El ya de por sí largo proceso electoral de Uruguay, con todas sus etapas, se convirtió en una odisea gracias a la pandemia global que nos atraviesa. Finalmente ayer llegó a su final con las elecciones departamentales y municipales. El saldo, como casi siempre ocurre en los juegos con competencia efectiva entre diferentes participantes, tiene resultados diversos según de qué jugador estemos hablando. Para el oficialismo ha sido un triunfo, pero un triunfo incompleto. El triunfo total hubiera sido quedarse con la capital, o aun sin la capital, un triunfo poderoso hubiera sido quedarse con Canelones. Pero no, la muy fiel y reconquistadora y la Comuna Canaria pusieron altos aranceles y allí el gobierno no tuvo éxito. Sin embargo, el Partido Nacional, y una variedad de formas multicolores según sea el departamento del que se trate, se quedaron con varios peones de esta partida: de cuatro territorios que le disputaban al Frente Amplio se quedaron con tres, o lo que es lo mismo, ganaron 75% de las partidas que realmente tenían chances de ganar. No es ciertamente un éxito menor.
Del otro lado, el Frente Amplio, principal partido opositor, se anota como relevante la defensa de Montevideo y la Comuna Canaria, pero ha perdido el extremo este y las costas rochenses (que quizás ahora se vean libres de tanto hippie que las ocupa), ha perdido Río Negro, y, quizás la pieza más valiosa de las caídas, la Heroica Paysandú, no resistió, y otra vez los blancos, de la mano de un dirigente del sector de Jorge Larrañaga, vuelven a llevarse ese trofeo para los de Oribe. Sin embargo, en la tierra de las naranjas el Frente Amplio se hizo fuerte y mantuvo el gobierno en manos de Andrés Lima. Si hace sólo unos meses a usted le hubieran dicho que el Frente Amplio perdería tres de los cuatro departamentos que tiene en el interior, seguramente Salto no habría estado muy bien posicionado en las apuestas. Pero es que en Salto la coalición multicolor no pudo conformarse plenamente, ni por los acuerdos entre dirigentes, ni por los implícitos que algunas veces hace la ciudadanía sin necesidad de dirigentes. Y además, Lima, controvertido en algunos aspectos, supo jugar un partido donde debía recomponer un frágil equilibrio interno, y cerrar filas en su electorado natural: los barrios más populares, allí donde en Salto el Partido Nacional nunca supo jugar demasiado bien. De hecho en Salto ganó por una diferencia mucho mayor que cinco años atrás y obtuvo cuatro de los seis municipios en disputa.
Otro jugador que no ha salido demasiado bien parado de esta contienda es el nuevo Cabildo Abierto, con comportamientos dispares en el territorio, con acuerdos en algunos lugares y muy escasos accesos a las juntas departamentales en otros. La apuesta de los generales parece haber sido “soldado que no cae en combate sirve para otra batalla”, pero los desencuentros dentro de Cabildo Abierto en el interior han sido varios y muy diversos. Sólo con el tiempo se podrá ver si la naciente estructura no se resintió por una estrategia tan alejada del éxito que habían tenido sólo unos meses atrás.
Mientras tanto, el viejo Partido Colorado mantuvo en Rivera un bastión casi inexpugnable y tenía cifradas esperanzas en poder volver a ganar en Salto. Pero los planes del Partido Nacional y del gobierno fueron otros, y eso quedó claro desde antes de que asumiera el nuevo presidente. Su hombre para Salto no era un colorado, sino un blanco, Carlos Albisu, y a él le dio todas las herramientas y recursos que tuvo a su alcance, quizás con la idea de que finalmente Germán Coutinho cedería su lugar. Pero el senador no sólo no cedió, sino que vendió muy cara su derrota y con ella buena parte de las chances de quitarle al Frente Amplio la tierra del Ayuí.
El interior, una vez más, demostró que las lógicas políticas tienen sus razones, que no siempre son las que la capital comprende y aplica.
El sitio a Montevideo no es nuevo. En realidad comenzó cuando desde el interior del país y por 2017 se daban evidentes señales de malestar social y desaprobación de la gestión nacional. Señales que no fueron percibidas, o que no fueron ponderadas de la manera adecuada por la dirigencia frenteamplista. Allí estaban todos los indicadores que mostraban un profundo descontento con el gobierno nacional, y sin embargo el juego siguió su curso, sólo que Montevideo y Canelones estaban quedando sitiados y al parecer nadie del entonces oficialismo quería verlo.1
Otros tantos partidos se han jugado en los municipios, esos nuevos escenarios de competencia ignorados por buena parte de los montevideanos y también de los canarios, pero que en el interior son centros de disputa real, de movilización, de conformación de nuevos liderazgos y, en definitiva, de participación política y electoral: mientras que en Montevideo vota en lo municipal poco más de 30% de los habilitados (con suerte), y en esta ocasión lo hizo 40%, en los municipios pequeños del país vota igual o más gente que en el ámbito departamental. Esa diferencia no es reciente, y pone de manifiesto otro quiebre que ya no es político-partidario, sino cultural: en el interior las poblaciones, y sobre todo las estructuras partidarias, han comprendido y puesto en práctica una serie de mecanismos participativos y competitivos diversos, cosa que no ha sucedido en Montevideo ni en las ciudades mayores de Canelones. En el interior un alcalde es alguien relevante; en Montevideo también, pero la ciudadanía no lo sabe y ha decidido por una enorme mayoría dejar de lado esta competencia: los montevideanos y buena parte de los canarios son abstencionistas en lo municipal.
Si ahora usted mira el Uruguay post segunda vuelta, encontrará que Montevideo quedó sitiada, sólo con la asistencia del hermanado Canelones. Si después mira el mapa post domingo pasado, el sitio es el mismo, sólo que al norte, 500 kilómetros al norte para ser más precisos, queda un fuerte que también resistió el embate. El interior, una vez más, demostró que las lógicas políticas tienen sus razones, que no siempre son las que la capital comprende y aplica, y que los éxitos y fracasos también son heterogéneos y dispares.
Ernesto Nieto es politólogo y docente del Departamento de Ciencias Sociales del Cenur del Litoral Norte, Universidad de la República.
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“Descontentos y ‘cisnes negros’: las elecciones en Uruguay en 2019”, Gerardo Caetano, Lucía Selios y Ernesto Nieto. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 21, nº 42. Segundo semestre de 2019. Pp. 277-311. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 doi: 10.12795/araucaria.2019.i42.12. ↩