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Elecciones en Brasil: perspectivas más allá de los números

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Ante los resultados de las elecciones brasileñas, las dos principales fuerzas político-electorales están construyendo su propia narrativa de victoria. La campaña de Lula da Silva volcó todas sus energías en un triunfo en primera vuelta. Sabían que estaban cerca y que en la segunda vuelta la disputa sería más hostil todavía. Lo que no esperaban era que el bolsonarismo creciera tanto. El resultado electoral arroja un escenario ambivalente, en el que hay celebraciones antagónicas, dado que tanto el petismo como el bolsonarismo avanzaron objetivamente.

El Partido de los Trabajadores (PT) creció. Lula acarició la victoria en primera vuelta con 48,43% de los votos, superando en más de seis millones de votos a Bolsonaro. Fueron también 25 millones de votos más que el desempeño alcanzado por Fernando Haddad, el candidato del PT en las anteriores elecciones. Además, la presencia del PT en el Congreso Nacional ascendió de 56 a 68 diputados, aunque puede tener más peso si gana las elecciones y logra componer apoyos y alianzas que le permitan construir un escenario de gobernabilidad. A la izquierda del PT, ascendieron una serie de candidaturas de movimientos sociales, algunos con mayor organicidad (sin tierra, sin techo e indígenas), y otros colectivos y frentes antirracistas, feministas y disidencias del régimen sexo-género.

A su vez, el ascenso de Bolsonaro y de la derecha autoritaria y reaccionaria, que logró un resultado histórico, es contundente y preocupante. Bolsonaro alcanzó 43,20% de los votos, casi dos millones más de los que obtuvo en la contienda presidencial de 2018. Varios aliados de Bolsonaro obtuvieron buenos resultados en diferentes estados del país, ganando Río de Janeiro en la primera vuelta y liderando la disputa en San Pablo, que va a segunda vuelta. El mayor avance bolsonarista se dio en el Congreso y en el Senado, pasando a ser la principal fuerza política en ambas cámaras.

(Anti)petismo, (anti)bolsonarismo y más allá

Las encuestas acertaron con Lula, pero no con Bolsonaro. Pero el problema no es de las encuestas, sino de las expectativas generadas. En los últimos dos días previos a las elecciones hubo un ascenso meteórico del voto pro-Bolsonaro por varios motivos: decisión de última hora de los indecisos, último debate electoral, desplazamiento del ‘voto útil’, movilización invisible en los territorios y en las redes digitales. Las encuestas no son estáticas y tratan de proyectar previsiones, que son volubles a los cambios rápidos, especialmente los de última hora.

En los últimos cuatro años, el bolsonarismo siguió ganando espacio en los territorios, sea con el control militarizado de la vida y de los cuerpos a través de sus milicias, sea con la disputa material y subjetiva.

Más allá del terreno electoral y del uso de la maquinaria institucional y gubernamental, el bolsonarismo se arraigó en Brasil en los últimos años en cuanto proyecto cultural y societal. La presencia de Bolsonaro en las redes sociales es apabullante: dos veces superior a la de Lula en Twitter y Tik Tok, y tres veces mayor en Facebook e Instagram. Whatsapp y Telegram fueron clave para difundir fake news y movilizar redes de afinidad. En los últimos cuatro años, el bolsonarismo siguió ganando espacio en los territorios, sea con el control militarizado de la vida y de los cuerpos a través de sus milicias, sea con la disputa material y subjetiva, que ha movilizado desde las iglesias a políticas sociales como el Auxilio Brasil, una política de transferencia de renta a la población más empobrecida, que se potenció en los últimos meses.

Por todo ello, no podemos pensar que el voto bolsonarista es, una vez más, sólo un voto antipetista. Eso servía para las elecciones presidenciales de 2018, pero ya no para esta ocasión. Los cuatro años del gobierno de Bolsonaro tuvieron un efecto ambivalente. Por un lado, aumentó su rechazo en parte de la población, principalmente la derecha moderada y liberal que lo había apoyado inicialmente. Por otro lado, Bolsonaro entregó buena parte de lo que prometió, beneficiando a las élites y alimentando, entre sus seguidores, una idea de “coherencia” que lo afianzó ante su base social y sectores diversos.

Desafíos de las próximas semanas

Asumir este diagnóstico es fundamental para que las fuerzas demócratas de Brasil puedan afrontar la segunda vuelta el 30 de octubre como un escenario complejo y crítico, que no puede resumirse a un cálculo de números. Garantizar el apoyo a Lula de la tercera y cuarta fuerza electoral (Simone Tebet y Ciro Gomes) es importante, pero no garantiza que su electorado vote al candidato petista. Lo mismo sirve para la estrategia de apostar todas las fichas por los votos de San Pablo y de Rio Grande do Sul, emplazamientos clave en los que el PT esperaba más votos en la primera vuelta.

Es necesario más que eso. Hay que tratar de movilizar masivamente a la sociedad (también en aquellos sitios donde Lula ganó en primera vuelta) y que cada elector anti-Bolsonaro se involucre activamente en la campaña durante las próximas semanas. En la primera vuelta, el clima de miedo impuesto por el bolsonarismo coartó una movilización electoral más amplia. Pero si queremos que el amor le gane al miedo, hay que afrontar el miedo.

Además, Lula no puede seguir siendo sólo un candidato del pasado, que se resguarda en sus éxitos previos. Debe retomar los dilemas del presente y pensar el futuro. Movilizar agendas y propuestas concretas de su programa, tanto en lo que se refiere a temas centrales de preocupación popular (seguridad, empleo, hambre, pobreza e inflación) como agendas fundamentales de nuestro tiempo histórico (agua, cambio climático, transición energética).

Tampoco hay que olvidar que hubo 20% de abstención. Y que, de los 156 millones de electores en Brasil, la tercera parte no votó ni por Lula ni por Bolsonaro, optando por la abstención, el voto en blanco, nulo o por otros candidatos. Esta parte significativa de la población no se identifica con la polarización que se ha apoderado de la política brasileña en los últimos años. Está cansada de Lula y harta de Bolsonaro.

Durante la campaña, la construcción de una “tercera vía” a la polarización no funcionó, porque seguía reproduciéndose la lógica de la vieja política. El desafío, en este caso, es avanzar, con parte de esta población, hacia un nuevo proyecto societal y de transformación del país que ilusione y repolitice los conflictos. Esto no se hace del día a la mañana. Pero hay que aprovechar las próximas semanas, en las que la política se vivirá a flor de piel, para empezar a transitar entre el apoyo a Lula y a la democracia y el camino al mundo que queremos.

Breno Bringel es investigador senior de la Universidad Complutense de Madrid y profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Este artículo fue publicado originalmente en www.latinoamerica21.com.

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