Uruguay. Claro, antes hay cientos de páginas que preparan histórica y teóricamente el terreno para entender mejor lo que pasa en estos capítulos. Y después, en el tercer tomo, hay estudios de caso muy interesantes que sirven para ilustrar esta trayectoria. Pero si leemos del 6 al 10 tenemos el esqueleto, entendemos de qué está hablando su autora.

El argumento central del libro

¿Cuál es, entonces, este argumento central? Menéndez-Carrión describe la disputa política uruguaya de un modo distinto de como la solemos entender. No como una disputa entre el Frente Amplio y la coalición o entre la izquierda y la derecha, sino como una disputa entre una polis que fue hegemónica y una ofensiva neoliberal que la ataca. Lo que hay es una disputa entre dos regímenes de regulación del discurso, uno basado en un eje plural-igualitario y otro basado en el individualismo posesivo. Cada parte en este conflicto tiene un centro de operaciones; el de la polis es la memoria, el del neoliberalismo es el centro político. Esta lucha produce un empate prolongado, una guerra de desgaste en la que la polis se asienta en la memoria, porque es ahí donde está guardado el conocimiento de que las cosas fueron de otro modo. Y al no resolverse este empate, el desgaste es favorable a la ofensiva, que tiene recursos superiores por ser parte de tendencias globales. En este empate cunde una bruma discursiva en la que la polis no logra verse a sí misma, no logra distinguir a los soldados de la defensa de los de la ofensiva (recordemos que hay mucha gente de izquierda en la ofensiva neoliberal) y, por lo tanto, no es posible montar una defensa. El conflicto, hoy, está cerca de resolverse —o está ya resuelto— en favor de la ofensiva neoliberal, en la medida en que el stock de capital-polis (que es una forma de capital público) se está agotando por haber sido usado a lo largo de décadas en la defensa de una ciudadela sitiada.

Ilustración: Alejandro Carsillo

La virtud del análisis desplegado por Menéndez-Carrión es que en vez de partir de los lugares comunes del centro liberal, como hace la mayor parte del análisis político uruguayo, hace de estos lugares comunes el objeto de estudio. En vez de naturalizarlos y usarlos como teoría implícita, los estudia. Les presta atención, los transcribe, los pone en papel para que no sean palabras que se dicen sin pensar, los historiza y reconstruye su función en la disputa política, mostrándolos como lo que realmente son: parte de una ofensiva neoliberal. Leer este libro puede ser muy útil, por ejemplo, para entender qué están queriendo decir las personas razonables que hablan cada mañana en programas como los de Emiliano Cotelo y Joel Rosenberg.

Menéndez-Carrión cuenta una historia que tiene sus protagonistas, que aparecen como tipos ideales, tipos de ciudadanos. Son cinco: los hacedores y custodios de lo público (es decir, quienes se dedican a producir capital público), los ciudadanos prescindentes (es decir, los prescindentes respecto de lo público), los ciudadanos fusión (que son una mezcla entre los dos anteriores), los ciudadanos transnacionales (que transitan en mundos no anclados en ningún lugar) y los ciudadanos golpeados (que son quienes, por haber sufrido el terror de la dictadura, se automarginan del espacio público). Mientras los hacedores y custodios de lo público son el corazón de la polis, la ciudadanía prescindente constituye el corazón de la ofensiva neoliberal. Y los otros tres tipos de ciudadanos son también funcionales a la ofensiva, en la medida en que no trabajan para renovar el stock de capital público.

¿Qué es un hacedor y custodio de lo público? No es una clase social. Incluso Amparo llega a decir que durante la hegemonía de la polis la dinámica de clases pasa a un segundo plano, es disciplinada. De algún modo, los hacedores y custodios participan en una lógica, en una forma de hacer que no está inscrita en el esquema de clases del capitalismo. Los hacedores y custodios de lo público no son la clase trabajadora, aunque sean mayoritariamente trabajadores, tanto manuales como intelectuales. Además, lo que hacen es trabajar para producir capital público de forma que no es apropiable por el capital privado, un tipo de capital que no está asociado a la propiedad privada ni a la explotación y que permite, quizás, vislumbrar la posibilidad de un mundo nuevo. Los hacedores y custodios de lo público tampoco son exactamente la izquierda, aunque la izquierda (o una parte de ella) participa en la polis. Este capital, decía, está relacionado a una forma de trabajo que se acumula. Sin acumulación, la defensa de la polis no hubiera podido resistir tanto tiempo sin renovar su stock.

Es muy importante reparar en que la polis (como lo dice la palabra, que es la vieja palabra griega para ciudad) está afincada en un territorio específico. Es decir, estamos hablando de algo que ocurrió en un lugar. Sin ir más lejos, en este lugar. Y acá hay un tema que uno podría considerar quizás decolonial, estirando un poco la expresión. Porque Amparo piensa desde acá, desde Uruguay, y desde cómo hemos resistido algo que es nada menos que una ofensiva imperial y global que ataca la forma de vida que acá hemos creado. Forma de vida que, por cierto, tiene un fundamento y una historia iluminista. ¿Un iluminismo decolonial? A mí me gusta esa idea, pero no la voy a llevar demasiado lejos por ahora. Este punto es importante porque Uruguay tiene muchos problemas para producir teoría a la altura de su acción política. En Uruguay viven capacidades políticas notables que no han sido traducidas a teorías que estén a su altura. Salvo por este libro, y por eso se trata de la obra más importante de la ciencia política uruguaya. Especialmente porque mira en direcciones hacia las que la ciencia política no puede mirar, por sus propias limitaciones históricas y taras ideológicas.

Este libro piensa en los sustratos no políticos que son la fábrica invisible del poder político, que después producen capacidades a gran escala. Su visión, aunque no rehúye la gran escala, no es estadocéntrica, pero tampoco antiestatista. Propone un Estado fuerte, pero al servicio de una ciudadanía. Y todo esto articulado desde teorías que no son necesariamente radicales. Es un libro que dialoga con las ciencias sociales convencionales: con Bourdieu, con Putnam, etcétera. Aunque es un diálogo crítico. Amparo habla mucho de la izquierda, pero desde una especie de metaposición política. No habla de lo que la izquierda dice declarativamente, sino que mira lo que la izquierda hace para producir cambios intersticiales y reformas (por decirlo al modo de Erik Olin Wright). De algún modo, la construcción de la polis es una externalidad positiva de la acción revolucionaria. Los revolucionarios piensan que están haciendo la revolución, pero en realidad están construyendo un mundo en común. ¿Cómo se ve una hegemonía de izquierda operando? Así. Quizás no como una gran revolución, aunque también haya que preguntarse por qué la polis retrocedió cuando vino la ofensiva. Seguramente porque no aprovechó su momento de hegemonía tanto como lo podría haber aprovechado y porque no quebró las que después se transformaron en sedes de la ofensiva neoliberal. En todo caso, una lección para el futuro.

Y acá quiero decir algo muy delicado: este es un libro que nos permite ver esos discursos serios, realistas, que supuestamente hablan en nombre de cierto espíritu del Uruguay, como enemigos de lo bueno del Uruguay. Enemigos de la polis. Enemigos de la vida colectiva que hemos podido construir, por ser portadores, muchas veces inconscientemente, de la ofensiva neoliberal. Eso puede hacerlos ver como cínicos y malvados (seguramente algunos lo sean), pero también los expone como personajes más bien patéticos, víctimas de la bruma discursiva que ellos mismos producen. Y esto incluye, por supuesto, a buena parte de la dirigencia y la intelectualidad de izquierda. Y también podemos verlos de un modo aún más trágico: esos sujetos que atacan las bases de la polis tienen, ellos mismos, una relación afectiva y vital, un recuerdo y una adhesión emocional a las construcciones de la polis que ellos mismos atacan. Así que esto tiene que ver con el trauma. Estos realistas no son malvados neoliberales, no son seres patéticos: son, finalmente, gente que está lidiando con los mismos problemas que nosotros, portando la herida de la trayectoria histórica de un mundo colectivo en decadencia.

En buena medida, este es un libro sobre el trauma y una herramienta para elaborar este trauma. Y a pesar de que parece poner en el centro la disputa entre los hacedores y custodios de lo público y la ofensiva neoliberal, en realidad los protagonistas del libro son los ciudadanos golpeados, los que dan nombre al libro (“la polis golpeada”), nada menos. Los ciudadanos golpeados son los que dicen cosas como “yo ya no digo lo que pienso”, “no tengo con quien hacer cosas aunque quisiera”, “este mundo ya no es para mí”. Y yo, la verdad, veo a ciudadanos golpeados en todos lados, y no solamente entre quienes vivieron la dictadura. Porque el trauma se reproduce intergeneracionalmente, porque ha habido en estos años sucesivas desilusiones políticas y colectivas, porque los efectos de la destrucción creadora del neoliberalismo nos pasan por arriba a todos, porque mantener viva la infraestructura de una polis en ruinas es agotador. Y la gente está agotada.

Este libro se preocupa por recuperar la memoria como forma de contrarrestar eso, y hacerlo pasa por creerle al recuerdo de quienes estuvieron allí cuando lo público fue hegemónico. Por algo es tan importante el 20 de mayo, es decir, la memoria de lo que la dictadura intentó borrar.

La proyección hacia el futuro

Quiero terminar hablando un poco de cómo este libro —su agenda de investigación, su mirada política, las tareas que propone— se proyecta hacia el futuro, más allá de sí mismo.

Tiene, primero, proyección como agenda de investigación que se puede continuar. Si al final del libro hay algunos estudios de caso (Funsa, Fucvam, Cambadu, el teatro independiente), a mí me gustaría ver otros. Por ejemplo, se me ocurren dos: uno sobre la Universidad de la República y otro sobre el Frente Amplio, desde el punto de vista de la trayectoria de la polis y de la forma como se acumuló y desacumuló capital público. Sería muy interesante estudiar la Universidad desde el punto de vista del vaciamiento del cogobierno, de las lógicas aparateras, del antiintelectualismo, de la centralización del poder, de la transnacionalización, de las formas competitivas de gestión, y cómo todo eso opera en un terreno que antes fue de acumulación de capital público y producción de vida colectiva (y que en algunos lugares todavía lo es, muy felizmente). Algo parecido podría pensarse con la estructura militante del Frente Amplio.

Pero esta obra también tiene proyección si uno mira las cosas que cambiaron desde que el libro fue publicado, hace ya ocho años. Y esto es importante, porque la ofensiva neoliberal siguió avanzando y el momento frontera que divide el tiempo del empate prolongado hasta la estabilización de una hegemonía neoliberal ya se pasó. Ya vivimos en una hegemonía neoliberal estabilizada. Lo podemos ver en muchos lugares. Podemos ver colapsos de la resistencia de la polis en amplios territorios que fueron entregados a la lógica neoliberal. Pienso especialmente que si Menéndez-Carrión volviera a hacer sus recorridos por la ciudad y caminara por el largo eje de 8 de Octubre, Camino Maldonado y la ruta 8, que va desde la Universidad Católica hasta Zonamérica, y si caminara luego por un eje (que cruza el anterior) que va desde Casavalle, atravesando los bañados de Carrasco, hasta el Camino de los Horneros, vería una contrapolis que ha crecido mucho desde 2015: un mundo de cuarteles, asentamientos, barrios privados (no casualmente donde tiene su casa el actual presidente), malls, ciudades dormitorio, narcos, zonas francas, polos logísticos, enclaves de todo tipo. Es una seudociudad incaminable, llena de gente armada, sin vida cultural, sin espacio público, casi sin servicios públicos; una antipolis.

Termino con un asunto que me parece el más importante para pensar el futuro de la agenda de investigación y acción que propone Menéndez-Carrión: las formas de gestión del capital público y el futuro de la producción de capital público en Uruguay. Se puede plantear bajo las siguientes preguntas: ¿cuál sería el máximo despliegue posible de la ética de los hacedores y custodios de lo público y de la institucionalidad de la polis? ¿Qué tipo de profesionales, de militantes, de artistas, de gestores, de emprendedores (¿por qué no?) deberían formarse, especialmente en la educación pública? ¿Cuánto de la riqueza del país podría administrar el capital público? ¿Qué significa esto en el mundo de las computadoras y la crisis ambiental? ¿Cuál tiene que ser el sentido de las futuras reformas de las empresas públicas y otras instituciones públicas? ¿Qué nuevas instituciones hay que crear? ¿Cómo podemos hacer todo esto desde una renarración expansiva de las capacidades históricas del pueblo uruguayo? ¿Qué implicancias tiene la historia del colegiado, las direcciones colectivas, el cogobierno universitario, el cooperativismo, la cultura popular, el movimiento sindical, la democracia directa, la intelectualidad crítica sobre todo esto? ¿Qué tiene que ver todo esto con la república y el socialismo para el Uruguay del futuro?

Memorias de ciudadanía. Avatares de una polis golpeada. La experiencia uruguaya. Amparo Menéndez-Carrión. Fin de Siglo, 2015 (tres tomos). Edición digital disponible en www.publica.la

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