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Preguntas para una democracia ¿digital?

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La democracia y el nuevo contexto digital

El ecosistema de información y comunicación surgido hace no tantos años ha cambiado las formas de hacer política, pero ¿hasta qué punto? ¿Qué consecuencias genera este nuevo contexto para la movilización social y política? ¿Qué impacto tiene en la democracia como concepto y como práctica? Sobre estas interrogantes se basarán los aportes de Dínamo este mes.

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Creo que ya nadie duda de que la sociedad actual es digital y conectada. Redes sociales, aplicaciones móviles, big data, inteligencia artificial, dibujos de dígitos que avanzan en espiral hacia algún lado, series sobre futuros posibles, noticias falsas. Todos esos términos nos dan vueltas, nos presentan soluciones mágicas o preocupaciones existenciales. Interrogarse sobre cómo afecta esta nueva realidad a la democracia es razonable. Sin embargo, creo más importante pensar en qué preguntas debemos hacernos para delinear, como sociedad, nuestro propio futuro. Para eso, necesitamos perspectiva histórica, comprensión de los procesos tecnológicos y de conocimiento, y, sobre todo, voluntad de llegar a decisiones con todos los actores. Este artículo intenta esbozar algunas líneas en esa dirección.

El proceso de construcción del escenario digital actual, una sociedad que, cada vez más, se caracteriza por el intercambio de información digitalizada sobre un protocolo de comunicación predominante, conocido comúnmente como internet, puede considerarse reciente, en términos de historia, pero no inmediato: se acerca al siglo de vida. Podríamos fijar su inicio en un día de noviembre de 1936, cuando Alan Turing, un estudiante inglés de visita en Princeton, publicó “On Computable Numbers, with an Application to the Entscheidungsproblem”, un artículo en el que definió el concepto de computable, especificando, por medio de un modelo matemático, la idea de un procedimiento mecánico para realizar una tarea y fijando al mismo tiempo algunos de sus límites teóricos. En ese momento comenzó un proceso de desarrollo que probablemente no conozca antecedentes en su celeridad: John von Neumann y su modelo de Princeton, Claude Shannon y su teoría de la información, la agencia DARPA y el protocolo TCP/IP, el sistema operativo Unix, Tim Berners Lee y la web, el año 1998 y un buscador llamado Google, el año 2004 y una red social llamada Facebook... Enumero brevemente estos hitos para resaltar que los fenómenos de digitalización y conectividad no son de ayer, sino construcciones que se han dado en un contexto (las guerras, por ejemplo, no han sido factores para nada menores)y, a su vez, enmarcado otros cambios tecnológicos y también sociales. Las transformaciones tecnológicas nunca han ocurrido aisladas, ni pueden por sí mismas modificar a las sociedades,pero sí ser factores claves.

Lo que tal vez es nuevo para este proceso histórico es la escala del impacto de todos estos cambios: la cantidad de personas conectadas es mayor que nunca, la cantidad de información que circula es inmensa y las consecuencias en nuestro día a día son cada vez más evidentes. En ese contexto, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo podemos utilizar el escenario digital para fortalecer nuestra democracia? o, siendo más ambiciosos, ¿cuál es la democracia que queremos tener, dado este escenario? Porque nada ha cambiado en ese sentido: sigue siendo la sociedad, por medio de las políticas que defina, la que delinea su futuro.

Antes de buscar respuestas, debemos, como siempre, entender. Me atrevo a destacar tres características distintivas en esta realidad en la que la información circula, en forma de datos, por medio de internet y es procesada por computadoras en su camino: a) esa información puede llegar a todos los actores conectados (salvo que alguien lo impida ), b) este proceso es inmediato (salvo que alguien lo impida) y c) la información intercambiada en el proceso quedará disponible para el futuro (salvo que alguien lo impida).

En ese marco de información que se mueve con fluidez en una infraestructura de red suficientemente madura, rápidamente surgen decisiones a tomar: ¿quiénes están incluidos y quiénes quedan fuera de esta red?, ¿quiénes pueden o quieren interrumpir este flujo de información?, ¿qué rol cumplen los gobiernos?, ¿debemos dejar que toda información fluya libremente o vale poner barreras por lo que definamos como “el bien común”?, ¿de quién es la propiedad de la información generada?, ¿qué hace quien quiere arrepentirse de la información que distribuyó o generó?, ¿qué hacemos con quienes hacen circular información falsa?, ¿quién garantiza que la información llegue al destino pretendido?, ¿cómo cambian los roles de los actores en la sociedad ante este nuevo escenario? Las respuestas a estas preguntas, por supuesto, no son obvias y probablemente no sean únicas.

Es clave que la sociedad entienda que estas preguntas deben responderse para que pueda moldearse a sí misma. Y necesita elementos para poder responderlas. Esto es fundamental en una democracia, y no es diferente a las decisiones políticas, jurídicas y éticas que se toman todo el tiempo. Pongamos un ejemplo: ¿tiene sentido el concepto de soberanía, en una época en la que los datos están “en la nube”? ¿Importa si mis datos están en Uruguay o en Estados Unidos si puedo acceder a ellos exactamente de la misma forma, esté donde esté? A mí me parece que sí importa, por aquello de “a menos que alguien lo impida”. Los datos lucen intangibles, pero, si quitamos la abstracción, tan necesaria para que todo el sistema funcione, están almacenados en forma de unos y ceros en discos que están a su vez en servidores... que tienen un dueño (público o privado) y que están bajo cierta jurisdicción legal. Claro, aquí ensayé una respuesta a la pregunta, que no tiene por qué ser única ni obvia. Lo importante es entender que es una decisión. Y las decisiones informadas siempre son mejores. La neutralidad tecnológica es un invento o, en todo caso, una ideología más.

Cada pregunta de las planteadas más arriba admite horas de discusión. Como democracia, debemos habilitar esas horas de discusión, y especialmente proveer mecanismos para que esas discusiones sean entre todos. De lo contrario, corremos el riesgo de quedar en manos de algunos “expertos”. Y digo riesgo porque los “expertos” también tienen ideología, que puede o no coincidir con la que la sociedad elija. Hay derechos que en democracia no se ceden. Por favor, hagamos volver a las ideologías, que, entre tanto big data y transformación digital, las seguimos necesitando.

Guillermo Moncecchi es subsecretario del Ministerio de Industria, Energía y Minería e investigador.

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