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La sociedad uruguaya después de la pandemia del coronavirus

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A más de un mes de la llegada de los primeros casos de covid-19 al país, la agenda sanitaria está instalada en la opinión pública, junto a la multiplicación de análisis expertos sobre los efectos de la pandemia para las personas y la salud pública, al tiempo que se hace necesaria la reflexión sobre las consecuencias sociales. Entre los diversos ángulos han aparecido análisis específicos de sociólogos y sociólogas, y en ese sentido nuestra intención es contribuir a la reflexión y el debate de las transformaciones sociales en curso seleccionando algunas.

“La salud, primero”

¿El valor de la vida puede suspender temporalmente la lógica capitalista del crecimiento económico y del consumo? Hace ya un tiempo que entre las ciencias sociales está el debate de hasta cuándo es sostenible un crecimiento económico exponencial, y sobre todo, la prioridad o no del crecimiento económico en las sociedades posindustriales para alcanzar un desarrollo sostenible y bienestar social. Hasta ahora la respuesta gubernamental más recurrente era la misma: primero el crecimiento económico, para de esa forma hacer sostenible el bienestar material y el desarrollo humano. El avance rápido de la pandemia invirtió rápidamente el orden de prioridades hacia las metas sociales, la valoración de la vida de las personas y la salud pública en primer lugar, doblegando a las ortodoxias económicas más liberales y a los políticos más contrarios, preocupados por los daños a la economía y el empleo.

Si bien las prioridades políticas cambiaron, esto no supone necesariamente un quiebre con la lógica del capitalismo ni con los condicionamientos económicos sobre los gobiernos y la sociedad. La recesión o crisis coyuntural se acompaña de movimientos especulativos del mercado financiero, sumado a la volatilidad de los mercados influyendo negativamente sobre la inflación (muy notoria en productos relacionados a cambios en la demanda, higiene, salud, provisiones del hogar, donde en 15 días se observaron aumentos de 20% a 50% en algunos productos), la rápida respuesta de las empresas de envío masivo a seguro de paro a miles de trabajadores y la reducción de la actividad económica; y el endeudamiento público, en lo inmediato a través del Fondo Coronavirus, con cifras todavía imprevisibles en materia de costos para el Estado.

“Quedate en casa”

La respuesta de política sanitaria fundamental consiste en el aislamiento de los individuos en el hogar. Esto apela a la solidaridad social de las relaciones más primarias del individuo, la familia y la vida cotidiana más próxima (los servicios más esenciales en el barrio). Sin embargo, la situación de los individuos es muy heterogénea, dependiendo, entre otros factores, de si viven en familias con personas dependientes (menores o adultos mayores) y por tanto deben ocuparse de trabajos remunerados y de cuidados (que generalmente recargan más a las mujeres), o si viven acompañados pero sin personas a su cargo, o si viven solos.

El confinamiento forzado en el hogar por tiempos prolongados genera riesgos sociales de diverso tipo. El más generalizado: la transformación de los hogares en multifuncionales (que alternan trabajo, escuela, actividades de tiempo libre y cuidados en la misma vivienda) recarga la convivencia social elevando los niveles de angustia, estrés y potencial agresividad en las relaciones sociales cotidianas; en el otro extremo, hogares solitarios de adultos mayores con tiempo libre, con emociones ambiguas entre la vulnerabilidad, la angustia y el tedio del aislamiento.

En una sociedad envejecida, con desigualdades sociales de los adultos mayores en términos de provisión de cuidados, con una situación muy heterogénea de los residenciales y casas de salud –con una muy débil regulación estatal–, los riesgos no son solamente la posibilidad de saturación de las capacidades hospitalarias del sistema sanitario, sino la fragilidad y las desigualdades sociales del sistema de cuidados en los hogares particulares (recordemos que en muchos países europeos se registró igual número de muertes en hospitales que en los hogares). Al mismo tiempo, se depende de condiciones sociales desiguales (de ingresos, de trabajos remunerados, de distribución de las tareas de cuidado, de condiciones materiales de la vivienda, etcétera) para contener psicológicamente y compensar los efectos económicos y sociales adversos de la cuarentena.

En particular, se amplían las zonas de vulnerabilidad social porque las personas no sólo pierden ingresos, empleos y condiciones materiales de reproducción social de la vida, sino que también se ve afectada la integración social por la amenaza de caer en situaciones de precariedad vital (recordemos la fragilidad de salud mental que afecta a una parte importante de la población uruguaya y su expresión más dramática en las altas tasas de suicidio), o por las amenazas de sufrir alguna forma de violencia (que afecta aún más a las mujeres, niños, jóvenes, adultos mayores).

“Trabajo a distancia todo lo que sea posible”

Las restricciones de movilidad física aceleraron transformaciones en el mundo del trabajo y en cómo las personas se relacionan con el empleo y el trabajo. El pasaje del trabajo presencial al trabajo a distancia y el teletrabajo (las primeras estimaciones señalan que abarcaría a 30% de los trabajadores) no es un simple cambio tecnológico, sino que tiene consecuencias de largo plazo entre sectores económicos y trabajadores.

De un lado, afecta en forma dispar a los distintos sectores de la economía, entre los más directamente vinculados a la producción e industria y los servicios. Uruguay es un país que depende de las ventajas comparativas del aprovechamiento de las commodities del sector agropecuario, y las actividades directamente relacionadas a la distribución y comercialización que no se pueden parar (ni aun ante riesgos sanitarios). Al mismo tiempo, el desarrollo de servicios con alto valor agregado ha incorporado las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como herramienta de incremento de la productividad y esto les permitió adaptarse más fácilmente a las condiciones externas (en educación y en algunos servicios, por ejemplo, la modalidad de teletrabajo alcanzó a 50% de los trabajadores).

La transformación de los hogares en multifuncionales recarga la convivencia social elevando los niveles de angustia, estrés y potencial agresividad en las relaciones sociales cotidianas.

De otro lado, la apropiación de las potencialidades de la sociedad en red basada en educación y tecnología avanzada está atravesada por cambios en la modalidad del trabajo rutinario al trabajo flexible, con consecuencias desiguales para los trabajadores. Una parte de los trabajadores quedará anclada en las fronteras del trabajo asalariado manual organizado de un trabajo rutinario en función de tareas y horarios determinados. Otra parte de los trabajadores pasará a las nuevas alternativas del trabajo flexible y no típico, a destajo con horarios no estandarizados (con jornadas y días variables), con lugares no fijos (el teletrabajo a distancia, en un lugar de trabajo móvil y plausible de trasladarse al hogar). Trabajadores que abrazan las nuevas modalidades ante la promesa de mayor autonomía personal en cuanto al lugar y tiempo de trabajo a cambio de una mayor productividad. Trabajos no rutinarios en relación con los tiempos y lugares de trabajo, y también respecto de las modalidades de contratación, protección y remuneración. Los nuevos empleos no siempre van acompañados de trabajo protegido por la seguridad social (un ejemplo son las plataformas de servicio de envíos a domicilio), y aparecen modalidades de trabajo informal o de muy baja remuneración.

Educación y cultura “a distancia”

La paralización de clases presenciales y la sustitución parcial por modalidades de educación a distancia enfrentaron a desafíos obligados por el contexto a las instituciones educativas y los actores en nuevos espacios de aula. De un día para otro se activó rápidamente el uso de las tecnologías y plataformas audiovisuales para clase en entornos virtuales que estaban en estado latente. Las instituciones, desde la escuela a la universidad, contaban con las modalidades a distancia en campus virtuales, generalmente para un uso complementario a la clase presencial, y se vieron enfrentadas a innovar introduciendo nuevos programas, muchos por fuera de esos entornos, como sucedió con Zoom o plataformas similares. Los docentes se enfrentaron a tener que rediseñar su papel y adecuar sus modalidades de enseñanza y recursos didácticos (con tiempos y prácticas muy dispares, desde la comunicación inmediata y el seguimiento activo en las sesiones virtuales hasta la modalidad más pasiva de enviar deberes y tareas a realizar en el hogar), mientras que para los estudiantes implicó una demanda de compromiso y control más individualizado en la realización de prácticas de aprendizaje, porque supone la preparación previa y posterior de las aulas.

Cambios similares se produjeron en el campo de la cultura artística. Ante la clausura de escenarios y espectáculos públicos, los artistas comenzaron a ensayar desde sus propios hogares espectáculos online en las redes.

Pero más allá de los avances tecnológicos, las condiciones de aula y las posibilidades de apropiación de las nuevas herramientas pedagógicas y didácticas están atravesadas y pueden profundizar las inequidades preexistentes de infraestructura cultural del hogar (desde el tipo de computadora, tablet o celular; la calidad de conectividad y disponibilidad de espacio acondicionado en la vivienda), así como de los estudiantes, de la disponibilidad de padres y madres para orientar y supervisar la realización de tareas escolares (especialmente para niños y adolescentes), del capital educativo de padres y madres, en un contexto social de hogares recargados entre actividades superpuestas de teletrabajo, estudio y cuidados.

Aislamiento individual e hiperconexión social

La respuesta inmediata al confinamiento en el hogar fue la expansión de la sociabilidad virtual por medio de internet y las redes sociales. La expansión de la sociedad en red ya estaba en curso en la sociedad uruguaya; los altos niveles de acceso y uso de las nuevas TIC, así como la infraestructura electrónica e informática, la hicieron posible. Con la sociedad en red, la opinión pública se descentra en múltiples esferas públicas (como las redes) y estas se intersectan con diversas esferas privadas que se hacen públicas, generando nuevos riesgos y dinámicas a veces perversas. Entornos virtuales dominados por la estética visual y el lenguaje audiovisual que sobredimensionan la sensación de transparencia de la inmediatez temporal del presente. Las imágenes y las emociones relacionadas –los emoticones– sustituyen a los discursos narrativos y generan rápidamente estados de opinión favorables o negativos de personas, instituciones o dirigentes. Un ejemplo de esto fue la circulación de imágenes en las redes de personas que salían a la rambla o balnearios, y las reacciones inmediatas de presión a definiciones de políticas institucionales punitivas.

Así pues, se registran consecuencias contradictorias entre el acceso democrático y masivo a la comunicación e información, y el debilitamiento de los vínculos sociales y del uso crítico del conocimiento en la formación de opinión pública. La multiplicación de la desinformación en las redes, muchas veces vestida de verdades pseudocientíficas (como los efectos no probados del ibuprofeno o de los sorbos de agua caliente sobre la covid-19, transmitidos en video de supuestos médicos) estimula la amplificación de “miedos colectivos” mediante la apelación a las emociones irracionales. Sin duda la espectacularización de la muerte es uno de los más poderosos, con el registro visual de cada uno de los casos –a pesar de los reclamos de privacidad de los familiares–, y la ampliación de la amenaza, con el sobredimensionamiento del avance cuantitativo de la pandemia con datos en números absolutos (contagios y muertes, pero sin comparación con otro tipo de muertes en el país, ni su proporción respecto de la población); se trata de mecanismos muy efectivos –mucho más poderosos que los argumentos racionales– de disciplinamiento y control social.

Estas nuevas formas de generación de opinión pública, por un lado, la democratizan con múltiples actores e intermediarios y, por otro, ejercen una influencia mucho más efectiva y disciplinadora en la vida cotidiana de las personas, de los dirigentes y de las instituciones, con resultados cada vez más difíciles de controlar y predecir: cuando los políticos sintonizan pueden ser recompensados (hasta ahora el gobierno logró legitimidad), pero también rápidamente destronados y cuestionados (como ya ha sucedido en otros países: el presidente brasileño Jair Bolsonaro es el ejemplo icónico más cercano).

Aprendizajes de la pandemia

La covid-19 fue definida por la Organización Mundial de la Salud como pandemia, un riesgo sanitario global que afectó rápidamente y casi simultáneamente a todo el planeta. No fue el primero ni seguramente tampoco el último (la lista es larga, desde las frecuentes crisis económicas, medioambientales, de amenazas bélicas, etcétera) y mostró las vulnerabilidades producidas por la propia globalización, en especial para un país pequeño como Uruguay, y sobre todo en la vivencia de las personas. Por otro lado, muestra riesgos y políticas globales, pero la gestión y la implementación de políticas son locales, es ahí donde el Estado social y la solidaridad social organizada se transforman en “escudo de los más débiles” y en garantía del orden social.

En Uruguay tenemos un gobierno que fue electo con una prédica liberal y conservadora, y a raíz de la instalación de la covid-19 giró rápidamente su agenda pública a un discurso más estatista –citando a John Maynard Keynes– y solidario, retomando las virtudes del modelo de desarrollo integrador y del Estado social del legado histórico batllista, así como haciendo un uso activo del aparato institucional de las políticas sociales del ciclo progresista.

Hacia adelante se vislumbran desafíos nada menores. ¿Quiénes pagarán y cómo se distribuirán los costos financieros y económicos de la crisis entre los agentes económicos y la población? ¿Existirán mecanismos para el control o regulación de los mecanismos especulativos de mercado? La política de aislamiento individual y la solidaridad familiar conllevan riesgos sociales para los individuos, ¿quiénes y cómo se distribuirán los cuidados de los niños, los adolescentes y los adultos mayores? ¿En qué medida se producen contextos que favorecen la violencia y cómo atender a las víctimas potenciales? ¿Qué consecuencias sociales va a tener para los trabajadores la flexibilización laboral estimulada por la expansión del trabajo a distancia en el mercado de trabajo? ¿Qué impactos en el aprendizaje y resultados educativos va a tener la educación a distancia? ¿Cómo inciden las condiciones sociales del hogar y las capacidades de los actores –profesores y estudiantes– en las posibilidades de utilización de estos nuevos ámbitos virtuales? ¿En qué medida la hiperconectividad en el mundo virtual genera nuevos riesgos sociales para las personas? ¿Qué impactos tienen las redes y la opinión pública en las decisiones de los gobiernos y las autoridades públicas? ¿En qué medidas las políticas sociales y la solidaridad de la sociedad civil organizada serán suficientes para compensar el crecimiento de bolsones de pobreza y desafiliación social?

La sociología tiene trabajo para hacer. El primer paso consiste en hacerse preguntas sobre los cambios, luego disponer investigación –algunas ya están en curso– para analizar y medir su profundidad.

Miguel Serna es presidente del Colegio de Sociólogos del Uruguay.

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