Los hechos que a menudo se reiteran en nuestro continente nos deben llevar a una reflexión permanente sobre cómo se mueven las derechas y de qué manera enfrentarlas desde nuestras filas, con nuestras fortalezas y debilidades.
Como dice Boaventura de Souza, lo que ocurrió en Brasilia hace pocos días no es algo espontáneo ni cosa de “locos sueltos”, sino actos de terrorismo muy bien planificados y que constituyen parte de una estrategia de las derechas a nivel global.
Cuando las derechas pueden perder el poder comienzan a cuestionar los procesos electorales, a instalar en el imaginario colectivo la idea de fraude, como ocurrió en Brasil y anteriormente en otros países del continente.
Ante la imposibilidad de recoger apoyos mayoritarios, la idea es debilitar al gobierno entrante poniendo en duda su legitimidad. Y para ello es fundamental una fuerte presencia en las redes, tener del mismo lado a los medios masivos, a la cabeza del sistema judicial, a algunas patronales defensoras de statu quo (como la de los camioneros, las cámaras empresariales, etcétera) y, por supuesto, los principales cuadros de las Fuerzas Armadas, a la vez que coartar derechos a aquellos sectores populares que seguramente se encuentren en la vereda opuesta, decididos a enfrentarlos.
En el fondo se trata de cuestionar la democracia y a los “políticos” instalando en la cabeza de la gente que no es este sistema el que va a solucionar sus problemas. De ahí a llamar a algún “mesías” no es mucho el trecho a recorrer.
¿Estamos tan lejos en nuestro país de recorrer este camino?
El manejo mediático de la crisis Ancap-Sendic fue apenas una muestra. ¿O no quedó instalado en la cabeza de miles de uruguayos que “se afanaron 800 millones de dólares”? Somos de los que estamos convencidos de que no perdimos en 2019 por eso; sin embargo, estamos persuadidos de que tuvo su incidencia.
¿No es permanente el agravio a la principal fuerza del país desde algunos senadores y operadores oficialistas, e incluso en alguna oportunidad desde el propio presidente de la República?
Queda claro también que el momento que atraviesa el presidente, y la propia institución Presidencia de la República, no fortalece la visión que los uruguayos puedan tener ya no sólo de su persona, de su partido y sus aliados de la coalición, sino de la democracia representativa y su piedra basal: el sistema de partidos.
¿Esto es bueno para las derechas de cara a octubre de 2024? Seguramente no, pero tampoco para nuestra izquierda. Si la apuesta es dejar que el gobierno se cocine en su propio hervor, no es seguro que si nos sentamos en la vereda a esperar el resultado de esta estrategia el féretro pase en procesión frente a nuestras casas.
¿Qué queremos decir con esto? Que el país necesita el retorno de la izquierda al gobierno, pero no de cualquier manera ni para cualquier cosa. No alcanza sólo con denunciar irregularidades, ilegalidades, etétera (que hay que hacerlo) ni salir atrás de cada pelota como si fuera la última y contestar cada aparición de un gobernante en los medios (como la discusión sobre qué tan buena es la temporada turística y si entraron cuatro turistas más o menos que en 2019).
La agenda debemos marcarla nosotros y no dejarnos intimidar por el “estuvieron 15 años y no lo hicieron”. Porque, entre otras cosas, también hay que defender lo que se hizo.
Es una debilidad para la izquierda no exponer alternativas a las propuestas que imponen el neoherrerismo y su coalición de gobierno.
Se están procesando dos reformas muy importantes para el país y con un resultado claramente negativo: la de la educación y la de la seguridad social (o sistema jubilatorio). Los uruguayos saben que la izquierda se opone, pero no saben qué vamos a hacer con estos temas.
No se trata de redactar un proyecto alternativo que sabemos que va a naufragar ante las manos de yeso de los legisladores de la coalición, pero sí debemos hacer el esfuerzo de delinear las principales ideas fuerza de nuestras propuestas. Alimentar a los uruguayos con los aspectos negativos de lo que propone la derecha, pero también alternativas.
Y como estos temas, muchos otros: la integración geopolítica, políticas medioambientales, transición energética, creación y distribución de riqueza, derechos laborales y generación de empleo, políticas para nuestra infancia y sistema de cuidados, por dónde va a pasar nuestra política de vivienda, cómo vamos a gestionar la convivencia ciudadana, la seguridad y la administración de Justicia, la profundización de la reforma de la salud, entre otros temas que realmente importan a los uruguayos.
Somos conscientes de que en cada uno de estos temas –fáciles de enunciar– tenemos diferencias. Hay que ponerlas sobre la mesa y poner lo mejor de cada uno para alcanzar síntesis superadoras. Lo necesita nuestra fuerza política, pero más aún lo necesita nuestro país.
Estas respuestas deben delinear el Uruguay del futuro, muy distinto del actual, pero también muy distinto del que dejamos en marzo de 2020.
No se trata de ganar en 2024 para delinear las nuevas políticas, se trata de elaborar esas nuevas políticas (ahora, no 15 días antes de las elecciones) para ganar en 2024.
Javier Cousillas es integrante del Movimiento Alternativa Socialista