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La impagable deuda con la naturaleza

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Según la definición tomada de Wikipedia, la economía es la ciencia social que estudia:

  1. La extracción, producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios.
  2. La forma o medios de satisfacer las necesidades humanas mediante los recursos disponibles, que siempre son limitados.
  3. Con base en los puntos anteriores, la forma en que individuos y colectividades sobreviven, prosperan y funcionan.
  4. Karl Marx, a su vez, señala que la economía es la ciencia que estudia las relaciones sociales de producción.

Observemos que, de acuerdo a los cuatro puntos arriba numerados, estamos basando la acción de esta ciencia (la economía) en el estudio del transporte de energía necesario para llevar a cabo los fines allí determinados. Estamos, por tanto, buscando la relación entre los seres humanos y el complemento restante del medio del que forman parte que les permita subsistir bajo las condiciones prescriptas por las leyes que dicta la naturaleza. Con este fin se hace necesario saber cómo es el funcionamiento de dichas leyes para adaptar comportamientos que, en el marco de ellas, logren los fines que nos conformen en nuestros deseos. Mediante el “ensayo y error”, el ser humano va descubriendo los complicados mecanismos de dicho funcionamiento y, de manera simplificada, forma un modelo que le sirva para prever los resultados a obtener de una interacción entre él y un objeto de sus alrededores. La repetición de estas interacciones y la constatación de los resultados obtenidos en la práctica le permiten constatar la veracidad del modelo y sus límites de aplicación.

Una de las ramas de la ciencia que busca comprender el funcionamiento del universo a través de dichos modelos es la física. Veamos a qué resultados llega:

  1. El contenido energético del universo es constante.
  2. Todo intercambio energético que conduzca a un trabajo tiene una eficiencia menor que 1. Es decir que el valor energético equivalente al trabajo realizado es siempre menor que la energía “utilizada” para ello.
  3. La diferencia entre la energía intercambiada y la del trabajo obtenido es la entropía, un tipo de energía de “menor calidad” cuyo último escalón es el calor.
  4. Los intercambios energéticos sólo son posibles si existe un potencial que actúe por la existencia de una diferencia en los valores de una variable relacionada con aquel. Por ejemplo, la temperatura para transmitir calor. Esta energía es la que necesitamos para vivir. Y aquí viene el dilema de la entropía. Si siempre producimos calor, llegará un momento en que la temperatura se hará uniforme y, por tanto, no podrá ser transferida (no hay diferencia de temperaturas). Y esto significa la muerte.

Esto tiene varias consecuencias.

Para minimizar el inevitable efecto destructivo de los intercambios energéticos debemos ser prudentes en su ejecución. Lo que vox populi se conoce como “ahorrar energía”.

En virtud de que para poder subsistir debemos recuperar la energía invertida, pero entregamos menos, quien reciba el trabajo realizado deberá pagar en exceso lo recibido. Es decir, “tomar prestada” energía de la naturaleza para poder pagar. Tomar esa energía significa disminuir posibilidades de otro intercambio y aumentar la entropía, y así sucesivamente, en una cadena de “utilización de energía”.

Es claro que esto último hace que el endeudamiento por “servicios prestados” sea impagable de por sí, pero se agrava enormemente si existen acumulaciones de energía por mayor exigencia de la intercambiada en el momento del “cobro” de esta, por cuanto desestabiliza el sistema y puede llevarlo a su destrucción. Es como si en un barco todos los pasajeros se acumularan en un costado; si el peso es tal que el centro de gravedad se desplaza lo suficiente, el barco se hunde irremediablemente.

Solamente intercambios energéticos equilibrados garantizan un mayor período de vida del sistema.

Llevemos esto a la “vida diaria” y, empezando por atrás, comprobaremos que si existen acumulaciones (expresadas en unidades de dinero, por ejemplo), en función de que la energía es constante, es porque en algún lugar hay un agujero faltante de energía. Es decir, un acto injusto que desequilibra el sistema. Lo contrario es la actitud solidaria de repartir justamente los bienes. Pero, al igual que en las leyes de Newton, las masas más grandes atraerán a las más pequeñas hasta integrarlas en una cada vez más poderosa. La entropía producida en estos intercambios se verá reflejada por su segundo significado de desorden. La energía quitada a muchos para enriquecer a pocos desequilibrará la sociedad pudiendo llevar a revueltas para que los muchos recuperen lo que necesitan para subsistir y tender a devolver el sistema a una situación más equilibrada.

El desarrollo de la ciencia es también un proceso entrópico. El deseo de más conocimientos e información llevó a desarrollar métodos que permitieran, por medio de intercambios energéticos, estudiar las respuestas a estos del medio que habitamos. Para ello se desarrollaron, por ejemplo, aparatos que dieran comodidad al estudio, pero que con ciertos arreglos llevados a cabo por técnicos pudieran dar “comodidades” a las personas en la vida diaria. A estas comodidades se les fue asignando un valor intrínseco, que debe ser pagado, como vimos más arriba, con un nuevo aumento de entropía que se verá reflejado en la sociedad con mayor desorden físico, psíquico y espiritual. Un buen ejemplo de esto es el automóvil particular, que requiere un sacrificio propio para su compra, pero que termina produciendo estrés, aislamiento, comportamientos asociales, agresividad, etcétera, y que, a la vez, contagia todo esto al resto de la población, que deberá “pagar” por la infraestructura necesaria para el funcionamiento de los muchos automóviles. Esto puede hacerse extensivo a otros “inventos útiles” como la televisión, el celular y otros más derivados.

Cabe destacar que dichos elementos de consumo están diseñados para cierta clase “suprasocial”, blanca, judeocristiana y occidental, que absorbe energía de lares que ella no habita y, como lo estamos viendo, desordena en forma desgarradora los conceptos de vida de muchos por querer mantener su supremacía de pocos.

A este fenómeno se suma el hecho de que se desvirtúa el sentido de medida cuando el patrón usado para ello (la moneda) se convierte él mismo en mercadería, pues deja de ser un valor de comparación por variar de acuerdo al “mercado”. Aquí se introduce un robo de energía a la naturaleza adjudicándole una cantidad esta no existente, pero que aumenta el poder de quien realiza la transacción. La medida física, claramente, no responderá a un valor correspondiente de la energía transferida y desfigurará el modelo del sistema real, con consecuencias imprevisibles a la hora del balance final. Estas crisis las conocemos por demasía; producen un exceso de entropía que se resuelve con formas extremas de imposición de la mentira por las trampas hechas, como imposiciones a los sueldos, aumento de impuestos injustos o, simplemente, esclavitud o guerras.

Esta muy breve introducción al problema sugiere inmediatamente que las conductas solidarias son las que producen un sistema más estable y que el comportamiento a seguir debe ser el de menor acumulación de bienes y mayor ahorro. Es evidente que eso significa eliminar la producción innecesaria de bienes materiales, y para comprender el fenómeno requiere el incremento positivo de bienes intelectuales, fomentando la adquisición de información que conlleve al aumento de conocimientos y el uso de estos en forma adecuada a la convivencia, es decir, a la estabilidad del sistema.

La pregunta es si la izquierda está dispuesta a salir de las viejas reivindicaciones de la época de las grandes chimeneas para comprender que estamos en una situación de riesgo inminente por exceso de producción.

Lo anterior deriva en que la subsistencia de la sociedad no está ligada al aumento de la producción per se, sino al mantenimiento de un sistema cuasi estacionario para mantener ciertas condiciones de vida aceptables. Estas derivarán de una decisión democrática, en la que se tengan en cuenta los cambios sociales, pero se eviten determinadas influencias de grupos interesados en acumulaciones que sólo favorecen a aquellos que de esa forma aumentan su poder desestabilizador. Por ejemplo: influencia de medios de comunicación dependientes.

La pregunta es si la izquierda (como personas que políticamente se preocupan y luchan por las reivindicaciones y derechos de las y los explotados, discriminados), está dispuesta a un cambio histórico de este tipo, saliendo de las viejas reivindicaciones de la época de las grandes chimeneas, para comprender que estamos en una situación de riesgo inminente por exceso de producción, porque ahora ya no sólo se corre el riesgo de regalar plusvalía, sino que lo que se juega es la vida del planeta. Y esto es una cadena entrópico-física (recalentamiento global), entrópico-social (migraciones por empobrecimiento local), entrópico-política (tratados internacionales leoninos acumulativos de capitales dominantes, reforzamientos de nacionalismos fruto de frustraciones con movimientos de izquierda que gestionaron y hasta impulsaron el capitalismo y el neoliberalismo, guerras imperialistas, etcétera).

Es evidente que las nuevas reivindicaciones deben estar relacionadas, entre otros aspectos, con:

  • El trabajo como derecho humano (a través de este nos reconocemos) y no del puesto de trabajo como “regalo” del explotador al explotado.
  • El derecho a la educación continua (ejemplo: seis horas diarias de trabajo y dos de estudio).
  • El respeto al medioambiente, en el entendido de que la explotación de los bienes naturales debe estar en consonancia con decisiones tomadas por la sociedad en su conjunto.
  • Un sistema democrático de gobierno con mucho mayor influencia de las organizaciones sociales, a los efectos de que los representantes nombrados no inviertan el sentido político de la representación adjudicándose el derecho de indicar al pueblo como este se debe comportar, y rendimientos de cuentas periódicos de aquellos.
  • Un sistema político que rechace todo tipo de dependencia del exterior, especialmente en lo que se refiere a lineamientos económicos y jurídicos decididos por nuestra sociedad.
  • La existencia sine qua non de un contexto laicista de la educación a todos los niveles.
  • Una concepción económica de cadenas de producción que no sólo elimine intermediarios, sino que sólo juzgue el valor del trabajo realizado por el esfuerzo hecho y no por conceptos elitarios derivados de la utilización de “educación” recibida por el actor (ejemplo: vale mucho menos lo que hace un recolector de basura que lo que hace un médico, aunque lo que hace aquel es preventivo de lo que cure el segundo. Y no olvidemos que en muchos casos, mientras que los futuros profesionales sólo estudiaron, no produjeron bienes para la sociedad que además los tuvo que mantener).

Nuestra izquierda en el poder, en mi criterio, copió el método de desarrollo europeo de los años 60, con las consecuencias nefastas para el medioambiente conocidas. Para lograr capitales no sólo continuó la instalación de un régimen que benefició a capitales extranjeros con contratos leoninos (acuerdos y tratados de inversión, inversión directa, zonas francas), sino que estos sirvieron en su mayor parte para instalaciones de carácter estrictamente extractivista, que siguieron produciendo la misma dependencia que vive nuestro continente desde 1492. La crisis estadounidense y europea superentrópica colaboró trasladando capitales cuyas ganancias fáciles pudieron salir del país por razón de las leyes anteriores, sin reinversión y sin aportes a investigación y desarrollo, y con consiguiente destrucción del medioambiente que pagamos los uruguayos. Como en todos estos casos, se produjo un microboom que favoreció a gran parte de la población, que aumentó enormemente el consumo y que ahora debe despertar, porque la calidad del trabajo no le permitió a la gran masa incrementar su experiencia en diferentes disciplinas que le sirvieran como escape a la crisis que seguiría al microboom.

En cuanto a la parte positiva de las mejoras sociales y el mejor relacionamiento de la izquierda en el gobierno con el movimiento sindical, es difícil que se mantengan, entre otras razones, porque en toda la etapa del microboom no se fomentó debidamente el ahorro y, por el contrario, se alentó el consumo interno, consistente en su mayor parte en productos de importación china. Y no olvidemos la cantidad de impuestos que no se cobran a grandes firmas, como UPM o Montes de Plata, y a cambio de eso, sólo en carreteras debemos pagar unos 3.000 millones de dólares y no sé cuánto de los pasivos que nos deja el millón de hectáreas de desierto que producirán los campos de eucaliptos y similar para la plantación de soja. Es que la naturaleza es un banco que cobra altos intereses en unidades de entropía.

No cabe duda alguna de que los cambios sociales necesitan de un gran cambio en el sentido de solidaridad con respecto al comportamiento de gobiernos de derecha, pero para esto se necesitan ganancias que deberían provenir de inversiones para producir bienes de alta calidad, que requieran poco material natural y mayor uso de la habilidad e inteligencia, y que se potencien con investigación y desarrollo (para elegir algo: herramientas de alta precisión o producción de bombas de ultravacío, o alimentos prontos a base de cosechas orgánicas, o, ya que tenemos madera, producción de muebles de calidad o casas prefabricadas, etcétera), sumado a una filosofía anticonsumista y de ahorro para los períodos de crisis.

El apoyo estatal a empresas autogestionadas por sus trabajadores puede ser un gran paso al necesario reparto de bienes para mantener un estado más estable de la sociedad, al igual que el apoyo a nuestras empresas públicas como fuentes de bienestar social y, naturalmente, a la enseñanza superior en su esfuerzo por aumentar los conocimientos científicos que requiere una sociedad moderna y justa.

Claudia Piccini es doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. Ignacio Stolkin es ingeniero químico.

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