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Después del 27 de marzo: cómo sigue esta historia

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El 27 de marzo culminó otra etapa en la lucha política de Uruguay. El referéndum falló a favor de una ley de urgente consideración hecha para la reimplantación del proyecto de país al que la derecha aspira. La enorme movilización y esfuerzo colectivo desarrollados no fueron suficientes para vencer a todo el aparato del Estado más los medios masivos de comunicación, además de los jugosos aportes de varios poderosos.

Luego de las derrotas de octubre y noviembre de 2019, las elecciones departamentales de 2020 (pérdida de tres gobiernos departamentales), lo ocurrido el domingo 27 de marzo suma otro golpe a la izquierda y al progresismo de Uruguay.

Llama la atención y es verdaderamente admirable cómo estas derrotas se procesaron con el esfuerzo denodado de decenas de miles de personas que dieron su aliento y energía al servicio de estas causas. En ello ante todo es incuestionable la presencia de un espíritu de lucha y convicción al servicio de los ideales de justicia, solidaridad e igualdad. Algo más que una mera conciencia cívica: un sentimiento de justicia y deseos de cambio.

En este escenario hay dos grandes bloques sociales, culturales y políticos enfrentados. Comprender estas derrotas supone analizar en profundidad y sin rodeos sus principales características.

En el caso de la derecha, en la que se destacan claramente el Partido Nacional y el presidente de la República, se produjo desde el período preelectoral un importante cambio con respecto a lo que venía ocurriendo desde la década de 1990. El proyecto férreamente neoliberal en su momento diseñado por el Consenso de Washington y aplicado minuciosamente por los gobiernos sucesivos de Luis Alberto Lacalle Herrera, Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle fue severamente reformulado. Sin perder su esencia neoliberal, desecha algunas definiciones e incorpora nuevos aditamentos, en su mayoría sumando claros componentes del discurso y la práctica de la izquierda y el progresismo.

Un discurso que apela a la participación, al diálogo, a la descentralización, la transparencia, las libertades, el republicanismo, el valor de la educación, entre otras cosas, logra manifestarse como algo claramente diferenciable de sus antepasados neoliberales de la primera hora.

Este cambio en el discurso –muy poco en la realidad– se vio favorecido por la pandemia y el clima de paréntesis existencial que trajo aparejado. Una pandemia acompañada de miedo e incertidumbre y, por lo tanto, de la necesidad de aferrarse a lo existente.

No obstante, en las hendijas del proyecto de la derecha se colaron acciones y definiciones claramente reveladoras. La apología de los “malla oro”, el corpus de la ley de urgente consideración (LUC), en particular con sus definiciones con respecto a las empresas públicas, el sistema financiero, el punitivismo, los movimientos y compromisos internacionales, la concepción de la redistribución de los ingresos fomentando las desigualdades, entre otras.

Podría decirse que con el relativo final de la pandemia se está en el verdadero comienzo de este gobierno, que tiene un gran inconveniente: lo poco o lo mucho que se proponía hacer tiene dos años menos que fueron los que se perdieron con la pandemia. Una paradoja de esta situación es cómo la crisis le permitió al gobierno jugar un papel protagonista en el ámbito sanitario pero le quitó un tiempo valioso para encarar realizaciones concretas.

La emocionante remontada de noviembre de 2019, la impactante recolección de firmas y el final cabeza a cabeza en 2022 no pueden ignorar el inocultable resultado final.

Por otra parte, la realidad ofrece el panorama de un bloque progresista erguido y con energías, pero insuficiente para el logro de los avances necesarios. En 2019, 2021 y 2022 se sufrieron derrotas. La emocionante remontada de noviembre de 2019, la impactante recolección de firmas y el final cabeza a cabeza en 2022 no pueden ignorar el inocultable resultado final.

No podría haber sido de otra forma. Los errores y las carencias que fueron claramente constatadas en octubre de 2019 seguían presentes. Una de las pocas cosas que cambiaron fue la última elección de la Presidencia del FA, en donde afortunadamente ganó por lejos el mejor candidato, portando como señal de identidad un compromiso con los necesarios cambios en el progresismo. Asimismo, los documentos de autocrítica se aproximan bastante a la realidad y se constituyen en valiosas reflexiones. Pero nada de ello hubo oportunidad de plasmar dado lo apretado de los tiempos.

El esclerosamiento del FA acumulado de años, la distancia social y política en la cotidianidad con la gente, la débil relación con las organizaciones sociales, la ignorancia de cómo realizar una correcta y eficaz comunicación política, y la frágil defensa de los principales logros de una gestión gubernamental que en 15 años cambió al país, operaron como un techo al enorme esfuerzo militante realizado.

La perpetuación de esta realidad sin cambios sustanciales ofrecerá un panorama de progresivo desdibujamiento del FA en donde es posible que las apretadas derrotas actuales se conviertan en fracasos irreversibles.

En este escenario del presente no todo está perdido ni mucho menos. Existen enormes reservas para retomar un rumbo de cambios. Para ello dos cometidos son insoslayables: el rediseño de un nuevo proyecto de país, y la reformulación de la fuerza política.

Con respecto a esto último, el proceso electoral dentro del FA permitió registrar con cierta precisión las zonas de crisis que hay que procesar: la relación con la gente y con las organizaciones sociales, la comunicación con la sociedad, la formación y capacitación de los frenteamplistas comprometidos con la acción y la renovación del pensamiento político. Descontamos que la nueva Presidencia y su equipo se comprometerán con estos complejos pero vitales procesos.

Referente al rediseño del proyecto político, corresponde en primer término hacer una diferenciación: no se trata meramente de una reflexión programática. El FA desde su creación ha desarrollado una actividad programática por lo general muy fructífera y que fue la fuente de las propuestas implementadas. Hoy se mantiene una intensa actividad programática por medio de las diversas unidades temáticas.

El rediseño del proyecto de país es algo diferente. Se trata de identificar sus grandes líneas, las que luego se podrán ver reflejadas en las propuestas concretas generadas en el ámbito programático.

Con base en la caracterización del capitalismo hoy en Uruguay, se trata de impulsar un desarrollo de las fuerzas productivas que permita incrementar la riqueza material a efectos de poder cumplir con las importantes deudas sociales por saldar. El papel del Estado y del mercado en este proceso, y sobre todo cómo habrá de pautarse el nuevo esquema de redistribución del ingreso, constituyen temas cruciales para los que son necesarias respuestas claras y acorde con las claves del presente.

Todo ello tendrá que ser identificado teniendo presente la inevitable sustentabilidad ambiental que contribuya nacionalmente a la lucha por la reversión del ecocidio mundial en curso.

Un nuevo proyecto de país requiere reformular la convivencia con la identificación de un nuevo contrato social. Es insoportable continuar sobreviviendo en un esquema de violencia, egoísmo, xenofobia, con la vigencia del patriarcado, con la desestructuración de la familia, las adicciones, entre otras situaciones corrosivas de nuestra vida cotidiana contemporánea.

Estas falencias son la expresión de una cultura hegemónica que requiere ser confrontada para hacer posible una construcción alternativa que haga de la vida una celebración y no un sufrimiento.

Todo ello no es posible desde la tradicional actividad programática. Se trata de comenzar a dibujar grandes propuestas que den inicio a una reflexión social masiva, en donde se pueda asociar la política a la vida en su conjunto y desde allí generar grandes acuerdos sociales sobre los nuevos rumbos de la sociedad. En definitiva, saber dibujar un mañana que sea capaz de entusiasmar a propios y extraños, convirtiendo a una de esas “mitades” en una gran mayoría.

El proyecto frenteamplista es radicalmente diferente al proyecto conservador de la derecha, y ello tiene que poder ser percibido. No somos lo mismo. La cuestión es que el conjunto de la sociedad tiene que visualizarlo y para ello hay que, trabajosa y molecularmente, llegar a la conciencia de la gente, en particular de los más débiles, que son los que tienen más que ganar con el proyecto progresista.

Álvaro Portillo es integrante del MAS-959, Frente Amplio.

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