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Niños y adolescentes víctimas de la violencia: no nos conformamos

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Un adolescente de 13 años asesinado... Un niño de diez años, otro de 11, dos adolescentes de 14 y 15 años y un joven de 18 años heridos... Volvían de jugar al fútbol.

Nos imaginamos la charla en la caminata desde la canchita a la casa. Seguro no pensaban que sería la última charla en la que participarían todos. Que de pronto sus vidas pasarían a ser una noticia más, una cifra más de una estadística de los ministerios, organizaciones y hasta periodistas...

Nadie informa cómo se llamaba el adolescente de 13 años fallecido. Nadie nombra a los demás niños y adolescentes. No sabemos si necesitan algo o cómo están sus familias. Pero sí se informa que estaban parados delante de una boca, que tal vez eran familiares de alguien que trafica. Como si eso, de alguna manera, justificara sus muertes o heridas.

No nos conformamos con que los niños, niñas y adolescentes nos hablen de la muerte con una apatía y habitualidad como si fuera normal que sus hermanos, madres, padres y amigos mueran por “asesinato, por muertes violentas”.

No nos acostumbramos a sus relatos sobre cómo suenan las ráfagas de disparos o cómo hay que hacer para salir del barrio sin ser vistos...

No podemos habituarnos a la resignación, a la imposibilidad de pensarse a mediano plazo o simplemente a responder a la pregunta: “¿Qué querés ser cuando seas más grande?”. A que sea normal que los expulsen del liceo, que no los atiendan en una policlínica.

Mucho hemos dicho acerca de la retirada de los programas del Estado de ciertos barrios, pero también, poco a poco, se retiran otros servicios o comienzan a replegarse algunos referentes, porque la inseguridad, la soledad y la impotencia llegan a todos.

¿Cómo es que, considerando que ya 11 niños o adolescentes fueron víctimas de situaciones violentas en lo que va del año, no conocemos ningún plan a implementar en breve de acción de protección, de refuerzo de políticas públicas?

Poco a poco se naturaliza que al final, lo que hay no es tan malo...

En los barrios la tensión se siente. El miedo se huele. La muerte ya no se teme, se ha transformado en una suerte de final anunciado.

Sabemos que muchas personas conocen por sus nombres a estos niños, niñas y adolescentes y están al firme. Pero también sabemos que mucha gente se siente impotente y pierde poco a poco la esperanza de que algo cambie.

La utopía que nos guía parece perder fuerza... Pero no nos conformamos. Nos negamos a perder la capacidad de asombro y de reacción. No escuchamos ni leemos en los medios pronunciamientos de las autoridades públicas ante las abrumadoras evidencias de que el sistema de protección no ha dado las respuestas que le competen, sobre cómo llegamos a que haya tantas armas circulando.

Se necesitan políticas sociales, políticas de seguridad y equipos del Estado presentes que trabajen en los territorios junto con las organizaciones sociales, donde la violencia se cobra las vidas de niños, niñas y adolescentes, para poder brindar una protección real y garantizar sus trayectorias vitales.

¿Cómo es que, considerando que ya 11 niños o adolescentes fueron víctimas de situaciones violentas en lo que va del año, no conocemos ningún plan a implementar en breve de acción de protección, de refuerzo de políticas públicas?

¿Cómo llegamos a que nuestros niños y niñas no puedan salir a jugar y volver salvos a casa?

No hemos visto ni oído en boca de las muchas personalidades políticas que hoy aparecen en los medios de comunicación una expresión de respeto por las vidas de estos niños y adolescentes.

¿Qué nos está pasando como comunidad?

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