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Las pantallas nuestras de cada día

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En 1950 se publicó el cuento “La pradera”, de Ray Bradbury, en el que el escritor expresa su preocupación y temor en torno a la invasión de la tecnología y el uso desmedido que el ser humano hace de esta. El cuento trata de una familia que vive en una casa plagada de máquinas que hacen todo por el hombre. Los niños tienen un cuarto con paredes que emiten imágenes y sonidos, en el cual pasan la mayor parte del día sin el acompañamiento y la supervisión de sus padres. La interacción humana se va perdiendo y el apego de los niños al cuarto virtual se torna excesivo. Bradbury nos muestra en el cuento la soledad y la lejanía entre los humanos y el desamparo en el cual quedan inmersos los niños.

Tres años más tarde el autor publica Fahrenheit 451, en el que se vuelve a mostrar la omnipresencia de la tecnología, la pasividad del ser humano ante el conocimiento, la búsqueda del entretenimiento rápido en forma casi permanente y el exceso de información fútil y sin sentido.

Bradbury ya alertaba a modo de presagio sobre una realidad que ha ido en aumento en forma considerable hasta el día de hoy. En la actualidad las personas están conectadas gran parte de su tiempo a sus celulares, computadoras, tablets y demás artefactos informáticos. Reciben demasiada información, con estímulos intensos y llamativos. Estos dispositivos capturan la atención y parte del cuerpo; la vista y la mirada completa puesta en la pantalla, la cabeza gacha y el cuello doblado, la audición recibiendo sonidos y mensajes, la mano sosteniendo o tecleando. Personas que caminan por la calle abstraídas con el celular, cruzando la calle sin mirar a ambos lados o manejando y viendo el móvil al mismo tiempo. Asistimos a una urgencia y premura por responder con dificultad para esperar y discriminar lo que es prioritario, exponiéndonos a situaciones riesgosas.

Cuando pasan mucho tiempo frente a las pantallas, las personas están conectadas con los contenidos o mensajes de sus dispositivos, pero desconectados del entorno. En los viajes en auto, generalmente los niños van viendo el celular o la tablet como si estuviesen en un sillón con televisión, sin mirar por las ventanas para apreciar y disfrutar del paisaje. En la mesa, lugar de encuentro para fortalecer los vínculos y compartir, los comensales integran y le dan lugar a su celular y así este se inmiscuye e interrumpe las conversaciones, roba las miradas, interfiriendo en el encuentro cara a cara.

Frente al tiempo libre o a una pausa en la jornada laboral, tomar el celular y deslizar el dedo por la pantalla observando todo, pero sin detenerse en algo, es una actividad usual. Se hace una lectura “por arriba”, en forma acelerada y sin profundizar, llenando “de cosas” la mente con información que genera cansancio, fatiga mental y dificultad de concentración. Todo rápido; audios que se aceleran para escucharlos más aprisa por falta de paciencia. Querer estar en todos lados, pero en definitiva no estar en ninguna parte. Los mensajes de diferentes grupos que van llegando y nos llevan por caminos que no habíamos planeado, y luego enfrentarse al reloj y constatar que el tiempo ha transcurrido.

Durante la noche, el celular en la mesa de luz, en lugar de un libro, interfiere en la rutina previa al dormir y en el proceso del sueño. La luz azul de las pantallas nos mantiene despiertos afectando la liberación de la melatonina, necesaria para poder dormir.

Los niños y adolescentes pasan una gran parte de su tiempo libre sentados frente a las pantallas, sin mover el cuerpo. Finaliza un video o juego y se reproduce el siguiente a continuación; no hay finales ni cierres. Se recibe una andanada de imágenes aceleradas y flashes que el cerebro no puede procesar. La psiquiatra Natalia Trenchi destaca que el cerebro se acostumbra al multiestímulo, a estar en varias cosas a la vez, lo que debilita la capacidad de detenerse en algo y profundizar; en definitiva, la capacidad de reflexionar. Señala que es como hacer zapping en la vida todo el tiempo.1

Numerosas investigaciones han constatado los efectos negativos que tiene alimentarse viendo las pantallas, así como las alteraciones en el sueño y en la capacidad para concentrarse y reanudar la actividad laboral.

Es fundamental acompañar y educar a los niños en el uso de la tecnología, estableciendo límites claros y firmes. Saber qué es lo que están viendo, regular los contenidos, ver si son juegos o películas apropiadas para su edad, explicarles sobre los riesgos y delimitar el tiempo de exposición a las pantallas. Asimismo, poder cuidar y preservar espacios y momentos libres de pantallas y conexión digital: el tiempo para la alimentación, las horas dedicadas al estudio, la etapa previa al dormir, el tiempo de descanso, de juego libre y encuentro con pares. Numerosas investigaciones han constatado los efectos negativos que tiene alimentarse viendo las pantallas, así como las alteraciones en el sueño y en la capacidad para concentrarse y reanudar la actividad laboral.

La tecnología digital brinda múltiples posibilidades y beneficios cuando se la utiliza en forma moderada. Podemos acceder a información extensa y diversa, conectarnos con personas que están en otras partes del mundo, mantener reuniones virtuales con grupos, realizar educación a distancia como complemento para el aprendizaje en el aula, para trabajar desde el hogar, en la rehabilitación cognitiva para pacientes con daños neurológicos y otras dificultades, etcétera. Asimismo, poder compartir películas disfrutables, escuchar música y ver conciertos. Algunos géneros de videojuegos favorecen el desarrollo de habilidades específicas: visoespaciales, perceptivas, la rapidez de reacción y la toma de decisiones.

El problema radica cuando las experiencias son más virtuales que reales, interfiriendo y desplazando otras actividades, alterando las rutinas diarias y el bienestar de las personas. También cuando se accede a contenidos y materiales, por ejemplo, juegos violentos o videos que resultan nocivos para los niños y adolescentes. De acuerdo con el psicólogo Roberto Balaguer, el consumo indiscriminado y compulsivo del material no es algo formativo, sino más bien una forma de llenar espacios o vacíos y una sutil y práctica manera de acallar los reclamos infantiles.2

Es importante poder conversar con los niños y adolescentes sobre la relevancia de los momentos de encuentro e interacción con otras personas, el tiempo para el juego libre, las actividades creativas y literarias, los juegos en la naturaleza, el deporte y la danza, así como promover y compartir con ellos algunas de estas instancias. Nuestro tiempo libre es un bien preciado y deberíamos reflexionar sobre como quisiéramos destinarlo, afín de disfrutarlo y no desaprovecharlo.

Acerca de este aspecto Ray Bradbury nos dice, invitándonos a pensar: “Pasar varias horas en internet es como almorzar todos los días con gente equivocada. Es mejor ir a la plaza con un buen libro, porque ahí hay un amigo que puede enseñarnos algo”.3

Ximena Abdala es licenciada en Psicología.


  1. Trenchi, Natalia. “Tecnología y medios”. Revista digital de la Asociación de maestros Rosa Sensat. Infancia Latinoamericana Editorial. Abril de 2015. 

  2. Balaguer, Roberto. Entrevista Itaú Uruguay. Abril de 2017. 

  3. Bradbury, Ray. Entrevista diario La Nación. 26 de abril de 1997. 

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