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El radicalismo democrático de José Artigas

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Una conmemoración puede constituir un momento para intercambiar ideas, confirmar emociones compartidas, recrear vínculos con el pasado y también identificar su proyección en el presente. En esta fecha lo haremos desde el lugar de la política y a propósito del 171er aniversario de la muerte de nuestro referente fundacional.

¿Quién fue José Artigas, el de carne y hueso? No hay mejor forma de responder a esta pregunta que apelar al relato de John Parish Robertson, el comerciante y agente escocés que lo visitara en Purificación en 1815, en la cima del poder y prestigio de José Artigas:

“[...] me hice a la vela atravesando el Río de la Plata y remontando al bello Uruguay hasta llegar al Cuartel General del Protector. Y allí [...] ¿Qué creen que vi? Pues al excelentísimo Protector en la mitad del nuevo mundo sentado en una cabeza de vaca, junto al fogón encendido en el piso de barro del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra en una guampa. Lo rodeaba una docena de oficiales mal vestidos, en posturas semejantes y ocupados lo mismo que su jefe. Todos fumaban y charlaban ruidosamente. El Protector dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja. [...]. El piso de la única habitación de la choza (que era grande y hermosa) estaba sembrado de pomposos sobres provenientes de todas las provincias (algunas distantes 1.500 millas de aquel centro de operaciones) dirigidos a “Su Excelencia el Protector”. A la puerta estaban los caballos humeantes de los correos que llegaban cada media hora, y los frescos de los que partían, con igual frecuencia. Soldados, ayudantes y exploradores, llegaban al galope de todas partes. Todos se dirigían a Su Excelencia el Protector. Y Su Excelencia el Protector, sentado sobre su cabeza de vaca, fumando, comiendo, bebiendo, dictando, hablando, despachaba sucesivamente los varios asuntos de que se le noticiaba con tranquila y deliberada nonchalance [...]. Creo que si todos los asuntos del mundo hubieran estado a su cargo no hubiera procedido de otro modo [...]”.

Nosotros los orientales tenemos una gran agenda pendiente con José Artigas. Estamos en deuda. Reconozcámoslo, nos ha costado tremendamente rescatarlo, al decir de Mario Benedetti, del inxilio.

Los historiadores mucho han hecho para hacernos conocer nuestras raíces más profundas y revelarnos esta vida fascinante, extraordinaria. Fue a la vez el conductor político oriental, el protector de los pueblos libres de una vastísima región, el comandante militar indoblegable, el gobernante con decenas de iniciativas, el héroe fundador que en realidad fue un conductor conducido por su pueblo, al decir de José Pedro Barrán,1 el gran derrotado que cruzó el río Paraguay en 1820, el estadista de la mirada larga que nos legó un programa republicano, democrático, federal e independentista aún inconcluso.

Importan todos los Artigas que la historia comenzó a revelar cuando Eduardo Acevedo (y Juan Zorrilla de San Martín) terminó de liquidar la leyenda negra, en su formidable Alegato histórico. Para avanzar fue necesario el minucioso buceo de Pivel Devoto y de numerosos escudriñadores del pasado que lo rescataron de la penumbra histórica a partir de una frondosa nómina de oficios, memoriales, informes, cartas, partes y peticiones, que nos dejó y que permiten seguirle el rastro.

El esfuerzo denodado El ciclo artiguista de Washington Reyes Abadie, Oscar H Bruschera y Tabaré Melogno, y el empuje de tantos otros, permitieron profundizar en el conocimiento de Artigas.

Sin embargo, no se habían descorrido todos los velos. Fue necesaria la ímproba labor de Julio Rodríguez, Lucía Sala de Tourón y Nelson de la Torre para revelar el Artigas social, invisibilizado en toda su dimensión, con la investigación del formidable Reglamento de Tierras de 1815, y también el seguimiento de la sufrida historia de los donatarios y de sus sucesores peleando por décadas contra doctores y jueces, y siempre perdiendo.

Fue importante también la obra de Mario Cayota para echar luz sobre la faz franciscana de nuestra historia liberadora. El convento de esa orden en Montevideo había sido el centro de la más activa propaganda revolucionaria.

También fue preciso escuchar a los nuevos historiadores del Uruguay y la región, como la doctora Ana Frega2 o los argentinos Waldo Ansaldi y Raúl O Fradkin,3 para redimensionar el artiguismo.

El tema nuestro, sin embargo, no es la historiografía sino la memoria política de los uruguayos. Es explicable que esa memoria sea plural. Pero no es admisible, como siempre ha sucedido, la distorsión histórica funcional a intereses políticos y sociales contemporáneos.

Con tantos esfuerzos de otros, ¿qué hemos encontrado?

A José Artigas, a nuestra matriz oriental, a la raíz de nosotros mismos. No al héroe fundador de bronce y granito, recreado para aglutinar la nacionalidad antes de la tragedia de las guerras civiles. Sino al Artigas que nos entronca con sus huestes fieles de indios, negros, gauchos, hacendados y curas.

Y antes que nada al ser humano. Al muchacho que a los 14 años salió a recorrer la campaña y se convirtió en baqueano de los baqueanos.

Artigas en su época de contrabandista había tenido su base de operaciones entre el río Negro y el San Salvador sobre el Uruguay.4

Después vino el Artigas infatigable de los Blandengues desde 1797. Impresionante su actividad y movilidad, aún enfermo meses y meses, avanzando y retrocediendo, vadeando ríos y arroyos, siempre arriba del caballo, a la caza de la vaquería clandestina y otros delitos.5 Ahí nació el Artigas leyenda6 en la campaña, baqueano de almas y pasiones, el que “sabe acomodarse al carácter de esta especie de gente”, como dijo un contemporáneo al ofrecer una partida de 200 voluntarios en las invasiones inglesas.

Para conocer a José Artigas en el alumbramiento de la revolución, nada mejor que los informes del jefe del Apostadero Naval de Montevideo, capitán de navío José María Salazar, quizás el español más informado del Plata:7 el capitán José Artigas era el oficial mejor conceptuado del país, era “el coquito de la campaña”, “el niño mimado de los jefes porque para todo apuro lo llamaban”, aquel que “diciendo Artigas en la campaña todos tiemblan”.

De ahí sale el conductor político y el jefe militar.

Años más adelante Dámaso Antonio Larrañaga lo expresaría en 1815 de esta manera: “Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos, y así no hay quien le iguale en el arte de manejarlos. Todos le rodean y todos le siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miserias a su lado, no por falta de recursos, sino por no oprimir los pueblos con contribuciones, prefiriendo dejar el mando al ver que no se cumplían sus disposiciones en esta parte y que ha sido uno de los principales motivos de nuestra misión”.8

Como sostiene Ansaldi, Artigas encabezó “el ala más radical, popular, democrática, liberal, republicana y federal de la revolución rioplatense”.

Un conductor político celoso de la voluntad y la identidad colectivas. No sólo por aceptar encabezar al pueblo reunido y armado, al decir de Agustín Beraza, en La Redota, a pesar de los problemas logísticos que esto ocasionaba. O por la Oración Inaugural que pronunció en el Congreso de Abril (“mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”), en la Asamblea de la Quinta de la Paraguaya, en la que fue proclamado Jefe de los Orientales. Sino también por las incontables referencias a la voluntad colectiva expresada como soberanía popular en todas las convocatorias que realizó.

Conductor político que funda su poder en la teoría y en la práctica de la soberanía popular y particular de los pueblos libres y que predica la república de los ciudadanos, independientes y confederados de las Instrucciones, fundada en las garantías de la constitución, de la separación de poderes, y en el rechazo de todo despotismo.

El historiador argentino Raúl O Fradkin9 nos recuerda que la soberanía particular de los pueblos incluía el derecho de los vecinos de la campaña a integrarse al cuerpo político. No debemos olvidar que Artigas era partidario, además, del autogobierno de los indígenas de los 30 pueblos misioneros.10

Se vivía un tiempo de revolución, de desestructuración del esclavismo y del tributo indígena en el Virreinato. En ese marco, según el mismo historiador, el artiguismo oriental fue mucho más radical que el movimiento entrerriano o santafecino. En esta era de revoluciones (1780-1830), en su dinámica de confrontación y movilización el artiguismo fue canalizando aspiraciones desde abajo, lo que alarmó a las élites y le dio su principal base social.

Para advertir hasta qué punto Artigas fue un conductor conducido basta la documentación sobre el conflicto que encabezó Encarnación Benítez en su disputa por las tierras de Francisco Albín.11

Artigas fue un notable jefe militar. Siempre aparece como referencia la batalla de Las Piedras, y está bien. Pero no debemos olvidar al táctico más refinado en la guerra de montoneras,12 con la caballería como reina de las batallas, capaz de atacar por los cuatro frentes y por el interior de las líneas enemigas; era el “ejército nuevo” de “gente vaga y mal entretenida”, con la cual se entendía de maravillas.

Tampoco podemos olvidar al estratega y pionero de la guerra envolvente.13 Porque Artigas fue un estratega y táctico militar brillante capaz de elaborar un plan en 1812 y de ponerlo en práctica con la invasión portuguesa de 1816, llevando el concepto de la maniobra envolvente al campo estratégico por primera vez en la historia militar de América: ¿acaso no fue Artigas el que llevó la guerra hacia Río Grande, a las tierras del enemigo, a fines del año 1819?;14 ¿o el que apeló a los corsarios llevando la guerra al mar?

Artigas fue irreductible, de una audacia sin límites, peleó una década casi siempre en dos frentes, no aceptó transacción alguna, sólo quiso un gran proyecto geopolítico. Dice Reyes Abadie que las misiones eran la clave de bóveda del sistema federal;15 los historiadores lo discuten, pero es indudable que el enlace con los indígenas misioneros fue esencial.

Quería un sistema con unión política y económica, mercado integrado y unión aduanera.16 Eso o nada. Artigas rechazó la propuesta del coronel Pico y el doctor Rivarola, en junio de 1815, que le daría el dominio del Paraná al este,17 oferta tentadora, por cierto. Pero Artigas optó por continuar la lucha y reingresar en la guerra a muerte en el doble frente, y envió la formidable requisitoria a Juan Martín de Pueyrredón del 13 de noviembre de 1817: “La grandeza de los orientales sólo es comparable a su abnegación en la desgracia”; “hablaré por esta vez y hablaré para siempre. V.E. es responsable ante la Patria, de su inacción y perfidia contra los intereses generales”.18

Artigas fue gobernante, artífice de la construcción productiva, económica, cultural y social. Son conocidos sus desvelos por la reconstrucción de la provincia, el poblamiento y la producción, la institucionalidad básica, la biblioteca y el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de su Campaña y Seguridad de sus Hacendados. Los años mostrarán las luchas sociales que se desatarán por la posesión de las tierras. Como sostiene Ansaldi, Artigas encabezó “el ala más radical, popular, democrática, liberal, republicana y federal de la revolución rioplatense”.19


  1. Brecha, 20/06/1986. Montevideo. 

  2. Frega, Ana, 2002, Caudillos y montoneras en la revolución radical artiguista, Andes, n. 13, Salta, Argentina. 

  3. Ansaldi, Waldo, “La fuerza de las palabras: revolución y democracia en el Río de la Plata”, 1810-1820. Estudios, N 23-24, enero-diciembre 2010; Fradkin, Raúl O., “¿Qué tuvo de revolucionaria la revolución de independencia?”, Nuevo Topo, n. 5, 2008, Buenos Aires. “La revolución en los pueblos del litoral rioplatense”, Estudios Ibero-americanos, v. 36, n. 2, julio-diciembre 2010, Pontificia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, Porto Alegre, Brasil. 

  4. Frega, Ana, ob. cit. 

  5. Marchas de Artigas durante su actuación en el Cuerpo de Blandengues de la frontera de Montevideo, 1797-1811, ver María Julia Ardao y Aurora Capillas de Castellanos, “El escenario geográfico del artiguismo”, Revista Histórica, n. 163, Monteverde, Montevideo, Cap II, pp. 26-27. 

  6. Que retrataron con maestría María Julia Ardao y Aurora Capillas de Castellanos, ob. cit., p. 32. 

  7. Beraza, Agustín, 1961, La revolución oriental, 1811, Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, Imprenta Nacional, Montevideo, pp. 160-162. 

  8. Larrañaga, Dámaso Antonio, 2016, Diario del viaje de Montevideo a Paysandú, Ediciones Universitarias, Udelar, Montevideo, pp. 55-56. 

  9. Fradkin, Raúl O., 2010, p. 258. 

  10. Yapeyú era una reducción jesuita organizada en 1626 y desde 1783 convertida en cabecera de uno de los cinco departamentos misioneros. Carta a Andresito del 27/08/15. Ver instrucciones para el Congreso del Arroyo de la China o Concepción del Uruguay, o del Oriente ver Reyes Abadie, Washington, Bruschera, Óscar, Melogno, Tabaré, Documentos de Historia Nacional y Americana, El ciclo artiguista, Medina, Montevideo, 1951, Tomo II, pp. 358-388. 

  11. De la Torre, Nelson, Rodríguez, Julio C., Sala de Tourón, Lucía, 1969, La revolución agraria artiguista (1815-1816), Pueblos Unidos, Montevideo, pp. 273-278. 

  12. Beraza, Agustín, ob. cit., p. 35. 

  13. Reyes Abadie, Washington, 2006, sobre la maniobra envolvente véase Artigas y el Federalismo en el Río de la Plata, 1810-1820, Montevideo, T. 1, p. 77. Sobre los corsarios ver Reyes, ob. cit., T. 2, pp. 126-127. 

  14. Ofensiva sobre Río Grande a fines del 19: Revista Histórica, n. 163, ob. cit., pp. 189-191, oficio al comandante Felipe Duarte del 17/11/1819. 

  15. Reyes Abadie, Washington, ob. cit. T. 2, segunda parte, p. 62. 

  16. Véase el texto en el que se reglamenta la unión aduanera del 09/09/15 en Apéndice de Reyes, ob. cit., T. 2. 

  17. Reyes Abadie, Washington, Bruschera, Oscar, Melogno, Tabaré, El ciclo artiguista, Udelar, Montevideo, T. 3, pp. 88-89. 

  18. Acevedo, Eduardo, 1933, José Artigas. Su obra cívica. Alegato histórico, Barreiro y Ramos, Montevideo, pp. 723-724. 

  19. Ansaldi, Waldo, 2010, p. 24. 

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