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Eleanor Roosevelt, año 1940. Foto: Licencia Creative Commons.

Más alta que su título

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Eleanor Roosevelt fue una pionera del feminismo y una mujer fiel a sus ideas radicales y antirracistas. Forjó una alianza política con su marido, pero siguió su propia agenda. Se vinculó desde muy joven con círculos bohemios de escritoras e intelectuales y vivió una larga relación afectiva con la principal periodista de su tiempo, Lorena Hickok, a quien alojó durante una década en la Casa Blanca, donde ya no compartía dormitorio con su esposo.

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Un joven periodista le preguntó a Eleanor Roosevelt: “Usted está casada con el presidente Franklin Delano Roosevelt, ¿cómo se llamaba de soltera antes de ser la señora Roosevelt?”.

Ella sonrió: “Eleanor Roosevelt, por supuesto. Franklin y yo somos primos segundos. Tenemos el mismo apellido”.

Su marido fue elegido presidente cuatro veces seguidas (la Constitución lo permitía hasta 1947) y lo hubiera seguido siendo tantas veces como se hubiera presentado, si la muerte no hubiera interrumpido su admirable carrera política.

Nacido en la aristocracia, pariente del presidente Theodore Roosevelt y heredero de una gran fortuna, Franklin Delano Roosevelt hizo historia como el presidente que sacó a Estados Unidos de la gran depresión económica de 1929 y como el ejecutor del plan de reformas sociales más ambicioso de la historia de ese país, el New Deal.

Pero en realidad, la ideóloga del proyecto fue Eleanor. Una pensadora radical mucho más extrema en sus opiniones y posiciones que su esposo, que era gobernado por una madre déspota y conservadora.

Eleanor, o E. R., como era llamada, había perdido a sus padres siendo muy joven y había estado muy cerca de su tío, el presidente Theodore Roosevelt, quien fue presidente entre los años 1901 y 1909.

Había estudiado varios años en escuelas privadas de Inglaterra y Francia y había visto con sus propios ojos las desigualdades entre las clases y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, que había dejado Europa asolada y empobrecida.

Eleanor y Franklin se casaron en 1905, y entre 1906 y 1916 tuvieron seis hijos, uno de los cuales murió siendo un bebé. Eleanor siempre se lamentó por no haber podido ser una madre muy afectuosa; en sus cartas cuenta que la política y las reformas sociales fueron sus verdaderas pasiones.

En 1937 Eleanor descubrió que su marido tenía una relación amorosa con su amiga y secretaria Lucy Mercer y le propuso el divorcio. Pero él no aceptó. Temía que los electores no estuvieran preparados para un presidente divorciado y acusado de adulterio. Además, su madre amenazó con desheredarlo.

Así que Eleanor y Franklin llegaron a un acuerdo: no compartirían más una cama y seguirían viviendo juntos sólo como amigos y aliados políticos. Decidieron repartirse la Casa Blanca: un piso para Eleanor y un piso para Franklin. Allí vivían sus secretarias y allí recibían visitas que se quedaban, a veces, semanas enteras.

En 1938 Franklin había contraído poliomielitis y estaba reducido en su movilidad y condenado a una silla de ruedas y muletas, pero eso no le impedía el quehacer político y la vida social. Eleanor fue una leal enfermera que se convirtió en sus ojos y sus piernas. Era ella quien viajaba por el país cosechando electores y sellando alianzas.

La ruptura de su vida marital hizo que Eleanor empezara a pasar cada vez más tiempo con sus amigas de colegio, en muchos casos, parejas de lesbianas. Con dos de ellas montó una fábrica de muebles de alta calidad artesanal en una parte de la finca cedida por la familia de su marido.

Franklin nunca había visto ni a esas mujeres ni los pasatiempos de Eleanor como una amenaza. Pero todo cambió cuando su esposa se encontró con Lorena Hickok. Se trataba de la periodista más conocida de Estados Unidos. Había cubierto la investigación sobre el secuestro y el asesinato del hijo del aviador Charles Lindbergh y tenía una columna firmada con su nombre en el New York Times.

Hickok, a la que llamaban Hicks, quien tenía un aspecto muy varonil, fumaba y tomaba alcohol barato, había sido enviada por la Associated Press a cubrir la campaña que llevaría a los Roosevelt por primera vez a la Casa Blanca, en 1932. Se decepcionó mucho cuando le pidieron que siguiera a Eleanor, ya que quería estar allí donde estaban el ruido y la acción: en el tren en que viajaban Franklin y su comitiva.

Eleanor era alta, medía casi un metro ochenta, no bebía más que agua, ya que había sufrido mucho con su padre alcohólico, jamás había fumado y se vestía con ropa barata comprada en liquidaciones.

Hicks pesaba 90 kilos y era dos cabezas más baja que E. R. Pero los opuestos se atraen y a los pocos meses eran una pareja. Las unían la pasión por la política y las ideas radicales.

Se fueron de viaje en un auto manejado por Eleanor, solas, sin ningún guardaespaldas, y Franklin se quedó preocupado sin saber qué papel jugaba Lorena en la vida de su esposa.

El jefe del Buró Federal de Investigaciones (FBI), Edgar Hoover, odiaba a Eleanor con toda su alma. La consideraba comunista, amiga de negros y bisexual y la hizo seguir por fotógrafos que tomaron fotos comprometedoras en las que la veían saliendo del apartamento de Hicks a las tres de la madrugada. Su dosier era la carpeta más grande del FBI, con más de 3.000 páginas.

Lorena Hickok y Eleanor Roosevelt en Puerto Rico, año 1934. Foto: Licencia Creative Commons.

Pero Franklin cerraba los ojos ante las escapadas de Eleanor, de la que también se decía que había sido amante de la aviadora Amelia Earhart. Una vez se escabulleron de una cena en la Casa Blanca con vestidos de fiesta largos y se fueron en el avión de Amelia a dar unas vueltas. Franklin no se quedaba atrás. La casa real de Noruega acaba de filmar una serie sobre la historia de sus reyes, Harald & Sonja, siguiendo el éxito de la serie británica The Crown, y allí se describe la fuga de los príncipes herederos de Noruega a Estados Unidos durante un período de la guerra. La princesa Marta parece haber tenido una ardiente aventura con el presidente Roosevelt.

Hicks hizo uso de su excelente estilo de escritura y su capacidad técnica y se convirtió en la mentora de Eleanor, a quien hizo escribir crónicas políticas y convenció de iniciar una tradición en la Casa Blanca: conferencias de prensa sólo para periodistas mujeres.

La biografía que escribió Lorena Hickok sobre Eleanor, Reluctant First Lady, que se publicó cuando Eleanor murió, en 1962, es una excelente aproximación a una mujer que odiaba la popularidad y la fama pero que se animaba a correr muchos riesgos por sus ideas y pasiones.

Fue ella quien le sirvió a su marido y al primer ministro británico Winston Churchill un menú tan pobre como el que se comía en Inglaterra, para mostrar su solidaridad. Y los reyes de Inglaterra, que también viajaron para tratar de convencer a los Roosevelt de que Estados Unidos debía entrar en la guerra a su lado, fueron invitados a comer hamburguesas y salchichas como ejemplos de la comida del país.

Ella logró que Franklin abriera los puertos estadounidenses a barcos llenos de judíos que venían escapando de Europa, y fue ella quien dejó de ser miembro de la sociedad Hijas de la Revolución Estadounidense, una asociación de damas de la aristocracia que sólo aceptaba a blancas, para apoyar a la cantante negra Marian Anderson.

Se sabe mucho de la relación entre Eleanor y Lorena a través de las 3.000 cartas que se escribieron, que fueron donadas por Lorena a la biblioteca Franklin Delano Roosevelt, con la condición de que sólo se abrieran diez años después de su muerte.

En esas cartas se ve el proceso de su relación, que evolucionó de una pareja de amantes a una tierna y profunda amistad que duró 30 años.

En las biografías oficiales de Eleanor, Lorena no es casi nombrada, a pesar de que tuvo durante diez años un cuarto al lado del de Eleanor en la Casa Blanca y fue contratada por Franklin para recorrer el país y entrevistar a cientos de personas para documentar cómo vivían los cambios sociales que implicaba el New Deal. Los textos de Lorena son todavía hoy lo mejor que se conserva de lo escrito en esa época.

En 1945, cuando Franklin Delano Roosevelt murió y su vicepresidente, Harry Truman, ocupó su cargo, le preguntó a Eleanor si quería ser embajadora ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Una primera dama que venía de la aristocracia y hablaba con fluidez varios idiomas era la forma perfecta de hacer jugar a Estados Unidos un gran papel internacional en ese momento. Ella aceptó y de inmediato se convirtió en el motor de lo que sería la Declaración Universal de los Derechos Humanos (adoptada por la ONU el 10 de diciembre de 1948), uno de los documentos más ambiciosos que se han escrito en nuestro tiempo. Un documento típico de su época, escrito después de la terrible Segunda Guerra Mundial, que había terminado con decenas de millones de muertos, el Holocausto y las bombas atómicas caídas sobre Japón. Al observarlo con nuestra mirada cínica contemporánea, podemos decir que estaba lleno de buenas intenciones pero no impidió las guerras y los genocidios subsiguientes: Corea, Vietnam, Camboya, las dictaduras latinoamericanas, las guerras en los Balcanes, Ruanda, Congo, Palestina...

Los analistas de la historia política hoy dicen que había un amplio apoyo en el Partido Demócrata para que Eleanor Roosevelt fuera candidata a la presidencia. Si ella lo hubiera querido.

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