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Movilización de trabajadores y usuarios del hospital Bonaparte en Buenos Aires.

Foto: Enrique García Medina

El anuncio del cierre del Hospital Bonaparte, en Buenos Aires, generó una movilización hasta que se revirtió la medida

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Para varios de los pacientes que se acercaron a defenderlo, ese centro de salud mental y tratamiento para consumos problemáticos de drogas fue vital.

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Leído por Mathías Buela.
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El Hospital Nacional en Red Lic. Laura Bonaparte, que representa un faro en materia de salud mental y consumos problemáticos en Argentina, seguirá abierto. Esta semana, el gobierno de Javier Milei claudicó en su intención de cerrar el centro de salud ubicado en el barrio de Parque Patricios, en el sur de la Ciudad de Buenos Aires. Así se desprende de un documento firmado el martes, en la sede del Ministerio de Salud de la Nación, por el secretario de Acceso y Equidad en Salud, Pablo Enrique Bertoldi Hepburn; el delegado general del Hospital Bonaparte, Leonardo Fernández Camacho; y la delegada general adjunta, Soledad Rivas.

El acuerdo apunta a la creación de una mesa de trabajo integrada por autoridades nacionales y profesionales de la salud propuestos por la Asociación de Trabajadores del Estado para asegurar los puestos laborales, la prestación de servicios y la atención de los pacientes en los diversos servicios con total normalidad, en el marco de un plan de reestructuración.

María Cecilia Loccisano, secretaria de Gestión Administrativa del Ministerio de Salud, confirmó en las últimas horas que no está en los planes del gobierno nacional cerrar el hospital, pero que el Ejecutivo tiene en su agenda implementar una reorganización para hacer “un uso más eficiente de los recursos disponibles”. Las nuevas internaciones, dijo Loccisano a Crónica TV, serán derivadas a otros centros. También afirmó que las personas que se acerquen a la guardia por algún problema de salud mental serán atendidas.

El conflicto se desató el viernes de la semana pasada, cuando personal del Bonaparte señaló que Christian Baldino, director del hospital, había informado que estaba previsto el cierre de la guardia y del sector de internación. Ante ese anuncio, los trabajadores decidieron permanecer en el centro de salud, manteniendo los dispositivos sanitarios y la atención de los pacientes. El domingo, incluso, se organizó un festival, que contó con la solidaridad de artistas, organizaciones sociales y políticas, familiares y usuarios.

En respuesta al comunicado publicado por el Ministerio de Salud el viernes 4 de octubre, que apuntaba a “una normalización del hospital producto de la subutilización en función de su capacidad, que se manifiesta en la reducida cantidad de pacientes que se atienden en la institución”, los trabajadores difundieron un documento en el que señalaban que, en lo que va de 2024, se atendieron más de 98.000 consultas, únicamente en los servicios asistenciales, y se brindó atención a 25.000 personas. Hay más de 600 empleados en los departamentos, dispositivos y servicios del hospital. Según el comunicado, la mayoría de los trabajadores cobran menos del sueldo básico mínimo, de manera que se encuentran debajo del índice de pobreza.

“Una institución de primera línea”

El martes, antes de que se firmara el acuerdo con el gobierno, la diaria visitó el Bonaparte y conversó con personas que reciben atención ambulatoria para saber cómo impactaría en sus vidas un posible cierre del hospital.

Michelle Lacroix salía de una internación por consumo problemático y asistía a un centro convivencial cuando a fines de 2012 fue derivada al Bonaparte. Para la activista trans, llegar al centro de salud mental fue lo mejor que le pasó porque recibió contención cuando vivía en la calle. Lloró de la impotencia cuando supo que corría peligro la continuidad del servicio médico: eso la empujó a ir hasta allí ese día para apoyar a los trabajadores y a los pacientes.

Michelle Lacroix, ex paciente del hospital Bonaparte.

Foto: Enrique García Medina

El Bonaparte es, para ella, “una institución de primera línea”, y aunque ya no es usuaria, afirma que no lo pueden cerrar, no sólo por las personas que trabajan allí, sino también por aquellos que reciben tratamiento en los consultorios externos o pasan a retirar su medicación. Destaca, además, que el hospital respeta la Ley Nacional de Salud Mental, que, entre otras cuestiones, pone el acento en un sistema de tratamiento ambulatorio antes de llegar a la internación del paciente, con un enfoque en derechos humanos y perspectiva interdisciplinaria.

“El presidente Milei quiere quitarnos todos los derechos y eso me parece deprimente –dice la artista–. A Milei le diría que renuncie, que se vaya. Ya aprendí que no hay que ir a buscar papas a la carnicería”.

“Si el hospital cierra, me cagan la vida”

Hace un mes y medio que Jessica Yamila Palacios, de 38 años, llegó al Bonaparte por consumo problemático. Lo conoció “googleando”. Dice que en el hospital la están ayudando muchísimo y se muestra agradecida con la salud pública porque a su hija de 15 años le salvaron la vida en el Hospital de Pediatría Garrahan, cuando tuvo un tumor en el cuello.

Con la llegada de la pandemia de covid perdió su trabajo de gastronómica. Por una estafa familiar se quedó sin su casa y terminó alquilando con su compañero. Gracias a unos ahorros se fueron a vivir a la zona norte de la provincia de Buenos Aires, pero los volvieron a estafar, cuenta. “Ahí fue donde encargamos el bebé, cuando compramos el terreno”, cuenta. Finalmente, la pareja terminó en situación de calle. Hace un mes y medio que su bebé está en el Hogar Amaranta, en San Isidro, para niños y niñas judicializados. Su compañero hace un tratamiento, también por consumo problemático, en el Hospital Fernández.

“Si el hospital cierra, me cagan la vida”, dice. Y se pregunta cómo podría hacer, en ese caso, para justificar su tratamiento ante el juzgado que tramita la tenencia de su bebé. “Psicológica y psiquiátricamente es una ayuda total para mí, porque hace más de dos meses que no consumo cocaína. Sin trabajo y en situación de calle, no puedo pagar un tratamiento”, dice Jessica. “El psiquiátrico es Javier Milei. Él debería estar acá adentro. Ojalá el pueblo se levante y lo saque a la mierda a este hijo de puta”, afirma Jessica. Supone que eso no sucede porque todavía hay más poder adquisitivo que pobreza.

Seguir viviendo no era una opción

Una infancia atravesada por la violencia de género hizo que Ema Cancino desembarcara, hace dos años, en el Hospital Bonaparte. Llegó en condiciones muy malas, para que la ayudaran con su estrés postraumático: seguir viviendo no era una opción. La joven de 21 años llora al repasar su vida. Está angustiada por la situación del centro de salud.

Yésica Yamila Palacios, usuaria del hospital Bonaparte.

Foto: Enrique García Medina

Su mamá se trata en el hospital de Parque Patricios, también por estrés postraumático. Ema abandonó la casa familiar a los 15 años y denunció al papá por violencia familiar. Hoy no puede ver a sus hermanos. Con mucho esfuerzo, está intentando terminar la secundaria. Antes de asistir al Bonaparte, no salía de su casa.

Dice que los especialistas del Bonaparte son muy flexibles, que no la ven como un número, que la tratan como una persona, que hay muchísima contención. En otros lugares se vio vulnerada porque sentía que querían tapar sus problemas. “No sé si estaría hablando acá con vos si no hubiese sido por la atención de los médicos. Voy a estar siempre muy agradecida con el hospital”, sostiene.

“Estamos en un momento en el que se necesitan más hospitales, no que se cierren. En ningún momento entraron a ver cómo funciona. Si lo hubiesen hecho, verían que no hay muchos lugares así. De hecho, es el único que conozco”, completa. Para Ema, “Milei es una persona siniestra, sin empatía”, que le genera mucho rechazo.

“Llegué al Bonaparte todo roto”

El músico Fernando Castellano entró al Hospital Bonaparte en 2010. De chico había padecido ataques de pánico y trastorno del sueño, era muy ansioso. Recuerda que llegó al centro de salud “todo roto, con más ganas de abandonar que de seguir”. Como no podía parar de llorar durante las primeras sesiones de terapia, con la psicóloga seguían charlando en el McDonald’s de la avenida Caseros y Entre Ríos. “Aunque sea, andate con un rayito de sol”, lo despedía.

El viernes 4 de octubre estaba con un amigo cuando escuchó por la radio que iban a cerrar el hospital. Dentro de él, algo le dijo que no debía moverse cuando llegó desde Ciudad Evita, provincia de Buenos Aires: el hall de entrada del Bonaparte le dio amparo por las noches desde el sábado. Por esos rayitos de sol que le convidaron, Fernando asegura que el Bonaparte es su segunda casa.

Antes de conocer el centro de salud mental, Fernando “no sabía si salía con remera, en cuero o en calzones”. Ahora sabe que tiene un pantalón puesto, unas zapatillas; está afeitado, tiene un trabajo y dice ser un buen padre. Entonces no le cabe duda de que renació en el edificio de Combate de los Pozos 2133. A sus 48 años se percibe potenciado, mejor que antes.

El músico de La Matanza analiza el intento del gobierno de La Libertad Avanza de cerrar el centro de salud mental. “Este señor [Milei] viene por todo. Este hospital no tiene por qué ser rentable, es para ayudar a la gente que tiene patologías y problemas, como puede tener cualquier otro, acá no te arreglan la pierna, sino que te arreglan el corazón y la cabeza”, argumenta. Y está seguro de una cosa: “Si no hubiera venido acá, no estaría hablando con vos en este momento, estaría tirado en una zanja”.

Mora Ema Cancino.

Foto: Enrique García Medina

“Me van a sacar con los pies para adelante”

–¿Qué pasa si el gobierno avanza con su plan de cerrar el Bonaparte? –pregunta la diaria.

–Mirá, si yo no me enojo ahora, creo que no me enojo nunca más. Lo primero que se me cruza por la cabeza es agarrar a este chabón y... Acá hay patologías muy fuertes, ¿viste? Yo llevo a una persona que es esquizofrénica sin medicación, que te puede hacer daño a vos, me puede hacer daño a mí, se puede hacer daño él. Si este lugar se cierra, perdemos a los trabajadores tan especiales que tenemos acá, desde el primer administrativo, el de limpieza, hasta el que te atiende: todos son un corazón abierto. Yo no voy a permitir que este lugar se cierre, no me van a sacar de acá. Y si lo cierran, no quiero dejar a mi hijo sin padre, pero me van a sacar con los pies para adelante.

Fernando saluda y vuelve al interior del edificio para seguir la vigilia. Como sucedió en las asambleas en las que se decidió sobre la permanencia en el hospital o se llamó a la solidaridad de las organizaciones para impulsar la protesta, las escalinatas del edificio permanecen copadas por túnicas blancas de médicos y residentes. Llegan al Bonaparte para marchar al Ministerio de Economía, junto a otros trabajadores del Hospital Garrahan, mientras el gobierno de Milei lanza un feroz ataque contra todo lo que sea público.

Sobre la calle Rondeau, entre Combate de los Pozos y la avenida Entre Ríos, un afiche firmado por el Partido Comunista de la Argentina señala a los responsables del ajuste en salud: además del presidente, aparecen Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado; Mario Lugones, ministro de Salud; y Christian Baldino, director del Hospital Bonaparte.

Un sinnúmero de carteles empapela el frente del centro de salud, en apoyo al personal médico por la ayuda que ofrecen a personas sin una red de contención o que muchas veces no cuentan con los recursos suficientes para afrontar un tratamiento privado.

Dos largas hojas blancas pegadas con cinta negra acaparan la atención de algunos lectores. “Hay personas que no nos merecemos ni eso/ Ni un hospital público de salud mental/ Ni estudiar, ni trabajar, ni un hogar/ Ni hablar de nuestra identidad/ De quienes ya no están/ De quienes estarían si hubiéramos estado”, cierra su mensaje Tuqui, de 28 años, que vivió cuatro intentos de suicidio. Y agradece al Bonaparte, a las organizaciones sociales, a la Asociación Civil Mocha Celis y a sus “amis”. “Hace dos años que no me lastimo, estudio y trabajo”, finaliza su freestyle.

Durante 96 horas, los trabajadores y los usuarios del hospital se mantuvieron arriba del escenario. En la batalla de gallos, el primer round lo ganó la salud pública. Tuqui, Michelle, Jessica, Ema y Fernando respiran aliviados.

Un centro histórico

El edificio donde hoy funciona el Bonaparte fue diseñado por el arquitecto italiano Francesco Tamburini, encargado también de la reforma en la Casa Rosada y quien proyectó el teatro Colón. Su concepción se concentró en amplios pabellones de internación comunicados por galerías sostenidas por columnas toscanas. El desarrollo de los jardines fue pensado por el paisajista Carlos Thays. En 1889 se inauguró como hospital militar por el presidente Miguel Juárez Celman.

En 1940 pasó a funcionar como Hospital Nacional Central para Enfermos Tuberculosos. A fines de la década del 60 del siglo pasado, fue la sede administrativa de la Encuesta Nacional de Salud.

Tras un tiempo de abandono, el edificio se salvó de ser demolido. En 1973 fue reconvertido en el Centro Nacional de Reeducación Social (Cenareso) para “brindar asistencia integral a la problemática de las adicciones y desarrollar tareas de investigación y capacitación en la temática”.

La estructura organizativa del Bonaparte fue aprobada en 2019. Cuatro años más tarde, se finalizó con la intervención del centro de salud mental, vinculada a la transformación del Cenareso a hospital de referencia nacional en la implementación de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657.

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