“Yo sabía que estaba sufriendo, que tenía problemas, pero no conseguía salir, estaba preso. No conseguía pedir ayuda, tenía mucho orgullo, siempre había sido un buen alumno, un buen hijo; no quería mostrar mi problema tenía miedo porque tenía esa máscara que no quería dejar caer”, cuenta João Gabriel. Ingeniero civil de Fortaleza, Ceará, tiene 32 años, se considera un jugador en proceso de recuperación y cayó en el vicio de las apuestas deportivas cuando recién comenzaban. Siempre miró y practicó deportes, se juntaba con sus amigos a ver partidos, discutían todo el tiempo sobre eso. En aquel momento, pensó: “Voy a ganar dinero con lo que me gusta, algo de lo que sé mucho. En mi cabeza, por saber mucho de fútbol, creía que iba a ganar siempre, pero ahí mi ego ya estaba hablando más alto”. Tuvo la mala suerte, dice, de ganar mucho dinero en las primeras semanas y pensó que tenía una mina de oro en las manos: “Yo sentía que siempre iba a tener el control de todo”. Eso que sentía João Gabriel es lo que el economista Rodrigo Rodriguez, coordinador del Departamento de Evolución Económica de la Universidad Estadual de Río de Janeiro, interpreta como una ilusión promovida por las propias casas de apuestas: “La ilusión de control es un fenómeno que el juego de azar trata de promover todo el tiempo, con diferentes tipos de estrategias para simular lo que el juego no es. El juego no fue hecho para que la persona gane, y cuanto más juega, la tendencia mayor es perder. Sin embargo, estamos percibiendo que mucha gente apuesta con el objetivo de obtener ventajas financieras, como si fuera una inversión con capacidad de retorno, lo que es falso desde el punto de vista de la propia premisa del juego”.
João Gabriel cuenta: “Como un compulsivo, como un enfermo, de hecho, mi cabeza no creía que yo también perdía plata; yo solamente quería recordar los buenos momentos, las apuestas que habían funcionado bien. Y eso me hacía volver siempre al juego, volvía y volvía, con mucho dolor, con mucho sufrimiento, pero allá iba de nuevo”. Para escudarse creó un mundo sólo para él: “Siempre tenía alguna excusa, vivía alrededor de ese círculo destructivo que yo mismo creé, lleno de mentiras, manipulaciones involucrando a familia, amigos, trabajo, cada vez más ausente, cada vez más aislado. Lo que quería era estar solo, vivir en mi mundo, en el egocéntrico mundo de João Gabriel”.
Vendió el auto para pagar las cuentas, pero volvió a jugar. Generó deudas con prestamistas, personas peligrosas; no encontraba salida. Crisis de pánico, encierro, no podía ni mirar el teléfono porque sabía que venían deudas y cobranzas. Se le empezó a caer la estantería, todo el mundo a su alrededor se daba cuenta; le pidió ayuda a su madre, le pidió que lo internara. Así fue. En 2018. “Fue la primera vez que me estudié, que pude mirar hacia adentro y trabajar con humildad. Ver ese lado espiritual y emocional fue un divisor de aguas para cambiar mi forma de vivir. Salí siendo otra persona y fui a seguir mi vida”. Ya había conocido a la mujer con la que vive hasta hoy, quien participó en todo el proceso, sufrió con él, lo apoyó mucho. Se fueron a vivir juntos y tuvieron una hija. Pero recayó. Cuando volvieron los campeonatos de fútbol, después del lockdown, ya estaba nuevamente en problemas. El formato más moderno, la facilidad de uso, la agilidad le hicieron creer que esta vez lo podría esconder de su esposa: “Empecé a pasar más tiempo en el baño, más tiempo fuera de casa, y ella comenzó a desconfiar, en realidad a descubrirme". La recaída fue mucho peor, dice, porque no estaban en juego solamente sus valores personales, sino también valores de la empresa que había creado. Cuando echó todo a perder las cuentas fueron mayores e involucraron a proveedores y clientes. Se volvió a internar. En realidad, esta vez lo internaron. En 2021. Estuvo cerca de ocho meses en una clínica y al salir se contactó con Jugadores Anónimos. Y ayudó a crear el primer grupo presencial en Fortaleza, en enero de este año. Dice: “La compulsión al juego es una enfermedad que no tiene cura, pero tiene tratamiento, y por eso estamos siempre luchando para ayudar y dando esperanza. Considero que Jugadores Anónimos salvó mi vida y la sigue salvando, es donde encontré lo que me faltaba para lograr una forma de tener calidad de vida, por eso doy gratis lo que me dieron gratis: el abrazo cuando más lo precisaba”.
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Bet, de apostar en inglés. Bechis, en boca de los millones de brasileños y brasileñas que se han acostumbrado a ver y oír la publicidad de las omnipresentes casas de apuestas deportivas. Patrocinan por lo menos a 15 de los 20 clubes del Brasileirão, anuncian en la televisión y en los más diversos sitios de internet y son difundidas por influenciadores con millones de seguidores. Según un estudio de la consultora Kantar IBOPE Media, invirtieron 2,3 billones de reales, unos 460 millones de dólares. La explosión, facilitada por una ley aprobada durante el gobierno de Micher Temer, en 2018, se dio sobre todo durante la pandemia, sin reglas claras que delimitaran su actuación. “El Estado le dio un aval muy fuerte a un fenómeno que no conocía”, afirma el economista Rodriguez. La medida de 2018 estableció que la actividad debía ser regulada en un plazo de dos años, algo que solamente empezó a ser hecho en 2023, cuando la situación ya parecía bastante delicada, a través de la ley 14.790, aprobada en diciembre, que le dio al Ministerio de Hacienda la facultad de regular las apuestas deportivas en el país y estableció un marco normativo. En octubre de 2024, 2.000 “bets” fueron bloqueadas. Dentro de las nuevas condiciones, las empresas tuvieron que solicitar regularización frente a la cartera y cumplir con ciertos requisitos, como tener entre sus propietarios a un brasileño como socio con por lo menos 20% del capital social, pagar una licencia y proporcionar canales de ayuda a sus clientes. A su vez, el Ministerio de Hacienda “deberá desarrollar sistemas y procesos eficaces" para monitorear la actividad de los apostadores "a fin de identificar daños potenciales asociados al juego, siguiendo su patrón de gastos, el tiempo dedicado, indicadores de comportamiento de juego”. La ley incluye dispositivos que, según el ministerio, tienen como objetivo el combate al lavado de activos, como por ejemplo la determinación de que los apostadores sean identificados por documentos, a través de un sistema de reconocimiento facial y registrando una cuenta bancaria en su nombre. Sin embargo, a comienzos de noviembre, el fiscal general del país, Paulo Gonet, presentó en nombre de la Fiscalía una acción en el Supremo Tribunal Federal (STF) tanto contra la medida de 2018 como contra la reciente legislación promovida por el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Según Gonet, ambas normas son insuficientes para proteger los derechos fundamentales de los consumidores y la economía nacional frente al “carácter depredador que ostenta el mercado de apuestas virtuales”, además de “vulnerar derechos sociales como el derecho a la salud y la alimentación, los derechos de los consumidores, de los niños y los adolescentes, de los ancianos y de las personas con discapacidad”.
Tormenta perfecta
En Brasil, como en Uruguay, también hay millonesde técnicos. Y estos técnicos, además de opinar sobre todo, apuestan, dice Renato Meirelles, presidente y fundador del Instituto Locomotiva, que publicó recientemente una encuesta con algunos datos reveladores sobre el fenómeno de las bets. Los “boleiros”, aquellas personas a las que les gusta el fútbol,que se reúnen los miércoles a ver el partido, que apuestan una cerveza con los amigos, pasaron a hacer apuestas en plataformas, según Meirelles. Con las bets, este fenómeno dejó de ser visto como algo propio del entretenimiento y pasó a ser considerado una forma de ganar dinero. Meirelles lo resume: “Es algo que dialoga fuertemente con la cultura popular brasileña, un conocimiento accesible y un retorno rápido, con escasa regulación, en un país que se está recuperando económicamente: en la práctica, es una especie de tormenta perfecta”. Esa tormenta perfecta ha tenido diversos efectos, incluso en el juego. La posibilidad de apostar no solamente por resultados, sino por cantidad de tarjetas durante el partido, cantidad de córners, entre otras cosas, ha colocado un manto de duda sobre el propio deporte. En abril de 2023, una investigación del Ministerio Público de Goiás puso bajo sospecha de manipulación seis partidos del campeonato de primera división de 2022. En noviembre, una de las estrellas del Flamengo, Bruno Henrique, entró en la mira de la Justicia por supuestamente forzar una tarjeta que beneficiaría a familiares y amigos, acusación similar a la que recibió el mediocampista de la selección brasileña Lucas Paquetá por parte de la Asociación Inglesa de Fútbol. El propio presidente Lula llegó a afirmar, el 10 de noviembre de este año, que era necesario prohibir las apuestas sobre tarjetas.
Pero una de las consecuencias principales de la tormenta perfecta, que ha puesto en el centro del debate a las apuestas, es económica, afirma Meirelles: "El boom de las apuestas ocurre en un escenario en que la economía de Brasil estaba volviendo a crecer, con aumento real del salario mínimo, ampliación de los programas sociales, reducción del desempleo, o sea, se colocó más dinero en la economía, dinero que podría estar sirviendo para aumentar el consumo, pero está yendo a las bets”. Aprovecharon el hueco regulatorio, dice, pero en la práctica “colocan en jaque todo el movimiento económico para mejorar las cuentas públicas y la economía, para tener más dinero en la mano de las personas”.
Rodriguez, que integra un grupo de profesionales que elabora proyectos para la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro, explica: “Cuando miramos las casas de apuestas, vemos que no hay un flujo de renta asociado al desarrollo de esa actividad. Las personas mandan el recurso para las casas de apuestas y ese recurso va a ser apropiado por el dueño de la casa, muchas veces empresas internacionales ligadas a paraísos fiscales. Estamos hablando de un dinero que sale del país. El problema desde el punto de vista del desarrollo económico es que ese dinero no va a servir para circular en la economía brasileña, generando más transacciones financieras, monetarias, compra y venta de bienes”.
Eso es lo que comprueba una encuesta de la Sociedad Brasileña de Comercio Minorista y Consumo según la cual 63% de los apostadores en línea afirman que vieron comprometido parte de su presupuesto. Y lo que preocupa a los minoristas: 23% dejó de comprar ropa, 19% dejó de hacer compras en supermercados, 14% dejó de comprar productos de higiene y belleza, 11% prescindió de cuidados de salud y medicamentos. Otro dato preocupante fue revelado por un estudio del Banco Central: entre enero y agosto de 2024, las casas de apuestas recibieron 10,5 billones de reales, unos 2.100 millones de dólares, de beneficiarios del Bolsa Familia, el programa social más importante del país. Rodríguez afirma: "La sociedad minorista representa tiendas de electrodomésticos, ropa, y están viendo que su público objetivo, principalmente los trabajadores más pobres, está dejando de consumir bienes para apostar, entonces, hay un conflicto distributivo muy claro y un riesgo para el consumo”.
El casino en el bolsillo
“Las personas se enferman hace décadas, pero antes veíamos un fenómeno más circunscripto a lugares específicos: bingos, casinos. Actualmente el acceso al casino está en el propio bolsillo, cada uno pasó a poder hacer apuestas en línea en tiempo real simplemente sacando el celular”, dice Rodrigo Machado, psiquiatra del Programa de Trastornos del Impulso del Instituto de Psiquiatría de la Universidad de San Pablo. Con ese fenómeno, afirma, ocurrieron transformaciones profundas, una diseminación por facilidad de acceso y un cambio en la dinámica de los propios juegos: “Los propios smartphones están enfermando a la gente; eso es bastante preocupante porque se empezaron a retroalimentar: muchos de los mecanismos de las redes sociales que las hacen tan interesantes fueron extraídos de los juegos de azar y los juegos de azar están incorporando cada vez más lógicas y estéticas de los videojuegos”.
Jurandir, un veterano de Jugadores Anónimos, lo confirma: "Antes había que salir de casa para jugar, hoy jugás adentro del baño, en cualquier lugar. Podés estar en la iglesia, en medio de una misa, y estar jugando; podés estar viendo un show y estar jugando. Antes decíamos: ‘Si en tal lugar hay juego, cruzo la calle’. Ahora no, ahora precisás el teléfono para entrar al banco, para hablar con alguien, y el juego también puede estar ahí, eso complica mucho las cosas”.
La facilidad de acceso y esa estética de videojuego también han modificado el público de estas apuestas, cada vez más joven. “Estamos viendo que las personas se enferman de forma cada vez más precoz, son más y más los jóvenes que pasan a apostar. El casino tradicional afectaba a un público de estrato socioeconómico más elevado, mayor poder adquisitivo y más viejo, ahora vemos una popularización y un público cada vez más joven", afirma Machado, y los datos disponibles le dan la razón. Según el estudio hecho por el Instituto Locomotiva en agosto de este año, 40% de los apostadores tienen entre 18 y 29 años y 41%, entre 30 y 39. De acuerdo con datos de Datafolha, casi un tercio de los jóvenes de entre 16 y 24 años dicen que apostaron alguna vez. Machado explica que el propio mecanismo de dar refresh en la página de notificaciones de Instagram es exactamente igual al que ocurre en un tragamonedas o un juego virtual. “Estos impulsos pueden ser mucho más intensos y frecuentes que los que el mundo real puede proporcionar: hay intermitencia, es seductor, el propio riesgo de perder es lo que crea la sensación de excitación”. El psiquiatra explica este “trastorno del juego” como una dependencia comportamental, no propiamente química, o sea, una pérdida de control en torno a un comportamiento generador de placer y no propiamente a una sustancia: “Nuestro cerebro no solamente tiene potencial para volverse adicto a sustancias, sino también a comportamientos que le resultan seductores”.
Ilusiones
Así empezó Marília.1 En setiembre de 2022. Porque le llamaba la atención el colorido, le gustaba el juego. Ella no apostaba en deportes, apostaba en el jueguito “do aviãozinho”, una especie de casino en línea prohibido en el país, con un algoritmo que no se puede rastrear y con diversas sospechas de fraude, cuya propaganda hicieron y hacen diversos influencers y celebridades. Para la profesora, que tiene 49 años y vive en Palmas, la capital del estado de Tocantins, el jueguito era, según cuenta, una forma de recargar energías: “Yo empecé jugando un valor bien bajo, llegaba de mi trabajo exhausta, cargaba 20 reales y me ponía a jugar; era literalmente un juego, una distracción”. Sin embargo, eso duró algunos pocos meses: “De forma abrupta pasé a un momento en que mi vida dependía de eso, el juego me atraía tanto que lo quería hacer todo el tiempo. Un día me dijeron que no ganaba tanto porque apostaba poco, y como tenía tarjeta de crédito y oportunidad de sacar préstamos, empecé a aumentar y la insanidad se apoderó de mí, ya no sabía lo que era 500, 2.500, para mí era todo lo mismo. Perdí el control, así me convertí en una adicta, en una compulsiva”. Ella no se daba cuenta: explotó todos los límites de la tarjeta de crédito, contrajo una deuda enorme, pero seguía creyendo que podría parar cuando quisiera. Hasta que sus hijas le dijeron: "Mamá, vos estás adicta al juego". Se dieron cuenta porque no hacía nada más, no quería ir a los cumpleaños, no quería salir a cenar. Y si iba, se quedaba todo el tiempo en el celular y hablaba de juego y de dinero. Aislamiento, dice, “mi celular y yo”.
No aceptó lo que le dijeron. Esto es lo que Machado define como "perjuicio funcional", cuando la vida de la persona pasa a estar anclada a ese comportamiento y esto empieza a influenciar las esferas fundamentales: “Relacionamientos que se complican, casamientos que terminan, familias que se desestructuran, consecuencias en el desempeño laboral, académico; todas las esferas funcionales de la vida de la persona son afectadas por esta compulsión”.
Lo cuenta Marília, pero lo sufren personas en todo el mundo. Según un estudio publicado en la prestigiosa revista científica The Lancet en octubre de este año, 80 millones de personas en el mundo son adictas a las apuestas. En el informe, elaborado por profesionales de la salud pública de 12 países, se alerta: “Las apuestas no son un tipo de pasatiempo; pueden ser perjudiciales para la salud y adictivas. El daño asociado a las apuestas es muy amplio y afecta no sólo la salud y el bienestar de una persona, sino también sus finanzas y sus relaciones personales, familias y comunidades, con consecuencias para toda la vida”. Para los especialistas, “los gobiernos y los legisladores deben tratarlas como una cuestión de salud pública, como ya se hace con otros productos adictivos y nocivos, como el alcohol y el tabaco”.
Marília siguió jugando hasta llegar al límite. Jugaba de madrugada, se iba al trabajo sin dormir y sin un real, “con la cabeza a mil, pensando: ‘¿Y ahora?’”. Cobraba el sueldo y le duraba unos días. Entró a internet y fue atrás de ayuda, escribió a Jugadores Anónimos diciendo que no podía parar de jugar. Cuenta que cuando le mandaron las preguntas, bastaba con llegar a siete puntos para ser considerado un jugador compulsivo; ella obtuvo 18. Y entró a una reunión en línea: “Cuando entré en aquella sala, fui recibida como la persona más importante y entendí que lo que tenía era una enfermedad y no falta de vergüenza en la cara; me rendí a eso. Porque yo no estaba haciendo esas locuras porque era una mala persona, era porque estaba enferma. Cuando vi que había personas como yo, sufriendo, y muchas que lo habían superado, ahí fue que vino mi despertar”. Sigue yendo a las reuniones, ahora presenciales, y afirma: "Es un trabajo para la vida entera, no hay una salida definitiva. En el peor momento del sufrimiento, cuando se acabó el dinero, yo tenía ganas de mutilarme, de sentir dolor, todo consecuencia del juego. Hoy me siento liberada de esas sensaciones, pero solamente por hoy. Si no tomo cuidado hoy, mañana todo puede volver. Tengo que gobernar mi vida hoy”.
Marcelo Aguilar es periodista. Uruguayo de Canelones, vive en San Pablo, Brasil, desde 2017, donde trabaja como corresponsal.
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Los nombres de las personas que brindaron su testimonio para esta nota fueron cambiados para resguardar su intimidad. ↩