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Política, ciencia y ética: las nueces sin ruido

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Muchos han comentado el resultado de las últimas elecciones y sus causas. Por mi parte, prefiero enfocarme en el método. Eso que habitualmente se da por aceptado sin la menor crítica.

Tenemos ante nosotros un método (el de elegir gobernantes por sufragio universal) que ha funcionado durante siglos a lo largo y ancho del mundo (con muy buena propaganda), pero que no ha resuelto el problema principal, que es satisfacer las necesidades de toda la población en seguridad habitacional, económica, sanitaria y educacional, ni motivar confianza en el sistema (aun habiendo recursos suficientes). Ya es hora de preguntarse: ¿por qué no es eficiente?

Vamos a empezar despacito. Básicamente el método consiste en priorizar lo que las mayorías prefieren. Ahora te cambio de escenario. Digamos que estamos en la escuela y la maestra nos pone un problema: “Calcular la superficie de un triángulo que mide tanto por tanto”. Tres alumnos llegan a la respuesta correcta, mientras que seis dan una respuesta equivocada. En la lógica de la escuela, los que hallaron la respuesta correcta explican a los equivocados cómo procedieron. Por el contrario, en la lógica de la democracia, los que aprobaron el problema deben someterse a la mayoría (los equivocados).

¿Para qué te sirve ese tipo de solución? Para nada, jamás podrás desarrollar un país con ese método… que es justamente lo que observamos apenas nos damos vuelta y vemos el mundo en el que vivimos. Fácilmente podemos encontrar ejemplos en que la población elige gobernantes que perjudican a la mayoría (sin embargo, el argumento no es determinante).

Vamos a este otro. ¿Viste alguna vez un logro científico al que se haya llegado por mayoría de votos? No, ni lo viste ni lo verás. ¿Por qué? Porque el método científico es completamente distinto. Cuando votamos, lo que comparamos son opiniones, es decir, subjetividades. El método científico, por el contrario, experimenta, cuantifica, sistematiza y saca conclusiones que puede confrontar con los hechos y por colegas. Es lo más objetivo a lo que se puede llegar. En el ámbito científico se trabaja en pequeños grupos especializados en un tema limitado. Si lo comparamos con un proceso electoral, en este vota un país (o un territorio) con una enorme diversidad de concurrentes y mínima especialización.

Pero hay más temas para comparar. En el desarrollo social, podemos remontarnos miles de años en la historia. Tomemos el ejemplo de la guerra de Troya. Un rey (Agamenón) conforma una alianza con reyes griegos para atacar esa ciudad… O 30 siglos después la OTAN ataca Libia, o Irak, con excusas estúpidas. Esa es la forma violenta de ejercer la hegemonía. La forma más civilizada es una alianza electoral. En ambos casos, un bando gana y el otro pierde, o ambos pierden en diferente medida. Comparémoslo ahora con el desarrollo científico. Desde 1610 (fecha del juicio a Galileo) el conocimiento avanzó desde creer que la Tierra era el centro del Universo a recibir la imagen de las primeras galaxias después del Big Bang en el orden del macrocosmos, y a investigar la composición de los componentes del átomo en el microcosmos. ¿Y alguien pierde cuando la ciencia aporta conocimiento? No; al contrario, ganamos todos.

Tenemos entonces dos métodos del desarrollo humano con resultados muy diferentes en cuanto a eficiencia, uno eminentemente subjetivo y otro que prioriza la objetividad. No parece que necesitemos innovar mucho si queremos obtener un buen resultado, desde el punto de vista técnico… ahora, desde el punto de vista ético y de la conducción política debemos no ya dar un giro de 180 grdos, sino saltar a través de un abismo que separa ambos métodos. Pero hasta que no salvemos esa distancia seguiremos dando vueltas en la misma noria.

Ahora bien, empecemos por enfocarnos en las últimas elecciones internas. En estas los partidos políticos en sus fracciones se presentan a la ciudadanía para que elija un candidato para presidente y allí se aprecia cuáles son los sectores preferidos en cada partido político. Se desarrolla una amplia actividad repartiendo listas y conversando con los posibles votantes. Luego del escrutinio se recoge el sobrante de las listas. En nuestro comité recogimos aproximadamente 40 kilogramos de listas. Si calculamos según la cantidad de comités (del Frente Amplio), en 400, nos da un sobrante de papel para reciclar de 16.000 kg, digamos 16 toneladas (estas cifras las tengo que elaborar, ya que no encontré datos oficiales). Pero, lógicamente, la cantidad dispuesta inicialmente para ejecutar el proceso electoral tiene que ser mucho mayor (¿el doble o más?). Entonces, ¿se produjeron 32 toneladas? Eso para el partido mayoritario, pero además concurrieron otros tres partidos de relevancia, más varios menores. Entonces llevamos la cifra de papel a 70 toneladas. Pero las elecciones internas, al no ser obligatorias, son las que convocan menos votantes, de modo que las nacionales, de octubre, y las departamentales consumen una cantidad sensiblemente mayor, y el balotaje, algo menor. Conclusión: entre los cuatro procesos electorales podríamos estar alcanzando las 250 toneladas de papel.

Comparemos esto con lo que sería el voto electrónico. En ese supuesto, la inversión en papel es ínfima, y sería interesante analizar otros factores como la necesidad de personal y la velocidad de los resultados.

Entonces cabe preguntarnos: ¿qué nos impide aprovechar los avances técnicos? Supongo que habrá quien opine que es impracticable por la dificultad que puedan encontrar algunas personas. Pero ¿cuántos años hace que estamos retirando dinero de cajeros automáticos? Posiblemente el obstáculo más grande sea la inercia de la mentalidad uruguaya, que siempre encuentra un obstáculo para cada solución.

Pero no es la única crítica, otra es la necesidad de hacer cuatro procesos electorales en 11 meses. La necesidad de separar las elecciones departamentales de las nacionales se originó por la necesidad de desligar las segundas del clientelismo político reinante en muchas intendencias. Ahora, los hechos demuestran que el clientelismo se perpetuó. Por otro lado, lo que al ciudadano de a pie le interesa es contar con una administración confiable… y eso sigue sin una solución honesta.

También es pertinente referirnos al caso de los referéndums. Ejemplifiquemos con el de la seguridad social. Algún político ha expresado que “la ciudadanía ya laudó”. Cuando quedó definido que habría plebiscito, las encuestas de opinión daban una división en tercios: uno a favor, otro en contra, y un tercero que no tenía información. El resultado poselectoral fue de 42% a favor, es decir, al no alcanzar el 50% más uno, no es aprobado. ¡No es así como honestamente se debe resolver! En una asamblea, ante una moción, se cuentan los votos a favor, en contra y abstenciones. Pero las abstenciones no acompañan a ninguna de las otras dos alternativas. Lo que definió el legislador para este caso es que los que no lo votaron se suman a los que votan en contra, cuando en realidad son dos opiniones distintas e incompatibles de sumar.

Si queremos dedicarnos a la política prescindiendo de la formación filosófica, moral y científica, estamos representando una pantomima de política que nada tiene de heroico.

Otro aspecto importantísimo de la legislación electoral es el voto obligatorio. El voto, antes de serlo, es una opinión. Las opiniones son todas subjetivas, motivo por el cual el Estado no tiene margen para obligar a un ciudadano a opinar sobre un tema. Entonces, cuando lo coacciona (votás o te multo), lo que hace es presionar para que se defina acerca de una idea que no ha madurado voluntariamente, con lo cual está limitando la libertad y allí arruinó las elecciones.

Pero hay más: en las últimas elecciones las encuestas nos mostraron que faltando unos seis meses la cantidad de indecisos se cifraba en 15% a 17%, pero faltando unas tres semanas la diferencia entre los bloques era de 3% y los indecisos eran 13%, lo cual significa que estos cuadruplicaban la diferencia entre bloques. O sea que las decisiones más importantes, que son la presidencia y la mayoría parlamentaria, las definen los que menos están interesados en el tema. Con este método no podemos pretender que algo salga bien.

Otro argumento que también quedó en evidencia, al cual no se le da ningún interés, es la bajísima calificación de algunos legisladores. Comparemos: ya sea para manejar un auto o trabajar en una carnicería, el empleado debe cumplir ciertas exigencias; por el contrario, para ser legislador, no. Conseguiste los votos, ahora hacé lo que quieras. Y así hemos visto comportamientos absolutamente irresponsables de las más variadas características. Nombro dos ejemplos (de todos modos, a quien lea esto se le ocurrirán muchísimos más). Varios legisladores promovían que en lugar de un fiscal general se eligiera un triunvirato, dos para la mayoría parlamentaria y uno para la minoría. Ni se les ocurrió que legislaban para una república y que esa función debe estar desligada del gobierno de turno. O sea, están legislando para una república, pero carecen de criterios republicanos.

El siguiente ejemplo tuvo lugar a raíz de la rendición de cuentas de 2023. El senador Guido Manini Ríos se negaba a acompañar la propuesta de la coalición multicolor si no le aprobaban ciertos privilegios para un sector militar. Eso decepcionó a Julio María Sanguinetti, que escribió que Manini había sido auxiliado (por la coalición de derecha) en dos oportunidades: 1) cuando el pedido de desafuero por el fiscal Perciballe, y 2) cuando el Instituto de Colonización le reclamaba una propiedad por no tener méritos para ser considerado colono. Y ahora, llegado el momento de necesitar su apoyo, Manini exigía una nueva condición. Esto demuestra que la función de esos partidos políticos consiste en perpetuar sus propios beneficios, prescindiendo del mínimo vestigio de decencia. Ningún país necesita políticos de esa clase… y para colmo gozan de fueros parlamentarios y sueldos inalcanzables para una inmensa parte de la población.

Resumiendo: a lo largo del presente artículo he comparado dos métodos distintos de los cuales la humanidad se ha valido para mejorar su existencia. El primero, esencialmente subjetivo, y el segundo, por el contrario, concentrado en la objetividad. Podríamos decir que cuando el primero dice “es chico”, el segundo dice “mide 23,12 milímetros”. En el primer caso depende de la subjetividad de ambas partes (lo que le da una enorme incertidumbre), mientras que en el segundo da absoluta exactitud. También desde el primer ejemplo (la superficie del triángulo) me enfoco en la idoneidad de las matemáticas, que se puede hacer extensiva a las ciencias y la técnica.

Durante la Edad Media, el concepto de universo consistía en que la Tierra fuera su centro. Sin embargo, ya a finales de esa época los avances en matemáticas y tecnología posibilitaron que, en el Renacimiento, Johannes Kepler enunciara sus famosas tres leyes y con eso la astronomía ascendiera a una ciencia hecha y derecha. Comparando esa evolución con la de la política actual, podemos apreciar que esta última se encuentra en una etapa precientífica. Es decir, no es capaz de pronosticar más que los horóscopos medievales.

Luego me refiero a la oportunidad de hacer un balance después de una tarea (el cálculo de la inversión en papel). Eso de hacer una tarea y no evaluar los aspectos colaterales es una forma de desperdiciar las ocasiones de aprender. O también considerar como “laudado”, sin profundizar en la legitimidad, no ayuda mucho a progresar.

Y finalmente, la pobreza ética ostentada por actores políticos nos demuestra la decadencia a la que estamos condenados si no reaccionamos.

En definitiva, si queremos dedicarnos a la política prescindiendo de la formación filosófica, moral y científica, estamos representando una pantomima de política que nada tiene de heroico.

Luis Sobrino es militante del Frente Amplio, fue preso político y exiliado.

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