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Vivián Trías. Foto del archivo familiar.

Voces plurales de la reconstrucción: sobre el “caso” de Vivián Trías

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El Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista ha resuelto encomendar a un grupo de trabajo profesional e independiente la verificación de todos los aspectos fácticos del “caso Trías”, para de ese modo determinar claramente el universo de su evidencia empírica y de sus fuentes directas o indirectas y el ordenamiento conceptual inicial de la información.

Cumplida esa etapa se abrirá un amplio debate de interpretación, análisis y conclusiones de todas y todos los socialistas, sin perjuicio de los estudios de la historia científica o los debates político-culturales y morales más amplios abiertos por la cuestión Trías dentro y fuera del Partido Socialista (PS), la izquierda y el sistema político uruguayo.

En un artículo publicado en el suplemento Dínamo de la diaria en agosto de 2016 (“Lecciones del auge y lecciones de la caída”, describo la prolongada parábola del socialismo uruguayo, desde su casa original del socialismo democrático de Emilio Frugoni y Batlle y Ordóñez hasta el Frente Amplio (FA) de nuestros días. Tras el desastre de la Unidad Popular de 1962 y la salida de Frugoni del partido que fundó, el socialismo perdió significación política y alcanzó sólo 8.000 votos en 1966. Así ingresó en una profunda crisis de identidad, con sucesivos desprendimientos de fracciones y grupos en distintas direcciones. El espacio vacío del socialismo democrático se desplazó hacia la Lista 99 de Zelmar Michelini, el Partido Demócrata Cristiano de Juan Pablo Terra o el arrastre de las grandes figuras republicanas que, como el general Liber Seregni, confluyeron en la fundación del FA.

Este es el trasfondo de la sorprendente reconstrucción socialista; en la lucha contra la dictadura militar se creó un partido militante en sindicatos, barrios y centros de estudio, y desde la primera elección democrática el PS recuperó el dinamismo electoral anterior a la crisis del 60.

¿Cuál fue, entonces, la influencia del pensamiento de Trías, muerto en 1980, en las luchas sociales y políticas contra la dictadura y las ideas de las nuevas generaciones?

El socialismo era un espacio para inventar, porque no sabíamos lo que había detrás. Yo tengo la sensación de que nuestra generación fue bastante responsable del endiosamiento de Trías.

Nosotros combinábamos eclecticismo de lecturas y una enorme curiosidad con desprejuicio: desde Los usos de Gramsci, de Juan Carlos Portantiero, hasta aquellos dos textos contrapuestos de un debate fundamental entre el filósofo brasileño Carlos Nelson Coutinho (La democracia como valor universal), entonces de línea eurocomunista dentro del Partido Comunista Brasileño, y Adelmo Genro (La democracia como valor obrero y popular), entonces un autor neotrotskista que confluía en el flamante Partido de los Trabajadores brasileño, o Nicos Poulantzas, o Eduardo Galeano. Gracias a los viajes a Brasil –en ese momento disfrutando de una tenue apertura de ideas y el gradual retorno de los exiliados– sabíamos que en 1977 el dogmático Louis Althusser había proclamado la “crisis del marxismo” ante el impacto del contacto con la disidencia de Europa del Este y sus relatos sobre el autoritarismo comunista.

Para quienes ingresábamos en el mundo de las ciencias sociales, el diálogo con Max Weber, toda la epistemología, Georg Simmel, la escuela de Frankfurt y los estudios sobre corporativismo agregaban riqueza y más complejidad al diálogo con el marxismo, y afianzaban la certeza de que no podía concebirse como una ciencia totalizadora depositaria de todas las verdades o tampoco como un paradigma que podía explicar el todo social.

Por otra parte, nuestros vínculos con los centros privados locales nos ubicaban dentro del moderno feminismo de Susana Prates, basado en la acumulación de estudios sociales y en diálogo con los aportes de la economía y la ciencia política.

Veníamos de un trasfondo, que empezábamos a desenterrar despacio, de nueva izquierda y autogestión; Herbert Marcuse, la primavera de Praga, feminismo, movimientos antirracistas y movimientos negros.

Es cierto que en la clandestinidad el marxismo leninismo operó como un organizador, pero pronto mostró sus limitaciones al comenzar la apertura, por un lado, y a medida que la militancia se volvió consciente del valor de la democracia sin adjetivos.

Trías funcionaba como un organizador de eslóganes de diferenciación porque hablaba de socialismo nacional, y si el socialismo era nacional entonces no podía ser pro soviético (en la izquierda uruguaya no había comunistas pro chinos) y debía ser independiente. También porque era marxista y analizaba con datos aspectos de la realidad nacional, y finalmente, porque era un seductor y didáctico historiador en la misma línea revisionista de todos los autores de la época que coparon la izquierda latinoamericana.

Trías permitía al partido una diferenciación inicial y aparente de la izquierda comunista por un lado, y de la forma de lucha constitutiva del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) por el otro.

Sin embargo, era menos relevante que la circulación de la crítica demoledora de la dictadura de Wojciech Jaruzelski en Polonia o la invasión soviética en Afganistán redactada por Guillermo Chifflet, pues ambos textos, elaborados hacia 1979 y 1980, nos posicionaban lejos del comunismo pro soviético y de la izquierda local tercermundista, pero en última instancia pro soviética.

Yo creo que en nosotros, sobre todo, había mucho desprejuicio y curiosidad: por eso íbamos cambiando velozmente de piel ideológica casi sin darnos cuenta, y como quien descubre su propio pensamiento un poco a tientas y al calor del proceso histórico.

Sobre el final de la dictadura nos parecía que la lectura obligatoria de Por un socialismo nacional inmunizaba, en un marco de dura competencia entre aparatos, a nuestra militancia de la cacería comunista o radical de izquierda. Muy pronto abandonábamos ese barco buscando nuevas referencias para la identidad de la juventud.

Desde mucho tiempo antes, durante fines de la década del 70, seguíamos de cerca los textos eurocomunistas y luego los primeros pasos de los socialistas españoles ahora legalizados, y muy pronto nos sumergimos dentro del debate socialista chileno entre la ortodoxia almeydista refugiada en la República Democrática Alemana y el socialismo renovador (que en verdad había sido responsable del viraje ultra de Carlos Altamirano con Salvador Allende y ahora regresaba sobre sus pasos con autocríticas demoledoras de gente muy inteligente).

Seguimos de cerca el proceso de expansión de la nueva sociedad civil brasileña de movimientos eclesiales de base, feminismos, movimientos negros, homosexuales, de favelas y desde luego la pelea por un sindicalismo anticorporativo encabezada por Lula en el ABC paulista, corazón de la industrialización promovida por la “revolución militar” brasileña de 1974.

Ya desde 1982 recuerdo que Paco Martínez, por entonces secretario general de la Juventud Socialista del Uruguay (JSU), me planteó trabajar por el abandono del marxismo leninismo, en coincidencia con los exiliados en España pero no con la militancia sindical del PS, que sí pasaba por las horcas caudinas de la declaración de principios del 37º Congreso, máxima expresión de la etapa filocomunista del PS.

Tras el fin de la dictadura comenzamos a profundizar la cuestión democrática y a estrechar vínculos con las experiencias socialdemócratas de la Europa del Norte sin abandonar el viejo sueño tercerista de crítica a los dos imperialismos y sus tipos de sociedades y organización del poder, que rechazábamos.

En los años posteriores, lo que se llamó “renovación” dialogó intensa y críticamente a la vez con la experiencia del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con el desembarco de macroeconomías responsables (tras las transiciones que acabaron en las interminables hiperinflaciones de José Sarney en Brasil, Raúl Alfonsín en Argentina y Hernán Siles Zuazo en Bolivia, entre otros), la conciencia de la era poskeynesiana que vivía la izquierda y las nuevas búsquedas de sujetos emancipatorios y agendas de reformas del futuro.

Trías quedaba fuera de juego, como hablando un lenguaje de otro mundo.

Nosotros fuimos saliendo de la militancia más activa o abriendo nuevos períodos de búsqueda tras el largo período de combate contra la dictadura y la transición, pero aún después de nuestra salida, generaciones sucesivas de la JSU repensaron el asunto de la renovación y la ortodoxia como un juego de referencias ahora simplificado, respectivamente, entre un Frugoni reivindicado y un Trías enarbolado, como si quedara enterrada toda la riqueza de aquella libertad de pensamiento que habíamos experimentado en las catacumbas contra el miedo. Nuestra generación casi levantó modestos monumentos a Trías y luego, no demasiado después, empezó a derribarlos, al comienzo casi sin darse cuenta. El dolor se distribuye distinto según la experiencia. Para algunos, las revelaciones sobre Vivian Trías, más allá del primer temblor o negación y de la necesidad de conocer la verdad histórica sin cortapisas, en el fondo sólo consuman nuevamente un velorio que la mayoría de nosotros habíamos vivido bastantes décadas atrás.

Para otros son demasiadas historias en juego y demasiada vida jugada, siempre con valor y convicción. Por ellos es que nos debemos todo el respeto por la verdad histórica que también los incluye, con su fe indemne en la transformación del mundo.

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