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La izquierda y la derecha en la política argentina

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Cada vez que intento analizar la política argentina, llego a la misma conclusión: además del omnipresente marco del peronismo, no debemos perder de vista todo lo que podría explicarse desde el clivaje tradicional entre izquierda y derecha.

La hipótesis de partida es que el reciente resultado electoral de las legislativas dibuja un panorama político claramente alineado en cuatro bloques ideológicos: la izquierda, la centroizquierda, la derecha y la extrema derecha.

La izquierda es una de las grandes ganadoras de esta elección. Está encarnada en el Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT). Ha logrado obtener 1,4 millones de votos. Se constituye así en una fuerza política nacional con voz y voto.

La centroizquierda abarca un espacio más amplio y heterogéneo, con sectores que son tan de izquierda como los que podríamos encontrar en el FIT, con otras facciones más defensoras de una línea socialdemócrata y con otra parte en sintonía con esos “fanáticos centristas”, como los llama Joseph Stiglitz, más cercanos a una opción socioliberal. Toda esa amalgama conforma el Frente de Todos, en el que hay peronistas de izquierda, peronistas de centro, radicales socialdemócratas y también gente de izquierda no peronista. Sumaron 7,8 millones de votos.

La derecha está representada por la coalición Juntos por el Cambio. El núcleo central reside en una corriente de derecha tradicional que presenta dos caras, una más radicalizada que la otra, pero sin grandes diferencias en su corpus teórico neoliberal. En esta alianza también participan peronistas y radicales de derecha. Obtuvieron 9,8 millones de votos.

Y finalmente, la extrema derecha, muy alineada con los valores del trumpismo. Se exhiben como libertarios, pero en el fondo son ultraconservadores que no saben convivir con los principios democráticos básicos. En Argentina se llaman Avanza Libertad y La Libertad Avanza, “tanto monta, monta tanto”. Consiguieron un millón de votos.

Y aún nos falta un quinto bloque, imprescindible para descifrar la ecuación completa: el “abstencionismo nuevo”. Nos referimos a aquel ciudadano que iba a votar habitualmente pero que, tanto en las elecciones PASO como en las recientes legislativas, prefirió quedarse en casa. Si comparamos los datos de 2021 con los de 2017 (no con 2019, por coincidir con las presidenciales), el “abstencionismo nuevo” supone unos dos millones. Es decir, casi 6% del padrón electoral, del que todavía no sabemos a ciencia cierta si se trata de un fenómeno coyuntural o perpetuo.

La única manera que tiene la izquierda de modificar esas proporciones actuales es sintonizar políticamente con gran parte de su exelectorado (el que no fue a votar).

La resolución en los próximos tiempos de este dilema será determinante en la disputa izquierda-derecha. Si el “abstencionismo nuevo” pasa a ser crónico en los próximos años, entonces, la sumatoria de votos de la derecha y la extrema derecha (10,8 millones) superaría a la de la izquierda y la centroizquierda (9,2 millones). Esta potencial correlación de fuerzas indudablemente tendría su correlato en posiciones en relación al Estado y las políticas sociales, la política exterior, el modelo económico, etcétera.

La única manera que tiene la izquierda de modificar esas proporciones actuales es sintonizar políticamente con gran parte de su exelectorado (el que no fue a votar). ¿Cómo? No hay receta simple para tan mayúsculo desafío. Pero sí hay una premisa básica: ocuparse de lo que cotidianamente preocupa a la gente, y hacerlo bajo los principios que les permitieron conformar mayoría en un pasado no muy lejano.

Las posiciones de izquierda y derecha siempre dependen del tema en cuestión. Como dice George Lakoff, no siempre una persona es de una ideología en todo. Hay más contradicción de lo que presuponemos. De ahí la importancia de la “agenda”. La clave está en instalar asuntos que atañen a la gente y salir de burbujas mediáticas que distraen la atención de lo verdaderamente importante. ¿Por qué no hablar de la deuda que tienen las familias en Argentina en vez de debatir hasta el cansancio si el populismo es bueno o malo? Seguramente, existe una mayoría de izquierdas que no está de acuerdo con las prácticas abusivas de unos pocos bancos.

Vienen por delante dos años de alta intensidad política. Y aunque no hay duda de que habrá debate garantizado en torno al peronismo, kirchnerismo, radicalismo, trotskismo, macrismo y libertarios, también sería apropiado no perder de vista el viejo clivaje clásico, de izquierda y derecha, porque nos ayuda a entender cómo se ordena el tablero político argentino. Y, lo que es más importante, cómo evolucionaremos en cuanto a los temas fundamentales para el día a día.

En fin, esta es otra forma de explicar lo de la grieta.

Alfredo Serrano Mancilla es doctor en Economía y director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

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