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Las murgas no mienten

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El presidente Luis Lacalle Pou dijo en su asunción: “Lamentablemente la situación económica se ha deteriorado, la inversión ha bajado y más de 50.000 uruguayos han perdido su empleo. Esta es una tragedia individual y familiar para muchos uruguayos”. En esas horas la ministra de Economía y Finanzas, Azucena Arbeleche, sintetizaba que el punto de partida era “peor que el estimado” y su par de Trabajo y Seguridad Social, Pablo Mieres, contaba que “heredamos una realidad difícil”. Basta consultar cualquier archivo para encontrar otras tantas variaciones de un mismo cuento, con mayor o menor tendencia al melodrama.

Tal como lo describe Francesc Xavier Ruiz, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en su obra La construcción del relato político (2019), “no se trata de que cada discurso, cada aparición encierre un cuento o un engaño, sin embargo, sea cual sea la configuración superficial del discurso electoral, existe [...] una estructura subyacente que es de carácter narrativo, una estructura que da sentido y coherencia global al discurso en tanto que instrumento de persuasión política”.

La “construcción de historias”, como centralidad de la “comunicación persuasiva”, está en su esplendor hoy en el escenario político uruguayo. La historia de la “herencia maldita” es universal y tiene las variantes de las agencias publicitarias de turno. Mauricio Macri y su “pesada herencia”. Michel Temer y la “herencia maldita” de Dilma Rousseff. Lenín Moreno y la “terrible herencia económica” de Rafael Correa. En 1959, Luis Alberto de Herrera hablaba de “herencia maldita” cuando el Partido Nacional se estrenaba en el gobierno nacional. Dicho esto, no podemos reprocharle al bisnieto de Herrera la falta de originalidad ni de aviso. Su campaña electoral estuvo llena de nubarrones agoreros y permanentes referencias al déficit fiscal y el atraso cambiario (es curioso como este último se desvaneció).

Afortunadamente, los países no nacen con sus gobernantes (aunque a algunos les encantaría). Siempre hay legados y siempre hay rincones del jardín más mustios. Pero, como tantas veces, las generalizaciones absuelven.

Es inaceptable que pretendan igualar el país que recibió la coalición hace unos meses con el Uruguay que asumió el Frente Amplio (FA) en 2005. No es justo, pero, sobre todo, no es cierto.

Hagamos el esfuerzo de recordar cómo era el 2004. Cuesta. Nos pasa con los rostros más queridos: cuesta fijar un punto 15 años atrás. Le ocurría a Mario Benedetti con los árboles de la avenida.

Echemos mano a las murgas. Las murgas ironizan, se regodean en la caricatura, buscan cómplices, los descartan, nos pasean de la risa al llanto en el mismo cuplé. Pero no mienten. En 2002, 2003 y 2004 las letras aguijoneaban en el pasaporte, las despedidas en el aeropuerto de Carrasco (que, por cierto, no era el de ahora), los genocidas sueltos, los vendedores ambulantes, el paisaje invadido por las bicicletas para ahorrarse el boleto, la guerra de patentes, la plañidera del peso siempre esquivo, los malabares para no perder la mutualista.

La “construcción de historias”, como centralidad de la “comunicación persuasiva”, está en su esplendor hoy en el escenario político uruguayo.

En 2002 la economía uruguaya llevaba más de tres años en caída libre. El producto interno bruto se desbarrancaba 2% y 3% promedio cada año. Los bancos tambaleaban por los manotones de los ahorristas, argentinos primero y uruguayos después. Mi madre se consolaba porque tenía sus pesos en el Banco República y el día que lo tocaran, era el fin. Y fue el fin. Era el Uruguay donde dos hermanos podían urdir una estafa porque el sistema financiero era un flan. Perdimos el grado inversor que habíamos ganado en 1997. Todos teníamos un familiar al que ayudábamos, si los socorridos no éramos nosotros.

Hoy quieren convencernos de que la realidad actual es igual a aquella. Que dejamos un país seriamente comprometido y a la merced de los buenos oficios de este equipo de rescatistas. Es tramposo el recurso de reducir todo a los indicadores de 2019, año en el que, claramente, crecimos a un ritmo más lento. Pero incluso así, en medio del tembladeral global, con la región haciendo piruetas, incluso así, el magro 2019 está a años luz del Uruguay que entregó esta misma coalición.

En los 15 años de gobiernos del FA Uruguay creció 80%. Se duplicó la producción de bienes y servicios. El salario creció 60% (todo en términos reales). Los trabajadores tenemos un sistema de salud que alcanza a dos millones de compatriotas y no una cuota a gusto de los prestadores privados. Las escuelas tienen maestros con salarios dignos. Los niños y las niñas tienen clase (ninguna obviedad), tienen conectividad, computadora en la mochila e inglés en el aula.

Las familias están mucho menos endeudadas en dólares; el país también. La economía toda se desdolarizó. En 2004 la deuda en pesos era 12% de la deuda total y hoy es 44%. Los hospitales tienen sábanas y los uruguayos, todos, tenemos el Centro Uruguayo de Imagenología Nuclear. Los empresarios cuentan con un sistema de incentivos públicos para innovar y emprender. Los investigadores tienen fondos a los que presentarse y los estudiantes compiten por becas para estudiar acá y en el mundo entero. Pocas. Insuficientes. Sí. Pero reales.

El legado tiene carencias. Muchísimas. Pero una cosa es la denuncia y el reclamo y otra, muy diferente, la falta de honestidad intelectual. Es compartible la preocupación por la pérdida de 50.000 empleos en los últimos meses. Pero digamos también que antes se habían creado 300.000.

Las administraciones del FA dejaron un teatro Solís soñado. El Auditorio Nacional del SODRE dejó de ser maqueta para recibir 350.000 asistentes cada año. Hay Antel Arena y propuestas culturales en las “lomas” de muchísimos frutos. No olvidemos que todas estas obras fueron criticadas en su momento y son realidad porque hubo gobernantes del FA que dieron cada uno de los debates simplificadores, convencidos de que de nada les sirven a un país sus tractores si no suenan los violines.

Instalar una narrativa no es labor de un día. En ocasión de interpelar al entonces ministro de Economía Danilo Astori, el senador Lacalle Pou afirmó: “Los gobiernos del FA son responsables de la vulnerabilidad que enfrentamos hoy”. Los ríos de tinta y las horas de micrófonos construyendo un relato son deliberados. Montado en ese discurso, el gobierno anunció un recorte de 900 millones, taló por decreto 15% del gasto, aumentó 10% las tarifas, se descolgó con un ajuste de 0% para salarios y pasividades, y ya veremos, en pocas semanas, cuánto sigue rindiendo a la hora de armar el presupuesto. Se hizo noche demasiado pronto.

Con todas las carencias, con los cambios en proceso, con los errores y con los matices, el FA entregó un país con la mayor clase media, los menores niveles de pobreza y los mejores indicadores de distribución de toda la región. Eso es una verdad incontrastable. Violentarla daña a los uruguayos.

Volviendo al tablado, premonitoriamente cantaba la Catalina; “La verdad es verdad aunque la grite un mentiroso. La verdad no es verdad si es la hija de verdades absolutas, vuela en la oscuridad como pájaro perdido en una gruta. La verdad si es verdad, no es de nadie y no es su dueño quien la diga”.

Laura Fernández es integrante de Fuerza Renovadora, Frente Amplio.

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