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Sebastián Santana.

Foto: Ricardo Antúnez

45 años después

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Sebastián Santana, autor de “Mañana viene mi tío”, habla de la escasez de literatura infantil y juvenil sobre la dictadura.

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Hoy se cumplen 45 años del golpe de Estado de 1973, que instaló una década de dictadura cívico-militar. Aunque es “el episodio que constituye nuestra épica reciente”, en palabras del ilustrador y artista plástico Sebastián Santana, es un tema de escasa presencia en la literatura infantil y juvenil (LIJ) uruguaya. Ahora, como resultado del trabajo de la agente literaria del Ministerio de Educación y Cultura, Omaira Rodríguez, se firmó contrato para la edición, por la señera editorial mexicana Fondo de Cultura Económica (FCE), del libro de Santana Mañana viene mi tío, el primero del que es autor integral, concebido en 2011 y editado por primera vez en 2014 por el sello argentino Del Eclipse. Esa excelente noticia fue la excusa para conversar largamente con el autor sobre la gestación y la peripecia de esta obra, el compromiso del artista con su tiempo histórico, y para que nos presentara, recién salida la prueba de imprenta del horno, un nuevo proyecto, enraizado en esa madeja inseparable de la historia personal y colectiva, los trabajos anteriores y los proyectos. Se trata de Un cuaderno de trazos familiares. Apuntes sobre el trabajo gráfico incluido en la película Trazos familiares, realizados por Sebastián Santana, un trabajo hijo del documental de Juan Pedro Charlo que se define como “Un relato gráfico. Un encuentro generacional. Apuntes derivados, exploratorios, búsquedas y confesiones a partir de un trabajo que nunca es sólo un trabajo: hacer de la memoria una tarea constante”.

¿Cómo surge Mañana viene mi tío, que es tu primer libro como autor integral?

Es mi primer libro como autor integral publicado, aunque hay varios proyectos que nunca terminé de hacer cuajar. Lo escribí en 2011 y fue una cosa muy visceral que salió, básicamente, gracias a Víctor Semproni. Es muy anecdótico cómo surgió y me resulta poco creíble hasta a mí mismo. Fui a la Marcha del Silencio que siguió a la votación en la que no salió la anulación de la ley de caducidad, una marcha particularmente cargada, por obvias razones. Siempre me había llamado la atención la foto de Nelson Santana, un desaparecido al que secuestraron en Paraguay: no es pariente mío, pero como tenemos el mismo apellido era un dato que flotaba en mi cabeza. Se me ocurrió pensar cómo podía contar los hechos si Nelson Santana fuera mi tío; hace poco me di cuenta de que se trata de una obra de autoficción, aunque no tenía idea de eso entonces. Me propuse contar que Nelson era mi tío e iba anotando en una libretita que llevaba en el bolsillo. El libro entero está planteado en las páginas de esa libretita: lo empecé sentado frente a la sucursal 19 de Junio del BROU y lo terminé a la altura de Santiago de Chile. El subtexto era: “Mi mamá y mi papá me contaron que viene mi tío; lo que no me contaron es que está siendo perseguido, está clandestino”; eso me sirvió para ponerle velocidad y para explicar la falta de información. Me tranqué en decidir cuál podía ser el objeto que refiriera al paso del tiempo, pero definí enseguida el banquito y la puerta, y apareció la secuencia. Lo tuve en la libreta por un tiempo, hasta que encontré en la feria una libreta de papel viejo y me gustó el formato para dibujarlo ahí. Me había influido mucho el libro La línea, de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes, que había encontrado, en 2007 o 2008, en una librería de usados. Me atrajo porque estaba viejito, lo leí ahí mismo y me resultó muy fuerte, a lo que se sumó la comprobación de la fecha de edición: lo había publicado la editorial Granica en 1975. ¿Qué era ese libro publicado en Argentina en 1975? Era imposible. Después me enteré de la historia. Luego hice unos carteles para la campaña de 2009 por el voto rosado con el tipo de dibujo de La línea, de la que me acordé inmediatamente en 2011, por lo que me planteé dibujar Mañana viene mi tío con ese tipo de dibujo, con la rabia de que vendría a ser la continuación más penosa de La línea.

¿Intentaste publicarlo acá?

Hice algunos intentos acá pero finalmente no se concretaron. Cuando estuvo Istvansch en Montevideo, en 2012, Alfredo Soderguit –que había visto el boceto– le comentó del libro, él lo vio y le gustó, pero todavía no había descartado sacarlo acá. Yo había pensado en Del Eclipse como plan B, porque ellos habían reeditado La línea en 2003. Finalmente, cuando se pinchó la posibilidad de publicarlo acá, le escribí un correo a Istvansch para decirle que el libro estaba libre: había sido concebido en Uruguay pero podía nacer en Argentina, como me había ocurrido a mí. En ese momento la presidenta era Cristina Fernández, y había un marco de referencia más amplio, que me parecía más permeable que el que había acá. Istvansch me respondió que le interesaba publicarlo pero que tenía un plan editorial largo, por lo que quedaba para el año siguiente: terminó saliendo en noviembre de 2014.

Sebastián Santana.

Foto: Ricardo Antúnez

¿Cómo surgió la posibilidad de publicarlo en FCE?

Cuando volví a Uruguay, en 2017 –en 2015 nos fuimos a vivir a Chile por los estudios de Eugenia, mi pareja–, me junté un día con Omaira y se lo mostré. A ella le gustó mucho y me propuso que lo presentara para Books from Uruguay. De esa forma empecé a hacerme de nuevo del libro. Ella empezó a llevarlo a las ferias y comenzó a surgir interés de distintos lados, aunque nada muy firme. A los seis meses surgió el interés de FCE, y hace un mes firmamos el contrato. Números de mexicanos: van a sacar 10.000 ejemplares. La verdad es que, sin ese programa (es decir, sin la idea de que el Estado tiene que incidir en las posibilidades de difusión de las obras que acá se producen) y, sobre todo, sin el compromiso de Omaira con su laburo, nada de esto (ni tantas otras cosas) podría haber cuajado.

¿Cómo es el contrato?

Básicamente, exclusividad para el mundo hispanohablante; lo publican desde México. Los contactos con la gente de allá son muy lindos: resulta conmovedor por su realidad actual relacionada con el tema de los desaparecidos. Cambiamos la dedicatoria y va a decir: “Para todas las personas víctimas de desaparición forzada que nunca pudieron llegar”. Se les ocurrió como la mejor manera posible, y a la vez la más concreta, de hablar al mismo tiempo del acontecimiento pero ampliarlo al universo de ellos. La editora que está trabajando es la de Arte y filosofía, entonces no sé bien en qué estante va a aparecer el libro. Lo publican ellos desde la central en México y les pidieron a las filiales en Latinoamérica que les dijeran cuántos ejemplares querían, para decidir el tiraje total. Sacaron sus cuentas y tiraron este número, que no es habitual, es una apuesta muy grande. Es cierto que es México, donde todo es enorme, pero para nosotros es increíble. Ahora estoy a la espera de que me digan cuándo lo ponen en imprenta y de verlo en persona. El vínculo con los mexicanos es muy lindo porque lo ven sobre todo desde el lado de los eventos actuales de desaparición forzada. Yo no sé qué va a pasar. ¿Cómo va a caer un libro así en una realidad en la que hoy está desapareciendo gente?

¿Qué significa este libro para vos?

Difícilmente algo me salga mejor. Tengo la convicción, una especie de derrotismo feliz por el que creo que mejor que esto no me puede salir nada, porque es mejor que yo. Cuando me dieron el premio Alija [en 2015] dije que tuve la suerte de que este libro se cruzara en mi camino, porque de alguna manera entiendo que no me pertenece, porque es más de lo que, si me pongo en plan consciente, haría.

En 2017 ilustraste Crece desde el pie para la colección de canciones ilustradas de Criatura, que también roza el tema de los 70.

Claro, cuando me propusieron esa canción empecé a estudiar por qué lado llevarla, y no había forma de que no fuera entenderla como una canción de lucha y de resistencia. En un punto son libros hermanos. Crece desde el pie es la contraparte feliz de Mañana viene mi tío. Por otra parte, en Crece desde el pie el personaje es una niña y busqué que así fuera para presentar la rebeldía como se entiende hoy, cuando la lucha más importante que hay en la calle es la lucha por la igualdad de género, llevada a cabo en la calle por gurisas.

Resulta llamativo que en la LIJ uruguaya la dictadura sea un tema que ha aparecido poco.

Hace un tiempo estuve indagando al respecto para una mesa en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, y encontré que hay un libro de Magdalena Helguera, El árbol blanco, y el tema aparece también en Los viajes del capitán Tortilla, de Federico Ivanier, en Lugar imposible, de Fernando González, en El país de las cercanías y en otro libro, en clave de ficción, de Roy Berocay. También lo tomó Ignacio Martínez, y está El año de los secretos, de Laura Santullo, pero ella no publicó acá sino en Edelvives de España. Pienso que algo va a pasar porque, por ejemplo, en la Marcha del Silencio aparecieron cantidad de gurises de 15 a 20 años, que no sé por dónde llegan, ya que tienen sus propios canales. Pero con respecto a mi generación, me llama la atención porque siendo el episodio que constituye nuestra épica reciente –y tratándose de un país muy chico, en el que la chance de que tengas algún pariente o amigo que haya estado por lo menos preso es inmediata– es llamativo que ese dato sensible no esté. La idea inicial, pomposa, de Mañana viene mi tío fue que lo agarraran los gurises y les preguntaran a los adultos: desde la calentura, quería poner una mecha en los ámbitos familiares en los que no se quiere hablar de esto. Si un niño lo lee le podrá generar conmoción o no, pero lo que seguro le va a generar son dudas. La verdad es que no sé por qué no se asume como un tema central; no se me ocurre una respuesta que no sea que no quieren meterse en el tema.

Y al mismo tiempo, si el tema no se toma, ¿cómo se mantiene la memoria?

Claro, y ahí es cuando me viene la urgencia. No puedo dejar de pensar que hay una dimensión social en el trabajo del artista: así como el panadero tiene que hacer un pan que sea rico y comestible, a mi juicio las obras de arte tienen que generar conmoción y comunicarse con el público, tiene que haber un compromiso con el tiempo y las circunstancias que te tocó vivir. Si una persona que tiene entre 30 y 45 años en ningún momento encuentra que su universo emocional como artista para compartir roza el golpe de Estado y sus consecuencias, no sé dónde vivió todo este tiempo. Ahí me salta la térmica. Capaz que estoy siendo un cretino, porque también me lo pregunto. No puedo evitar hacerme cargo de mi historia personal y trabajar desde ahí. La formación ideológica, sobre todo en gente que trabaja en arte, es fundamental, porque si no se te impone. Y el silencio, el no asumir, es parte del discurso de “pasó pero bueno, hay que seguir para adelante” y asumir como propias otras épicas. Es una discusión que se me entrevera: no es el único tema importante, pero es necesario procesarlo para tomar otras épicas. Si no lloramos a nuestros propios muertos, a los otros los vamos a llorar con lágrimas de cocodrilo. ¿Te das cuenta de que queda como un vacío? Hablás del tema y queda un aire, porque son más los vacíos que las obras concretas.

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