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Cándido, o sobre el presidente negador

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La negación es un mecanismo psicológico bien caracterizado por el psicoanálisis, que de un modo general refiere a algo que un sujeto hizo y que, sin embargo, declara no haber hecho; también si el sujeto desea algo y afirma no desearlo, si piensa algo y dice no pensarlo. A veces, el negador se presenta con la máscara de la minimización de lo hecho, lo deseado o lo pensado, y casi siempre culpabilizando al otro, porque el negador es un eterno inocente. Es que la negación se parece demasiado a la mentira.

El 5 de octubre de 2023, el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, se plantó frente a los medios de comunicación, y en su habitual tono retórico (en el que él mismo se pregunta y se responde) se refirió a los graves sucesos acontecidos recientemente, en los que decenas de militantes nacionalistas fueron ingresados en la plantilla laboral de la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande. Así, de forma serena, se mostró ante los periodistas con una extrema amabilidad y autocontrol, incluso nombrando a alguno de ellos por su apodo, lo que revela una extrema familiaridad que, en principio, minimizaría cualquier posibilidad de ser puesto contra las cuerdas: “¿Estamos vacunados contra alguien que se equivoca? Porque claramente acá no hay ilegalidad y tampoco hay corrupción. Sí hay un abuso, quizás, indiscriminado de un mecanismo de ingreso y eso es lo que vamos a solucionar”.

Ya algo incómodo por tener que desarrollar una temática que no lo favorece, el presidente busca imponer su interpretación de lo sucedido: se trata de un error y no de un método ejecutado y planificado, algo así como que al renunciante Carlos Albisu se le habría ido la mano en su afán de trabajar por su departamento. No es un dato menor que unos días antes Lacalle Pou había defendido su gestión, pasando por alto la utilización de funciones y medios en provecho propio o de amigos en la función pública, ignorando así la definición básica de corrupción. Y es que, en su reinterpretación de los hechos, el presidente define en su misma afirmación, sin parecer darse cuenta, que se trataría de un acto de corrupción. Pero en fin, como si ante las cámaras fuera un verdadero mago de varita y galera en mano que habla y la realidad se configura a su antojo ante un público embelesado, de todas maneras cabe recordar que, como muy bien enseña la lingüística, toda negación es siempre una afirmación.

Borrón y cuenta nueva

Todos los relatos oficialistas concuerdan en que la renuncia de Carlos Albisu se trata de un gesto magnánimo; una especie de sacrificio supremo en beneficio del país y no el efecto de un desenmascaramiento. Ahora bien, este ha sido el método elegido para narrar muchos alejamientos de importantes jerarcas del gobierno. Como el tiempo todo lo olvida, proponemos un ejercicio de memorización de algunas de las más resonadas.

Tres son multitud

Ernesto Talvi, Carlos María Uriarte y Pablo Bartol fueron los tres primeros ministros en decir adiós. En pocos meses, el primero pasó de ser (de forma poco esclarecida) alguien fundamental en el triunfo de la coalición, y canciller de la República, a un fantasma incierto que pretendió desaparecer de la política. Al respecto, se tejieron varias hipótesis por su intempestivo abandono del gobierno, donde muchos creyeron ver una sombra cejuda detrás de su fuga precipitada.

Lo de Bartol fue tan efímero como su propuesta de llevar el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) a la primera línea de fuego, al centro mismo de Casavalle, y renovar así las políticas sociales. También será recordado por querer brindar clases de yoga para la población en situación de calle. Luego “renunció”, y se argumentó que era necesario poner en ese cargo a un ministro más político. Curioso, ya que en campaña fue una carta de gran importancia en la imagen social del Herrerismo.

De Uriarte se dijo que le faltó cintura política. Él mismo, sorprendido, dijo que miró su desempeño y no fue capaz de encontrar el error cometido. En ninguno de los tres casos abundan las explicaciones, y el tiempo, que todo lo traga, los reclamó para desaparecer.

Cardoso; su pataleo y berrinche

En agosto de 2021, desde la casa de su líder Julio María Sanguinetti, Germán Cardoso anunciaba su renuncia al Ministerio de Turismo tras escandalosos cuestionamientos y luego de soportar una enorme presión, incluso siendo cuestionado por miembros de su propio partido por compras directas de publicidad y otros negocios de su cartera. En ese acto, se presentó como víctima de un verdadero ataque político y anunció que volvería al Parlamento, lugar desde donde se iba a defender, no afectado por el nivel de las denuncias sino “con la cabeza bien en alto”. Su renuncia se propuso evitar la incomodidad que le genera la situación al gobierno, se manifestó en paz con el esfuerzo realizado y reclamó una comisión investigadora para que se supiera toda la verdad.

Dígame licenciado

En enero de 2023, el ministro de Ambiente, Adrián Peña, anunciaba su renuncia al cargo tras el escándalo suscitado por haber mentido acerca de su título de licenciado en Administración. Afirmó que se había equivocado, que no tenía el título que decía tener. Con el pasar de los días se fueron esclareciendo algunos detalles. Primero, la universidad privada donde había realizado sus estudios dijo que le faltaba un curso y luego que no, en un episodio algo confuso y muy poco serio. Semanas después, cumplidos los trámites correspondientes, obtuvo al fin el título cuestionado. Al fundamentar y justificar su “renuncia”, expresó que lo hacía por “una cuestión moral”, que el presidente Lacalle Pou le habría expresado que tendría derecho a volver, pero que él renunció actuando fiel a sus principios y valores, queriendo salvar a su sector y al gobierno.

“Por la puerta de atrás”, los tres mosqueteros

Del Ministerio del Interior el primero en renunciar fue Luis Calabria en setiembre de 2022, luego de que se conociera que había utilizado en varias oportunidades los servicios médicos del Hospital Policial y que lo hacía, según expresó en su carta de renuncia, para evitar que se golpee al gobierno con este tema, ya que las autoridades en ese momento estaban enfrascadas en darle duro al senador Charles Carrera justamente por ese motivo. Afirmaba que había dedicado toda su vida al servicio público y a mejorar la vida de los uruguayos.

A pesar de lo que pretenden quienes utilizan la renuncia redentora como método, éstas no dignifican a nadie, porque siempre se realizaron luego de ser descubiertos o al hacerse públicos escándalos o denuncias.

El segundo caso fue el de Santiago González, quien dejó de ser el director de Seguridad Ciudadana luego de que se conociera que también había utilizado el Hospital Policial, aun luego de haberlo negado insistentemente y de afirmar que era “víctima de una cama”. No fue lo único que le pesó a González, pues también surgieron denuncias de acoso sexual por parte de cuatro trabajadoras del Ministerio del Interior, a la vez que en esos días trascendió un video en el que el exdirector se enjabonaba en una ducha hablándole a una mujer, a quien luego se lo envió y que claramente no recibió con agrado. “La renuncia” fue presentada como un clarísimo acto de dignidad personal, pues siempre había intentado darle todo al país, habiendo quitado el tiempo a su familia y a sus hijos.

El tercer caso fue la renuncia, en setiembre de este año, de Andrés Capretti, asesor principal y mano derecha del ministro Luis Alberto Heber, tras una denuncia de acoso sexual por parte de una compañera de trabajo. En los días previos había trascendido la captura de pantalla de un diálogo que había tenido con la denunciante, realizando propuestas sexuales no correspondidas. La renuncia se fundamentaba en que no quería afectar la gestión, anunciando al mismo tiempo que se defendería en la Justicia y allí demostraría su inocencia.

La ministra no tiene quien la sostenga

Irene Moreira renunció a la cartera de Vivienda luego de que se demostrara que había entregado personalmente viviendas a militantes de su partido. Se trata de un escándalo complejo que es investigado por la Justicia. Al descubrirse, los que se presentaban como los renovadores de la ética en la política, que venían a poner fin al recreo del despilfarro en el gasto público y la falta de autoridad de los gobiernos de izquierda, demostraron que se comportaron siguiendo los peores hábitos de la vieja política. Algunos medios de prensa presentaron la noticia como una renuncia, mientras que otros lo hicieron como un pedido de alejamiento del cargo del presidente. El tema se agravaba evidentemente porque se trataba de la esposa del líder de Cabildo Abierto. En la conferencia de retirada, visiblemente afectada, en un tono de enojo inocultable y casi al borde de las lágrimas, retrucó afirmando no haber actuado mal y dijo que ante las mismas circunstancias volvería a hacer lo mismo, lo que había hecho toda su vida, “ayudar a los más necesitados de la sociedad”. Por eso, según la ministra, fue que ella debía pagar su injusticia.

De Penadés a Ache, de torcedores y torcidos de la verdad

El senador Gustavo Penadés pidió licencia a su banca en el Senado en junio de 2023, no libre de presiones para que lo hiciera, y luego renunció al Partido Nacional, evitando enfrentar a su Comisión de Ética. Apenas estalló el escándalo, anunció dentro del recinto parlamentario, en un tono lastimoso, que iba a realizar acciones legales porque estaba siendo víctima de una acusación injusta y calumniado. Incluso el ministro del Interior, el mismísimo jefe de las investigaciones en su contra, lo defendió afirmando que, en una inversión insólita de lo que estaba sucediendo, el denunciante era Penadés y no el denunciado. El proceso judicial siguió su curso y las consecuencias fueron de una gravedad brutal, lo que terminó con su expulsión del Senado votada en forma unánime, no sin que antes de su caída final muchos de sus amigos partidarios lo intentaran ayudar. Todo lo que sucedió en los últimos días en este caso se ajusta perfectamente a lo que venimos afirmando, especialmente las últimas declaraciones del presidente de la República tras el encarcelamiento de Penadés.

La vicecanciller Carolina Ache renunció sobre el fin de año de 2022, siendo la única víctima, y a la que se le tiró la mayor responsabilidad de modo poco creíble, en el asunto de la entrega oscura y vergonzosa del pasaporte al narcotraficante Sebastián Marset, lo que le permitió darse a la fuga.

Sobre las renuncias redentoras

Pero volvamos al principio. El presidente quiso presentar la renuncia de Carlos Albisu como un acto que lo enaltece y que demuestra a la vez la ética que mueve al gobierno. Se olvidó de decir que se produjo luego del escándalo ocurrido y ante la evidencia inocultable de lo sucedido, presentado como simples errores o excesos. “Abuso” fue la palabra expresada. El método elegido es el de la candidez, el del amigo confiado, el ingenuo decepcionado, el sorprendido sufriente, cuya única falta es creer en el otro. Lo usó en el caso de Alejandro Astesiano, donde su guardián de mayor confianza y muy cercano a su familia desde hace décadas fue capaz de montar “solo” una organización delictiva en sus narices, en el propio edificio de presidencia. Y luego, con el caso Penadés (un compañero y amigo personal de más de 30 años), el presidente dijo que “bastó que lo mirara a los ojos” para que inmediatamente creyera en todo lo que le decía, a pesar de tener acusaciones de extrema gravedad. Él confía siempre en sus amigos y siempre termina decepcionado; a pesar de que en campaña anunció que él mismo sería quien se haría responsable de todo en el gobierno, apeló al recurso de la desresponsabilización ingenua ante cada desastre.

La renuncia “voluntaria” a la que se recurrió en muchos casos aparece como un subterfugio que resuelve moralmente el problema y pretende poner punto final a cualquier cuestionamiento. Además de señalar el carácter momentáneo y oportunista de toda renuncia, que se puede producir en beneficio personal del renunciante, como sucedió en el caso del intendente de Colonia, Carlos Moreira, antes de las pasadas elecciones departamentales, quien en medio del célebre y recordado affaire de las pasantías teatralizó una renuncia que terminó no siendo tal.

Afirmamos entonces que, a pesar de lo que pretenden quienes utilizan la renuncia redentora como método, estas no dignifican a nadie, porque siempre se realizaron luego de ser descubiertos o al hacerse públicos escándalos o denuncias. Y hay que decir las cosas por su nombre: en la mayoría de los casos no fueron renuncias, fueron deliberados despidos que evitan presentar al jerarca supremo como responsable del hecho. Todo recae en el renunciante, que siempre apela a la victimización de estar realizando un sacrificio ante un hecho injusto, un acto de abnegación total y resolutivo de todo tipo de cuestionamiento.

Sin embargo, la renuncia sí puede ser un acto digno y honorable. Baste recordar la del diputado socialista Guillermo Chifflet en 2011, luego de oponerse al envío de tropas a Haití, marcando alta la honestidad esperable para un político que pretende ser coherente entre lo que dice y lo que luego hace, y demostrando que, pese a los hipócritas ejemplos de la actualidad, es posible confrontar la absurda negación con ética y con verdad.

Nicolás Mederos es profesor de Filosofía, escritor y comunicador. Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.

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