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No es sólo Venezuela

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El imperialismo quiere invadir Venezuela. Los errores de la izquierda bolivariana, desde Caracas hasta Managua, ayudaron mucho a que las intenciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tuvieran puntos de apoyo, corifeos afines y el desconcierto de la izquierda democrática, que desde la crítica al chavismo busca contra reloj detener una escalada que sería terrible.

El panorama no es el mejor. Las derechas continentales no ven con malos ojos la expansión estadounidense en busca de una lección ejemplarizante, que deje en claro quién manda. En medio, la América austral queda entrampada en la disputa interimperial que enfrenta a Washington con Moscú y Pekín. Quien vea en esto un remedo de la Guerra Fría no entiende lo que está pasando. La carrera no es por un mundo mejor, es para saber qué potencia se queda con la mejor parte del mundo. Siria fue uno de los capítulos de esta competencia; Venezuela podría ser la segunda, pero con un agregado preocupante.

El Brasil de la extrema derecha no se va a quedar como simple observador. Ninguno de estos conflictos cuenta con la pasividad de los vecinos, así que la intervención regional en apoyo al imperialismo se producirá. La Colombia uribista desea desde siempre hacer tronar el escarmiento contra su vecino bolivariano. El gobierno de Iván Duque responde al uribismo en todo, pero muy especialmente en su veta guerrerista, reaccionaria. El uribismo necesitaba la guerra para ser, de ahí su rechazo a los acuerdos de La Habana, y su esperanza cuando el plebiscito colombiano los rechazó. Y este último dato debe ser tenido en cuenta: el pueblo colombiano no está totalmente convencido de la paz. Y las guerrillas desmovilizadas, tampoco.

La desestabilización venezolana y el peligro de una intervención multilateral reciclarían el conflicto colombiano y todo lo logrado en favor de la paz sería arrojado al basurero de la historia. ¿Podría Colombia reingresar en su conflicto civil pero ahora enmarcado en una guerra regional? ¿Alguien puede suponer un escenario más desolador? Si prestamos oídos a los irresponsables que quieren “uno, dos, muchos Vietnam”, que sueñan con la guevarización del continente, el panorama no es esperanzador.

El imperialismo va por el petróleo, obviamente. Pero también por el Arco Minero del Orinoco (AMO), la gran esperanza a explotar que Hugo Chávez instaló poco antes de morir. Controlado por la Fuerza Armada Nacional, el AMO ofrece desde oro hasta uranio, pasando por el coltán. Quien crea que Washington no tiene esto en cuenta no entendió lo que ha sucedido en Irak desde 2003.

El chavismo cometió gruesos errores. No fue su estilo extravagante, ni sus formas populacheras. Que Chávez cantara por televisión o que Nicolás Maduro viaje al futuro y hable con los pájaros no afecta a la geopolítica global. Sí lo hacen el manejo de la economía y las maniobras políticas para mantenerse en el poder. El chavismo heredó en 1998 un país hundido en la miseria. El 70% de pobres bajó drásticamente en pocos años, pero no gracias a una transformación económica y social radical. Chávez aprovechó la renta petrolera con el barril a 140 dólares promedio y metió a los pobres al consumo. Caracas se volvió un inmenso shopping donde el derroche fue el método para fundar el socialismo del siglo XXI. Todo iba bien mientras el petróleo tuviera precios altos. Cuando el Nymex empezó a mostrar números a la baja, el sueño chavista comenzó a naufragar. Con el barril hoy a 55 dólares, Maduro no puede hacer mucho.

El chavismo manipuló la política pero no las elecciones. Acomodó circunscripciones a su antojo para ganar siempre. Arrestó opositores, desde los más abyectos hasta los más honestos. La prisión del general Raúl Isaías Baduel, hoy olvidado por oficialistas y opositores, es la prueba de esos manejos. Luego, la cárcel de los líderes y el bloqueo de sus candidaturas, además de autoritarismo notorio, es un torpe error político. No dejar que se presentaran los opositores presos los avala. España permitió que se presentaran a las elecciones de 1982 los líderes del “tejerazo”, a pesar de que estaban presos. No llegaron ni a 1%: fueron derrotados por los hechos, por los votos y por la historia. ¿Por qué no hacer lo mismo en Venezuela? Recordemos que Maduro le ganó a Henrique Capriles apenas por un punto. ¿Cuán firme, entonces, está el poder bolivariano? La derrota de las elecciones parlamentarias y la creación de la Asamblea Constituyente para contrarrestar la debacle es otro de los hechos patéticos de un sistema que degrada su democracia en aras de mantener una burocracia tan inoperante como corrupta.

Todo estaba servido por el chavismo para que Trump tuviera su momento. La intervención de México y Uruguay y su propuesta de negociar y convocar nuevas elecciones en las que todos participen en paridad es la única solución posible y viable. De lo contrario, sonarán los tambores de guerra, con consecuencias imprevisibles para toda América del Sur. ¿Alguien cree que Venezuela podrá resistir el poder de Estados Unidos, del Ejército colombiano y de las Fuerzas Armadas brasileñas? El golpe para los pueblos latinoamericanos sería terrible, ni hablar para los venezolanos. Sólo la negociación garantiza estabilidad.

Mientras tanto, la derecha uruguaya da muestras de miopía y politiquería. Era obvio que el liderazgo nacionalista no entendería lo que estaba en juego. Centrados en su desesperanza electoral, proclamaron que “el gobierno no nos representa” y que sólo se le daba aire a una dictadura. No percibieron la gravedad de la hora, encandilados por junio, octubre y noviembre. Era, si se quiere, hasta lógico. Lo inadmisible fue el discurso de Julio María Sanguinetti. Al fin y al cabo, el ex presidente fue, a su manera, un estadista, tuvo mucho que ver en las soluciones a algunos problemas continentales. Gobernó, sabe lo que está en juego. Una cosa es apoyar la intervención en Irak, como hizo en 2003, pero otra muy distinta es desentenderse de la posibilidad de desestabilización continental y de una intervención directa de Estados Unidos. Llamado a dirigir la oposición desde la minoría, Sanguinetti sabe lo que significan Trump y la expansión yanqui en Latinoamérica como para sumarse al coro simplote de “no apoyar dictaduras”. Está en juego, también, nuestra estabilidad y, tal vez, hasta nuestra forma de soberanía, y Julio María Sanguinetti no puede no saberlo. Si siempre se presentó como un hombre de diálogo, de “cambio en paz”, ¿por qué en Venezuela no aplica la misma consigna? La política es algo más que unas elecciones.

El gobierno uruguayo estuvo a la altura de las circunstancias y de la historia del país y de la izquierda. Algunos no entienden la gravedad de la hora; esto vale para el Frente Amplio y para la derecha. La ética de la responsabilidad llama de nuevo a nuestra puerta. Debemos, todos, asumir ese llamado.

Fernando López D’Alesandro es historiador, docente y dirigente de Banderas de Liber, Frente Amplio.

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