Este jueves, a los 77 años, falleció el periodista y escritor Enrique Symns, fundador de la revista Cerdos & Peces, monologuista en las presentaciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y exponente del llamado periodismo gonzo. “Probó todas las drogas. Conoció la gloria y ganó mucho dinero. Se acostó con famosas y las celebridades lo visitaban para pedirle autógrafos. Más tarde lo perdió todo. Fue linyera y durmió en la calle. Y mientras vivía infinitas vidas escribió varias de las mejores páginas de la literatura argentina”. Así intentó resumir su vida la editorial Orsai.
Nacido en Lanús en 1945, vivió algunos años en Brasil y en Europa hasta que regresó a Argentina, donde se sumó a la revista El Porteño, de Gabriel Levinas. Este le propuso armar un suplemento para esa publicación, y así nació Cerdos & Peces, que un año después, en 1984, comenzaría a editarse en forma independiente y de modo irregular hasta 1998.
Con respecto al nombre, se cuenta que, desesperado, consultó el I-Ching en una noche de desvelo. La respuesta fue “Cerdos y peces son los menos inteligentes de todos los animales de la creación, los más difíciles de influir”.
“Más que de una revista, se trataba de una guarida, un aguantadero, un refugio antivirus, un albergue, un laboratorio. ¿Éramos conscientes de estar haciendo algo completamente innovador en Argentina? Muy probablemente no”, escribió en una antología de lo mejor de la revista que, mientras duró, tocó temas como la homosexualidad, la marihuana, el VIH o la antipsiquiatría, al precio de, entre otras cosas, sufrir la explosión de una bomba en la puerta de la redacción.
Sobre sus monólogos junto a la banda de Carlos Indio Solari (“la primitiva cuadrilla ricotera”, según él), que comenzaron alrededor de 1980, recordaba, en una carta que hizo pública en 2019: “Al principio el Indio me rechazaba, no me trataba bien. [...] Cuando se mudó a Ramos Mejía, que yo ya estaba en la banda bastante a menudo, nos hicimos muy amigos. Yo iba todos los sábados a visitarlo, le llevaba cocaína, él tomaba poquitito, tomaba en una cucharita chiquita”.
“Gané muy poco con los Redondos, yo no quería dinero de las actuaciones. No ganaba porque me parecía que era un sacrilegio; como para mí era una especie de rito subir al escenario, no me parecía que por un rito debiera ganar dinero, y esa era la idea”. La amistad terminó porque Enrique consideraba que no le daban el crédito necesario, ya que no se lo grababa ni aparecía en los discos de la banda. No fue el único motivo del distanciamiento. “Empezó el disgusto porque yo vendía merca, llevaba chicas al escenario, ya no me dejaban actuar más con ellos. Una sola vez me metí de prepo y fui expulsado, no me dejaban ni entrar al camarín”.
El punto final fue una pelea pública entre el escritor y Solari luego de la muerte de Walter Bulacio en 1991, asesinado por la Policía luego de haber sido detenido durante un recital. “Lo llamé ‘asesino’. Fui injusto. Yo creo que un amigo está por sobre todo”.
“El Indio vive de los recuerdos igual que yo, que vivo de los recuerdos todo el tiempo. Yo creo que él está en una etapa de su vida triunfante, está en otro mundo; yo estoy en el mundo absolutamente opuesto: lento y pobre, estoy enfermo, viviendo en lugares, hasta hace poco, terribles”. En ese mismo texto agregaba: “Tengo ganas de ver al Indio, a Carlos, claro que lo vería, pero yo no puedo moverme, no puedo hacer nada, y él tampoco puede andar por la calle; siempre fue un tipo como el escritor del Cazador oculto, Salinger. Es un tipo que no puede estar entre la gente. Tiene motivos”.
En 2002 la editorial Orsai reeditó El señor de los venenos, su autobiografía, que incluía un prólogo en el que el Indio se amigaba con él y, al mismo tiempo, de algún modo, lo despedía: “Me atrevo a decir que, sin darse cuenta, ha trabajado por su nombre sin la esperanza de que algún día su nombre trabaje por él. Ha pasado mucho tiempo ya y nuestras universidades siguen sin poder pagar los 25.000 dólares que recibían de Hoffman y Rubin por sus disputas y desacuerdos expuestos fieramente frente al alumnado. Nuestra graciosa estafa ya no será posible. Qué pena. Desde el palacio silente, ¡salud, Enrique!”.
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