El viernes pasado se inauguraron los Juegos Olímpicos de Tokio, el evento deportivo global más importante. Aprovechamos esta ocasión para poner el acento en una relación poco pero cada vez más explorada, a saber: el vínculo entre el rendimiento deportivo y la dieta vegana o basada en plantas. Aportamos algunos elementos para desbarrancar los mitos que persisten en la nutrición deportiva y ejemplificamos con experiencias exitosas de deportistas profesionales veganos, para finalmente arriesgar una aventurada hipótesis en torno a esta relación.
Dieta y salud
Mal que le pese a la industria alimentaria de explotación animal, existe una creciente e irrefutable evidencia científica de que las dietas que excluyen sus productos son mucho más sanas. Para ejemplificar, tomemos el caso de la enfermedad de moda, la covid-19. Recientemente se publicó una investigación hecha en varios países que reveló que las dietas a base de plantas o de pescado pueden ayudar a reducir las probabilidades de desarrollar una infección moderada a grave de covid-19. El artículo científico concluyó que aquellos que consumían una dieta basada en plantas tenían hasta 73% menos de probabilidad de sufrir una infección por covid-19 moderada o grave; por su parte, aquellos que seguían una dieta pescetariana tenían hasta 59% menos de riesgo de enfermedad moderada o grave. Del otro lado, quienes consumían una dieta baja en carbohidratos y alta en proteínas animales tenían casi cuatro veces más probabilidades de sufrir una infección moderada o grave que los que seguían una dieta basada en plantas.1
Asimismo, ya existe sólida evidencia del altísimo riesgo que implica el cursado de covid-19 con comorbilidades como hipertensión, diabetes y obesidad; se estima que del total de fallecidos por coronavirus, 45% sufría hipertensión, 37% tenía diabetes y 22%, obesidad. Estas tres patologías están directamente relacionadas con la alimentación.
Por supuesto que mucho antes de estas recientes publicaciones ya existía el saber que ligaba la salud a la alimentación; las palabras de Hipócrates, el “padre de la medicina”, fueron elocuentes al respecto: “Que la comida sea tu alimento, y el alimento, tu medicina”. Y desde hace al menos seis décadas de investigación científica, ya existen confirmaciones de que las dietas basadas en plantas constituyen un factor de prevención y curación de muchas enfermedades como diabetes, hipertensión, cardiopatías y sobrepeso, entre otras.
Probablemente el compendio más acabado respecto de las virtudes de la dieta vegana para la salud sea El Estudio de China, del Dr. Colin Campbell. En él se presentan los resultados de la investigación en nutrición más importante jamás realizada en la historia (el famoso “Estudio de China”), al que se suman resultados de experimentación en ratas de laboratorio realizados por el propio autor,2 así como elementos de otros investigadores. Entre otros hallazgos, en este libro podrá comprenderse que la dieta vegana reduce en más de 55% el riesgo de cardiopatías e incluso es capaz de revertirlas cuando estas se manifiestan; que el colesterol es inexistente en las comidas vegetales; que además de los beneficios ya mencionados para la salud física, también es beneficiosa para el bienestar mental, pues mejora la concentración, el descanso y brinda mayor energía; que robustece la respuesta inmunitaria, y que contribuye al equilibrio hormonal. En definitiva, concluye en que una dieta basada en plantas y de alimentos integrales es la mejor opción para el bienestar personal, colectivo y medioambiental.
Mitos en torno a la dieta y el deporte
En el bodrio cinematográfico de acción Plan de escape (Escape plan, 2013) protagonizado por Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger, en cierta escena en que ambos combaten cuerpo a cuerpo, el segundo le espeta al primero, luego de haber recibido un golpe suyo y actuando como si nada le hubiese dolido: “golpeas como un vegetariano”. De este modo, se cristaliza el sentido muy arraigado en el imaginario colectivo de que los vegetarianos son débiles. Sin embargo, pocos años después, Schwarzenegger –el máximo ícono del fisicoculturismo estadounidense– se ha distanciado públicamente de esas palabras que le tocó interpretar del guion, e incluso ha adoptado una dieta flexitariana, abogando por un menor consumo de animales.
Si traemos a colación el caso del reconocido actor y gobernante de California no es por un interés farandulesco en la dieta de los famosos, sino para evidenciar las para nada azarosas conexiones entre esta y la ética, relación que se hace aún más evidente con un enfoque de género (especialmente entre el carnismo y la masculinidad hegemónica). No se equivoca, pues, el feminismo al señalar que “lo personal es político”. Si no está convencido de esto, haga el lector el siguiente y simple ejercicio: pregúntele a cualquier persona cuál cree que es el animal más fuerte y esta dirá, casi seguramente, el león –esta asociación será probablemente aún más fuerte si se le pregunta a un varón–. Luego podrá señalarle el error y revelarle las respuestas correctas: en términos de capacidad de carga total, el elefante es el animal más fuerte, mientras que en términos relativos, esto es, en proporción al peso corporal, el más fuerte sería el escarabajo Scarabaeus viettei. A su vez, se estima que nuestros parientes más cercanos –los homínidos, como el gorila– son seis veces más fuertes que nosotros. Y todos ellos son vegetarianos.
Ahora cabe preguntarse, entonces, ¿por qué tanta confusión respecto de las potencialidades físicas-deportivas de una dieta libre de productos animales? La respuesta es que dicha responsabilidad corresponde a una serie de conocimientos débiles que podríamos denominar “mitos de la proteína animal”, que son rastreables hasta la Antigüedad, que han adquirido mayor poder –lindero al paroxismo del pensamiento único– gracias a su refrenda científica a partir del siglo XIX y a la explotación de la poderosa industria alimentaria.
A modo de ejemplo de este discurso en la Antigüedad, son conocidas las anécdotas del legendario atleta griego Milón de Crotona al dar pruebas de su prodigiosa fuerza. En una de ellas se cuenta que “recorrió toda la longitud del estadio, llevando sobre sus hombros un buey, que mató luego de un puñetazo, y se lo comió en un solo día”, y que “necesitaba, para apaciguar su apetito, veinte libras [9 kg] de carne, otras tantas de pan y quince pintas de vino”.3
Quizá la legitimidad científica del mito de la necesidad de proteína animal provenga de los hallazgos de Justus von Liebig, químico alemán que en 1800 publicó que la energía muscular proviene de la proteína animal y que “los vegetarianos no podían realizar ejercicio prolongado”. Su doctrina fue el fundamento para la cantidad diaria recomendada de proteínas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, encargado de fijar los estándares nutricionales. Investigaciones posteriores demostraron que esto se trata de un error y que la energía proviene primeramente del metabolismo de carbohidratos y lípidos.
Un primer movimiento, pues, fue producir una falsa equivalencia entre proteína y carne (u otros derivados animales), negando así las proteínas de origen vegetal que, dicho sea de paso, siguen siendo la principal fuente de este nutriente a nivel global (60%).
En todo caso, las proteínas –especialmente las animales– han ocupado un lugar sobrevalorado en la nutrición. Su etimología así lo indica, pues proviene del término griego proteios, que significa “de importancia esencial”.
En esas épocas, caracterizadas por el colonialismo europeo, el investigador en nutrición Max Rubner (1854-1932) afirmó que la ingestión de proteínas (carne) era un símbolo civilizatorio: “El hombre civilizado tiene derecho a consumir una gran cantidad de proteínas”. Y “se creía que las clases sociales inferiores eran perezosas e ineptas por el hecho de no comer suficiente carne o proteínas”. Por entonces, también la misoginia propia del régimen de la carne ya se expresaba en 1912, cuando el físico inglés Major McCay afirmara que las personas que consumían menos proteínas poseían una “psique más frágil, y [que] todo lo que se podía esperar de ellas era una disposición servil y femenina”.4
Ahora dejemos a un lado el apasionante campo de la política (en tanto genealogía) de la nutrición y volvamos a la cuestión del desempeño deportivo. ¿Cuál es la razón fisiológica por la cual una dieta de productos vegetales e integrales puede mejorar el rendimiento deportivo? Digamos que la razón no es una, sino varias, y que podemos agruparlas en los siguientes factores: función endotelial, inflamación crónica, estrés oxidativo y balance hormonal.
Respecto de la función endotelial, existe una correlación directa entre la alimentación y el endotelio, esto es, el tejido que recubre los vasos sanguíneos, responsable de regular el flujo sanguíneo –flujo que aumenta especialmente cuando se trata de la contracción muscular (ejercicio físico)–. Las proteínas y grasas animales tienen un gran impacto perjudicial en esta función, pues el colesterol y las grasas saturadas que contiene acaban formando una placa que obstruye el flujo sanguíneo, produciendo enfermedades como arteriosclerosis, hipertensión arterial, trombosis, etcétera. Por el contrario, los alimentos vegetales no tienen colesterol y son bajos en grasas saturadas, impidiendo así la formación de la placa y evitando las enfermedades cardiovasculares. Poseer un sistema cardiovascular sano y robusto es fundamental para la práctica de cualquier deporte, ya que es el encargado de proveer el oxígeno atmosférico (comburente) necesario para la contracción muscular. En los experimentos realizados en ratas en el citado Estudio de China, se observó que “las ratas alimentadas con dietas bajas en proteínas [animales (caseína)] no contrajeron cáncer de hígado ni registraron altos niveles de colesterol en sangre; es más, demostraron tener más energía que las ratas a las que se administró una dieta rica en proteínas y realizaron el doble de actividad física por propia voluntad”.5
La dieta vegana también ha demostrado gran eficacia en el tratamiento de la inflamación crónica, que es una respuesta inmunológica anormal cuyas causas pueden ser infecciones que no desaparecen, la exposición a tóxicos o estados como la obesidad, y que se ha reconocido como la causa más importante de muerte en el mundo actual: “más del 50% de todas las muertes son atribuibles a enfermedades relacionadas con la inflamación, como la cardiopatía isquémica, el accidente cerebrovascular, el cáncer, la diabetes mellitus, la enfermedad renal crónica, la hepatopatía grasa no alcohólica y las afecciones autoinmunes y neurodegenerativas”.6 La acción benéfica de esta dieta sobre esta condición se debe a los fitoquímicos, que los productos animales no poseen. Es esta misma causa la que asegura una mejor recuperación muscular luego del “daño” producido por el ejercicio (depleción proteica).
Por otra parte, el estrés oxidativo se produce cuando existe un desequilibrio entre los radicales libres en el cuerpo y los antioxidantes disponibles para combatirlos y participa en los mecanismos etiopatogénicos primarios o en sus consecuencias en más de 100 enfermedades de gran importancia clínica y social.7 Los vegetales poseen 64 veces más antioxidantes que las comidas animales, que casi no los tienen.
Desde tiempos remotos han existido atletas que llevaban una dieta eminentemente vegetariana.
Finalmente, las comidas animales producen un perjuicio endocrinológico importante, pues aumentan hormonas como los estrógenos y el cortisol (“la hormona del estrés”), que dificultan la formación de tejido muscular (hipertrofia) y están asociadas al aumento de la grasa corporal. Por el contrario, los alimentos vegetales producen un balance hormonal mucho más favorable y proporcionan testosterona, hormona que favorece la formación de tejido muscular.
Atletas veganos de élite
Desde tiempos remotos han existido atletas que llevaban una dieta eminentemente vegetariana. Estudios recientes con base en el análisis de huesos de los gladiadores romanos revelaron un muy buen perfil mineral, especialmente de estroncio, dando lugar a la hipótesis de que ello fuera producto de una dieta predominantemente vegetariana, basada en frijoles y cebada. Gran parte de esta información y la que sigue consta en el documental Game Changers (Cambio radical, 2018), disponible en Netflix.
Ya en el siglo XX destacaron los deportistas olímpicos vegetarianos Emil Voigt –medalla de oro en carrera de ocho kilómetros–, Paavo Nurmi –nueve medallas de oro en carreras de media y larga distancia–, Murray Rose –cuatro medallas de oro en natación–, Edwin Moses –dos medallas de oro en 400 metros vallas– y Carl Lewis –nueve medallas de oro en 100 metros llanos y salto de longitud, quien en su libro Very Vegetarian narra que después de adoptar una dieta vegana tuvo el mejor desempeño deportivo de su vida–.
Viniendo al siglo XXI podemos mencionar a la ciclista Dotsie Bausch, ocho veces campeona nacional en Estados Unidos, doble medallista panamericana de oro y medalla de plata en la categoría persecución en equipo en Londres 2012, quien es también la persona más vieja en competir y ganar en su disciplina en los Juegos Olímpicos. En halterofilia se encuentra Kendrick Farris, quien rompió dos récords americanos y ganó los Juegos Panamericanos. También se destaca Morgan Mitchell, doble campeona australiana en 400 metros llanos.
Como deportistas no olímpicos figuran James Wilks, cinturón negro de karate, jiu-jitsu, taekwondo y kickboxing, ganador en el célebre campeonato de artes marciales mixtas UFC (Ultimate Fighting Championship). En la misma línea se encuentran Nate Diaz, también luchador y campeón de UFC, y Bryant Jennings, campeón de boxeo de peso pesado. (¡Estos sí que golpean como vegetarianos!).
Una mención especial merece Patrik Baboumian, uno de los hombres más fuertes del mundo, con cuatro récords mundiales en resistencia y levantamiento de peso. Alcanzó un récord Guinness al cargar 555 kg por una distancia de diez metros. En cierta ocasión, registrada en el documental antedicho, le preguntaron: “¿Cómo pudiste volverte fuerte como un buey sin comer carne?”, a lo que él respondió: “¿Alguna vez viste a un buey comer carne?”.
En el campo de la fuerza también está el famoso atleta de calistenia Frank Medrano, quien llevó la disciplina a niveles nunca vistos.
Finalmente, sin ser exhaustivos, sino habiendo reseñado algunos casos significativos, resta señalar las grandiosas muestras de resistencia del ultramaratonista Scott Jurek, siete veces seguidas ganador de la carrera Western States, de 160 km, y ganador de la carrera Badwater, de 217 km. Por si fuera poco, se convirtió en la persona más rápida en recorrer el Sendero de los Apalaches, un recorrido de 3.540 km; lo hizo en 46 días, ocho horas y siete minutos –tres horas más rápido que el récord anterior–.
Palabras finales y una hipótesis
Aquí no pretendimos afirmar que una dieta vegana sea indefectiblemente más saludable que una omnívora –se puede ser vegano y “comer mal”–. Sólo decimos que, en promedio –con significación estadística comprobada–, es mucho más probable tener beneficios saludables de una dieta así y que, en el campo deportivo, es posible sostener un rendimiento igual o superior al de los omnívoros.
Pero, más allá de todo esto, los beneficios para la salud no son el objetivo principal del veganismo, sino la empatía hacia los seres sintientes. Las mejoras en la salud propiciadas por esta elección dietética son más bien un efecto secundario de una elección ética virtuosa. Es por esta razón que organizaciones de la sociedad civil como PETA han solicitado al Comité Olímpico que ofrezca a los atletas y miembros de la audiencia únicamente comida basada en plantas.
Para finalizar, arriesgamos una hipótesis sobre el porvenir del olimpismo y el veganismo: de aquí en más, los nuevos récords olímpicos serán crecientemente alcanzados por deportistas veganos.
-
Plant-based diets, pescatarian diets and COVID-19 severity: a population-based case-control study in six countries. ↩
-
Somos conscientes, tal como el autor, de que la experimentación con animales de laboratorios es una fuente de sufrimiento, al igual que lo es alimentarse de ellos. Quien desee consultar la justificación ética del autor al respecto puede ver Campbell, Colin (2012). El estudio de China, Dallas: BenBella Books, p. 53. ↩
-
Depping, Guillermo (1886). La fuerza y la destreza del hombre. Madrid: Gaspar Editores, pp. 10-11. ↩
-
Citado en El estudio de China, pp. 29-31. ↩
-
El Estudio de China, p. 273. ↩
-
La inflamación crónica en la etiología de las enfermedades. ↩
-
Wikipedia: estrés oxidativo. ↩