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Bill Gates y Donald Trump, y su negocio con el coronavirus

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Los medios informaron el 26 de marzo que Bill Gates donó 100 millones de dólares para contribuir a la lucha contra el coronavirus. Pero no relacionaron esa “donación” ni con la realidad de su fortuna, ni con las ventajas que le proporciona (para no pagar impuestos) haberla hecho. Forbes, una fuente responsable, lo clasificaba hace unos años como la persona con mayor fortuna de su país, cuando ganaba dos millones de dólares por día. Parece que ahora pasó a un segundo lugar, aunque según otra fuente (es.quora.com) ahora gana 250 millones de dólares por día, mientras que una tercera (emprendefx.com) estima sus entradas diarias en 400 millones. “Donó”, entonces, un poquito menos de la mitad de lo que recibe por día o sólo la cuarta parte.

En ninguna de las publicaciones que difundieron la noticia de esta “donación” se hizo referencia a que las consecuencias de hacerla lo beneficia porque así elude impuestos. Para que la noticia llegara hasta nosotros, debió pasar por muchos periodistas (de la o las agencias internacionales de noticias y de varios intermediarios) sin que ninguno reparara –o, de pronto, supiera– que, al no relacionar estos dos extremos, no estaba “informando”, sino contribuyendo a prestigiar a un rico, por considerarlo generoso. Consideraron que era una noticia “cierta” para defender la tesis de la neutralidad de su trabajo.

Bill Gates, por si el lector no lo sabe (pero cualquier periodista sí debería saberlo) fue uno de los creadores de Windows y de Microsoft. Naturalmente su fortuna no proviene sólo de esos emprendimientos, sino también de inversiones bursátiles en cadena, como también es el caso de Donald Trump, el otro multimillonario que ahora es presidente de Estados Unidos.

Donald Trump intentó “sacar partido” del coronavirus y, aunque esto no fue admitido por su gobierno, en Alemania acaba de producirse un escándalo mayúsculo desatado por un periódico –Welt am Sontag– que, citando a fuentes del Ministerio de Relaciones Exteriores de ese país, sostuvo que una empresa alemana muy reputada –CureVac– que está siendo apoyada por un financiamiento del Estado alemán ha avanzado en una eventual vacuna contra este virus, y que, dado ese avance, Trump le ofreció a esa empresa que esa vacuna le fuera vendida con exclusividad a Estados Unidos por 1.000 millones de dólares. El escándalo motivó un desmentido categórico inmediato del embajador estadounidense en Alemania, quien afirmó “que eso era totalmente erróneo”, mientras que dos ministros alemanes confirmaron lo divulgado por el semanario. “Alemania no está en venta”, aseguró el ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, en Twitter, y diversos dirigentes políticos alemanes de distintos partidos se expresaron públicamente en rechazo a lo que divulgó Welt am Sontag. La empresa fue interpelada por los medios y, en un comunicado por escrito, eludió pronunciarse sobre la pregunta de si se le había hecho un ofrecimiento semejante, pero enfáticamente subrayó que sus estudios estaban destinados a ser útiles para toda la humanidad.

El coronavirus es un gran peligro público para todos, pero también es una oportunidad de negocio para muchos empresarios.

Como antecedente de conducta indebida, durante la campaña electoral que llevó a Trump a la presidencia salieron a luz documentos que probaban que, mediante maniobras con empresas suyas que quebraron, quedaron deudas millonarias incobrables y a la vez se le exoneraron impuestos por varios años sobre las restantes empresas que seguía poseyendo. Fue públicamente interpelado y su respuesta fue que esas operaciones demostraban que era inteligente. Aludía así al andamiaje jurídico contable que le permitió eludir ser acusado de un delito y, desde luego, no le preocupó la evidente ausencia de ética.

Esta tentativa de medrar con la vacuna sí apareció en la información divulgada, pero como el actual gobernante de la Casa Blanca es un personaje muy pintoresco, en general fue presentado como un caso exótico y personal, cuando –sin que esto pueda ser afirmado con pruebas incontrovertibles– el hecho de que un alto jefe de la empresa alemana hubiera viajado a Estados Unidos poco antes para asistir a una reunión con otros farmacéuticos y funcionarios del gobierno, y unos días después fuera reemplazado en sus funciones por los jerarcas de la empresa, hace presumir que ese ofrecimiento no sólo existió, sino que debieron haber intervenido altos jerarcas o grandes intereses. O ambas cosas, y no debería ser banalizado como una simple paranoia individual.

El coronavirus es un gran peligro público para todos, pero también es una oportunidad de negocio para muchos empresarios. Y esta contradicción tremenda, que está desarrollando nuevas formas de solidaridad al tiempo que perduran las reglas de la competencia impuestas por el régimen capitalista, culmina en algunos ejemplos paroxísticos, como el del primer ministro británico, que, refiriéndose a esta pandemia, evocó a Darwin con lo de “la supervivencia del más apto”, y poco después le tocó contagiarse...

Afortunadamente, entre nosotros están surgiendo iniciativas solidarias como las ollas y las canastas, y se reflotó la iniciativa del PIT-CNT de la renta básica, después apoyada por el Frente Amplio con el nombre de salario temporal. Es probable que la derecha en el gobierno acepte, de pronto con limitaciones, esta iniciativa, debido a la presión popular. Y si eso ocurriera –así sólo fuera en forma casi simbólica– tendría una repercusión benéfica incalculable, puesto que la sociedad toda habría llevado a la práctica un principio poco aceptado: la economía es, también, un asunto de todos.

Esperemos que las contradicciones que siguen surgiendo entre nuevas iniciativas de solidaridad y las evidencias escandalosas del egoísmo competitivo que promueve el capitalismo ilustren a muchos, y eso ayude a construir una sociedad más solidaria.

Roque Faraone es escritor y docente.

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