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Ilustración: Ramiro Alonso

El Ejército uruguayo: ¿hasta cuándo nos taparemos los ojos y los oídos?

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Editar

Máximo Badaró es un antropólogo argentino que ha estudiado a las Fuerzas Armadas (FFAA) de su país. También estudió y se ha conectado con otros especialistas que estudian esa institución. En la obra de Badaró Militares o ciudadanos. La formación de los oficiales del Ejército Argentino, de 2009, puede leerse y conocerse lo conflictivo de una institución tan amplia y diversa como es el Ejército. El año de edición de la obra es 2009, pero esta es una versión de su tesis doctoral que defendió en 2006. Es decir, hace casi 20 años.

El año pasado, Badaró brindó un curso sobre esta temática en nuestro país, que tuvo unos pocos participantes. Me llama la atención que no exista casi interés por estudiar y conocer esta institución. En los últimos 50 años ha tenido una participación por momentos relevante y central en nuestro país. En la historiografía y en las ciencias humanas en general hay un vacío al respecto. Las obras que se conocen sobre esta fuerza son las que el mismo comando publica (que, por cierto, no es poco). ¿Cómo conocer mejor la dictadura del período 1973-1985 si no conocemos esta institución? ¿No será tiempo de empezar a ocuparnos de ella?

En el último libro de Carlos Demasi, Uruguay en transición (1981-1985). El sinuoso camino hacia la democracia, publicado este año, podemos acercarnos a conocer la interna militar en un momento muy particular de la última dictadura. Allí, mediante la lectura e investigación de la prensa, y las apariciones públicas de los mandos militares y algunos civiles que eran parte de esa dictadura, podemos aproximarnos a lo que sucedía dentro de esa fuerza o en el entorno cercano. De esa manera, narra y analiza con detalles una propuesta lanzada por Gregorio Álvarez de crear un partido del proceso y las respuestas que tuvo en los mandos y otros jerarcas militares. Si buscamos en otras obras, podemos encontrar también fragmentos o diversos períodos en los que se ha estudiado a dicha fuerza1. La conclusión es la misma: son escasos.

Vender gato por liebre

Es compartible la afirmación de Elizabeth Jelin: “No es fácil elegir como tema de investigación una institución como las FFAA [...] en un período en el que ha sufrido tantos y merecidos ataques y desprecios por buena parte de la sociedad” (en Badaró, 2009). Y es que fueron los integrantes de esta institución quienes llevaron adelante los crímenes más atroces cometidos en el país y toda la región.

Cuando terminé de escribir esta oración no quedé conforme con algo. Ese algo era lo siguiente: no todos los integrantes de esa institución llevaron adelante esos crímenes. Afirmar o generalizar y decir “el Ejército fue el responsable o todos sus integrantes fueron responsables” considero que lleva a pisar una cáscara de banana. Esto puede llevar a la separación de la sociedad civil de los integrantes de esta institución. Y otro ruido era el siguiente: también existieron civiles que cometieron esos crímenes y que no formaban formalmente del Ejército.

Pero tampoco podemos desconocer que hay posiciones dentro de esa institución que van en la dirección de justificar lo hecho durante la dictadura y pretenden hacer ver que fueron acciones conjuntas de todos los integrantes de la institución.

Al decir de Mariana Achugar en la obra Entre la memoria y el olvido: las luchas por la memoria en el discurso militar uruguayo 1976-2001: “Los militares uruguayos actuaron como ‘estamento’ durante la dictadura y todavía hoy lo hacen cuando construyen la memoria de ese período. La institución militar sigue defendiendo su actuación y participando como agente colectivo”. Este concepto de “estamento” como rasgo distintivo lo introdujo Carlos Quijano en 1989. Decía: “No es un hombre el que afronta, decide y responde. Es el estamento militar el que actúa. Aguerrondo pasó, Cristi pasó, los Zubía pasaron y con ellos muchos otros”.

Me llama la atención que no exista casi interés por estudiar y conocer sobre el Ejército uruguayo. En los últimos 50 años ha tenido una participación por momentos relevante y central en nuestro país.

Pero complejicemos esa afirmación. Si bien puede compartirse lo antes afirmado por Quijano, quien da el golpe es un civil: el 27 de junio de 1973 fue Juan María Bordaberry quien da el autogolpe. Según Álvaro Rico en Sobre el autoritarismo y el golpe de Estado. La dictadura y el dictador (2009), este rasgo habría llevado a una dificultad de estudiar la dictadura y a comprenderla, pues “no es un caso típico de ‘usurpación’ del poder por el dictador, ya sea por derrocamiento, deposición, desplazamiento, destitución o muerte del gobernante legítimo”. Y si bien es conocida la represión llevada adelante por las Fuerzas Armadas en general, y el Ejército en particular, Bordaberry continuó al frente de la dictadura hasta su renuncia-desplazamiento y lo sucedieron civiles al frente del gobierno: Alberto Demicheli y Aparicio Méndez, y recién en 1981 tomó el poder un militar directamente. Como podemos apreciar, esto hace que tengamos que estudiar estos fenómenos de la dictadura a fondo.

Autopercepción y la imagen de afuera

“Hay quienes piensan que somos bichos raros, pero no es así. La Armada [pero podemos decir el Ejército] está integrada por gente que viene de la sociedad y se nutre de ella. Tiene lo bueno y lo malo de la sociedad. Ser militar y marino no es tan diferente en eso”, sostiene Germán Soprano en Ser militar en la Argentina del siglo XXI: entre una vocación, una profesión y una ocupación (2014).

Creo que algo de esta visión existe en buena parte de nuestra sociedad. Y más aún en muchos lugares de izquierda. Basta leer declaraciones de algunos sindicatos sobre la reunión que mantuvo Guido Manini Ríos con el secretariado del PIT-CNT para darse cuenta de ello.

Es indudable que hay diferencias entre los altos mandos y los soldados rasos, la tropa. La diferencia entre los sueldos que reciben unos y otros es abismal; lo mismo sucede con los montos de los retiros de unos y otros. Allí está la Caja Militar, que el Estado tiene que financiar por el déficit que da, y en la que los altos mandos se quedan con la mayor parte de la torta.

La visión y las posiciones que se hacen públicas son las de estos sectores de altos mandos. Y son ellos los que enfatizan y hablan una y otra vez públicamente de la familia militar. Los integrantes se sienten parte de esa gran familia, según el estudio de Badaró que citamos al principio (tomamos ese dato como cierto para nuestro país también). La identidad de un grupo o institución es fundamental para que continúe existiendo. En la idea de familia es que encuentra un punto de unificación e identidad fuerte.

Los altos mandos en cierta forma parecen hacer un juego con esta idea. Porque es distinto ser un soldado que ser un oficial. Este último velará por el bien de todos, “sufrirá hambre para que otros coman, sostendrá largas vigilias mientras otros duermen, meditará profundamente, mientras otros se divierten, porque él de todos se sentirá padre [...] Este hombre es el OFICIAL de tierra, mar o aire [...]” (folleto para ingresar al Ejército argentino, citado en Badaró).

Queda mucho para que podamos conocer un poco más sobre esta identidad y estos vínculos, pero para ello debemos atrevernos a estudiar y profundizar en una institución incómoda de la sociedad.

Héctor Altamirano es docente de Historia.


  1. Por ejemplo, Julián González Guyer estudió las operaciones de paz y el papel de las Fuerzas Armadas uruguayas en ellas: La contribución uruguaya con operaciones de paz de NNUU (1992-2015)

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