Señor intendente Mario Bergara, le escribo desde lejos, pero con la mente puesta en la ciudad donde crecí y con la esperanza de que este nuevo ciclo político sirva para animarse a lo que otros no se animaron: pensar en grande y actuar en consecuencia.
Montevideo tiene dos heridas que todos conocemos, pero que demasiados dan por inevitables: la movilidad y la basura. Heridas cotidianas que supuran contaminación, desigualdad y resignación. Y lo peor: nos hemos acostumbrado.
Aquí, en Copenhague, en una ciudad del mismo tamaño, cruzar de punta a punta lleva menos de 20 minutos en bicicleta o tren. Nadie se siente inferior por no tener auto. Nadie se enferma por respirar humo de escape. No es un paraíso. Es una ciudad con decisiones claras.
Montevideo está atrapada en un modelo de transporte que es, en el fondo, una trampa cultural. Importamos el sueño americano sin su pesadilla. Tener auto equivale a “haber llegado”, aunque eso nos esté arrastrando al atraso. El tránsito enloquecido, la contaminación, la ineficiencia del transporte colectivo: todo eso no es inevitable, es resultado de decisiones. Y por lo tanto, puede cambiarse.
Pero hay que decirlo sin vueltas: no fue la ciudadanía la que eligió ese modelo. Fue el poder económico. Son los intereses concretos de las corporaciones automotrices, las importadoras, las aseguradoras, las estaciones de servicio y el negocio del petróleo los que han moldeado el urbanismo de Montevideo. Calles diseñadas para autos, barrios enteros pensados desde el volante, una ciudad fragmentada y dependiente del combustible fósil. La ciudad no fue construida al servicio de la gente. Fue diseñada al servicio del consumo.
Lo que propongo es simple: que una delegación oficial viaje a Copenhague, no a sacarse selfis, sino a vivir lo que se vive aquí. Subirse al tren, recorrer la ciudad en bici, descubrir cómo se puede vivir mejor con menos. No es romanticismo escandinavo. Es eficiencia, ahorro, salud pública, tiempo libre, cohesión social.
Y sí, también es una oportunidad de justicia social. Imagine si los talleres carcelarios ofrecieran formación práctica en reparación, reciclaje y fabricación de bicicletas. Que los privados de libertad salgan sabiendo un oficio concreto, útil, con demanda. Que puedan integrarse a cooperativas de trabajo, talleres comunitarios, redes barriales que mantengan en marcha una ciudad que pedalea.
Hay cientos de personas en las calles que podrían pasar de la marginalidad al protagonismo ciudadano con una inversión mínima y una decisión política firme.
Y más aún: ¿por qué no integrar a los cuidacoches que hoy mendigan una moneda y a los hurgadores que revuelven la basura en busca de restos? ¿Por qué no ofrecerles educación formal y capacitación en limpieza urbana y reciclaje, e integrarlos en cooperativas dignas, estables y sostenidas por políticas públicas claras? Hay cientos de personas en las calles que podrían pasar de la marginalidad al protagonismo ciudadano con una inversión mínima y una decisión política firme.
La otra gran herida: la basura. Montevideo sigue enterrando residuos como si estuviéramos en la década del 50. Y sin embargo el mundo ya encontró otras salidas. Aquí en Dinamarca, por ejemplo, Copenhill convierte residuos en energía y calefacción para miles de hogares. Sí, suena futurista. Pero ya funciona. No se trata de copiar. Se trata de aprender, de adaptar, de tener la audacia de mirar hacia adelante.
¿Por qué no pensar en una alianza entre la intendencia y el Ministerio de Industria, Energía y Minería para estudiar ese modelo de cerca? ¿Por qué no transformar lo que hoy es un problema crónico en una política innovadora con impacto real?
No propongo sueños. Propongo medidas concretas, con beneficios económicos, sociales y ambientales. Sólo hace falta voluntad política, coraje para incomodar intereses instalados y algo de visión a largo plazo.
Esta carta no es sólo para usted. Es para todos los que aún creemos que otro Montevideo es posible. Para los que pensamos que gobernar es también atreverse a decir “basta” y animarse a hacer algo distinto.
Lo que propongo no es una utopía nórdica. Es una política pública racional, sostenible y justa. Y está al alcance de la mano.
Miguel Zubieta es técnico agropecuario.